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¡Verano! y tengo que estudiar…

El curso escolar ha terminado. La mayoría del alumnado ha conseguido pasar al escalón siguiente establecido en el sistema educativo. El esfuerzo realizado, el afán por superar los escollos que puede presentar una actividad a veces tan aburrida como la de estudiar, sobre todo si no se tiene claro el para qué hago esto, bien merecen un fuerte aplauso. ¡Felicidades!

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Lamentablemente, no todo son rosas y parabienes. El suspenso existe. Suspender es posible y ello complicará el verano a estudiantes y familiares. ¿Por qué ha suspendido? La respuesta más rápida suele ser la de tirar balones fuera: “el profesor me tiene manía”, o “esa materia no me gusta y no sirve para nada”. A veces, cuando me preguntan, con desenfado, para qué sirve estudiar Filosofía siempre contesto –desenfadadamente, por supuesto- que a mí me daba de comer.

Seamos serios. No voy a entrar en la utilidad o no de unas materias escolares frente a otras. Tampoco voy a glosar los beneficios de estudiar Matemáticas, pongo por caso, antes que Música. El tema que me preocupa como docente y pensando en ese sector de alumnos que han suspendido una, alguna o todas las asignaturas, es el cómo evitar tropezar en la misma piedra. Ha llegado el momento de sentarnos y detenidamente analizar cuáles han sido las causas de ese tropezón.

Esta labor debe ser conjunta entre padres e hijos y debe contar con la colaboración de la escuela. Empiezo por la última pata del banco: la escuela. Lo normal es que el tutor nos informe de los posibles fallos cometidos; es más, seguramente lo habrá hecho durante el curso.

Es conveniente y necesario saber por qué ha suspendido el hijo para, a partir de esa premisa, determinar cuántas horas debe estudiar este verano, dónde debe hacerlo, cómo y con quién. Reconozco que este diagnóstico es fácil de enunciar y no de realizar, pero si no lo intentamos, aún puede ser peor.

Ahora se trata de hablar con el tutor y los profesores implicados para que nos indiquen dónde están los fallos y cuáles son los posibles remedios/soluciones a los mismos. Hay que analizar con el profesor el motivo del suspenso. También es conveniente pedir unas posibles directrices al Departamento de Orientación. Mi consejo/opinión es que siempre esté el interesado delante para que así se sienta, ante todo, implicado y debidamente informado de lo que se espera de él o de ella.

Un segundo paso sería sentarnos a hablar detenida y seriamente con nuestro vástago. Primero, para que sienta que nos importa su situación, que estamos dispuestos a ayudarle dentro de nuestras posibilidades, pero que sin su aportación nada podremos hacer.

Sería conveniente no mostrarse muy duros, pero tampoco ceder a las primeras de cambio. No hay que dramatizar ni culpabilizar aún más. Tan ineficaz es montar una “pirula” en ese momento, que luego se la lleva el viento, como pasar por alto lo que ha ocurrido. A lo hecho, pecho. Y al toro para salir de ésta.

Con los adolescentes, pactar sería la actitud más adecuada. Que nos diga, honradamente, por qué cree que ha llegado a esta situación y si está dispuesto a salir de ella. Debe aceptar que necesita hacer un esfuerzo extra, necesario para remontar el bache. Nuestro deber como padres es acompañarlos en todo momento, aunque nos jorobe la situación. Ir más allá de lo que dicta la prudencia es un suicidio que nos amargará el verano.

Del análisis que hagamos conjuntamente debe surgir un plan de trabajo serio, práctico, sistemático, para enfrentarnos a la realidad que es la que es y no vale edulcorarla con metas utópicas y, mucho menos, con buenos deseos. El plan de trabajo se diseña con el estudiante, caso contrario hará agua a los dos días. Importante: los planes que se hagan son para cumplirlos. Las promesas que se ofrezcan, también.

Si se ha suspendido, ante todo hay que estudiar para preparar las futuras recuperaciones. Pero seamos realistas: no todo el día porque también es necesario divertirse, compartir tiempo con familia y amigos. Aflojar la presión contribuirá, posiblemente, a una mejor actitud afectiva, emocional y vivencial.

El día es muy largo y es necesario repartir las horas para cumplir con obligaciones. Bombardear constantemente con "estudia, estudia y estudia" sólo servirá para que se rebote. Recordemos que estudiar no es estar horas y más horas delante de los libros. Se impone un estudio activo y la formula S-E-R (Subrayado-Esquema-Resumen) sigue siendo básica.

Para los más mayores, algunos consejos simples y espero que prácticos. ¿Cuándo? Hay que escoger la mejor hora para estudiar. Este factor siempre es personal pues cada cual tiene un biorritmo al que acoplarse. Siempre a la misma hora. La rutina juega un papel importante en este caso porque el cuerpo sabiamente se adapta a lo que le pidamos.

Tener a mano el material necesario para cada sesión de trabajo. Levantarse cada dos por tres sólo consigue descolocarnos. Evitar todo lo que nos pueda distorsionar: ordenador, móvil, televisión, consola, música...

Se debe trabajar marcando un horario razonable, realista, pactado con la familia, para empezar y terminar y se ha de cumplir cueste lo que cueste. En caso contrario burlamos el compromiso adquirido con los demás y nos engañamos a nosotros mismos.

Algunos especialistas hablan de redactar y firmar dicho pacto. ¡No estaría mal! Nuestro horario debe incluir breves pausas de no más de cinco minutos después de una hora de trabajo. Con descansos más largos se evapora la concentración. La distribución horaria se hará por escrito para así controlar mejor o para rectificar lo necesario.

Es necesario marcar unos contenidos de estudio para la semana y comprobar si se han cumplido al final de la misma. Dos o tres horas diarias de estudio podrían ser suficientes para aprobar en septiembre. Debidamente organizado, hay tiempo para estudiar y para divertirse. Entre las principales ventajas destaca la de evitar los atracones de último momento y los agobios finales.

Es conveniente iniciar la sesión de trabajo con la materia que sea considerada fácil para así calentar motores, luego continuar con lo más difícil y terminar con algo suave como hacer resúmenes o trabajos que tengamos que presentar.

Pregunta final: ¿Dónde estudiar? Si es en casa, buscar un sitio fijo, cómodo y solitario. Una alternativa para no estar solos en casa sería acudir a la biblioteca, donde se puede compartir tiempo y espacio con otros colegas. ¿Pedir ayuda a un profesor particular o a una academia? Circunstancias mandan.

Hay que plantearse septiembre como una oportunidad para incrementar los resultados y así sacarle la lengua al señor Wert a la hora de pedir ayuda para una beca. Sería un bonito reto. ¡Buen verano para todos!

Postdata: estos consejos hay que acoplarlos con los más pequeños e, incluso, hay que estar más encima de ellos. Es recomendable y necesario que los padres supervisen y le refuercen con sus deberes, para que, además de ayudarles, se vean arropados por ellos. Por supuesto, también los tiempos deberán ser menores en este caso.

PEPE CANTILLO
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