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De El Parador y otros incumplimientos

Si se hiciera un estudio profundo y minucioso sobre el grado de implicación real de la ciudadanía en la vida democrática, nos llevaríamos más de una sorpresa, y algún que otro chasco. Los índices de abstención en las votaciones constituyen un primer aviso: la gente tiende a desentenderse y muestra con su ausencia un claro desapego a la cosa pública.

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En los recientes comicios, la participación en Málaga capital, por poner un ejemplo llamativo, no ha pasado del 55 por ciento. Es decir, casi la mitad del censo con derecho a decidir a sus representantes ha preferido tomarse el día libre.

Su abstención, que no es sino un desprecio de la soberanía popular, no parece una crítica, ni un reflejo de su descontento social, sino una señal –amplísima– de consentimiento con la fuerza que está en el poder. Y este comentario no tiene intencionalidad ideológica de ninguna clase, igual ocurre en otros ayuntamientos con gobiernos de otro signo diferente.

Siento decirlo, pero los que llevados por su fe en el sistema, sí decidieron participar en el juego democrático no mejoran el panorama. Es verdad que, aunque por poca diferencia, sigue siendo mayoría, pero su compromiso se limita a la elección de la papeleta con la candidatura, y poco más. De ahí no pasa. Y como elector no entra en más detalles.

El contenido de fondo le produce la misma sensación que la letra pequeña de los contratos bancarios o de las compañías de seguros. Casi nadie se esfuerza por conocer al detalle lo que dice, lo que se desprende de esos postulados. Van a votar, pero no le pidas que, además, lea y comprenda los pormenores del programa del partido de sus preferencias. Eso le supone demasiadas molestias.

Por ello mismo resulta esperanzador el fenómeno social del 15-M, secundado –no lo olvidemos- de una forma espontánea por miles de personas, en su gran mayoría personal menor de 20 años.

Se les puede reprochar falta de estructura, exceso de idealismo (¿es esto un problema, acaso?) y una cierta dispersión. Pero lo cierto es que con su sentada, aparentemente estática, han conseguido que algo se mueva.

Los asistentes a estas concentraciones han debatido sus propuestas, y algunas de ellas, avaladas por las firmas correspondientes, ya están en el Parlamento andaluz. Es un primer paso. Un cuaderno de intenciones. Su programa para tonificar la política y sacarla de su desidia actual. A ver si da resultado.

Sería el efecto necesario para refrescar la política, y recobrar de un modo activo el interés por seguir de cerca su desarrollo. Con la demanda de “Democracia real, ya” lo que se propugna es un control permanente sobre la acción de quienes, elegidos por nosotros, gestionan y administran.

Pero ahí no debe quedar la cosa. Es el momento de comprobar si se cumplen las promesas electorales, las que se contienen en los programas de gobierno, pero también las que están pendientes de realizarse, y son tan vitales como otras para la vida de la comunidad, aunque estrictamente no pueda decirse que forman parte de los compromisos de los candidatos.

Y de estas últimas hay unas cuantas en Montilla. Les cuento. Son todos esos proyectos privados anunciados a bombo y platillo que parecen condenados a dormitar en el limbo, sin que nadie se haya atrevido a preguntar por la fecha definitiva de concreción, si es que la hay, de estas inversiones millonarias, en su mayor parte correspondientes o relacionadas con el sector inmobiliario y de servicios.

Podría aducirse que su condición de iniciativa particular, que su origen empresarial privado lo exonera de la obligación de rendir cuentas a la sociedad y, en concreto, al Ayuntamiento que, en definitiva se ve implicado en el asunto, por haberle concedido la pertinente licencia de obras. Hay casos especialmente graves porque atañen al patrimonio cultural y sentimental de la población.

Digo esto ante la dejadez, la flagrante incuria que se observa en el abandono y la paralización del proyecto residencial aprobado para la finca de El Parador, situado en un lugar preeminente de la zona de expansión de la ciudad, junto a la avenida de Las Camachas.

La constructora montillana Hermanos Goce anunció en julio de 2002 que se encargaría finalmente de llevar a cabo la ejecución del plan parcial residencial, tras la desestimación del proyecto por parte de la empresa toledana Parquijote.

Pero tras urbanizar el suelo y trazar los viales, apenas si dio tiempo a más. La burbuja del ladrillo se llevó por delante los planes de viviendas unifamiliares de lujo. Y también dejó en suspenso el plan de rehabilitación del edificio que, mediante la oportuna obra de adecentamiento y modernización, iba a convertirse en una especie de palacio de congresos. Otro cuento más de caminos.

Así lleva años, a la espera de que se culmine la operación urbanística. Y mientras tanto, el viejo edificio de la casa de postas que da nombre al lugar, un precioso inmueble de arquitectura andaluza del siglo XVIII, se cae de viejo.

Su aspecto es más que preocupante. Presenta los tejados semihundidos, y una espesa masa vegetal salvaje, crecida desordenadamente, está a punto de engullir el ilustre caserón que fue lagar, bodega y residencia de la familia Cobos, una de las firmas punteras en la llamada Edad de Oro del Montilla–Moriles, por la calidad de sus vinos y su notable influencia social e intelectual en la época.

Da pena esta imagen de abandono, de cruel olvido para un sitio por el que pasaron los prominentes visitantes de la acogedora saga de los Cobos: escritores, científicos, militares, periodistas, religiosos...

Infunde un hondo quebranto verla atrapada, ahogada hasta la asfixia, por la indiferencia que ha llevado a un estado calamitoso a uno de los pocos ejemplos de finca de labor y recreo con estas características.

Al mirarlo, el Parador da la sensación que se mantiene en pie a duras penas. Que un simple empujón, un bofetón de mal tiempo, lo va a derribar. Al menos podría acordonarlo, como se cerca y rodea la escena del crimen, no vaya a ser que, en su derrota, sepulte a alguien con sus dignos e ilustres escombros.

Otras promesas también se las llevó el viento. ¿Qué fue del residencial para la tercera edad que se iba a construir alrededor del Hospital Virgen de Las Viñas, de la empresa Pascual? ¿Y qué de otro geriátrico que se iba a impulsar, creo, en el pago de La Toledana? Los incumplimientos son otra forma de ruina. Quizás no física, pero más agotadora, porque conduce a la frustración.

¿Qué ocurrió con el hotel de 4 estrellas, aquel que se iba a alojar entre los arcanos muros vinícolas de las desaparecidas Bodegas fundadas por José Cobos Ruiz, entre las calles del Horno y La Parra? Sobre ese fecundo solar se derramó generosa y penetrante como el sol la fama de nuestros vinos. Eso sabemos que ocurrió. Del hotel, ni sombra.
MANUEL BELLIDO MORA
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