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Ética histórica

La Sierra de Guadarrama esconde en el pulmón de sus entrañas el silencio intrahistórico de miles de ciudadanos que lucharon entre iguales por la defensa de sus libertades. En las líneas imborrables de tanto dolor se mezcla el aroma en blanco y negro de cuarenta años de censura y represión de la España del Nodo y la gracia de Dios.

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Bajo 150 metros de cruz yacen ambos ríos desiguales en el mártir igualitario de los mares de Manrique. El discurso póstumo de Franco comparte sus sílabas con el recuerdo de miles de familiares abrazados al amargo dolor de sus seres caídos.

El enterramiento de dos ciclos históricos en un mismo lugar, o dicho en otros términos, la correlación falaz entre causa y efecto en una misma premisa, invita a la crítica intelectual a reflexionar sobre la herida abierta que durante treinta y seis años ha estado carcomiendo la cultura cívica de este país.

La inmortalidad del recuerdo como rasgo distintivo del "animal social", en palabras de Aristóteles, debe separar de la esfera material los símbolos históricos que provocan el rencor en el relevo generacional de sus espectadores. La dimensión de las superestructuras ideológicas del arte no debe entrar en dialéctica con sus connotaciones infraestructurales.

El Valle de los Caídos ilustra la incoherencia marxista entre su representación ideológica y sus cimientos históricos. Las víctimas de una contienda civil, o dicho de otro modo, el efecto nefasto de una guerra entre iguales, duerme eternamente codo con codo con el discurso vivo de miles de nostálgicos que visitan a diario la tumba de su tirano.

La ética histórica debe ser el principal argumento para clamar la retirada a gritos de la causa común que explica la lógica de la dimensión pedagógica de “los caídos”. En defensa de la ética kantiana es irresponsable por parte de la hija del Generalísimo negarse al traslado de los restos de su padre a otro lugar distinto del actual.

La presencia discordante del cadáver con la causa histórica del resto pone en tela de juicio la falta de entendimiento social con nuestro pasado. Las “víctimas de la contienda” sin la mancha fea de Franco debe servir al juicio histórico artístico del momento para otorgarle la coherencia estructural a la comprensión del monumento.

Mientras no hagamos este ejercicio de diligencia política seguiremos entrando sanos al Valle y saliendo heridos emocionalmente de nuestra visita turística por la obra arquitectónica. Las palabras mal sonantes, esputos e insultos de algunos visitantes procedentes del bando republicano y viceversa ponen en tela de debate político la necesidad de conseguir una adecuación conceptual entre el hecho histórico y el mensaje artístico del panteón colectivo.

La reubicación del cadáver enciende la llama sobre la búsqueda acertada de un espacio arquitectónico que lo represente. La legitimación de su mandato por la “gracia de Dios”, o dicho de otro modo, las connotaciones católicas de su mandato, invitan a la Iglesia a realizar un ejercicio de coherencia con su pasado político y ubicar su brazo político cerca de sus postulados divinos.

La ubicación en cualquier cementerio de Madrid recibirá la crítica de laicos republicanos ante la incomprensión de compartir espacio fúnebre con los visitantes nostálgicos del Generalísimo.

El nuevo enterramiento de Franco traerá, sin ninguna duda, algún que otro quebradero de cabeza al señor Rajoy y los suyos, ante la polémica histórica levantada por el Gobierno en funciones de Zapatero. Ya lo dijo Cicerón: "el ser humano es el único mortal que sigue vivo en la mente de los demás". El recuerdo colectivo de los seres queridos y la ética cívica de los pueblos pondrán, como dice el dicho popular, a cada uno en su lugar.
ABEL ROS
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