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El Bien y el Mal

Cada vez que la historia ha vuelto a los medios de comunicación, mis entrañas han sufrido una especie de terremoto de diez grados en la escala Richter. Cada vez que vuelvo a tener noticia de lo ocurrido, no puedo dejar de preguntarme cómo ha sucedido, cómo es posible que tamaña atrocidad haya podido ocurrir. En estos días ha comenzado el primero de los juicios por el presunto asesinato de la niña Marta del Castillo. Y digo "presunto" porque lo peor de la historia es que aún no se encontrado el cuerpo de la chiquilla, así que no podemos saber a ciencia cierta –aunque la sospecha sea más que fundada- si realmente Marta ha sido asesinada o no.

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El presunto crimen está aderezado con lo peor de una película de terror psicológico de los ochenta. Tres niñatos -de esos del “tooooo guapo”, el piercing y los cadenones de oro colgando-, probablemente con tan poca educación como vergüenza, son los responsables confesos de lo sucedido.

No puedo explicarme cómo, en un país supuestamente avanzado como el nuestro, ha sido imposible encontrar a Marta. No puedo entender cómo los tres macarras inculpados han podido torear a ese manso renegado y sobrado de peso que son nuestras Fuerzas de Seguridad del Estado.

Evidentemente, no soy partidario de la tortura, pero sé que hay métodos no tan gravosos que pueden hacer que el acusado termine diciendo la verdad. El espectáculo circense que nos ofrecieron Juzgado, Policía Nacional y Guardia Civil, corriendo de un lado a otro para excavar tierra y remover basura fue tan deprimente que, naturalmente, uno se pregunta en manos de quién estamos.

Aun así, entiendo que la dificultad del asunto no procede de la ineficacia de los agentes y responsables policiales, sino más bien de esa blandura idiota que no permite a quien debe hacerlo asestarle dos buenos soplamocos al cabronazo ese de Carcaño, o a El Cuco, o a la madre que los parió.

Lamentablemente –para estos casos, claro, recuérdese aquello de ius utandi, non ius abutandi- eso no se puede hacer ni siquiera con esta chusma repugnante. Ah, perdón, me dicen que vuelvo a pasarme en mis calificativos; que no debo llamar "chusma repugnante" a unos chicos cuyo único pecado ha sido engañar, violar y asesinar a una chiquilla, para luego hacer desaparecer su cuerpo como si se lo hubiera tragado un agujero negro. Realmente, es seguro que en el fondo, ellos no son los culpables.

Nos han acostumbrado tanto a relativizar, que probablemente haya personas –algunos incluso se hacen llamar "profesionales", hay que joderse- que afirmen que Miguel Carcaño, El Cuco y el otro y la otra y el de más allá no son responsables de lo sucedido.

Más bien la responsabilidad habrá de recaer sobre unos padres maltratadores, un entorno social y afectivo desfavorable, una escasa cultura y un sistema de clases claramente discriminador con los menos favorecidos. Nos han enseñado que no existen las buenas y malas personas –es decir, no existen ni el Bien ni el Mal-, sino solo los entornos sociales y afectivos desfavorables. Es decir, toda la maldad del mundo se reduce a dos causas: la avaricia de los poderosos y el entorno social y afectivo desfavorable. Y una mierda.

Fíjense, hasta la Iglesia Católica, en otro tiempo tan represora y reprimida, ha venido minimizando la figura del pecado como símbolo del Mal, esbozando exactamente los mismos argumentos intragables que psicólogos y medios de comunicación.

Qué quieren que les diga. Seré un reaccionario, un antiguo y lo que quieran llamarme, pero sé que no es cierto lo que nos quieren vender. Existen malos y buenos y, por tanto, deben existir la justicia y el castigo. Entre otras cosas, porque somos hombres, no dioses, y no deberíamos atribuirnos la capacidad de perdonar a quienes realmente son imperdonables.

Un tipo como Carcaño y su panda de canis deberían estar encerrados de por vida, a ser posible con la menor cantidad posible de luz diurna, y que una vez muertos por la edad o el aburrimiento, se les tirara al basurero como ellos hicieron con la pobre Marta.

Soy consciente de que lo que les escribo hoy puede interpretarse como una barbaridad. Pero es que estoy hasta las narices de que a todo sinvergüenza sobre la faz de la tierra se le salve de la hoguera por haber tenido un entorno social y afectivo desfavorable.
MARIO J. HURTADO
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