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Confesión

Por lo que oigo son estos tiempos propicios para la confesión. En el Retiro madrileño han puesto 200 confesionarios para los jóvenes cristianos. Pero aunque yo por allí no tengo intención de ir, que estoy muy a gustito en la cabaña del monte, puestos a confesarse habrá que decir de entrada que uno tira a agnóstico, aunque sin demasiado entusiasmo.

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La cosa anticlerical -producto tal vez de la educación jesuítica en niñez y pubertad, que luego en la madurez agradecí en lo que valía- se me pasó ya hace tiempo y, superados los hervores en tal dirección, empecé a mirar las religiones con un punto de comprensión antropológica, aunque el cabreo de haber sido históricamente motivo de matanza e imposición no acabo de perdonarlo del todo y más cuando miro a Jerusalén, la Ciudad Santa para las tres religiones monoteístas y donde más sangre han vertido los teócratas en nombre de sus dioses. Los aztecas y algunos otros por ahí tampoco es que se quedaran mancos.

Pero imposiciones teocráticas aparte, que es lo que más me aleja y repugna del Islam -ahora el más empeñado en el asunto-, he ido suavizando iras y apreciando matices. Amén de que cosas como la Navidad, lo de nuestras vírgenes, las ermitas románicas o las catedrales góticas me resultan emocional y espiritualmente muy queridas y cercanas.

O sea, que lo de perseguir curas o enfadarme con los santos no lo práctico ya ni metafóricamente hablando. Es más, cosas que he visto por esos mundos dejados de muchas manos y amparados por algunas religiosas me han hecho sentir un enorme respeto y admiración. Otras, por el contrario, de jerarquías e integrismos me han seguido tirando para atrás.

Pero vamos, lo dicho. Agnóstico no practicante. Para las preguntas eternas que hicieron al primate hombre, la conciencia de su propia vida y de su inevitable muerte, no tengo respuesta, ni para el universo ni lo absoluto, ni lo ilimitado. Pero Dios no es tampoco mi respuesta. Para otro muchos, sí. Y ahora viene su Papa a Madrid, a una especie de asamblea mundial de jóvenes.

Y claro, a mí me parece muy bien. Que lo disfruten. Me pilla un poco lejos la cuestión. Y interesarme me interesa más bien poco lo que diga sobre sus cosas estrictamente religiosas. Algo más, porque su influencia es desde luego muy grande, sobre la sociedad en general y eso sí puede tener importancia.

No me gustó nada, por ejemplo, aquel pronunciamiento contra el condón en los tiempos del sida. Pero en lo que atañe a sus cosas teológicas no tengo nada que decir: yo no soy de su club. No me atañe.

Por eso me deja perplejo la excitación con que parte de la progresía española afronta esta visita. Están más “calientes” que la propia clientela papal. Les “pone” muchísimo, debaten con frenesí, se corroen, la hacen objeto de su obsesión es sus teles y programas de cabecera y hasta le montan manifestaciones en contra.

¡Ah! Y mienten una barbaridad. Se les nota y lo sé. Dicen que es por la pela y por el dispendio y que son “laicos” y tal y tal. Pero no. Se les cala sin casi necesidad de mirar por muchas correctas declaraciones que hagan de políticamente correctos que son.

Exudan irritación y destilan un cabreo monumental y, por mucho que lo disimulen, se les ve el plumero. Y si pudieran echar mano a la lata, se irían contra el cirio. Pero no acabo de entenderlo muy bien y no me pudo poner en esa piel. Ya puestos a confesar, también confesaré que tampoco soy gay. Ni siquiera homosexual, que es una escaleta un poco inferior según tengo entendido. Y tampoco he ido a las manifestaciones del Orgullo, pero no ir no significa que no dejen de parecerme divertidas y coloridas y que, ruidos y quejas vecinales aparte, casi forman ya parte del acervo cultural madrileño. Pero ir, pues no voy.

No soy gay, ya lo he dicho y añado a ello, encima, mil múltiples vicios y delitos: bebo, fumo, cazo, me gustan los toros y de joven corría encierros, por ver luego de perseguir mozas, cosa que se sigue haciendo o no pero se aprende a no alardear. Más no confesaré, porque ya me han advertido, con la especie “cura-progre" -que comparte taxón biológico con el de alzacuellos- sobre mis lecturas, compañías y algunas otras andanzas, que son cada vez menos recomendables y no es cuestión de darles todas las pistas.

De las manifestaciones también me he ido quitando. Las últimas, que recuerde, fueron contra la Guerra de Irak, una de cazadores -en la que hablé y todo- y contra algunas atrocidades terroristas, de etarras o islamistas, que igual me da. Pero como que ya no les tengo apenas afición. Casi ninguna, vamos.

O sea, que por no ir no he ido y he procurado hasta quitarme de enmedio, fueran contra el aborto o por el Orgullo Gay; a favor de la Huelga General o en contra de la Guerra en Libia (¡ah! que contra esa no ha habido) o para que me dejaran poner una tienda de campaña en la Puerta del Sol.

No iré, claro, a esta papal de Madrid. Pero lo que desde luego jamás se me pasaría ni por lo más remoto sería apoyar o acudir a una manifestación en contra, a esa pantomima de viacrucis, que no es otra cosa que un insulto a unas creencias (¿por qué no se les ocurre de paso montar unos gags sobre Mahoma?) o a esa presunta marcha laica.

Se pongan como se pongan de estupendos y de progres, lo que babean es intolerancia y falta de respeto a los demás. Pero, claro, ahora que caigo es que ellos son ahora la verdad absoluta, la palabra revelada. ¡Qué cosas! ¿No era eso mismo el Papa? ¿A ver si esto, al final, va a ser un pique entre “iglesias”, la del Papa y la Atea?
ANTONIO PÉREZ HENARES
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