Imagino que serán ya muy pocos los españoles que crean honestamente que este Gobierno estudia, analiza y propone seriamente las medidas necesarias para salir de la crisis. La última semana ha sido un claro ejemplo de cómo esta pandilla de incompetentes –o de caraduras, no sé qué es peor- están tomando el pelo al españolito medio, al alto y al bajo.
Empezaron por ordenar un cambio inmediato en la velocidad máxima permitida en autovías y vías rápidas. Dicen que para ahorrar combustible es mejor ir más despacio, sin pensar que incluso con 120 km/h casi nadie hacía caso del límite, y por lo tanto ahora harán aún menos caso. O sea, que negar el objetivo recaudatorio de la rebaja es más o menos como negar que bajo el pecho late un músculo llamado corazón. Caradura número uno.
Siguieron en sus trece anunciando la supresión de la iluminación de determinadas vías, pero se armó tal revuelo –casi mayor que con lo de los 110 km/h- que enseguida saltó el ministro correspondiente a decir que no era eso, hombre; se limitarían a cambiar las bombillas de las farolas por esas de bajo consumo –bastante más caras por cierto-. Caradura número dos.
Y por fin, no contentos todavía con la magnífica imagen ofrecida a mercados e instituciones extranjeras sobre la fortaleza de nuestra economía y la sensatez de nuestro pensamiento oficial político-económico, nos ofrecen –habrá que ver si no es por cojones- cambiar nuestros neumáticos viejos por otros nuevecitos, ecológicos y todo.
Una medida muy razonable teniendo en cuenta que: primero, el ahorro generado por un neumático nuevo no llega al céntimo de euro por cada cien kilómetros; segundo, esta medida afecta –según cálculos del propio Gobierno- a unos 60.000 coches, de un parque total de cerca de treinta millones de vehículos. Pleno al quince, o sea. Caradura número tres.
Entretanto, nuestro amantísimo presidente Zapatero, que se desvive día a día por asegurarnos un futuro mejor –viviendo bajo un puente o, directamente, en el camposanto- se va de excursión a Dubai, Qatar y Túnez. Y resulta que, como es hombre casero y no le gusta trasnochar, cuando acaba en un sitio se vuelve al Palacio de la Moncloa para dormir en casa, y al día siguiente vuelve a coger su avioncito oficial –llenarle el depósito es cosa de calderilla para él, claro: como no lo paga de su bolsillo...- y se va para otro sitio. Caradura números cuatro, cinco y seis.
En fin, que el despropósito parece que no puede ser mayor. Una de dos: o este Gobierno está tan harto de todo que se dedica a fastidiar adrede a los ciudadanos, o era verdad desde el principio que sus capacidades se sitúan en el umbral del retraso mental grave.
Solo falta que nos prohíban coger el coche en las ciudades –no sé cómo llevaré a los niños al colegio, entonces, porque sólo tengo una bici y el autobús de línea de este pueblo pasa cada dos días, aproximadamente-. O que, mientras Argelia resiste, nos obliguen a cocinar las papas con carne en un hornillo de butano, para no gastar luz en la vitrocerámica.
Si Argelia cae, finalmente, como ya estará el buen tiempo por aquí, nos tendremos que salir al patio –quien tenga patio- o a la calle para calentar las lentejas o freír los huevos. Si es que los huevos no están a suficientemente fritos (leáse calientes).
Eso sí, en los edificios públicos no se apagan ni las luces ni el aire acondicionado. Los políticos de tres al cuarto que tenemos no renunciarán a su coche oficial, ni a sus teléfonos móviles a cargo del Ministerio, ni a las tarjetas VISA con las que pagan el almuerzo en el Asador de Castilla.
No me queda más remedio, para terminar, que citar aquí a ese tipo fantástico de Selu García Cossío, ahora que el concurso de agrupaciones de carnaval en Cádiz está próximo a finalizar. En el estribillo de sus cuplés, ante el ruego de los políticos de que se les dé confianza, apoyo, voto... ellos responden que sí, que les vayan dando, les vayan dando, les vayan dando.
