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Una triste realidad

Con manifiesta repugnancia leo en El País del pasado 1 de junio el siguiente titular: “Todas contra la pared. Os vamos a hacer la prueba de virginidad”. Y sigue la información: “Os vamos a hacer la prueba. En esta mano tengo un palo y en esta una pluma; por las buenas o por las malas os vais a hacer la prueba”. En dicho artículo, un alto cargo militar egipcio argumentaba que se habían practicado pruebas de virginidad a mujeres detenidas en marzo por su participación en las manifestaciones-acampadas de la plaza Tahrir. Dicho militar reconoce que se examinó a las manifestantes para saber si habían tenido relaciones sexuales.

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Repaso más prensa escrita y en ABC, me encuentro con un titular similar el pasado 31 de mayo: “Un general asegura que el Ejército egipcio practicó «pruebas de virginidad» forzosas a mujeres manifestantes”. Algunas detenidas han asegurado que fueron objeto de estas pruebas, y que recibieron golpes, descargas eléctricas, además de ser desnudadas para los registros mientras eran fotografiadas por los soldados.

De sus declaraciones se desprende que los controles de virginidad se hicieron para que las mujeres no pudieran decir después que habían sido violadas por las autoridades egipcias: “No queríamos que dijeran que habían sido asaltadas sexualmente o violadas, queríamos demostrar que no eran vírgenes desde el principio”. Este “valiente anónimo” general ha justificado dichas acciones argumentando que “las chicas habían acampado en tiendas de campaña con otros manifestantes en la plaza Tahrir”.

Una vez más se confunden lamentablemente los términos. ¿Qué importancia tenía para el movimiento de plaza Tahrir la virginidad o no virginidad de las manifestantes? ¿Era tan trascendental, para la dignidad moral e incluso penal (¿!?) del ejército la realización de esta confirmación-prueba? ¿Pretendían realmente cubrirse las espaldas ante posibles acusaciones populares? ¿Era la suya una actitud machista y de posesión sobre la mujer como reflejo de toda una sociedad, en este caso la egipcia?

¿Imperio de unas costumbres arcaicas que no tienen en cuenta los derechos de las personas y menos si son mujeres? ¿Mediatización de la vida publica desde los presupuestos del poder y la religión, en este caso islámica? La verdad es que podríamos hacer muchas más preguntas sobre este lamentable asunto. Ya se contentaría este columnista con que fuéramos capaces de reflexionar un poco sobre la gravedad de noticias como ésta.

En la prensa de esta semana, tanto en El Mundo como en El País, ha aparecido la siguiente noticia: “Árabe, lesbiana y siria, entre rejas”. Da información de una chica, Amina, que en su blog abiertamente se declara lesbiana y activista política. Es ésta una estampa precisa, la de Amina, de por sí ya impresionante, que no cuadra con el terrorífico sistema político de su país y a la que se le añade un cuarto elemento: Amina es declarada defensora de los Derechos Humanos. Por supuesto, Amina ha sido detenida -"raptada" cuadraría mejor- a plena luz del día en las calles de Damasco, por uno de los tantos grupos policiales existentes.

En el caso egipcio, Amnistía Internacional, a finales de marzo, alertaba de lo ocurrido a las chicas, hecho este que fue negado en un principio por los militares y posteriormente un oficial de alto rango, desde el anonimato, revelaba la veracidad de la acusación.

Y aún habrá que determinar qué es lo que está pasando en Libia, donde ya en marzo pasado, una mujer, Eman al Obeidi, denunció ante la prensa internacional que había sido torturada y violada por soldados. Por otro lado, El País anuncia que: “La Corte Penal Internacional investiga si Gadafi ordenó al ejército violar a cientos de mujeres”. Hasta es posible que alguien diga que eso son “daños colaterales”.

Recordemos que los Derechos Humanos son unos mínimos irrenunciables, independientemente de que se respeten o no. Son también la guía sobre la que se construyen otros valores respecto a los cuales la Humanidad (o al menos gran parte de ella, que está en condiciones de hacerlo) ha creado un consenso expreso.

Junto con la denuncia de Amnistía aparece una breve información en Facebook, por parte de uno de los activistas egipcios: “Las mujeres que estuvieron en la primera línea de Tahrir, siempre han jugado un rol y se merecen recuperar su dignidad”. Supongo que tampoco podía decir mucho más.

Paralelamente quisiera traer a colación la denuncia que la Comisión de Feminismo de acampados en Sol, hizo días pasados. Sólo reseño de dicho manifiesto un párrafo literal por no extenderme mucho más. Las conclusiones a esta información las dejo a la curiosidad, sagacidad y capacidad intelectual de los lectores.

Hemos recibido noticias y hemos comprobado en nuestra piel que están existiendo agresiones sexuales, sexistas y homófobas. Entendemos por agresión: intimidaciones sexuales, tocamientos, miradas, gestos, desautorización y abusos de poder, insultos y agresiones físicas, contactos sexuales -y no sexuales- no consentidos, actitudes paternalistas. Estas agresiones no se están visibilizando, ni hay conciencia común de que solucionarlas (reparar las ocurridas e impedir que ocurran otras) es responsabilidad de todas y todos y una tarea política fundamental”.

Todos estos acontecimientos, separados en el tiempo y en el espacio, son lamentables. ¿Estamos ante las cloacas de un mundo inmundo por donde corre la peor cochambre humana? ¿Cuándo se calienta la entrepierna se inhibe la facultad de pensar? Quiero pensar que aún no se ha perdido la capacidad de ilusionar e ilusionarse; quiero creer que la utopía aún es posible en este maltratado mundo.

Cierro las líneas de esta columna con unas frases de un artículo de El País, en relación a los movimientos de masas ocurridos en lo que va de año en los países Árabes y en España: “La motivación de los jóvenes árabes es política; la de los españoles es moral… Los jóvenes egipcios quieren afiliarse a los partidos y votar a sus candidatos; los españoles quieren repudiar a los partidos y votar nulo, o no votar siquiera”.
PEPE CANTILLO
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