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Pongámonos el delantal

¿Cuántos hombres de hoy en día nos ponemos el delantal en casa para ayudar a nuestras esposas? ¿Cuántos sabemos planchar un pantalón o una camisa? ¿Y cuántos nos atreveríamos a hacer un buen guiso en la cocina o a salir al balcón para tender la ropa de la lavadora sin sonrojarnos por si nos ven los vecinos? Muchos de nosotros –probablemente la gran mayoría- no seríamos nada sin nuestras esposa. Vamos, ni freír un huevo, como se suele decir. Por tanto, si dejásemos de lado ese macho ibérico que supuestamente llevamos dentro, la cosa seria diferente.

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De verdad, no soporto a los hombres que llevando una copa de más –y a veces sin llevarla- se ensañan maltratando a sus esposas o compañeras, la mayoría de las veces sin tener en cuenta que sus propios hijos estén contemplando la escena, lo que les marcará de por vida por culpa de estos hechos tan viles y ruines.

¡Qué poca hombría tienen! Es muy fácil levantar la mano a un ser más frágil e indefenso. También es verdad que otros no llegan a levantar la mano pero con sus hechos y sus actitudes arruinan la vida a sus compañeras, a las que tratan como esclavas: las humillan, las vejan, y las usan en la cama para, después, considerarlas como un mueble más de su casa.

Y yo me pregunto: ¿Hasta cuándo esta barbarie? ¿Hasta cuándo tanta violencia? Creo que si no hay buena avenencia en una pareja lo mejor es que cada uno tire por su camino. Conste que soy católico y defensor a ultranza de la unión de la familia pero, en casos así, estoy a favor del divorcio antes de llegar a estos límites tan irracionales .

Por fortuna, la juventud de hoy en día comienza a actuar de otra manera: se reparten los trabajos del hogar, van a la compra juntos… Yo conozco a muchos chicos que no se sonrojan si tienen que salir a tender la ropa aunque la vecina los esté viendo.

Un amigo me contó el otro día una anécdota que me hizo bastante gracia. Su esposa trabaja en el turno de tarde y él, en el de mañana. Como es natural, se reparten el trabajo del hogar: la esposa pone la lavadora por la mañana y él sale al balcón a tenderla por la tarde.

Pues bien, justo enfrente vive una señora que parece disfrutar viendo a mi amigo tender la colada y, sin cortarse ni un pelo, se asoma al balcón y lo mira con una sonrisa socarrona. Esto un día y otro, hasta que a mi buen amigo se le hincharon las narices y, a pleno pulmón, le gritó: "¡Oiga señora, si tanto le divierte esto, véngase usted, me tiende la ropa y, mientras tanto, yo me pongo a hacer otras cosas!". Ni que decir tiene que desde aquel día, la vecina no ha vuelto a salir al balcón para mofarse de este hombre.

Otro caso que conozco, mucho menos amable, gira en torno a otro vecino mío. Titulado con dos carreras universitarias y padre de familia, era concejal del Ayuntamiento y nadie hubiese imaginado que maltrataba a su esposa.

Un buen día, cuando se aprobó la Ley sobre la Violencia de Género, este señor tal vez reflexionó, porque decidió dejar el cargo en el Consistorio, alegando que, siendo un demócrata, no se comportaba como tal. El caso es que dejó a su familia y desapareció del mapa. Es posible que lo hiciera tarde y no de la manera adecuada pero la cuestión es que dejó de maltratar a su esposa.

Volviendo a mi reflexión, muchas veces pienso que debe haber alguna manera de poder evitar el gran número de víctimas de violencia de género que se registran en España cada año. Pero ¿quién conoce la fórmula? ¿Cómo se podría evitar esta masacre tan tremenda?

Pienso que para poder terminar con la tiranía de estos sujetos tan despreciables y tan poco hombres, deberíamos poner en conocimiento de la Justicia o de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado cualquier caso de violencia de género del que tengamos conocimiento y no permitir que ningún individuo de esta calaña haga más daño.

Debemos volcarnos en ayudar a estas pobres mujeres en lo que podamos, dándoles consuelo y aliento y apoyándolas para que denuncien a estos tiranos que son una auténtica lacra para nuestra sociedad y, por ello, deberían estar encarcelados.

También pienso que estos maltratadores deberían seguir un tratamiento médico que les permitiera curarse y recuperarse para la sociedad. Sólo así creo que podría terminar esta lacra y que, por fin, podamos terminar con ese rosario de mujeres maltratadas o muertas.

Supongo que para quienes se consideren ateos, el respeto hacia la esposa o la compañera debe prevalecer, pues a ella la encuentras un buen día en tu camino, se une a ti y crece su amor a tu lado. Trabaja ,se alegra y llora junto a ti. Es a ella a quien tienes que unirte para llegar a ser el hombre total y para triunfar. Ella es tu prójimo, a quien debes amar con todo tu corazón, con todas tus fuerzas, con toda tu alma.

Y para un cristiano es similar. Hay igualdad absoluta en la dignidad del hombre y de la mujer: uno y otra son criaturas de Dios; uno y otra fueron creadas por Él, son hijos de Dios. El hombre y la mujer tienen la misma dignidad, la misma tarea, el mismo destino sobrenatural: el hombre necesita de la mujer para completarse; y la mujer es cobijo del hombre.

La mujer es para el hombre orgulloso el recuerdo incesante de su imperfección; y para el hombre egoísta, la invitación constante a superarse. De igual manera, el hombre también ha de casarse con las ideas de su esposa, con sus intuiciones, con su dulzura y con su gracia. Sólo así se perfeccionara el mundo, cuyo cuidado fue confiado por Dios a la pareja humana: intentemos perfeccionarlo y todo irá mejor. Amemos y respetemos a nuestras esposas, madres de nuestros hijos y abuelas de nuestros nietos.

JUAN NAVARRO COMINO
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