España se conserva en el hielo pilé de los babosos de discoteca, en su propio mar de herrumbre y erratas, en su variopinta arribada forzosa. Lo último en ingredientes florales ha sido el despropósito del señor Artur Mas, cara de ladrillo y sonrisa de chuloputas de medio pelo, que pretende, como todos los maestros ciruelas, pescar en aguas turbias, y cuando no se puede, hacerlo en aguas revueltas.
Dedazos y decretos, la voluptuosa María de Los Yébenes se marca como en el Mardi Gras de Nueva Orleans con un espéculo ante la webcam, se le encabrita la palma y la arpillera y en la España del colesterol que linchó a una vieja por matarle el fuego a un Jesús atrapado en pared, caen misiles de crucero sin camisa y con la mala leche que nos venden los franceses.
Bien hecho, concejala, que ya lo dijera Le Pen en pleno debate: "hazte pajas y no te quedes preñá". O méate en el Rhin, como hizo Patton cuando los nazis pasaron de porqueros a cojinete. ¿Acaso no es bonito que se le desate a una, o a uno, el polvero bajo la falda? ¿Acaso no es precioso que a una o a uno se le convierta en aire libre y zócalo central de México la vagina o el ballenato?
Por favor... ¿En qué país andamos cuando Ruiz-Mateos se ha tirado media vida engañando a Hacienda, corriendo ceros a la izquierda de la coma? ¿Dónde queda Belén Esteban cuando se la requiere? Jabón, jabón.
Se ha convertido la piel de toro en un cachivache de guirlache y mazapán, en un océano de cuadrículas de afectos y desafectos, en almorávides y marañones. Todos ambicionan trajinarse las angulas. Todos hacemos la colada en el cocherón a ver si resucita la espada del Cid o el pellejo de los cojones del cura de Almendralejo. Pero todos recurrimos a la estampida y al chivatazo. Somos un país de tahúres y labios menores.
Ando desalmado, con el síndrome del superviviente y limpiando el cuchillo como un feroz checheno ante las noticias que nos aparecen con ropas negras y cara puttanesca. Y no es para menos. Confundimos la gravedad con las tetas y el humor con el asma.
El arrozal se hunde y nadie se acuerda del burro que lleva las piedras para edificar casas. No, más bien retorcemos el labio. Señores, señoras: España la hacen ustedes, con su trabajo diario, con sus alegrías y sus penas. Y no toda esa caterva de melones con corbata que mean agua mineral.
La Justicia deja en libertad al asesino Bolinaga. Bretón se mantiene en sus trece: el casco azul viperino se dedicó a quemar cabezas de perro y de cordero. ¿En qué lugar dejamos al demonio y las parihuelas? Dios, si existes, ¿por qué dejas tiradas las cartas de tantas gentes en la calle? Es más: ¿por qué no mandas una plaga de silencio absoluto y mucho zotal para limpiar el rock and roll diabólico de nuestro país?
Hemos caído en la maldición de los faraones porque no hemos ventilado las tumbas; invocamos el sexo, el dinero y el poder al galope y la bayoneta del Regimiento Alcántara o de los pataches de Cortés.
España está preñada de tiffosi malo y atriles de cuervo, como en el exterminio de los grandes animales, pasada de puñaladas y con la evidencia del crimen cosida al pecho junto a la Cruz de Santiago.
Nadie organiza el entusiasmo. Nadie se coloca boca arriba. Nadie pone la coca en el horno. Ni nadie escapa a las pelusas del microcospio. No hay jóvenes revolucionarios que emulen a Martin Luther King. No hay juvencos que resistan un pase y exijan cobrar su cheque.
Algunos sueñan con blindados Bradley pegando puntazos de láser a las gallinas y otros, los del aguacate catalán, ansiando aguachinar al Estado como lo hacía Sabino Arana en los merenderos que se convertirían en batzokis. Señor Mas, señores de la burguesía catalana, señores burgueses todos: la Historia va siendo hora de que la escriban los rebaños con los huevos del lobo y los cartuchos del pastor.
No jueguen con la gleba que, al final, acabarán linchados. España necesita a sus ciudadanos, ahora aldeanos, movilizándose y mandándolos a todos ustedes al paredón, echándoles oeuffs como los de Sarkozy en Somalia y mandándoles a tomar Fanta. Los españoles no necesitamos que nadie nos pague con estupefacientes. Necesitamos desembarazarnos de ustedes, pretorianos, chimpancés venéreos, dictadores descapullados. España necesita a sus habitantes y desterrar la discordia. Somos hermanos de sangre, a pesar de las cargas fiscales y de los ladrones que nos manejan.
En este vodevil de sábanas con escama en que se está convirtiendo la ruinosa España, me viene a la mente la autenticidad de todo aquello que no se prende con alfileres; de todo aquello que posee la cualidad asfáltica de las flechas cortando el aire; de todo aquello que carece de chance porque su simpleza nos hace felices por naturaleza.
