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Canción con todos

De un día a otro somos capaces de destronar a nuestros ídolos. Los futbolistas, que tan dados son al envanecimiento, son sin embargo muy conscientes de la condición efímera de su gloria. Pasan de héroes a villanos en unas horas. Saben que su reinado persiste mientras se conserva intacta su capacidad para perforar la puerta contraria. Es el cruel peaje del gol. Valen lo que valen sus últimos aciertos. Y se desmoronan en cuanto encadenan unos cuántos partidos aciagos. Le está ocurriendo a Fernando Torres que, enemistado con las cualidades que lo convirtieron en figura, ahora se está viendo desplazado de las preferencias de los aficionados al balompié.

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Pero tampoco es cosa de entintar con tonos de tragedia estas ligeras consideraciones sobre el ocaso de las estrellas del fútbol. Es posible que el declive en el rendimiento deportivo pueda abrir heridas irreparables en su débil equilibrio mental. Y no pocos, reos de su fragilidad en este aspecto, viven el trance de su decadencia como un drama personal y familiar.

Es curioso. Tienen una billetera exultante, musculatura certificada por los mejores gimnasios, un opulento aspecto físico incluso cuando se aproximan los inevitables pasos de su retiro, pero la flor de su ánimo es tan quebradiza como la amapola. Bella y ensimismada en su transitoria belleza, pero sometida a la brevedad de su esplendor.

La mayoría de ellos saben que están condenados al olvido. Pero mientras esa estación llega o no, son los protagonistas indiscutibles de los noticiarios. Nadie se extraña de que los medios (mucho más, por supuesto, los especializados en información deportiva) le dediquen, cuando no páginas enteras, amplios espacios.

No importa que se encuentren acosados por las lesiones o devorados por la mala forma; cada día se dormirán con la seguridad de que su fotografía saldrá en la prensa a la mañana siguiente. Seguro. Hasta que un día eso deja de ocurrir. Pero para ese triste sino aún falta mucho tiempo, aunque se admita que la vida del jugador de elite es corta.

Estamos acostumbrados a meter los futbolistas en casa a todas horas. En la radio, en la tele, en el papel impreso de los periódicos... Igual sucede con quienes nos gobiernan. También ellos acaparan una buena porción de la actualidad.

Aparecen con o sin motivo, pero forman parte del cotidiano menú informativo. Tanto es así que a veces no hay manera de quitártelos de encima. Y, en buena medida, es lógico que así sea, ya que son los depositarios de la voluntad popular. Están mandatados para administrar ayuntamientos, diputaciones y comunidades, y los ciudadanos tienen la obligación y el derecho de conocer cada uno de sus movimientos en la cosa pública, pero aún no han aprendido a contener su irrefrenable impulso de convocar ruedas de prensa cada dos minutos. Sin un micrófono cerca no son nadie.

Esa es la sensación que hay. Asistimos con naturalidad y comprensión a la sobresaturación de deportistas, a la reiterada comparecencia de alcaldes y jueces, pero nuestra percepción cambia por completo en el momento que otra persona (pongamos por caso un artista, un cantante), osa arrebatarle a éstos un cacho de la atención informativa. Si lo hace, como a veces puede suceder, este hecho que se vería normal en cualquier otro sitio, aquí resulta atrevido y ronda el empacho.

Lo digo por lo siguiente. Por una serie de casualidades, sin duda muchas de ellas achacables a su característico entusiasmo para poner en marcha nuevos proyectos, Javier Ojeda es un nombre habitual en los papeles desde hace meses. Bueno, pues ha faltado tiempo para que un compañero de profesión me hiciese este comentario: “joder, el Ojeda se está pasando, empieza a ser un pesado con tanto acto, se va a quemar”.

O sea, un reproche por acudir siempre que puede -y casi siempre puede- a las citas en las que se reclama su participación. Una bofetada por estar dispuesto, por no rehuir ningún compromiso. A él se le censura, lo que jamás se le negaría al peor de los futbolistas. Esa es la puñetera paradoja.

Entre que no para de recibir reconocimientos (Abanderado y Pregonero de la Feria de Málaga, Medalla de Plata de la Junta de Andalucía…) y que se ha convertido en un incansable agitador cultural, lo cierto es que suena a diario. Además, el vocalista de Danza Invisible se implica a fondo en toda clase de causas, independientemente de que éstas sean sociales, solidarias o filantrópicas.

Tiene claro que no va a vivir de las glorias pretéritas, ni que su familia se va a sostener con las rentas. Pero no es únicamente el factor económico, tan apremiante y protagónico en estos días de crisis que corren, el que lo impulsa para no quedarse parado. Es que no sabe estarse quieto. Le bullen mil ideas en la cabeza. Algunas, propias de esos quiméricos soñadores que son los que cambian el mundo, ya las ha convertido en realidad.

Ha escrito un libro (que, por cierto, se gestó en las Bodegas Cabriñana de la Sierra de Montilla) sobre la historia de la música pop en Málaga, rescatando a conjuntos y artistas que estaban prácticamente olvidados.

La contrastada calidad de la obra, el rigor con que está abordada, y la agilidad y riqueza expresiva de su trabajado texto, la han convertido de inmediato en una obra de referencia y consulta obligada para los interesados en los movimientos juveniles en la Costa del Sol.

Deslumbrado por su contenido, el periodista de La Opinión de Málaga, y también músico, Jesús Zotano se apresuró a calificarla como la “auténtica Biblia de la música malagueña”.

Pero su esforzada tarea para poner en su lugar el legado del pop y rock de su tierra no acabó ahí. Poco después se sacó de la manga, de su infatigable sesera, un gran homenaje a Los Iberos, uno de los más punteros conjuntos de los años sesenta en España.

Un tributo, llamado Hijos de Torremolinos que acaba de celebrarse con gran éxito en el Teatro Cervantes de la capital malagueña, en el que se han conciliado artistas de diversas generaciones ante un público asombrado y feliz por la calidad del espectáculo.

A la vez sigue embarcado con Danza Invisible, la banda que le ha dado fama, tocando donde se puede, pese a la caída del mercado de conciertos. Ingenio y talento no le faltan para hacer frente a la desazón.

Conociéndolo como lo conozco, no creo que nunca sucumba en ella. Si quieren saber por qué, busquen dentro de Reversos, su colección de canciones más personal. Y si no tienen tiempo de hacerlo (no saben lo que se pierden), acudan a verlo el domingo al mediodía al Teatro Canovas de Málaga. Afronta un nuevo reto: un concierto acústico para la familia dentro del ciclo Kids Rock. El rock para los niños. Hacen falta más Javier Ojeda, y que, por supuesto, salga todos los días en la prensa. Será buena señal.
MANUEL BELLIDO MORA
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