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El sapo

Quién le iba a decir a Rosa Díez que tendría que pactar con unos de sus máximos enemigos políticos cuando cogobernó en el País Vasco con el PNV. Por aquellos tiempos, Rosa Díez militaba en el PSOE y Álvarez Cascos era el “dóberman” del PP, que fustigaba a Díez por apoyar a los nacionalistas vascos.

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Por aquel entonces, la hoy portavoz de UPyD no pensaba que los nacionalistas querían romper España. Mientras Díez era la más vasquista de los socialistas vascos, su enemigo, Álvarez Cascos, presumía de modelo de Estado centralista y ejercía labores de poli malo en la oposición del PP a Felipe González.

Ambos fueron un patrimonio electoral de sus respectivos partidos políticos. Uno, por la incansable crítica a la corrupción que asolaba al Gobierno de González; la otra, por su capacidad de negociación con el PNV y por su aceptación entre el electorado socialista. Todo cambió cuando Díez y Cascos decidieron anteponer sus egos y ambiciones personales a la colectividad.

Rosa Díez no toleró la humillación que le supuso sacar poco más de 65 votos en el Congreso socialista en el que salió elegido José Luis Rodríguez Zapatero como secretario general del PSOE. Álvarez Cascos no perdonó a su partido de toda la vida que no le designase candidato a la Presidencia del Gobierno de Asturias.

Aprovechando la coyuntura, como tan bien saben hacer los oportunistas, Rosa Díez colgó sus arengas de autonomista y mujer vasquista para travestirse en nacionalista española, enemiga de los nacionalismos periféricos y adalid de la regeneración democrática de un sistema político en el que lleva transitando (con coche oficial y sueldo público) desde que se constituyeron las primeras diputaciones provinciales democráticas, allá por 1979.

Por su parte, Álvarez Cascos colgó las botas de españolista y enemigo de los nacionalistas para transmutarse en un aguerrido regionalista para salvar a Asturias de la inquina de las sucursales políticas de Madrid.

El uno y la otra fundaron sendos partidos políticos a imagen y semejanza de ellos mismos. La militancia no existe, los militantes son ellos. Y todo el que se atreva a disentir de los planteamientos del líder todopoderoso es apartado por vía de urgencia del camino.

La vida política, que es a veces demasiado cruel (preguntad a los asturianos), quiso que Foro Asturias, la formación ego de Cascos, irrumpiese en el Congreso de los Diputados y su escaño fuese imprescindible para sacar a UPYD del Grupo Mixto, permitiendo así que Rosa Díez pudiera formar grupo parlamentario propio.

Rosa Díez gestó una artimaña, como tan bien saben hacer los equilibristas de la política, que consideró una “chapuza” por hacer un “uso instrumental” del reglamento, cuando quienes pactaron fueron los diputados de BNG, IU, ICV y ERC en 2008.

La maldad del destino posiciona ahora a UPyD como fuerza decisiva para conformar el futuro Gobierno asturiano. La formación de Díez ha preconizado hasta la saciedad que su partido solo apoyaría la lista más votada, siempre y cuando no haya imputados por corrupción.

No obstante, como la lista más votada es la que lideró el socialista Javier Fernández, a Rosa Díez ya no le gusta esa fórmula de apoyar al partido que más votos haya recibido de los ciudadanos. Su ambigüedad amenaza con hacer aguas.

Sabedora que apoyar al partido más votado significaría dar el Gobierno a sus excompañeros del PSOE (a los que odia), juega a decir que no dijo lo que creímos que dijo. Insultando la inteligencia de los ciudadanos, por una parte, y evidenciado su acorralamiento político, por otro.

Si pacta con Álvarez Cascos, para devolver el favor que este le hizo en la Cámara Baja, dejaría de cazar votos en el caladero progresista y su chollo “ni de izquierdas, ni de derechas” quedaría sepultado, como quedan siempre sepultados los deshonestos que dicen lo contrario de lo que hacen.

Si finalmente decide apoyar al PSOE, su electorado de derecha extrema, que le vota por haberse convertido en la bestia negra de los nacionalismos periféricos y en la nueva Isabel la Católica, también la abandonarán por alta traición a España y a la bandera española que tanto manosea y lanza como arma arrojadiza a los que no se fían de ella.

El desenlace a esta novela de terror no tardará mucho en dilucidarse. Una vez rota la trama dramática, a Rosa Díez se le atragantará el sapo de Álvarez Cascos y comenzará a ser vista por el gran público como lo que realmente es: una travesti de la política que ha creado un partido para sí misma, en el que lo de menos son los principios y la coherencia.

Díez sabe que es más rentable ser “ni de izquierdas, ni de derechas” que decente. De ahí que demonice las ideologías, como si estas fueran armas de fuego. Quien no tiene ideología, solo tiene intereses y, además, le molestan los principios ideológicos.

RAÚL SOLÍS
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