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Una nueva enfermedad

El artículo de esta semana se centra en una reflexión “sostenida” sobre una homilía del arzobispo de Granada. Aviso a navegantes… Bajo ningún concepto esto es una soflama anticlerical. No estoy atacando al clero ni a la Iglesia. Supongo que habrá comentarios a un lado y otro. Opinar sin ofender es un arte. ¡Seamos artistas de la palabra!

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Los españoles en general ya tenemos muy feo el panorama. No quiero decir "negro" por si alguien ve en ello tintes de racismo. Paro in crescendo, subidas de distintas calañas en aumento, reducción de sueldos, contratos en precario y a la baja -para quien tiene la suerte de encontrar algo de trabajo- y un lago etcétera que pinta de negros nubarrones el cielo.

Los funcionarios, como es natural, tampoco se escapan de esta Guerra de las Galaxias. Y, por si fuera poco, también les ataca el “imperio”. Según el arzobispo de Granada, “querer ser funcionario es una enfermedad social”. ¡Toma ya! Este señor, por lo que leo, está autorizado a opinar de lo humano y lo divino. Si opina a título personal no debe hacerlo desde el púlpito. Lamento decir que ha lanzado un órdago de María Santísima.

No contento con trasmitir este mensaje en la homilía del domingo 5 de febrero, desde el Arzobispado matizan -y a la par han defendido-, tal y como publicó el diario ABC el pasado día 8, que “solo es un mensaje para quienes quieran cumplirlo y argumentan que solo lo han transmitido para que los jóvenes tengan iniciativa empresarial y no se abonen a la holgazanería o la dejadez”. Y con ello han terminado de enredar la madeja.

El preboste eclesial podía haber dicho que los jóvenes deben tener iniciativa, que hay muchas maneras de ganarse la vida, si es que el capital te deja. Podía haber dicho hasta que el trabajo tonifica el cuerpo y santifica el alma. ¡Viva la tuberculosis! Lamento no poder dejar el tono de ironía en estas líneas.

Procedamos por partes, desmenuzando la cita del periódico:

…solo es un mensaje para quienes quieran cumplirlo”. Deduzco que en el Arzobispado de Granada saben mucho de trabajo y de economía y se permiten dar consejos -siempre estos son gratis- para que los “fieles” puedan tener una perspectiva más amplia. Pero no dejan de decir que los jóvenes pueden optar por la alternativa que más les convenga o a ellos les parezca bien, pues para eso son libres. ¡Faltaría más!

…lo han transmitido para que los jóvenes tengan iniciativa empresarial”. Se supone que una empresa se monta con los ojos cerrados y que florecen acá y acullá como los viejos y solitarios almendros en los bardales o en terrenos inhóspitos de nuestra geografía. ¡Es tan fácil ser empresario que pronto contrataremos a todos los chinos para que trabajen para nosotros!

…y no se abonen a la holgazanería o la dejadez”. Y en esta frase me rulan todos los cojinetes. Ser funcionario implica “abonarse”, como si se perteneciera a un majuelo o a una parcela de tierra que hay que enriquecer con estiércol o con materiales químicos para que pueda rendir frutos o lo que sea.

El problema que quieren evitar desde el Arzobispado es que los muchachos “no se abonen a la holgazanería o a la dejadez”. Como quien no lo quiere, no han dicho nada y lo han dicho todo. Es laudable que se defienda y se instigue a los jóvenes para que sean fabriles y eficaces.

"La holgazanería es la madre de todos los pecados". Supongo que es lo que quieren decir con esa afirmación y hay que evitar que nuestros muchachos pequen. Hay que cuidarlos y preservarlos de la molicie que solo genera malos pensamientos y se pueden condenar aún sin saberlo. Trabajo quiero, que no buenos consejos.

Deduzco de todo lo dicho y agarrándome al titular de ABC: “Querer ser funcionario es una enfermedad social”, que a partir de ahora contamos en el catálogo de enfermedades con una nueva: ser funcionario.

Parece ser que todo dios la ha tomado con los funcionarios. Puedo entender que la gente que está parada mire con envidia y hasta con rabia a los funcionarios por aquello de que tienen “la gran suerte” de tener trabajo. Los pecados capitales dicen que son siete y uno de ellos -y muy importante por lo dañino que es- sigue siendo la envidia.

No puedo entender que un prelado eclesial la tome con los funcionarios y, además, se permita catalogar la actividad funcionarial como enfermedad. ¿Es una enfermedad querer trabajar todos los días y a ser posible en un puesto seguro? "Pues estamos muy enfermos", dirán todos los funcionarios. ¿Policía, guardia civil, profesorado, sanidad pública tienen un serio alifafe?

Claro que muchos puede que arguyan que Su Eminencia ha dicho solo “querer ser” y no ha manifestado rotunda y abiertamente que “son”. En este tipo de declaraciones, qué duda cabe que las palabras tienen mucha importancia. ¡Por favor, no busquemos tres pies al gato, pues que yo sepa tiene cuatro!

A los funcionarios se les ha llamado de todo. Ahora, desde la curia granadina se les tilda indirectamente de “holgazanes” y “dejados”. En esta ocasión, las palabras son dardos envenenados, disparados arteramente desde una tribuna religiosa.

Se supone que desde dicha plataforma se debe predicar el amor, la comprensión, incluso el perdón. Pero ¿qué pecado han cometido los funcionarios? Presentarse a una oposición y ganarla con el sudor de su frente ¡Por favor, seamos serios!

Parece ser que el tema viene de lejos. Tiempo ha, este monseñor hizo una encuesta entre los jóvenes de la que se deducía que: “un porcentaje muy alto, cercano al 80 por ciento de los chicos, buscaba ser funcionario. Eso es una enfermedad social”. Desconozco el elenco de enfermedades sociales y el criterio para entrar en dicha lista.

Argumentó que “se hace necesario un cambio de cultura que tiene que ver con la fe y con cierta capacidad de riesgo”. Y todo eso me parece muy bien. Al fin y a la postre, es lo que le toca decir. Pero de eso a afirmar que querer ser funcionario es una enfermedad social es pasarse cuatro pueblos. No estigmaticemos más al personal, por favor.

Traigo a colación una cita algo amplia que me parece complementaria, con referencia al tema abordado. “Porque ser funcionario es como un estigma que no se borra ni con la excedencia. Es como un pecado original que no ha conocido jamás el bautismo del reconocimiento social. El empleado público ha tenido que soportar siempre la hiriente sospecha de un acceso irregular a su puesto de trabajo, debiendo escuchar eternamente la murmuración despechada de quienes jamás ganarían unas oposiciones”.

Si les apetece lean el artículo completo. Una aclaración más por mi parte: sí que podríamos argumentar que, de momento, gozan de un puesto de trabajo seguro; repito, una vez más.

Otro tema que se debería dirimir, por parte de quien corresponda, es si hay muchos, pocos, bastantes, demasiados funcionarios. De lo que no hay duda es que el acceso a dicha función pública está abierto a opositar en cuanto convoquen plazas. ¡Ánimo y al toro!

PEPE CANTILLO
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