La derrota electoral no es lo peor que le puede pasar al PSOE en noviembre. Lo peor que le puede suceder, y hay cada vez más atisbos preocupantes de ello, es perder esenciales señas de identidad que han sido sus claves para hegemonizar la izquierda española y haber conseguido gobernar el país durante más de 20 años.
Esas señas son ser un partido socialdemócrata de corte moderado, más allá de excesos verbales, y ser un partido que, de alguna manera, contribuía a vertebrar España desde la izquierda.
Pues bien, la terrible herencia zapateril está llevando a que el PSOE caiga en posiciones disparatadas y, en algunos casos, delirantes y antisistémicas. Los arrimones al 15-M pueden provocar deslizamientos peligrosos y que los separen crecientemente de lo que es su propio electorado, que no es ni radical ni tan escorado a posiciones extremas.
Por el otro lado la deriva nacionalista se ha incrementado de manera irresponsable, alentada por el propio líder y presidente que, con el famoso Estatut, su nación discutida y discutible, y con los pactos con separatistas de ERC y BNG, se ha ido metiendo en una cada vez más profunda sima.
Perdieron en Galicia y Cataluña el poder y sufrieron un durísimo varapalo. Y sin escarmentar, ahí siguen como han demostrado Carme Chacón y Rubalcaba cuando instan a no obedecer los mandamientos judiciales en defensa de la lengua común de todos los españoles.
Increíble pero evidente. El PSOE se enfrenta pues a un peligro mucho mayor que a perder una considerable cantidad de escaños. Eso tiene remedio. Pero la pérdida de su imagen y su prestigio ya seriamente dañados es de mucha más difícil reparación.
Suerte que cuentan con una ventaja. Por fortuna para ellos, no existe en el espectro de la izquierda un partido "sustitutorio" al que pudieran acabar por ir sus electores. Lo que le sucedió a UCD, que tuvo en Alianza Popular su Némesis, es difícil que le suceda al PSOE con IU o con UPyD o con los ecologistas.
Le pueden rascar algunos votos y asientos pero no parece que vaya a haber un corrimiento telúrico hacia ellos. Y eso, por ahora, les vale. Pero puede no valerles mañana.
Esas señas son ser un partido socialdemócrata de corte moderado, más allá de excesos verbales, y ser un partido que, de alguna manera, contribuía a vertebrar España desde la izquierda.
Pues bien, la terrible herencia zapateril está llevando a que el PSOE caiga en posiciones disparatadas y, en algunos casos, delirantes y antisistémicas. Los arrimones al 15-M pueden provocar deslizamientos peligrosos y que los separen crecientemente de lo que es su propio electorado, que no es ni radical ni tan escorado a posiciones extremas.
Por el otro lado la deriva nacionalista se ha incrementado de manera irresponsable, alentada por el propio líder y presidente que, con el famoso Estatut, su nación discutida y discutible, y con los pactos con separatistas de ERC y BNG, se ha ido metiendo en una cada vez más profunda sima.
Perdieron en Galicia y Cataluña el poder y sufrieron un durísimo varapalo. Y sin escarmentar, ahí siguen como han demostrado Carme Chacón y Rubalcaba cuando instan a no obedecer los mandamientos judiciales en defensa de la lengua común de todos los españoles.
Increíble pero evidente. El PSOE se enfrenta pues a un peligro mucho mayor que a perder una considerable cantidad de escaños. Eso tiene remedio. Pero la pérdida de su imagen y su prestigio ya seriamente dañados es de mucha más difícil reparación.
Suerte que cuentan con una ventaja. Por fortuna para ellos, no existe en el espectro de la izquierda un partido "sustitutorio" al que pudieran acabar por ir sus electores. Lo que le sucedió a UCD, que tuvo en Alianza Popular su Némesis, es difícil que le suceda al PSOE con IU o con UPyD o con los ecologistas.
Le pueden rascar algunos votos y asientos pero no parece que vaya a haber un corrimiento telúrico hacia ellos. Y eso, por ahora, les vale. Pero puede no valerles mañana.
ANTONIO PÉREZ HENARES