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El viaje del que todos somos culpables

Hay ciertos lugares donde siempre me detengo. No importa lo cansado que esté. Ni si hace calor o nieva. No importa quién me acompaña. Tampoco el lugar que siembren las manijas del reloj. Algo me atrapa al pasar. Hay ciertos viajes que hago repetidamente una y otra vez. Todos los hacemos constantemente, aunque no lo sepamos. Viajamos al mundo cada día. Viajamos a las palabras, a las caricias, a las lágrimas. Visitamos las mismas risas o hallamos el silencio mismo.

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Serie White Arms || © orádea 2012

A veces viajo sin rumbo ninguno… a menudo. Simplemente arranco el coche y circulo. Nada más. Siempre es el mismo viaje aunque llegue a distintos lugares. Quizá me tropiezo con el atardecer sembrando, con la savia de una granada, con el lomo del mar.

A veces es un sencillo puerto sustentado en el fino cordel del horizonte. A veces hallo la noche sin más. Sin estrellas a las que poder aferrarme u oscuridad contra la que devastarme. A veces encuentro una voz perdida en su propio eco. A veces es mi eco que no encuentra las palabras que lo hicieron...

A veces recorro cientos de kilómetros sin saber realmente dónde voy a llegar. Voy manoseando el tiempo, la tarde, la noche o el amanecer. No me importa nada. Sólo necesito viajar.

© orádea 2012Hay viajes que repetimos cada año: volvemos al verano, viajamos a la primavera. Visitamos de nuevo el invierno. Parece mentira pero pasan los años y no cambia. Con su semblante cotidiano y vestido con sus mismos propios viajes, el invierno es siempre idéntico.

Volvemos a algún aniversario. Viajamos a las tormentas y a las nieves. Y cada año viajan las imágenes a nuestro televisor contándonos lo mismo que el año anterior. Vuelve de nuevo la lotería que agracia a alguien. De nuevo a la felicidad de unos y la indiferencia de otros. Es el mismo viaje una y otra vez.

A veces pienso que nuestras unidades de tiempo son tan pequeñas que siempre repetimos lo mismo. Tan pequeños los segundos y los minutos. Cada día volvemos al trabajo y a la vida que parece que tengamos controlada mientras vemos al mismo mendigo.

© orádea 2012Cada semana el mismo domingo. Cada mes la misma compra. Cada año la misma Navidad. Tan pequeños que cada vida se repite a cada generación. Abuela, madre, hijo... luego padre, abuelo... Viajamos para llegar tan lejos como nos lleve nuestro corcel alrededor del tiovivo.

En una de esas vueltas llega, de nuevo, la misma Navidad a principios de diciembre. La ciudad se viste con las mismas luces. Damos los mismos aguinaldos. Volvemos a la solidaridad. Compramos los mismos regalos para sentirnos bien con las mismas personas: nosotros mismos. Cubrimos los árboles con las mismas guirnaldas reflejadas en los mismos espejos y descubrimos nuestro rostro redondeado en las mismas borlas de cristal.

Pasamos la misma Nochevieja con el mismo empacho. Salimos a la calle y con los mismos pasos volvemos a la misma feria. Los mismos dulces que reparten los mismos Reyes. Como todos los años, la Navidad ha sido un tiempo igual de especial que el anterior, lleno de felicidad, amistad, dádivas, regalos y luces. ¡Como ha de ser!

Hemos comprado la felicidad de nuestros seres queridos porque unos anuncios nos han dicho otra vez –y de nuevo nos lo hemos creído- que nuestro amor se valora según lo que gastamos con nuestros seres allegados. Somos felices esos días porque todo parece maravilloso. Como si estuviéramos dentro de un coche y empieza a nevar. Nos sentimos felices viendo cómo el coche se cubre de copos. Al cabo sucede y hay tanta nieve en los cristales que no vemos qué hay del otro lado.

© orádea 2012Y es que somos felices, y como siempre, hemos visto al llegar a casa a ese hombre cabizbajo que se siente horriblemente dolido en Navidad. De nuevo hemos pensado en su dolor. Y es que hoy toca pensarlo: ¡es Navidad! Volveremos a tener ese pensamiento de ser mejores personas, de hacer un mundo mejor. ¡Mucho mejor!

Como cada año pasa la Navidad y empieza la misma vida otra vez. Vuelve la misma cuesta de enero porque hemos gastado el mismo dinero en diciembre. Vuelve de nuevo la misma rutina que se había quebrado por la misma fiesta que nos sacó de la misma rutina. Así seguimos de nuevo nuestro camino. Aunque estemos preparándonos ya para la Navidad siguiente.

Y es que, para que podamos tener de nuevo, en las fiestas venideras, todos esos buenos pensamientos; para que volvamos a querer cambiar nosotros; para que queramos hacer un mundo mejor, ¡mucho mejor!, ¡es Navidad! Para que volvamos a darnos cuenta de la tristeza que nos rodea. Para que volvamos a pensar en ser más solidarios. Para que volvamos a sentirnos apenados porque otra vez no lo hemos sido tanto…

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Para que el año que viene podamos renovar otra vez nuestras intenciones. Para que tengamos la suerte de poder volver a sentir la pesadumbre al ver al mendigo y al hombre cabizbajos, este año, pletóricos de deseos para que el año que viene, de nuevo, nos sorprenda la bondad, la solidaridad y la esperanza, cuando acabe la Navidad, nos volveremos a olvidar de todo, otra vez.

Postdata: Más fotos de la serie White Arms en esta web. Para obtener más información sobre Andorra, puede acceder aquí.
DAVID CANTILLO
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