Hablo de lo contrario que se estila por estas fincas. Hablo, como ya hiciera Dumas, de arrear bocados al rabo de un perro para separarlo en sus cuitas con otro. Hablo de los jadeos de Chaplin; del centauro del desierto de la concejala Hormigos y su cante jondo en el Corral de Perucho. Hablo de la causticidad de los versos de Alberti: "¿Para el pan que pedimos, qué te falta molinero?".
Si algo no ha cambiado en esta vida circulante de aperreos y plastilinas, de elementos sumarios y voces anticuadas, se podría afirmar sin ningún género de duda que estaríamos hablando de las galletas Napolitanas de Cuétara y de esa casaca contenciosa de los críos cuando les emplazas para hacer algo "luego", "después", "más tarde".
Eso sería como quitarle a un árbol sus zuecos. Los niños no son imbéciles ni creen en la espesura de la Cruz. Los niños son esas gelatinas frías y calientes de Adriá; son una efusión de sangre que les importa un bledo el credo de los rinocerontes lanudos. Les joden los tirantes y que se les mueran los peces. Pero más les fastidia la ley, la moneda y el ejército: lo que quieren, lo quieren ya.
Se niegan en redondo, te pican como el alcaudón o el café cantante. Te matan con sus cosechas en invierno. Mientras cada político tenga como mingitorio el horizonte, mientras exista una Justicia en bata guatiné y unos terroristas con principios, instigaremos como Kafka: "mátame o eres un asesino".
Bajarse hoy a España es bajarse de un helicóptero de Apocalypse Now a golpe de Eric Clapton y ampollas de heroína. Yo arrasatraría el trineo de un cañón y me haría una comida íntima con violadores, terroristas y asesinos. Nos están haciendo tropezar y eso no es body art: eso es una putada.
Vino de Montilla y vino de Ciudad del Cabo. Me es igual. Me vale el que mate a Napoleón y resucite la lectura. Tiro de gracia les pegaba a aquellos que no se bajan de la gasa de plata y no quieran que los aguiluchos de bronce mueran en el mar.
A la Justicia española, si aún se la puede denominar así, para que ningún crimen quede impune: libertad para Soledad Donoso, asesinada; para Mari Ángeles Zurera, desaparecida; para Ruth y José, desaparecidos; para Marta del Castillo, asesinada; para Sandra Palo, asesinada; para las víctimas de los etarras; para las víctimas de todas las dictaduras.
Libertad para las criaturas indefensas. Échenles pelotas o habrá que solucionar todo esto por las malas.
Dedazos y decretos, la voluptuosa María de Los Yébenes se marca como en el Mardi Gras de Nueva Orleans con un espéculo ante la webcam, se le encabrita la palma y la arpillera y en la España del colesterol que linchó a una vieja por matarle el fuego a un Jesús atrapado en pared, caen misiles de crucero sin camisa y con la mala leche que nos venden los franceses.
Bien hecho, concejala, que ya lo dijera Le Pen en pleno debate: "hazte pajas y no te quedes preñá". O méate en el Rhin, como hizo Patton cuando los nazis pasaron de porqueros a cojinete. ¿Acaso no es bonito que se le desate a una, o a uno, el polvero bajo la falda? ¿Acaso no es precioso que a una o a uno se le convierta en aire libre y zócalo central de México la vagina o el ballenato?
Por favor... ¿En qué país andamos cuando Ruiz-Mateos se ha tirado media vida engañando a Hacienda, corriendo ceros a la izquierda de la coma? ¿Dónde queda Belén Esteban cuando se la requiere? Jabón, jabón.
Se ha convertido la piel de toro en un cachivache de guirlache y mazapán, en un océano de cuadrículas de afectos y desafectos, en almorávides y marañones. Todos ambicionan trajinarse las angulas. Todos hacemos la colada en el cocherón a ver si resucita la espada del Cid o el pellejo de los cojones del cura de Almendralejo. Pero todos recurrimos a la estampida y al chivatazo. Somos un país de tahúres y labios menores.
Ando desalmado, con el síndrome del superviviente y limpiando el cuchillo como un feroz checheno ante las noticias que nos aparecen con ropas negras y cara puttanesca. Y no es para menos. Confundimos la gravedad con las tetas y el humor con el asma.
El arrozal se hunde y nadie se acuerda del burro que lleva las piedras para edificar casas. No, más bien retorcemos el labio. Señores, señoras: España la hacen ustedes, con su trabajo diario, con sus alegrías y sus penas. Y no toda esa caterva de melones con corbata que mean agua mineral.
La Justicia deja en libertad al asesino Bolinaga. Bretón se mantiene en sus trece: el casco azul viperino se dedicó a quemar cabezas de perro y de cordero. ¿En qué lugar dejamos al demonio y las parihuelas? Dios, si existes, ¿por qué dejas tiradas las cartas de tantas gentes en la calle? Es más: ¿por qué no mandas una plaga de silencio absoluto y mucho zotal para limpiar el rock and roll diabólico de nuestro país?
