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La mujer de Buda

Voy a ser de nuevo padre. Lo primero que mengua cuando recibes el telegrama es el broche de la boca. Te acuerdas de los chistes de Arguiñano y de Federico Trillo: Al alba, con 37 nudos de viento. Te desempolvas los ojos y afirmas: "Se jodió la civilización, mi general".

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El techo es una trampa y te acaban de dar una dentellada en medio de la hierba alta. Considero como primera hipótesis que ha sido una monjita americana de aquellas que piensan que Judas murió podrido y solo en su propia casa.

No te lo crees pero el Predictor te muestra al nuevo miembro de la pandilla: una raya tiritando en rosa. Y el vacío. Comienzas a creer que existen peces que comen hombres. Y trapos. Menudo incendio. No distingues las venas de tus manos; te metes una piedra en la boca para no marearte.

Sé que a partir de ahora me darán las buenas noches el grillo y la grilla pingando; que mis leyes las martillearé a base de lámpara y preocupación: serán menos saladas y más de porrón. Es lo que hay. Mi almohada se ha hastiado con mis diálogos y ahora meo más nitrógeno que nunca. Sueño que Mourinho se menea ante mi alcoba y me mete el matasellos en el ojo por hereje.

Y siento el yerbeado al que ya no puedo domar y tengo muy presentes a Zapatero, que jamás cotizó a la Seguridad Social, y a Berlusconi, que estudió con los salesianos. Tengo muy presentes los rayos X que me dejan en pelotas y la fisión nuclear del discurso secarrón de mi padre.

La primera vez que acudes como morralero, como acompañante al “gine”, te sientes muñeca de serrín a la que sus propias balas la han dejado bizca. Desearías besar a un camarero, tratar de recordar las horas cuando eran mortales y redondas y tú eras un cangrejito con piedras preciosas en los ojos.

Visitar al ginecólogo es como hacer la fotosíntesis con un poco de marejada. Te das cuenta de lo primordial que resulta tener un buen plan y llevar bien ocultos los planos. Ahora entiendes por qué Sadam perdió sus guerras: llevaba su planning en el brazo, en forma de tatuaje azul de tres puntos.

Fíjate en el estado de nerviosismo de los futuros papás en la sala de espera que todos los móviles tienen el mismo tono y, cada vez que explota alguno, todos reventáis: deben ser las suegras, paquidermos republicanos dando más mecha y recordando que cada cara bonita se convertirá en pocos meses en Obelix y tú, tus acojonados compañeros, en Ideafix.

Al entrar en la consulta te topas con la clorofila de las enfermeras y piensas para tus adentros que no estaría nada mal endulzar el argumento del drama con la platería de Calzedonia desfilando sostenes y leggings mientras sudas y vas perdiendo los cinco céntimos en oro que vale todo tu cuerpo.

No, tan solo atisbas banderillas de fuego y el sonsonete mortuorio de un féretro para dos. No cabes por la puerta, ya sea por orgullo, ya sea porque te va a caer el martillo pilón. Te sientes como Pompeyo, que se trajo cuatro elefantes africanos para que tiraran de su carro pero que los tuvo que hacer horchata porque no pasaban por las puertas monumentales.

El doctor te sonríe flatulento, oficioso. Así le juega al parchís a la vagina de tu chica, te pisotea el pito y se hace el molón después de insinuarte el marrón. Esperas que te proponga que seas el perro único de una familia de Shangai ahora que ya no son plato fijo. De ningún modo te regala un Frontier del 38 para que te hagas dos mitades.

La enfermera, gata aplicada, se dirige a ti con moléculas parecidas al talco de los tanatorios y tú crees escuchar cómo te ofrecen sopa de culebra amarilla para el almuerzo.

El ginecólogo tiene colgados en su despacho libros de muertos margaritos, de conejos marcianos abiertos en canal y una albaceteña afilada que no sé a dónde se quiere marchar con la hoja tan volada. Quizás vayan los ladridos a la leña del león o a la ópera de tus polvos pasados, que pasados son y rugidos de momia serán.

Te inyectas a ti mismo un "piensa en Espinete", ese erizo tan listo que tuvo los bemoles de dejar el bosque para marcharse a la ciudad. ¡Qué va, mierda de erizo listo!... y su mayor tesoro era una batería de cocina y una palangana.

