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Cafetería para médicos

Les relato lo que hace unos días me sucedió en el Hospital Universitario Reina Sofía de Córdoba, donde trabajo. Era la hora del desayuno y junto a una técnico de Laboratorio, me dirigí a la cafetería existente en el edificio de consultas externas. Les pongo en situación. El Reina Sofía tiene tres cafeterias en el complejo que corresponde al hospital general: dos de ellas son para el público -una, en la zona de Hospitalización y otra, en la de Consultas Externas- y la tercera es para personal, ubicada tambien en la planta baja de Hospitalización.

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Pues bien, me dirigí, como suelo hacer algunos días, a la cafetería que para el público en general existe junto al nuevo edificio de consultas. Son todas ellas cafeterías muy concurridas y en régimen de autoservicio, por lo que lo usual es que haya una rápida rotación de mesas sin que el servicio de recogida de menaje usado vaya a ese ritmo. En ese sentido, no es extraño hacer uso de mesas en las que todavía hay platos, vasos y cucharillas de quienes nos precedieron ocupándolas.

Como era normal, tuve que escoger una mesa de la que acababan de levantarse dos personas. Aparté hacia un extremo de la misma los servicios usados y coloqué en la zona despejada los dos cafés y la ración de churros que ibamos a compartir mi compañera de trabajo y yo.

De pronto veo cómo se acerca una señora, clienta de la cafetería, recoge los servicios que yo había apartado y los traslada a otra mesa que acababa de quedarse vacía, para, acto seguido, decirme: "lo he hecho por la humanidad que usted ha demostrado, ya que teniendo una cafetería para uso de los médicos se ha venido usted a desayunar a la del público".

Estaba claro que su intención no era otra que desayunásemos lo más cómodos posible, en agradecimiento a una actitud que, por supuesto, no contiene ningún valor ni extraordinario ni humanitario, pero que para ella representaba un cierto punto de inflexión en ese complejo mundo de la relación médico/enfermo.

Y es que si se justifica la existencia de una cafetería para personal, por distintos motivos que no creo que sea objeto de estas líneas el explicitar, también es verdad, y es lo que me interesa resaltar aquí, que los pacientes -éstos y sus familiares- son sumamente sensibles a todo aquello que pueda tener algún vínculo con lo que representa la relación entre el médico y el enfermo, en una medicina, como es la pública, que no siempre ofrece las condiciones ideales para que aquella se establezca en los términos de fluidez, complicidad e intimidad que serían deseables.

Para ellos, que el médico se confunda entre los pacientes en algo tan primario como es tomar un café, representa un signo -ella decía de "humanidad", aunque tal vez quisiese expresar de "humildad"- de acercamiento, en una práctica médica acostumbrada a los protocolos, al formulismo, a las listas de espera o a los cauces administrativos por los que hoy discurre.

Leía hace unos días que para conseguir éxito en una nueva empresa el empresario debe destinar un 20 por ciento al diseño de la misma y un 80 por ciento a creer realmente en ella. En medicina no piensen ustedes que los porcentajes varían mucho. Para el éxito terapéutico, alrededor de un 20 por ciento hay que fijarlo en el tratamiento y un 80 por ciento en que el médico sea capaz de generar confianza en su criterio y en aquello que prescribe.

Y la confianza no nace sino de una relación personal bidireccional, libre y sin condicionantes, que permita tanto a médico como a enfermo comunicarse, al contrario del escuchar u oirse que tanto se prodiga en nuestros centros sanitarios.

¿Es culpa de la Administración, del médico o del enfermo? Nuestro sistema público de salud, junto a indudables avances que nadie puede negar, presenta también importantes lagunas dependientes, casi todas ellas, de la dificultad para conjugar en un mismo tiempo los términos universalización y financiación.

Resulta imposible atender a todos, aplicando las más modernas prestaciones, sin que ello conlleve un gasto en financiación que hoy no soportan las arcas públicas. Los médicos, al margen de estar sometidos a idénticas dependencias humanas, como cualquier individuo, debiéramos ejercer de forma más contundente una serie de valores y principios éticos, ligados a la profesión, de forma que otros intereses no limitasen nuestra capacidad de acción y decisión, ni nos apartasen de la relación con el paciente.

El enfermo, con toda seguridad, es el menos culpable de esta triada. Paga con sus impuestos la sanidad pública y se entrega en manos del médico cuando la enfermedad le afecta, confiado en que, con solución o sin ella, será bien atendido.

Con toda seguridad, la solución no se encuentra en desayunar todos los días en la cafetería del público, pero la reacción de la señora sí que deja traslucir que, hoy por hoy, se establece una distancia entre los profesionales y el paciente que éste agradece ver reducida y nosotros debemos luchar porque así sea.
ENRIQUE BELLIDO
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