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Flores asesinas

Una flor no hace primavera y un asesino no convierte a la juventud en un colectivo degenerado y violento. Sin embargo, existen síntomas reiterados de una degradación de valores justamente entre quienes se supone disponen de una formación que debería haber servido para orillar ciertos comportamientos y tendencias más propias de matones pandilleros sin educación y falta de escrúpulos.

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Sería injusto tildar a toda la juventud de "generación perdida y desorientada" porque en una macrofiesta se produzca el asesinato de un chaval de veinte y pocos años a manos de un compañero universitario, pero tampoco se ha de restar importancia a un desgraciado suceso que debería hacer saltar las alarmas a los que se preocupan por los derroteros de nuestra sociedad, máxime si no es la primera vez que un hecho de esta naturaleza se produce en condiciones semejantes.

Es sintomático que los estudiantes universitarios se dejen llevar por una capacidad de convocatoria a través de redes sociales e internet tan abrumadora para aglomerarse en descampados en las afueras de la ciudad a ingerir alcohol y sentirse unidos entre iguales, buscar la sintonía del grupo, la tribu.

Es sintomático, además, porque esa misma capacidad no se produce cuando la realiza un sindicato de los propios estudiantes para manifestarse en defensa de una universidad pública de calidad en las mismas o cercanas fechas.

Sabemos que no es igual reunirse con finalidad divertida que por la exigencia de mejoras educativas. Sin embargo, algo debe estar fallando cuando personas adultas en fase de formación anteponen lo lúdico masivo e incontrolado a preocuparse por garantizar su propio futuro profesional y laboral. Y tal vez ahí resida precisamente la causa del fenómeno, de la percepción de un porvenir tan incierto que abona actitudes hedonistas y de pasotismo.

La enseñanza en nuestro sistema educativo ha devenido en mero instrumento al servicio del mercado de trabajo, al que vierte un excedente de recursos que han de hallar su acomodo, no en una competición entre los más dotados intelectualmente, sino en el más barato, el que ofrece sueldos de miseria que humillan todo esfuerzo académico realizado durante años en las facultades y escuelas.

Si a ello añadimos la decreciente consideración social al mérito por el conocimiento si no va acompañado del éxito económico y material, que alimenta una televisión y medios de comunicación que exaltan la fama efímera y deslumbrante, no es de extrañar que una mayoría de los jóvenes opten por la diversión del presente antes que por los negros nubarrones del futuro.

Así se convierten en presas fáciles para una manipulación que les llega desde todas las instancias que contribuyen a generar la anomia y la desilusión en quienes habrán de heredar las riendas de nuestra vida en colectividad. La cultura se convierte en ellos en una forma más de alienación y no de superación.

Al no existir escapatoria, se entregan a un existencialismo que no es nuevo (acordémonos de la generación beat), pero sí más extendido, donde se topan con “flores asesinas” que, para divertirse, portan espinas como navajas.

¿Tanto se desconfía del futuro y de los compañeros para ir armado? ¿Y para usarla por una nimiedad? Debemos buscar respuestas a estas preguntas antes de que las zarzas invadan el jardín.
DANIEL GUERRERO
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