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Con palos o con cirios

Reconozco que la frase no es mía, sino de un tertuliano televisivo llamado Carlos Esteban. Pero es tan cierta y veraz que no me resisto a usarla como título de este artículo que me sirve para retornar a este espacio tras unas –quizá demasiado- largas vacaciones. El caso es que, en este angustioso y deprimente país llamado España, prácticamente todos vamos así, o con palos o con cirios, detrás de un cura o una imagen religiosa. No es objeto de mi opinión de hoy criticar ni alabar la visita de Benedicto XVI a nuestro país con ocasión de la celebración de las Jornadas Mundiales de la Juventud.

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Razones –y datos- hay de sobra para pensar que es una visita beneficiosa para creyentes, comerciantes y ciudadanos, y tanto así espiritualmente como económicamente, por más que ciertos sectores disconformes hayan elevado sus gritos al cielo de los laicos. Laicos españoles que más bien son anti-clericales y muy especialmente anti-católicos, pero eso es harina de otro costal, ya digo, y cada cual que piense lo que le venga en gana.

A lo que voy es que –a pesar de que a menudo encuentro razones para no creer en él- el mito de las dos Españas se hace más vivo y real cada día que pasa. En suelo patrio, todos somos del Madrid o del Barça –o del Sevilla o del Betis-; de Bisbal o Chenoa; de la Esteban o de Jesulín; del PSOE o del PP.

Lo cual no es ni negativo ni antinatural: cada cual tiene unas preferencias, normalmente aceptables en mayor o menor grado. Lo malo es cuando se hace realidad la máxima sartriana: el infierno son siempre los otros, llevándose al extremo de generar el odio al contrario.

En el caso de católicos –o cristianos en general- y laicistas, la saña es especialmente sangrienta. He leído estos días auténticas barbaridades de un lado y otro, pero es justo reconocer que más desde el lado contrario a la religión católica.

Burradas tales como llamar "asesinos", "fascistas" y "violadores" a todos los estamentos del catolicismo. Idioteces como decir que el dinero de la visita del Papa se destinara a Somalia –como si no estuviera demostrado por activa y por pasiva que enviar dinero a países pobres en guerra o sometidos a crueles dictaduras sólo sirve para incrementar el dolor de los pueblos y el patrimonio de sus gobernantes-.

Soy católico, más por creencia y convicciones interiores que por cumplimiento de obligaciones que, al fin y al cabo, son requisitos formales. Nunca he asesinado a nadie, ni he violado a nadie, ni he robado a nadie. Tengo buenos amigos que son religiosos. Y admiro la capacidad que tienen de hacer el bien.

Por supuesto que no negaré jamás que la Iglesia Católica –como la Protestante, la Anglicana o la Ortodoxa- no son más que instituciones humanas y han caído –y caen- en las mayores atrocidades que pueda cometer cualquier ser humano. Pero eso es una cosa y otra cosa es leer a un individuo que no le cabe en la cabeza que personas con dos dedos de frente crean en patrañas. Aun así, le compadezco por su ignorancia y por su pobreza de espíritu –claro, si no cree en él, ¿cómo lo va a enriquecer?-.

España ha sido tradicionalmente un país católico –de ahí los de los cirios-. Pero la reacción de los laicistas –otra vez, mejor dicho "anti-católicos"- es probablemente la más cruenta del mundo. Un síntoma más de que en este país en el que se mezclan canallas, beatos, corruptos, sinvergüenzas e ignorantes, la objetividad y la ecuanimidad son virtudes imposibles. Que Dios nos ayude.
MARIO J. HURTADO
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