Empezaron por ordenar un cambio inmediato en la velocidad máxima permitida en autovías y vías rápidas. Dicen que para ahorrar combustible es mejor ir más despacio, sin pensar que incluso con 120 km/h casi nadie hacía caso del límite, y por lo tanto ahora harán aún menos caso. O sea, que negar el objetivo recaudatorio de la rebaja es más o menos como negar que bajo el pecho late un músculo llamado corazón. Caradura número uno.
Siguieron en sus trece anunciando la supresión de la iluminación de determinadas vías, pero se armó tal revuelo –casi mayor que con lo de los 110 km/h- que enseguida saltó el ministro correspondiente a decir que no era eso, hombre; se limitarían a cambiar las bombillas de las farolas por esas de bajo consumo –bastante más caras por cierto-. Caradura número dos.
Y por fin, no contentos todavía con la magnífica imagen ofrecida a mercados e instituciones extranjeras sobre la fortaleza de nuestra economía y la sensatez de nuestro pensamiento oficial político-económico, nos ofrecen –habrá que ver si no es por cojones- cambiar nuestros neumáticos viejos por otros nuevecitos, ecológicos y todo.
Una medida muy razonable teniendo en cuenta que: primero, el ahorro generado por un neumático nuevo no llega al céntimo de euro por cada cien kilómetros; segundo, esta medida afecta –según cálculos del propio Gobierno- a unos 60.000 coches, de un parque total de cerca de treinta millones de vehículos. Pleno al quince, o sea. Caradura número tres.
Entretanto, nuestro amantísimo presidente Zapatero, que se desvive día a día por asegurarnos un futuro mejor –viviendo bajo un puente o, directamente, en el camposanto- se va de excursión a Dubai, Qatar y Túnez. Y resulta que, como es hombre casero y no le gusta trasnochar, cuando acaba en un sitio se vuelve al Palacio de la Moncloa para dormir en casa, y al día siguiente vuelve a coger su avioncito oficial –llenarle el depósito es cosa de calderilla para él, claro: como no lo paga de su bolsillo...- y se va para otro sitio. Caradura números cuatro, cinco y seis.
En fin, que el despropósito parece que no puede ser mayor. Una de dos: o este Gobierno está tan harto de todo que se dedica a fastidiar adrede a los ciudadanos, o era verdad desde el principio que sus capacidades se sitúan en el umbral del retraso mental grave.
Solo falta que nos prohíban coger el coche en las ciudades –no sé cómo llevaré a los niños al colegio, entonces, porque sólo tengo una bici y el autobús de línea de este pueblo pasa cada dos días, aproximadamente-. O que, mientras Argelia resiste, nos obliguen a cocinar las papas con carne en un hornillo de butano, para no gastar luz en la vitrocerámica.
Si Argelia cae, finalmente, como ya estará el buen tiempo por aquí, nos tendremos que salir al patio –quien tenga patio- o a la calle para calentar las lentejas o freír los huevos. Si es que los huevos no están a suficientemente fritos (leáse calientes).
Eso sí, en los edificios públicos no se apagan ni las luces ni el aire acondicionado. Los políticos de tres al cuarto que tenemos no renunciarán a su coche oficial, ni a sus teléfonos móviles a cargo del Ministerio, ni a las tarjetas VISA con las que pagan el almuerzo en el Asador de Castilla.
No me queda más remedio, para terminar, que citar aquí a ese tipo fantástico de Selu García Cossío, ahora que el concurso de agrupaciones de carnaval en Cádiz está próximo a finalizar. En el estribillo de sus cuplés, ante el ruego de los políticos de que se les dé confianza, apoyo, voto... ellos responden que sí, que les vayan dando, les vayan dando, les vayan dando.
MARIO J. HURTADO
