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Traicionar al Hijo de Dios

Montilla Digital recupera para su Buzón del Lector una carta abierta que dirigió el pasado año a la redacción del periódico la persona que encarna a Judas Iscariote durante el tradicional acto del Prendimiento que, si el tiempo lo permite, tendrá lugar esta tarde en la Plaza de La Rosa. Si desea participar en esta sección, puede enviar un correo electrónico a montilladigital@gmail.com exponiendo su queja, comentario o sugerencia. Si lo desea, puede acompañarla también de alguna fotografía.

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Qué día ha amanecido hoy en Montilla. El sol brilla como nunca, la vida empieza a surgir y los pájaros, en su vivir, alegran la mañana temprana. La gente de mi pueblo empieza a despertar, poco a poco, después de un día de trabajo.

Hoy es un día especial. Algo ocurre en el ambiente: se respira que es Jueves Santo. La mañana es alterada al son de toques de cornetas y tambores, con lanzas que se cruzan en todas las esquinas de las calles de mi corazón. Son los romanos de mi Hermandad que, con sus capas moradas y sus plumas al viento, van diciendo: dónde está mi Cristo, el amarrado, el que se muestra lleno de ternura hacia Montilla. Pero Roma es implacable, no perdona.

La mañana se va enturbiando, mas el aire del día se va calmando. Las aves del cielo se esconden y el esplendor de este día se esparce como un aliento de temor, de traición, y de prendimiento. Se está cumpliendo la profecía: uno de los míos entregará al Hijo de Dios. ¡Qué día para decirlo, con su esplendor maravilloso! Semana iniciada con tu Entrada Triunfal; cena fraternal llena de amor, esperanza y paz. ¿Cómo se puede cambiar la historia tan de repente?

Yo era el mejor amigo de Jesús. Me contaba su vida, compartíamos las bromas con los compañeros y llorábamos de las injusticias de los que nos oprimían. Pero yo fui el elegido para esta desdicha y maldita traición.

Ya es la hora, la tarde se va oscureciendo, Roma y su chusma lo quieren prender. ¿Quién mejor que yo para traicionarle? Yo fui su amigo, siempre cercano. Malditas sean esas treinta monedas de plata, aquellas que fueron pagadas por los gentiles, los que se consideran, sin serlo, sabedores de todo. Maldita mi suerte y maldita mi vida.

Busco y busco en calles de mi Montilla hasta que lo encuentro. Corriendo velozmente me dispongo a llamar a las tropas romanas, que no dudan en prestar sus servicios. Regocijándose con sus galas, como si fuera el mayor de sus desfiles ante el César en la Roma Imperial, los romanos hacen el mayor de sus esfuerzos. Entran triunfando donde van, y lo consiguen. Al son de sus marchas llenas de gloria van caminando hacia el encuentro con el Mesías.

Indico al máximo responsable de las tropas y lo conduzco hasta el bendito lugar, justo en el centro de la plaza de La Rosa. Con un beso traicionero entrego a mi Maestro, a mi Amigo, y le digo al capitán: "Éste es". ¡Qué treinta monedas más falsas!

Por mis palabras sabréis que soy Judas Iscariote, discípulo del Divino Mesías. En mi traición no encuentro consuelo ninguno. Soy un traidor y me escondo detrás de mi Maestro. Mientras tanto, Roma, con unos toques militares, corre en busca del Nazareno.

Yo soy Judas. Estoy solo. Señor, por venderte, mi vida pende de un hilo de incertidumbre. Malditas esas treinta monedas que los traidores me dieron, sabiendo que eres el Hijo de Dios hecho hombre. Pero yo sigo creyendo en Ti, sabes que después de este acto lleno de confusión veo tu Luz Divina.

Te veo saliendo por las puertas de tu ermita, delante de tu Madre, que está llena de tristeza y dolor. Pero María lo sabía: el anciano Simeón le anunció que siete puñales atravesarían su corazón en la pasión y muerte de su Hijo.

Nuestra Madre sale ante el bullicio concentrado en la plaza de La Rosa, convertida en Foro Romano, donde el Imperio dirige, y la gente enfervorizada es seguidora del momento. ¡Tu Hijo ya está Preso! Pero Tú, Madre mía de la Esperanza, te resignas a los designios divinos.

Sales al encuentro con tu extenso manto, que es verde esperanza. Sales llena de Gracia conociendo la pasión y muerte de tu hijo. Recibes a la humanidad con tus manos abiertas, como si quisieras abrazar a todos los que te vemos, en este trascendental día lleno de penumbras. Yo me tapo mi caricaturesco rostro y, al verte, me llega tu luz Divina, sabiendo que soy uno más del eslabón de la profecía de Dios.

Pero mi misión es traicionar, año tras año, al Hijo de Dios, como siempre ha hecho esta Hermandad y como siempre acontece en Montilla cada Jueves Santo en la plaza de La Rosa. Yo enseñaré a las generaciones venideras que mantengan esta tradición tan montillana de esta Hermandad para que se impliquen en el acto del Prendimiento. Y que no quepa duda que no es todo mundano y teatral, sino que mi representación está llena de respeto y de humanidad hacia Jesucristo.
JUDAS ISCARIOTE
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