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El viaje antes del viaje

Septiembre desvelaba una tarde con suaves gasas de viento. Las copas de los árboles tiritaban sobre las baldosas grises de la Plaza Mayor. Una voz esquivó la brisa: "Felicidades, Don Antonio, por su nuevo cargo, partirá pronto, supongo". Imagino que fue aquella ciudad y no otra, lo que me hizo reparar en aquel nombre.

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Reflejo del acueducto || © orádea 2011

Todo se paralizó delante de mi. Aquella primera vez que lo vi me dio un vuelco el corazón; esta segunda, rememorando sus versos mecánicamente, miré sus huellas e idealicé como a fuego, que jamás volvería a pisar ahí.

Al cabo, como haciendo poesía, me vi siguiendo sus pasos por los pináculos arrojados en el suelo. Entre la sombra de la catedral veo su figura cómo se diluye, paso a paso, apoyando su cuerpo viejo sobre el bastón en su camino hacia la humilde posada que habitó durante 13 años.

Alzo la vista y me pregunto cuántas veces se habrán mirado las caras las trazas góticas de la catedral y Don Antonio. ¿Quién habrá sentido más admiración? Supongo que el vate. "Soy un hombre extraordinariamente sensible al lugar en que vivo", confesará apenas un año antes de su muerte.

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Catedral || © orádea 2011

Antes de desvanecerse la tarde, las luces efímeras y pretenciosas iluminan el cielo y los muros, los contrafuertes, los arbotantes… la sombras se diluyen pero no queda rastro de él. Aquella fue la última vez que le vi.

¡Cómo pasa el tiempo! 13 años ya que llegué y ahora, como una brisa ligera, parto de nuevo. El otoño me acogió y el otoño me despide. El tiempo se detiene cuando cambias su acostumbrado devenir. Esta habitación sigue igual. Dejo el libro sobre la mesa camilla y el bastón y la bufanda en la silla. Antes de sentarme, como una pulsión inevitable, abro el cuaderno y aunque aún no sé qué voy a escribir apunto mecánicamente "Octubre de 1932" –cómo pasa el tiempo, suspira-. Vuelvo a Madrid. Ya queda poco. Yo aún no lo sé, pero el final está muy cerca.

Observo por última vez la plaza. Los días se agotan también para mí, así que emprendo el camino hacia mi pensión, justo en el lado opuesto de la ciudad. Condicionado ahora, ¿cómo no todo me va a recordar a él, inevitablemente, recorriendo las calles de arriba abajo, paseando, entre la gente cotidiana como a él le gustaba?

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Iglesia de San Martín || © orádea 2011

La calle Isabel la Católica en breves pasos me encauza en la de Juan Bravo. Son calles estrechas y acogedoras. La gente sube y baja recorriendo las tiendas de souvenirs aún por cerrar. Las luces anaranjadas dan un halo misterioso a la ciudad.

Ayer hacía el camino opuesto. La luz va desprendiendo sus sombras y las sombras van jugando con la luz. Me gusta observar las dos. Inevitablemente las necesito. La poesía, también. La luz impregna todo. Las sombras hacen vívido el paisaje.

El sol del medio día parece levantar la iglesia de San Martín y sustentar su galería porticada. Sus columnas y sus capiteles románicos albergan la sombra sabia y profunda de los siglos. Veo un hombre con sombrero de perfil singular y me escondo en la calle de la Puerta de la Luna curioso nombre para capturar luces de mediodía-.

Mi disparo es certero. Me reintegro al denso caudal de gente. Un hombre absorto entorpece a los viandantes y me apropio los versos del poeta. Al fin y al cabo, eso es lo que hacemos de la poesía. Aunque no sea real. Aunque no sea verdad:

Hay un trágico viajero, 
que debe ver cosas raras, 
y habla solo y, cuando mira, 
nos borra con la mirada.

