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Otras familias, otras religiones

En una reciente investigación del CIS (Centro de Investigaciones Sociológicas), referida a la evolución de las creencias de los españoles, se nos indica que el 70,3 por ciento de los encuestados se declaran católicos; el 24,8 no creyentes o ateos; y un 2,3 por ciento pertenecientes a otras confesiones religiosas.

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Como es habitual en este tipo de encuesta, se acompaña de otras preguntas para conocer en mayor profundidad el cumplimiento de los preceptos religiosos, de modo que solo el 13,3 por ciento de los que se declaran católicos afirman asistir a misa de manera regular.

Esto nos hace ver que la evolución que ha tenido nuestro país en materia de creencias ha sufrido grandes cambios, ya que durante la dictadura franquista la religión católica era la confesión oficial del Estado y en algo más de una generación comprobamos que la sociedad española, en gran medida, se ha secularizado. Más aún cuando la cuarta parte de la misma no se identifica con ninguna creencia religiosa, por lo que se puede considerar laica (agnósticos, ateos, no creyentes) a una parte significativa de la población.

Por otro lado, la implantación de otras confesiones religiosas se ha afianzado, aunque sea de forma minoritaria, especialmente si las comparamos con algunos países del centro y del norte de Europa en los que se llevó a cabo la Reforma protestante a partir de los grandes reformadores –Lutero, Calvino o Zwinglio–, ya que en esos países el protestantismo está bastante extendido.

Si he comenzado por la descripción somera del panorama español con respecto a las creencias religiosas se debe a que los escolares que pertenecen a familias de otras confesiones religiosas, de algún modo, expresan su singularidad en los trabajos de investigación que llevo en los centros escolares, es decir, a través de los dibujos que realizan en el aula.

Los casos más claros son los de aquellos niños o niñas de familias integradas en alguna secta o culto proveniente de Estados Unidos, dado que es de este país de donde proceden los testigos de Jehová o las distintas modalidades de grupos evangélicos, que son los más conocidos dentro de su reducida implantación.

Tiempo atrás, estos grupos y sectas se hacían más visibles en las calles de nuestro país, aunque esto es una apreciación personal que puede ser rebatida. Quizás sean los testigos de Jehová los que con más insistencia siguen los métodos de proselitismo de captación en los espacios públicos o llamando a las puertas con la esperanza de abrir conversación y entregar su revista La Atalaya a quien tenga la paciencia de oírles.

En mi caso, la última vez que me los tropecé fue un domingo, bastante temprano y durante una caminata por un paseo de Córdoba. Eran dos grupos. Con el primero, compuesto por cuatro adultos, no tuve contacto puesto que caminaba deprisa. El segundo, formado por una pareja y dos niños pequeños con sus correspondientes folletos, se me acercaron alargándome sus trípticos.

Les dije que no estaba interesado en el tema y seguí para adelante. Al momento pensé que hubiera sido conveniente indicarles a aquellos padres que no era adecuado utilizar a los niños en los procesos de proselitismo; que ellos como adultos podían hacer lo que consideraran conveniente, pero que los pequeños deben quedar fuera de estas actuaciones… Pero ya los veía a lo lejos y no era cuestión de dar la vuelta.

De todos modos, pensándolo despacio, hubiera sido inútil, pues los conversos a las sectas o grupos religiosos son inamovibles: su fe en los asuntos más insólitos e increíbles no la modifican un ápice por mucho que se les argumente con todo tipo de razonamientos.

Por otro lado, su “conversión” a la nueva fe no la conciben como algo personal, sino que es de toda la familia. Así pues, ponen gran empeño en que todos, incluidos los hijos que tuvieran, se dediquen en “cuerpo y alma” a la captación de nuevos adeptos.

Esto que comento tiene bastante que ver con los dibujos que los niños de estas familias plasman en el colegio cuando les propongo su realización en la hora de Plástica, ya que suelen elaborar escenas familiares siempre dentro de la casa, formando una unidad muy rígida y sin contacto con el mundo exterior.

