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La doble moral

Los valores del catolicismo han sido los compañeros de viaje preferidos del neoliberalismo occidental. Es precisamente esta correlación estadística entre los postulados católicos y la ideología conservadora la que ha marcado el devenir histórico en la identidad sociológica del Partido Popular.

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Después de dos meses en el sillón de La Moncloa, las líneas invisibles que separan la fe y la razón se han vuelto a cruzar en el lienzo azul de las sotanas y los paradigmas transitorios de la ciencia.

La probable derogación de los mimbres progresistas del aborto y la supresión de la asignatura de Educación para la Ciudadanía por parte de la derecha siembram de semillas los campos discursivos de la ética.

La libertad negativa como impronta de la ideología liberal, o dicho de otro modo, la no intromisión en las habitaciones privadas del ciudadano como garantía de su poder de decisión, activan la contradicción en el discurso azul del aborto.

La inminente prohibición legal de la interrupción libre y voluntaria del embarazo pone los puntos sobre las íes en el error ideológico de la derecha. La doble moral, o sea, la ecuación falaz “praxis igual a teoría” ha sido la deslegitimación civil del discurso clerical.

La clandestinidad de las prácticas abortivas en clínicas privadas de este país, ante la falta diacrónica de un instrumento legal para decidir en libertad, ponen de relieve las distancias del Partido Popular entre su ética civil y su moral.

Es precisamente esta falsedad e infidelidad a los postulados de la fe católica las que invitan a la izquierda a la defensa de la coherencia entre el hecho y el derecho como una responsabilidad más del Estado constitucional.

La supresión de la asignatura de Educación para la Ciudadanía por su supuesto “adoctrinamiento político”, en polémicas palabras de Wert, pone el acento en el “adoctrinamiento negativo” de la nueva materia, bautizada como Educación Cívica y Constitucional.

La eliminación de contenidos referidos a la orientación sexual y a las diferentes realidades de convivencia familiar abren el mensaje latente de la omisión como instrumento pedagógico para inculcar la primacía de valores tradicionales, nublados eso sí, por los avances de la modernidad.

La inminente destrucción de tales contenidos, asociados al discurso de la izquierda, así como los miles de casos de objeciones a la obligatoriedad de la agonizante asignatura, retratan la crisis civil del “valor de la tolerancia” como principio fundamental de la convivencia democrática.

Una vez más, la doble moral que decíamos atrás, o dicho en otros términos, educar a los jóvenes en negativo para vivir en coherencia postiva con realidades sociales distintas a los valores del catolicismo en la España aconfesional, deja abierta la puerta de la vergüenza a los tiempos del ayer.

Las políticas del “plumazo”, es decir, las consecuencias irresponsables de las mayorías absolutas, arrojan acciones legítimas de esta naturaleza. Las construcciones progresistas del zapaterismo están siendo destruidas por el rodillo azul de la derecha.

Es esta falta de respeto con los avances democráticos del pasado la que debe invitar a la crítica a reivindicar un "¡basta ya!" al involucionismo actual. Es una mancha institucional para la crítica jurídica de este país y los derechos fundamentale, que leyes orgánicas aprobadas por mayorías progresistas sean derogadas en un pispás por los “abusos de poder” de los presentes.

El sondeo democrático por medio de estudios demoscópicos debería servir a las élites tóxicas del poder para abrir canales de reflexión en las antesalas de la derogación precipitada. Hoy, la mayoría absoluta de don Mariano legitima el retorno a la restauración de los tiempos bipartidistas que tanto criticó Galdós.

ABEL ROS
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