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Argumentos

El artículo que la semana pasada ocupaba este espacio creó, en pocas horas, una interesante oleada de comentarios bastante desagradables en contra de su contenido y, cómo no, de su autor. No es que me preocupe que los lectores no estén de acuerdo conmigo; antes al contrario, insisto en que lo que pretendo es excitar las conciencias y enriquecer el debate. Otra cosa es que lo único que se excite es la mala baba de quien no tiene argumentos suficientes para rebatir una exposición.

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Si bien el fondo de dicho artículo era la crítica a aquellas manifestaciones –que, bien cierto es, no fueron ningún éxito- convocadas en contra de la energía nuclear, en un momento de dolor y solidaridad por los japoneses, hoy sí quiero centrarme más en el debate subyacente que parece haber tomado cuerpo en la sociedad: la conveniencia o no de la energía nuclear.

Quiero empezar diciendo que ninguna empresa energética, ni partido político, ni lobby empresarial abona a este modesto economista cantidad alguna por estos escritos calificados por algunos tolerantes como "soflamas demagógicas y populistas". La cruda realidad es que servidor se gana el escaso sustento con su trabajo, ni siquiera con sus colaboraciones semanales en diarios digitales.

De todas formas, si alguno de estos directivos viniera a ofrecerme alguna compensación por servir de diana a los furibundos críticos de mi Diario, tengan por seguro que se lo advertiré a ustedes puntualmente para que no se sientan engañados.

Miren, España es un país muy rico en cantidad de recursos naturales. Pero desgraciadamente, desde que el carbón y la madera de olivo dejaron de ser fuentes rentables de energía, los números –una vez más, sí, los números- nos dicen que somos muy, muy pobres en recursos energéticos.

Empecemos por el principio: ¿saben cómo se genera la energía eléctrica en nuestro país? Permítanme que se lo cuente: casi un 40 por ciento procede del gas; aproximadamente un 20 por ciento de centrales nucleares; y algo más del 10 por ciento de energía eólica. El resto (carbón, hidráulica y otras energías renovables) no llegan entre todas al 30 por ciento.

Ahora bien, ese gas que constituye la principal energía generadora de electricidad proviene prácticamente en su integridad del extranjero. Por ejemplo, sabían que un 9 por ciento del consumo de gas en España se le compra a Trinidad y Tobago? ¿Que Libia –ejem, qué curioso- nos vende un 1,7 por ciento de total de gas importado? ¿Que el gas importado de África supone casi el 62 por ciento del total?

Si hablamos de hidrocarburos, casi el 54 por ciento del petróleo consumido se compra a la OPEP, mayoritariamente a Irán y Libia -¡otra vez!-. A Rusia el compramos 13 de cada 100 euros, y a Méjico unos 12 de cada 100.

Claro, si todas esas cantidades fueran pequeñas en comparación con los productos energéticos producidos en suelo patrio, la cosa no sería preocupante. Sin embargo, resulta que España compra casi el 85 por ciento de la energía que consume. Ahí es nada: quitando el televisor, que consume a la hora de las noticias y el ratito de después de cenar que mi señora y yo tenemos para disfrutar en el sofá tras la larga jornada, el resto de lo que se gasta en casa es extranjero. Frigorífico, microondas, cocina, ordenador... hasta el condenado cargador del móvil usa una energía que, fíjese usted, puede haber sido comprada en Perú o Angola.

Miren, no diré yo que la energía nuclear sea el ideal al que aspirar. Mi mente de ceporro liberal trasnochado da, al menos, para comprender que una central nuclear sin una férrea supervisión y unas medidas de seguridad más altas que las de Alcatraz es una bomba mortal con la espoleta cargada.

Pero el triste caso es que, al menos de momento, la necesitamos. Ocurre como con el coche: ya quisiera yo poder conducir un precioso BMW serie 7. De momento, me conformo con mi pequeño Peugeot 307.

Además, parece que las llamadas renovables no son la panacea que prometían los ecologistas. Sin ir más lejos –vivo en una zona rodeada por parques eólicos- la construcción de estos ventiladores gigantes produce, probablemente, más daño al medio ambiente que beneficios a la sociedad. Ahí están los grupos de defensa de la ecología de la costa noroeste gaditana, puestos en pie de guerra ante el proyecto de un parque de aerogeneradores en la misma costa de Chipiona.

Las placas solares quizás sean una alternativa para el consumo de particulares, pero actualmente lo único que consigue es calentar agua. Eso sí, como nos duchemos más rato de la cuenta, ese agua también se acaba, con lo que tendremos que disponer de una bombona de butano para no quedarnos como el barbitas del anuncio.

Un grupo de expertos de la Universidad Complutense de Madrid explica que es posible reducir el consumo de petróleo hasta la mitad en un plazo de unos veinte años. Proponen medidas tales como la construcción de edificios inteligentes, mayores rebajas en la velocidad de circulación, la promoción del alquiler de coches o el incremento de los impuestos sobre hidrocarburos.

Habrá que ver quién pone ese cascabel al gato de nuestra ya de por sí maltrecha economía. Y también será bueno comprobar cómo son capaces de convencernos de perder comodidades y bienestar a cambio de un mejor medio ambiente. Mientras tanto, por poco que nos guste, seguiremos necesitando las centrales nucleares.
MARIO J. HURTADO
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