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Como primer ejemplo, traigo el caso de un niño de 10 años, cuyos padres eran miembros de los testigos de Jehová, y, en consecuencia, tanto él como sus hermanos pertenecían a la secta. La información, como suele ser habitual, yo la había obtenido del profesor de la clase.

Al hacerle algunas preguntas al autor acerca de su dibujo, me respondió que “todos eran muy felices porque rezaban juntos” y que “estaban sentados a la mesa como el Señor lo hizo con sus apóstoles, al igual que en el cuadro que tenían en el salón de la casa”.

Sobre lo segundo, creí entender que se refería a una posible lámina que tuvieran de La última cena de Leonardo da Vinci, lienzo muy conocido en el que se ve a Jesús rodeado de sus apóstoles en una mesa rectangular, similar a la que el chico intentó reproducir (aunque en la obra del gran pintor italiano no apareciera un pollo como el niño plasmó en la mesa familiar).

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El segundo trabajo corresponde a una niña de 6 años, cuyos padres pertenecían a uno de los grupos evangélicos estadounidenses que se han establecido en nuestro país. Igualmente, el conocimiento de esta circunstancia lo obtuve de la profesora que atendía a la clase.

En el dibujo que realizó vemos que todos los miembros se encuentran dentro de la casa, como expresión de que las relaciones que se establecen en estos grupos son muy cerradas, puesto que los padres son muy celosos de que sus hijos se reúnan con otros niños o niñas que no sean de la misma confesión religiosa, por lo que apenas tienen amigos en el colegio a los que asisten.

Sin embargo, y a pesar de la supuesta “felicidad” en la que viven los adeptos en estas confesiones religiosas, la niña no dibujó a dos de sus hermanos, puesto que según me comentó la pequeña “no se llevaba bien con ellos”. Sobre las emociones reales quizás los padres no tengan mucha información y se sorprenderían que su hija rechazara a sus hermanos, pues la “felicidad” en la que supuestamente viven no les permite conocer estas alteraciones.

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Son los musulmanes el grupo más numeroso, tras los católicos y a larga distancia de estos, dentro de los que forman confesiones religiosas en nuestro país. Esto da lugar a que con bastante frecuencia obtenga dibujos de escolares de este tipo de familia. Sobre ellos, quisiera aclarar que, según el CIS, nueve de cada diez son españoles, pues se tiende a pensar que son todos extranjeros.

Si hubiera que destacar algo singular de niños o niñas musulmanes en los trabajos de investigación que llevo a cabo, indicaría que a sus madres nunca las representan con el velo con el cual se cubren el cabello las mujeres musulmanas.

Es lo que sucede con el dibujo que he seleccionado, perteneciente a esta niña de 8 años. Inicialmente, dibujó a su madre; en segundo lugar a su padre; en tercero, a sí misma, para cerrar con su hermana pequeña. Lo más llamativo de este caso es que representara a su madre sin el pañuelo cuando siempre lo lleva puesto, al tiempo que algo rubia, cuando era bastante morena.

La razón de que no las tracen con pañuelo es que ven a sus madres de este modo dentro de la casa, aunque saben que al salir a la calle se lo ponen. En el fondo, no desean expresar gráficamente esa señal que les hace ser distintos de los otros niños con los que conviven en el colegio, ya que ven a las de sus compañeros que llevan el pelo al descubierto.

Para cerrar este breve trabajo, quisiera indicar que actualmente uno de los problemas que puede aparecer en las aulas es la dificultad de integración de escolares que pertenecen a determinados grupos sectarios, caso los dos primeros descritos, cuyas normas rígidas impiden que tengan una relación normal y fluida con sus compañeros fuera del aula. No así los niños y niñas musulmanes, que por la experiencia que yo he tenido, sí tenían una buena relación con sus compañeros, tanto dentro como fuera del colegio.

AURELIANO SÁINZ

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