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Ni solución ni problema

El 15-M no es un problema. Tampoco es la solución a ninguno de los nuestros. La exageración mediática, elevada al paroxismo por redes sociales, portales de diarios, incluidos las terminales de los de marca conservadora en alegre esquizofrenia con sus editoriales impresos, radios y televisiones entregados a la “causa” en clave “compañer@s periodistas”, ha sobredimensionado desde su inicio sus dimensiones, alcance y significado.

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Es un movimiento en el seno de la izquierda y responde a sus esencias y parámetros, al tiempo que descubre la convulsión y las frustraciones vitales e ideológicas en la sociedad actual.

Es la manifestación de un profundo descontento no solo con los valores imperantes sino con las respuestas de su propio campo y, eso es quizás los más desalentador, pone de manifiesto la incapacidad de ofrecer una alternativa global y posible a lo imperante.

Miles de horas y miles de asambleas acaban por ofrecer un pareado y una consigna que más que del siglo XXI, y aunque se difunda por Internet, huele a panfleto de los principios del XX.

El remate y su remate es que, de fondo y como elemento trascendental, la cuestión central del asunto y de la propuesta es si pernoctan o no en Sol o en cualquier otra plaza. Y cuando un año después todo acaba por girar en torno a ello poca agua va a salir de esa noria por muchas vueltas que den.

No es un problema más allá de la pugna por saltarse las normas que rigen para el resto de los ciudadanos. Ni magnificarlo la mejor forma de afrontarlo. Eso viene más bien por el otro costado cuando se distorsiona a tal punto la realidad como cuando a una algarada estudiantil, o así, en Valencia se la trató como si hubiera acaecido de nuevo la batalla de las Termópilas, con mayor baño de sangre si cabe.

O como ahora, cuando como máximo exponente de la denunciada “brutalidad policial” sale una “indignada” –pero que muy “indignada”- denunciando urbi et orbe que la habían “empujado” como demostración de que el trato recibido es peor que el que las SS daban a los judíos.

Los fastos de celebración del aniversario de la cosa se están saldando en una demostración empírica de la realidad del 15-M. Es difícil no contemplar con simpatía a esos jóvenes que se debaten en incertidumbres, rebeldías vitales y rechazo a un mundo que les parece, y no les falta su razón, repulsivo.

Su puesta en escena, modos y formas, con la salvedad de los antisistema que les han corroído, son pacificas e, incluso, ingenuas. Sus dislates que les descalificaron como el ataque al Parlamento catalán y el acoso a los concejales recién electos destaparon viejas pulsiones totalitarias de una izquierda que considera que el pueblo son quienes ellos decidan y no quienes votan.

Sus propuestas, más allá de la denuncia muy sentida por muchos de los males y carencias del sistema, y sus frutos no son muchos. Tal vez el más concreto, su oposición a los desahucios, haya sido el que más ha calado y el que ha propiciado conciencia y hasta algunas medidas legales.

Pero poco más, amén de constatar lo que le gusta hablar a la gente. Sin embargo, lo más esclarecedor y que no deja de contemplarse con un punto de ironía pero también de cierta ternura, es su pretensión de que ellos son la punta de lanza de una revolución mundial.

Eso le decía enfebrecido uno de ellos a un niño en Sol: “¿No has visto una revolución?. Pues estás en ella”. Si será verdad que, para que constara en los anales de la historia, Pedro Almodovar se acercó a firmar no fuera que se le pasara la oportunidad de hacerlo.

La autocomplacencia en la grandeza de su obra es otro de los definitivos síntomas. Salen mucho en los “papeles” y “portales”, hasta de El Mundo. Pero quizás debiera reflexionarse que hoy nada hay más fácil que salir en los papeles y ya no te digo en los portales...

Lo hace uno mismo y, si unos cuantos se pasan el día dale que te pego, parece que son mayoría y, que me perdonen la “comparanza”, como aquellos moros de Queipo de Llano dando vueltas por Sevilla.

Ni problema ni solución, pues. Aunque la derecha tiende a mirarlo como lo primero y la izquierda oficial como columna de apoyo a sus intereses. Y se equivocan. La derecha porque no son “su” problema, ni afecta a sus posiciones o a sus gentes; y la izquierda, el PSOE especialmente, porque para nada se sienten afines y menos aún colaboradores. Los “indignados” al PP y a Rajoy los odian, pero al PSOE y a los que intentan arrimárseles, los desprecian. Y no sé qué es peor, si lo uno o lo otro.

ANTONIO PÉREZ HENARES
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