Lo justo sería que la navaja se dejara de refranes y yo sacase la portada que no tengo para hacer como Don Quijote. No se equivoquen, el Caballero de la triste figura no arremetía contra los molinos por confundirlos con gigantes sino porque representaban el vandalismo de la modernidad.

Te miras de soslayo, no sabes de qué regimiento has salido, se te ha olvidado regatear, tienes sensores en cada esquina del cuerpo y casi que pareces aliviado si te acusan de narcotráfico y aparece el subdelegado del Gobierno.

El picaor con bata le mete un TALGO a tu señora por donde florece tu jardín y comienza a pisotearte los tomates. Dan ganas de arremeter y le transmites al ojete con sonrisa beatífica que suelte tanto gas sarín que le rice el pelo.

Te miras. Juegas al despiste. Alguien te ha hecho un torniquete en la lengua. La enfermera, acostumbrada al chischás de espadas, a mariscar en bichitos ajenos, y tú a chupar la leche, os miráis. Ella te está diciendo que un batallón de mariachis te van a pasar por encima.

Tú sonríes y asientes. No sabes relinchar ya. Intentas recordar quién es tu padrino, no para que te compre chuches sino para que él elija el arma con la que te vas a poner lindo. Tu carrocería es un asco: es el esqueleto de un tigre que fue juncal. Ya no llevas un cuchillo malayo de pelar palmeras sino una espada ropera que venía gratis con la braga y con el alechugado cuello de Cervantes.

Sabes que te tiras a la piscina seca de Salomón para bailar como un pollo a la canela pero te subes en el tiovivo limpito, repeinado, con barba descañonada, acordándote de tus padres, siempre a quemarropa con maldiciones si cruzas los Pirineos, acordándote de aquella tu naturaleza que pretendía sacar diamantes de las borracheras de tequila. Hemos pasado de la dieta hipocalórica al régimen depurativo de la monodieta. ¡Malditas curas medicinales!

–Habría que fusilar a las curas, a esas dietas milagrosas tan perjudiciales, Pepi. Lo que has de tener es una alimentación equilibrada y bla, bla, bla... (es mi trabajo, aunque me hagan el mismo caso que a monseñor Camino).

–¿Que habría que fusilar a los curas?– me interpela una usuaria entrometida, subespecie de las “cotillas cotillensis”.

Prosigo. La noticia es al principio neumonía. Después jineteas sobre pipirrana. ¿Qué habrá sido del occipucio de San Juan Bautista?

–¿Cómo puede ser? Si tan sólo salí de caza con ocho tiros del 22...– intentas justificarte ante tu madre.

Antes –ese "antes" que para ti se remonta a la Comunión como capitán de corbeta- vibrabas con los misiles Patriot americanos sembrando amapolas en Bagdad; eras un cazador a rabo, solitario, con tu escopeta y tus imbecilidades de gorrión macho con corbatín grande. Ahora, ya lo sabes. Eres un purasangre criado para correr al galope y con montura.

Resuena en la sala el nombre de Buda, es decir, de tu consorte (¿o eres tú el consorte?). Tú sólo escuchas el proverbio japonés: "no tires el arroz ni pegues a los ancianos". Y ¡ojo!, que Buda tiene pegada madridista y un apetito intolerante.

Tan solo ves la pezuña de un mulo y meditas si el acontecimiento que se aproxima será una pelea electoral constante o si será igual que comerse un entrecot de caimán.

Te sientes como la mujer de Buda, carcomida y con escote en pico, flacucha y devorada. Imploras que alguien saque a la Guardia Civil a la calle y crees escuchar las campanillas que adornan las torres de los templos chinos en los genitales que has perdido y que suben y bajan de latitud.

Pero, en definitiva, escribo esto último y soy feliz porque soy un niño más, porque voy a ser papá con la mujer a la que quiero y porque, aunque España haya tenido bancarrotas cada cincuenta años desde el siglo XVI y Felipe II inventara los bonos impagados, creo que merece la pena vivir esto. Vivir la vida.

A los futuros papás: cuidad de ellas, dadle mimitos, tened paciencia. Y, muy a menudo, bajad a la entrada de la cueva y poned la lengua a bailar. Es una forma muy amorosa de haceros felices y sacar una sonrisa al próximo cocodrilo.

J. DELGADO-CHUMILLA
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