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Manuel Bellido Mora | A oscuras

Como si fuera una plaga bíblica de proporciones terroríficas, los noticiarios abren sus partes informativos cada día rebosante de calamidades. Pero aunque lo parezca no todo está perdido. En un mundo en el que las oscilaciones de las finanzas se acostumbran a definir el estado de ánimo del personal, son los hechos corrientes los que verdaderamente descubren lo que está pasando. Me explico.


Un amigo me repite cada vez que nos vemos que la crisis es buena. "¡Venga ya!", le respondo. Y sin perder la compostura ni admitir que esté chalado como yo le digo, razona su atrevida e insólita aseveración: “Mira, Manolo, la quiebra financiera nos abre los ojos, no porque nos quite el sueño saber que estamos asediados por la ruina y las deudas galopantes, sino porque ahora lo vemos todo más claro. A la deuda -concluye su explicación- ya le pondremos fecha de pago, si es que para entonces no nos hemos declarado rematadamente insolventes".

"Antes -me dice- todos sabían quién era el patrón, se conocía su dirección, eran públicos sus hábitos e incluso, por más detalles, no era un secreto su parroquia favorita ni los horarios que prefería para ir a misa. Y, de no ser así, se le representaba con un gran puro y levita, pisoteando a los obreros". Vale, todo esto suena a trasnochada simplificación humorística, a anacrónico panfleto proletario. Pero qué duda cabe que, en su superficial apariencia, resiste la verdad.

A medida que la labor sindical se ha burocratizado, hasta el punto de que muchas veces da la sensación que forma parte del mismo sistema que, en teoría, combate, el capital por su parte ha desarrollado unos complejos mecanismos de defensa. Se nota que aprieta, pero lo cierto es que se ignora quién lo hace.

A ver quién es capaz en estos instantes de zozobra de ponerle rostro a los que manejan los hilos de la economía del planeta. En realidad nadie sabe quiénes son y cómo se llaman. Permanecen ahí ocultos, detrás de esa maraña impenetrable de corporaciones empresariales, blindados en el inextricable cogollo de sociedades interpuestas; sobreviven encerrados en los nuevos búnker de la tupida red financiera.

Los gobiernos, lo estamos viendo estos días, son rehenes de estos mandamases invisibles. Los brookers y los altos ejecutivos, en efecto, sólo son sus hombres de paja. Hoy están, mañana desaparecen; se quitan de en medio amortiguando el golpe de su caída con despidos millonarios. Están teledirigidos y es fácil cerrarle la boca con stock options. La suculenta propina de los desalmados. El mundo está teledirigido por prebostes que ignoramos.

Ya nada es igual. La escaleta de los programas de entretenimiento en televisión empiezan a hacerla los grandes anunciantes. Lo de su retirada masiva de La Noria se nos quiere presentar como un acto de honradez para que la basura no nos salga por los ojos.

Pero da la casualidad que otros programas tienen las mismas o superiores cotas de inmundicia, y nadie se molesta ni se escandaliza. No se trata de limpiar el patio. Es una vez más el triunfo de la hipocresía. Es su forma de enseñar los dientes. La manera más descarnada y rotunda de dejar muy claro quién manda.

Con el comportamiento de las compañías eléctricas pasa algo parecido. Lo que hacen ante nuestra total indefensión no es proporcionarnos luz y energía. Nos tienen cogidos por el cable, han conseguido acorralarnos con alambres de cobre. A ellos les trae sin cuidado el paro y las desangradas economías domésticas.

Como se te ocurra retrasarte en el pago de la cuota o devolver alguna factura, estás condenado a quedarte a oscuras. Eso es automático. Te apagan la luz en cuanto saltan los fusibles de tus ahorros. Y si, por desgracia, te ves abocado a esta situación no se te ocurra reclamar, porque sencillamente no tendrás a quiénes hacerlo.

Lo mismo ocurre frente a cualquier incidente y anomalía en el servicio. Más te vale llamar al electricista de turno para subsanar el problema. Pretender otra cosa, intentar que la compañía resuelva la contingencia es una quimera.

Quedan demasiado lejanos los tiempos en que ante los fallos y las interrupciones podías dirigirte personalmente a las oficinas de “Sevillana” para presentar las quejas correspondientes. Es más, dada la confianza existente entre los operarios de la compañía y los clientes, el incidente se reparaba con una simple llamada de teléfono.

En la actualidad nada de eso es posible. Las empresas de energía eléctrica ya no tienen rostro humano. Han delegado sus servicios, su representación a intermediarios que, en la medida de lo posible y siempre dentro de los horarios comerciales, intentarán arreglar los desaguisados. Eso es lo que hay.

Y no vale la pena darle más vuelta. Entre la empresa y el abonado no queda el mínimo rastro de familiaridad. Hay, esa es la triste realidad, una sucursal bancaria o, como mucho, uno de esos impersonales puntos de Atención al Cliente en los que sales con la impresión de que nadie conoce a nadie.

Y más vale que te mantengas al corriente –nunca mejor dicho– porque de lo contrario uno de los dos, o el banco o la tienda, te va a dejar helado, ahora que se acerca el crudo invierno. El de la economía, y también el meteorológico.

La fría actitud de las compañías eléctricas llega al desafío. Y a lo esperpéntico. En numerosos pueblos han cortado el suministro por la acumulación de recibos impagados. El apagón, que es su manera de presionar, ha dejado sin fluido a urbanizaciones enteras y a parques públicos.

En Coín (Málaga) hasta el cementerio se ha quedado sin luz. Pero en un sitio como este con inquilinos acostumbrados desde su defunción a no alzar la voz es donde menos quejas ha habido.

Las corporaciones eléctricas son implacables: o apoquinas o echa mano de las velas. Contrasta esta actitud inflexible con lo que, en otras épocas, han tenido que aguantar los usuarios. Lo digo por experiencia.

En la panadería de mis padres ha habido incontables noches en que toda la faena, con lo duro que esto es, se tenía que hacer a mano por las deficiencias del tendido eléctrico. La instalación fallaba en cuanto caían cuatro gotas o retumbaba una tormenta. Y así infinidad de veces.

Pues bien, nunca hubo ningún tipo de compensaciones por las molestias y las perdidas causadas. Pero claro, las grandes corporaciones energéticas han perdido la memoria. Suprimen el suministro caiga quien caiga.

La cosa es significativamente más grave en muchos tramos de autovía, especialmente en lugares, por su trazado, de concentración de accidentes. Agobiados por las cargas, algunos ayuntamientos por cuyo término municipal discurren estas carreteras han optado por exonerarse de la obligación de costear como hasta ahora este servicio. Y como el altruismo no es pauta de actuación que se lleve en estos aciagos días, la autopista definitivamente está muy negra.

La medida supone un serio contratiempo para la seguridad vial de estas conflictivas y transitadas zonas. Las asociaciones de conductores han denunciado el atropello. Sin la adecuada iluminación aumenta el riesgo de accidentes. Pero la empresa eléctrica no entiende de barcos. Ni de coches.

MANUEL BELLIDO MORA
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