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El acueducto || © orádea 2011

Poco a poco, parece desfigurarse el gentío y guarecerse en las tabernas. Algún estudiante sale de la Casa de los Picos, convertida hoy en escuela, presuroso por llegar donde tenga que llegar. Aunque su fachada tiene motivos defensivos más que estéticos, parece el perfecto acierto para una Escuela Superior de Arte. El último quiebro desvela el estandarte de la ciudad. Enigmático. Esbelto. Grandioso y ancestral. Dos mil años sustentan por igual las piedras y la mirada atónita de todos y cada uno de los viandantes.

Queda una cierta lástima en mí por dejar esta pequeña habitación. El coche me espera. Mi equipaje, siempre escueto, son apenas mis libros y lo que han atesorado mis ojos. Veo por última vez estas calles llenas de cultura. En ella dejo algo de mí, y de ella algo me llevo. Segovia ha sido parte de mi paisaje. ‘Mi corazón, enfrente del paisaje, produce el sentimiento’. Mecánicamente, imploro. Deténgase, por favor, querría despedirme. Por supuesto, Don Antonio. 

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El acueducto || © orádea 2011

A los pies de la obra civil más grande que los romanos construyeron en España, como un telón que deja entrever la ciudad, el acueducto se levanta magnífico. Es como la gente misma, unida, piedra a piedra, sin argamasa, en equilibrio inverosímil y rígido hasta aguantar cientos… miles de años… La misma suerte espero a la República.

Recorro con la mirada –atónita, por supuesto- los arcos, las piedras y los dos mil años de historia. Imagino acertar el punto exacto donde sus ojos se posaron para ahora, en el eco, 70 años después, coincidir con su mirada. Nuevos escaparates renuevan el mismo reflejo una y otra vez.

En un atisbo de euforia y ego, por tratar de dejar en paz mi alma inquieta, como una luz de ánimo que se colara por los ojos del acueducto recuerdo sus palabras y trato de hallarme en ellas. "Amo mucho más –leí una vez- la edad que se avecina y los poetas que han de surgir". Siento calma y, a la vez, vergüenza de mi pensamiento. Ayer, paseando bajo la sombra del acueducto, un hombre con sombrero, bastón y un libro bajo el brazo parecía burlarse de mí.

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El acueducto || © orádea 2011

En el retrovisor veo alejarse Segovia y el telón de piedra que la vela y desvela a la vez. Piedra sobre piedra. Mi mente salta, corre bajo los arcos, cruza la ciudad y en la Plaza Mayor, esquivando las sombras de los pináculos extendidos en el suelo, llego hasta su broncínea figura, lo miro quieto y con los ojos le suplico el libro bajo el brazo.

Tiempo después, nuestros caminos se volvieron a entrelazar muy de soslayo. Ya de vuelta a mi Valencia natal encontré su refugio en Villa Amparo. Él ya había partido. Quedó su verso:

Valencia de finas torres
y suaves noches, Valencia, 
¿estaré contigo,
cuando mirarte no pueda, 
donde crece la arena del campo 
y se aleja la mar de violeta?

Lo imagino llegar aquel noviembre el clima aquí es muy húmedo- con su bufanda coleteando alrededor del cuello, colgado de una pequeña brisa proveniente del mar. Colándose a través de la puerta, por los jardines, entre naranjos, Villa Amparo escuchó la voz de algún vecino que anunciaba la llegada de su nuevo huésped. "Valga Dios, es Antonio Machado".

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Escultura de Antonio Machado en la Plaza Mayor de Segovia || © orádea 2011

Segovia me regaló unos días en septiembre. La magnífica imagen del acueducto, la silueta levantada del Alcázar, la sombra de la catedral a los pies de la plaza... Pero lo que tensa mi alma es el gesto de aquella estatua de bronce que mi mente inventó cuando Don Antonio extendió su mano y me cedió aquel libro. Campos de Castilla, decía.

Postdata: Más fotos de Segovia en esta web.
DAVID CANTILLO
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