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Demagogia

Demagogia y solo demagogia es la línea dialéctica que le queda a la izquierda reaccionaria, representada hoy en día por el PSOE y apoyada desde IU, para hacer frente a su derrota en las urnas y tratar de desactivar las medidas de reforma puestas en marcha por Mariano Rajoy a fin de dar solución a la grave situación en la que los socialistas nos han colocado por su desgobierno de los últimos años.

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Y precisamente eso, demagogia, algo de sana demagogia, es lo que le hace falta aplicar al Partido Popular en aras de contrarrestar el intencionado catastrofismo de la izquierda, a fin de trasladar cierto nivel de tranquilidad a la población con mensajes que incidan en las bondades de las políticas que se están aplicando y los efectos positivos que de ellas van a derivarse en los próximos años.

Leía que la hasta ahora portavoz del PP en el Parlamento de Andalucía y alcaldesa de Fuengirola, Esperanza Oña, criticaba en un blog el silencio que en la campaña de las elecciones andaluzas se había mantenido con respecto a la explicación de la reforma laboral emprendida por el Gobierno, dejando el camino libre para que Griñán y su equipo se despachasen a gusto en las críticas a la misma, causando un efecto posiblemente decisivo en los resultados de las autonómicas, máxime cuando los niveles de empleo en esta comunidad ya son bajos y quienes tienen la suerte de trabajar se vieron condicionados, en gran medida, por la información negativa que el PSOE trasladó con respecto a las garantías de mantener su actual situación laboral.

Escribía yo, allá por el mes de enero, un artículo que titulaba ¡Habla, Mariano, habla!, en el que ya incidía entonces en la necesidad de que ante una medidas que se anunciaban de crisis, el Gobierno, y en este caso su presidente, explicasen con mucha claridad las mismas dado que, además, la campaña del 20-N no fue prolija en ese tipo de información. No se ha querido, hasta ahora, hacer así, cuando se debería haber designado a un portavoz gubernamental dedicado casi exclusivamente a esa tarea, que no es poca.

Si ello no fuese suficiente, parece ser que, desde la trastienda de Génova, Pedro Arriola aconsejaba realizar una campaña plana en Andalucía, convencido de que sociológicamente ello beneficiaría a los populares.

Lo cierto es que nos encontramos en una situación en la que el Gobierno está tomando las decisiones que hubiera tomado un Ejecutivo socialista de haber ganado las pasadas generales, siendo precisamente el PSOE quien está ganando la batalla mediática contra las mismas en base, eso sí, a dosis mayúsculas de demagogia, en momentos de desesperanza en los que muy especialmente la población es sensible a estos artificios.

Porque ya me dirán ustedes el miedo que se ha venido metiendo en el cuerpo de los españoles con los Presupuestos Generales del Estado, incluso afirmándose desde las filas socialistas que no se aprobaban antes de las andaluzas por temor a perderlas y ahora, cuando nos los cuentan -a no ser que contengan elementos ocultos que desconozcamos-, descubrimos que, dentro de los ajustes que había que hacer en ellos, son unos presupuestos sociales, que ya quisiera haber firmado el propio Rubalcaba incluso sin tenerse que apalancar en su no disimulada y malsana demagogia.

Hasta se han permitido venir a Andalucía a criticar la reforma laboral, acusándola de artificio con el que poder destruir puestos de trabajo, cuando la propia Junta o bien ha contratado a dedo, o bien lleva años, soterradamente, adelgazando las plantillas orgánicas en servicios tan esenciales como pueda ser la sanidad.

Sin embargo, no ha aparecido por ninguna parte la demagogia desde las filas populares cuando, me lo decía el otro día un buen amigo, si se está en política es para saber competir con similares armas.

No tiene más éxito políticamente quien es más bueno o más honesto o incluso más sensato y prudente, lo tiene quien es más listo, y de ello están los anales de la democracia y la autocracia llenos. Y la listeza política va muy unida a la oportunidad con la que se utilice la palabra y la demagogia.

Es cierto, no es lo mismo un demagogo honesto que un demagogo corrupto, pero ambos coinciden en una de las cualidades, y son muchas más las posibilidades de vencer electoralmente de aquél que domina el uso de esta que les es común.

¿Qué preferiríamos erradicar la demagogia del actuar político? No le quepa duda a nadie. Pero mientras haya quien con ella nos traslade a la crisis, el paro, la regresión social y la pérdida de libertades -las de formación e información son fundamentales para el ser humano-, habrá que hacer uso de ella para desenmascarar a quienes así actúan. Es el peaje que debemos pagar por nuestra democracia imperfecta.

ENRIQUE BELLIDO
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