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Avergonzado

Me siento avergonzado. Como agnóstico y como laico. Como alguien que ha creído siempre en la libertad y en la tolerancia. Como demócrata; como ciudadano y hasta como español. No sé cuál era la pretensión de los convocantes de la manifestación. Pero sí sé en lo que ha concluido: en una muestra de fanatismo antirreligioso, de intolerancia, de insultos y de violencia contra quienes simplemente tienen unas creencias y las hacen públicas.

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FOTO: JUAN MEDINA (REUTERS)

Pretender, como se está haciendo, que esa minoría agresiva, desaforada, violenta e intimidante -una minoría que lo es abrumadoramente también en la sociedad española y en la ciudad de Madrid- imponga su desafuero en las calles y plazas y que, además, se jalee como la quintaesencia de lo progresista, me avergüenza en lo personal, en lo ideológico y en lo meramente humano.

Un grupo de jóvenes peregrinos, algunas familias con jóvenes y niños amedrentados, insultados y golpeados no es otra cosa que lo que parece. No es más que lo que en verdad ven nuestros ojos: no es más que un comportamiento fanático, intolerante y repulsivo.

No tengo nada que ver ni con el Papa ni con sus fieles. Pero desde luego menos tengo que ver con esos que, amparados en la inanidad de un Gobierno, en la complacencia de un Ministerio que parece haber cesado absolutamente de sus responsablidades, imponen ya no la Ley de la Jungla sino la vulneración de todas, pues ellos son intocables y pueden atropellar a todos los que quieran. Y los demás han de respetar no solo las leyes de todos, sino plegarse a sus imposiciones.

Que 300 energúmenos logren que por Sol no puedan transitar las gentes que han venido con motivo de la visita del Papa a nuestro país es para que a Camacho y a su jefe Rubalcaba se les caiga la cara de vergüenza, como a tantos ciudadanos se nos está cayendo. Es para que se la partamos la ciudadanía como debemos: a votos.

Desde luego que el grito de "¡No me representan!" lo hago mío. Esas cuadrillas de energúmenos, esos presuntos laicos indignados sí que no me representan. Ni representarán a nadie y, cada vez, a menos. Si alguna simpatía despertaron entonces, hoy se ha transformado en repulsión y rechazo.

La ciudadania está muy harta. De ellos y de los medios que los jalean y pretenden convertir en no sé qué vanguardia revolucionaria del mundo. Porque lo del diario Público es tal monumento a la mentira y una tergiversación tan absoluta de la realidad que resulta tan risible como grotesco.

La ciudadanía también está harta del Gobierno y del PSOE, que se entrega en arrumacos y achuchones. No les arriendo ganancia alguna en ello. Ni a los unos, que se condenan a franjas marginales, ni a los otros, que pueden acabar en el fondo de la tumba política en la que están metidos, abandonados por el común de las gentes de la izquierda que, para nada, comparte tales insensateces ni actitudes.

Y aún menos cuando la que está cayendo arrecia y la ruina, aumenta. Aún menos cuando nuestra imagen de país, como destino antes amable, está siendo tan gratuitamente golpeado por un puñado de personas que cada día se siente más impune, más intocable y más dispuesto a arrasar con todo aquello que le venga en gana.

Es la postrer herencia de este desastroso gobierno: la de ni siquiera saber mantener la convivencia basada en el respeto a las leyes, a las libertades de todos en la calles. Hasta en eso ha fracasado de la peor manera y ha magnificado el problema.
ANTONIO PÉREZ HENARES
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