Hemos caído en la maldición de los faraones porque no hemos ventilado las tumbas; invocamos el sexo, el dinero y el poder al galope y la bayoneta del Regimiento Alcántara o de los pataches de Cortés.
España está preñada de tiffosi malo y atriles de cuervo, como en el exterminio de los grandes animales, pasada de puñaladas y con la evidencia del crimen cosida al pecho junto a la Cruz de Santiago.
Nadie organiza el entusiasmo. Nadie se coloca boca arriba. Nadie pone la coca en el horno. Ni nadie escapa a las pelusas del microcospio. No hay jóvenes revolucionarios que emulen a Martin Luther King. No hay juvencos que resistan un pase y exijan cobrar su cheque.
Algunos sueñan con blindados Bradley pegando puntazos de láser a las gallinas y otros, los del aguacate catalán, ansiando aguachinar al Estado como lo hacía Sabino Arana en los merenderos que se convertirían en batzokis. Señor Mas, señores de la burguesía catalana, señores burgueses todos: la Historia va siendo hora de que la escriban los rebaños con los huevos del lobo y los cartuchos del pastor.
No jueguen con la gleba que, al final, acabarán linchados. España necesita a sus ciudadanos, ahora aldeanos, movilizándose y mandándolos a todos ustedes al paredón, echándoles oeuffs como los de Sarkozy en Somalia y mandándoles a tomar Fanta. Los españoles no necesitamos que nadie nos pague con estupefacientes. Necesitamos desembarazarnos de ustedes, pretorianos, chimpancés venéreos, dictadores descapullados. España necesita a sus habitantes y desterrar la discordia. Somos hermanos de sangre, a pesar de las cargas fiscales y de los ladrones que nos manejan.
En este vodevil de sábanas con escama en que se está convirtiendo la ruinosa España, me viene a la mente la autenticidad de todo aquello que no se prende con alfileres; de todo aquello que posee la cualidad asfáltica de las flechas cortando el aire; de todo aquello que carece de chance porque su simpleza nos hace felices por naturaleza.
Hablo de lo contrario que se estila por estas fincas. Hablo, como ya hiciera Dumas, de arrear bocados al rabo de un perro para separarlo en sus cuitas con otro. Hablo de los jadeos de Chaplin; del centauro del desierto de la concejala Hormigos y su cante jondo en el Corral de Perucho. Hablo de la causticidad de los versos de Alberti: "¿Para el pan que pedimos, qué te falta molinero?".
Si algo no ha cambiado en esta vida circulante de aperreos y plastilinas, de elementos sumarios y voces anticuadas, se podría afirmar sin ningún género de duda que estaríamos hablando de las galletas Napolitanas de Cuétara y de esa casaca contenciosa de los críos cuando les emplazas para hacer algo "luego", "después", "más tarde".
Eso sería como quitarle a un árbol sus zuecos. Los niños no son imbéciles ni creen en la espesura de la Cruz. Los niños son esas gelatinas frías y calientes de Adriá; son una efusión de sangre que les importa un bledo el credo de los rinocerontes lanudos. Les joden los tirantes y que se les mueran los peces. Pero más les fastidia la ley, la moneda y el ejército: lo que quieren, lo quieren ya.
Se niegan en redondo, te pican como el alcaudón o el café cantante. Te matan con sus cosechas en invierno. Mientras cada político tenga como mingitorio el horizonte, mientras exista una Justicia en bata guatiné y unos terroristas con principios, instigaremos como Kafka: "mátame o eres un asesino".
Bajarse hoy a España es bajarse de un helicóptero de Apocalypse Now a golpe de Eric Clapton y ampollas de heroína. Yo arrasatraría el trineo de un cañón y me haría una comida íntima con violadores, terroristas y asesinos. Nos están haciendo tropezar y eso no es body art: eso es una putada.
Vino de Montilla y vino de Ciudad del Cabo. Me es igual. Me vale el que mate a Napoleón y resucite la lectura. Tiro de gracia les pegaba a aquellos que no se bajan de la gasa de plata y no quieran que los aguiluchos de bronce mueran en el mar.
A la Justicia española, si aún se la puede denominar así, para que ningún crimen quede impune: libertad para Soledad Donoso, asesinada; para Mari Ángeles Zurera, desaparecida; para Ruth y José, desaparecidos; para Marta del Castillo, asesinada; para Sandra Palo, asesinada; para las víctimas de los etarras; para las víctimas de todas las dictaduras.
Libertad para las criaturas indefensas. Échenles pelotas o habrá que solucionar todo esto por las malas.
J. DELGADO-CHUMILLA

















































