El 11 de marzo de todos los años, por simbólico, por justicia y por humanismo, debiera estar marcado para honrar la memoria de los 192 inocentes que murieron en Madrid. Siempre desde el máximo respeto hacia los muertos y sus familiares. Lejos de este deseo, los periódicos no han considerado oportuno publicar ni un solo titular en las portadas de sus cabeceras. El Mundo ha sido la excepción que confirma la regla.
“Por qué el PP habría ganado las elecciones, de no haber sido la masacre”, fue el titular tan honroso que el periódico de Pedro J. dedicó a las víctimas del 11-M. Así de miserable y ruin. El vocero mediático de la derecha expresa lo que desde el PP no se atreven a decir públicamente.
El vicealcalde de Madrid, en un ejercicio de crueldad, arremetió contra Pilar Manjón, madre que seguirá llorando cada 11-M la ausencia de su hijo. El segundo de Gallardón le espetó que “cualquier día tendrán que hacer un monumento para las putas de Montera”.
A la vez que Pilar Manjón estaba siendo vilipendiada por este individuo con corbata, María Dolores de Cospedal pedía “memoria, dignidad, verdad y justicia”. Palabras que en su boca pierden toda carga semántica. Cuando reclaman “verdad” están queriendo decir “mentira”. Cuando hablan de “justicia” desean venganza.
El PP, apoyado en sus medios afines, busca que un juez dicte una sentencia condenatoria contra algún miembro de ETA. Siguen sin aceptar que sus mentiras y su “guerra preventiva” los echó del Gobierno de España. Lo que hubo fue una trama organizada por el PP para envenenarnos.
Llegaron, incluso, a emitir en TVE la película sobre el asesinato a manos de ETA del socialista vasco Fernando Buesa, la noche del 13 de marzo –horas antes de la apertura de las urnas-. El sumun de la indecencia y el cinismo.
Durante aquellos días nos parecimos más al Egipto de Mubarak que a una democracia europea. Igual que los jóvenes árabes, tuvimos que recurrir a la prensa extranjera para saber qué estaba ocurriendo. Convenía que fuera ETA y se pretendió hacer de una mentira una verdad y no dudaron en usar toda su artillería pesada.
Su amigo Pedro J. les ayudó, como siempre, publicando en portada el mismo día de las elecciones una entrevista a Mariano Rajoy, donde éste pedía el voto para el PP. Increíble, pero cierto. Y no hace tanto. Solo hace siete años.
Los damnificados del 11-M les molestan porque los sitúan en Irak, en su “guerra preventiva” llena de falsedades. Recuerdan el acento tejano y patético de Aznar y su chulesca foto, con los pies encima de la mesa de Bush. Para el PP, un fallecido del 11-M tiene menos valor electoral que un muerto a manos de ETA.
Igual que hizo Mubarak con los egipcios, llamaron “patriotas desleales” a los ciudadanos que, cabreados ante tanta maldad y cicatería, salimos a la calle a manifestarnos delante de las sedes del PP. Mientras, la televisión pública, con Urdaci como correveidile, continuaba negándonos las investigaciones policiales, que atribuían la autoría de la masacre a los islamistas radicales. El famoso “pásalo” fue nuestra táctica. Funcionó. Al día siguiente, acudimos indignados a depositar nuestro voto para botarlos de nuestras vidas.
Esta derecha es incombustible cuando de odiar se trata. Conscientes de que las balas de quienes un día fueron “Movimiento Vasco de Liberación” -en palabras de Aznar- les habrían reportado unos resultados electorales históricos, siguieron con nocturnidad y alevosía la estrategia de la intoxicación informativa.
Han sido capaces de maltratar a los muertos -a nuestros muertos- y de ningunear a la madre de un joven de 20 años que murió en uno de esos trenes que lo transportaban al lugar donde residían sus anhelos. La memoria de esta derecha incívica es frágil. Que no lo sea la nuestra.
“Por qué el PP habría ganado las elecciones, de no haber sido la masacre”, fue el titular tan honroso que el periódico de Pedro J. dedicó a las víctimas del 11-M. Así de miserable y ruin. El vocero mediático de la derecha expresa lo que desde el PP no se atreven a decir públicamente.
El vicealcalde de Madrid, en un ejercicio de crueldad, arremetió contra Pilar Manjón, madre que seguirá llorando cada 11-M la ausencia de su hijo. El segundo de Gallardón le espetó que “cualquier día tendrán que hacer un monumento para las putas de Montera”.
A la vez que Pilar Manjón estaba siendo vilipendiada por este individuo con corbata, María Dolores de Cospedal pedía “memoria, dignidad, verdad y justicia”. Palabras que en su boca pierden toda carga semántica. Cuando reclaman “verdad” están queriendo decir “mentira”. Cuando hablan de “justicia” desean venganza.
El PP, apoyado en sus medios afines, busca que un juez dicte una sentencia condenatoria contra algún miembro de ETA. Siguen sin aceptar que sus mentiras y su “guerra preventiva” los echó del Gobierno de España. Lo que hubo fue una trama organizada por el PP para envenenarnos.
Llegaron, incluso, a emitir en TVE la película sobre el asesinato a manos de ETA del socialista vasco Fernando Buesa, la noche del 13 de marzo –horas antes de la apertura de las urnas-. El sumun de la indecencia y el cinismo.
Durante aquellos días nos parecimos más al Egipto de Mubarak que a una democracia europea. Igual que los jóvenes árabes, tuvimos que recurrir a la prensa extranjera para saber qué estaba ocurriendo. Convenía que fuera ETA y se pretendió hacer de una mentira una verdad y no dudaron en usar toda su artillería pesada.
Su amigo Pedro J. les ayudó, como siempre, publicando en portada el mismo día de las elecciones una entrevista a Mariano Rajoy, donde éste pedía el voto para el PP. Increíble, pero cierto. Y no hace tanto. Solo hace siete años.
Los damnificados del 11-M les molestan porque los sitúan en Irak, en su “guerra preventiva” llena de falsedades. Recuerdan el acento tejano y patético de Aznar y su chulesca foto, con los pies encima de la mesa de Bush. Para el PP, un fallecido del 11-M tiene menos valor electoral que un muerto a manos de ETA.
Igual que hizo Mubarak con los egipcios, llamaron “patriotas desleales” a los ciudadanos que, cabreados ante tanta maldad y cicatería, salimos a la calle a manifestarnos delante de las sedes del PP. Mientras, la televisión pública, con Urdaci como correveidile, continuaba negándonos las investigaciones policiales, que atribuían la autoría de la masacre a los islamistas radicales. El famoso “pásalo” fue nuestra táctica. Funcionó. Al día siguiente, acudimos indignados a depositar nuestro voto para botarlos de nuestras vidas.
Esta derecha es incombustible cuando de odiar se trata. Conscientes de que las balas de quienes un día fueron “Movimiento Vasco de Liberación” -en palabras de Aznar- les habrían reportado unos resultados electorales históricos, siguieron con nocturnidad y alevosía la estrategia de la intoxicación informativa.
Han sido capaces de maltratar a los muertos -a nuestros muertos- y de ningunear a la madre de un joven de 20 años que murió en uno de esos trenes que lo transportaban al lugar donde residían sus anhelos. La memoria de esta derecha incívica es frágil. Que no lo sea la nuestra.
RAÚL SOLÍS