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Derechos humanos a la carta

El Gobierno chino ha venido a hablar de negocios. Con más de 1.300 millones de habitantes, la segunda potencia económica mundial se ha convertido en la fábrica de bienes y servicios del mundo y en un auténtico caramelo para las empresas transnacionales, además de ser el banco del mundo. Posee la mayor cantidad de deuda soberana del planeta, es decir, China es la que templa la voracidad de los mercados y la que dota de tranquilidad a los países en riesgo de caer en las garras de la especulación financiera internacional. Más del 10 por ciento de la deuda que el Estado español tiene en manos extranjeras, está en depósitos bancarios chinos.

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FOTO: AMNISTÍA INTERNACIONAL

Li Keqiang, viceprimer ministro chino, ha sido recibido por lo más granado de los poderes económicos, bajo el paraguas del Gobierno exsocialista. El resultado ha sido satisfactorio para ambas partes. Por un lado, la dictadura China no ha sido reprendida por violar sistemáticamente los derechos humanos de sus habitantes; por otro, empresarios españoles y el Ejecutivo de Zapatero han llegado a jugosos acuerdos económicos.

A los primeros, le han obsequiado con contratos privados por valor de 6.000 millones de euros en inversiones en el país asiático; al segundo, le asegura la compra de su deuda a través de la banca china, a costa de no abordar temas políticos con el Gobierno de la República Popular.

Un silencio que acalla el acoso que sufren los abogados chinos que defienden los derechos humanos, a las víctimas de desapariciones forzadas y a miles de disidentes torturados y sometidos a malos tratos.

Un mutismo que consiente la discriminación a los miembros de la etnia Uigur, los cuales han sido detenidos por miles, acusados de “terrorismo, separatismo y extremismo religioso” por reivindicar la dignidad y el respeto legal que merecen hacia su grupo étnico.

El cinismo coparticipa también de la penosa situación que viven los padres que tratan de averiguar por qué murieron sus hijos –hasta 20 días de arresto-; de millones de detenciones arbitrarias; de innumerables restricciones a la libertad religiosa; y de la prohibición a la entrada de turistas y periodistas a la región autónoma del Tíbet, sin olvidar la implacable censura de Internet.

Este tratamiento cateto y de subordinación dado al régimen chino, a cambio de millones de euros, ampara la vigencia de la pena de muerte, de la que se desconoce el número de asesinados por este método sanguinario. China guarda bajo secreto de Estado el número de chinos asesinados por su aparato represivo.

En la relación bilateral con China no sirven los argumentos usados para condenar la dictadura cubana, el régimen iraní o la democracia de cartón venezolana. Al parecer, lo que realmente importa a los Estados es que el sistema económico, respete o no los derechos civiles, sirva para perpetuar un modelo capitalista feroz que considera la felicidad de los seres humanos un obstáculo para su fin.

Los vehementes defensores de la libertad en Cuba o en Irán se vuelven cobardes con China, Colombia, Honduras o Arabia Saudí. El silencio internacional hacia China, además de vergonzoso, es cómplice de la dura realidad a la que están sometidos muchos chinos por pensar libremente.

Mientras tanto, los socialistas españoles han decidido apuntarse al tren de la hipocresía mundial. “Este tema no es objeto de diálogo bilateral, sino que se trata en el marco de la UE”, sostienen desde el PSOE, en un ejercicio supremo de cinismo político.

Mucho discurso de derechos humanos, alianza de civilizaciones, leyes de igualdad de trato y marketing electoral progresista pero ¡poderoso caballero, don Dinero! Cuando llegue la hora de ir a las urnas y no encuentren el voto socialista de muchos ciudadanos defraudados con un Gobierno que se vende de izquierdas y actúa como de derechas, que busquen en las hemerotecas. A los que sólo tenemos principios, no nos persuade el dinero.

En la defensa de los derechos humanos no hay medidas. Ocurre como en el amor: o se ama o no se ama. No se puede querer a medias, como tampoco se pueden defender los derechos humanos a la carta.
RAÚL SOLÍS
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