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Manuel Bellido Mora | Hotel Babel (II)

Rebuscar en el libro de registros del Hotel Comercio de Montilla depara casos asombrosos. Da para un serial que haría las delicias de cualquier guionista en busca de ideas. Es un espacio de tránsito profundamente humano. Refugio, techo, cobijo para la amistad y el amor. Su naturaleza es hacer de puente, ser lugar de paso. Pero esto no se atiene a una regla inflexible: es algo abierto a toda clase de posibilidades.

Comida de jugadores y directivos del Montilla Vinícola y del Real Córdoba.
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: MANUEL BERRAL CEREZO]

Algunos clientes se quedaron para siempre. Francisco Lucena Muñoz entró como vigilante nocturno en el hotel. Eran los ojos noctívagos de la casa, el que permanecía despierto mientras la ciudad dormía. El que apagaba las luces. Pasaba las madrugadas en duermevela, en alerta como un soldado en su garita. Nada se escapaba a sus rondas de habitante de la medianoche. Celia Portero lo recuerda recostado en una silla ligeramente inclinada que él apoyaba en la pared junto a la cancela, fiel observador de las sombras de la oscuridad.

Había llegado a Montilla formando parte de la troupe de un circo. Se acercó al hotel y le pareció idóneo para refrenar en él su vida nómada de volatinero. Necesitaba tranquilidad y un cierto orden que encontró el día que llamó al timbre de la recepción. Francisquillo era poco hablador y tímido. Prefería el silencio a la cháchara. Le gustaba observar y huía del ruido. “Como era serio, permitía pocas bromas”, comenta Rafael Navarro.

A pasos cortos, debido a su escasa estatura, se hizo inseparable de la familia Luna. Más tarde era habitual verlo en el Restaurante Las Camachas donde, en una última etapa, estuvo de guardacoches, servicial y estricto, sin que casi se notara su presencia. Bajo su custodia había garantía de seguridad.

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Tenía un sobrenombre con el que se abreviaba su filiación: era Francisquillo el de Máxima. Después de recorrer tantos caminos con las lonas del circo a cuestas, el hotel se convirtió en su propia familia. Pepi Luna Repiso le dio acogida. Le ofreció un nuevo hogar, mesa y confort junto a su marido Alberto López: “Vivía con ellos en el campo, les ayudaba; estaba perfectamente integrado con el calor del cariño que no había tenido hasta entonces”, puntualiza Salva Córdoba.

Razón de amor también hubo en la propia relación de pareja entre Alberto López y Pepi Luna. Él, que era gallego de nacimiento, contrató una habitación para ponerla como centro de operaciones de su trabajo. Iba y venía cada día. Estaba empleado en Construcciones Corviam, una empresa especializada en reparación, mantenimiento y construcción de carreteras.

“Alberto estaba hospedado aquí. Era una persona muy seria y formal, con un trato agradable que conquistó el corazón de Pepi Luna. Era sensato y cariñoso, lo que hizo que fuera bien aceptado y querido. Siempre se les veía muy felices a los dos. En verdad, a los tres, porque esta historia no estaría completa sin María Jesús López, Chechu, que siendo una sobrina, la adoptaron como hija”, recuerda Salva Córdoba, que estuvo en la boda.

Salvador Córdoba Castro, en una imagen reciente.
[FOTO: JOSÉ ANTONIO AGUILAR]

Francisquillo solía pasarse por el Mesón de Luna. Era ideal para la gente joven que podía escuchar música en una gramola. Y también era un lugar discreto en el que algunas parejas fueron madurando sus noviazgos. Fue un buen complemento para el hotel. O un sustituto, según se mire. Compartieron espacio y tiempo y de alguna forma, así se fue adaptando a los nuevos tiempos.

Con los consabidos altibajos había marcado época en Montilla. Bajó la persiana en 1967. Pero el mesón continuó abierto unos cuantos años más. Su estela es un rosario de historias mínimas. Un compendio de lo cotidiano que Candi revive cada vez que abre el álbum de fotos.

“Aquí pernoctaban e incluso alargaban su estancia muchos clientes relacionados con las bodegas, representantes, trabajadores, visitantes más o menos ilustres y personal de empresas como la lucentina Víbora, cuya sede estaba cerca de Cruz Conde, el Hogar del Pensionista y las Casas Baratas”.

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“Atendíamos, además, a bastantes forasteros que venían por cuestiones relacionadas con Bodegas Alvear. Era gente de negocios que dormía aquí. Y, luego, teníamos a los viajantes de comercio que venían para introducir sus artículos en el comercio local”.

“Para este trasiego de personas y productos teníamos un coche propio que estaba todo el tiempo entre el hotel y la estación de ferrocarril. Dábamos servicio a mucha gente. Los recogíamos y llevábamos cada vez que era preciso. Era una especie de furgoneta o microbús con suficiente capacidad. Iba a la hora que llegaba el Expres, a la que arribaba el Correo o el Rápido, siempre puntual a la cita con los clientes, porque, entonces, casi nadie tenía vehículo propio”.

Cama y comida


El Hotel Luna funcionaba en régimen de pensión completa, para lo que había un magnífico comedor, con una cocina bien equipada y muy eficiente. En el buen tiempo, también se usaba el patio, con su gran toldo, como una extensión del restaurante.

Entrega de trofeos de un Torneo de Tenis de Mesa en el Hotel Comercio.
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: JOSÉ LUIS MÁRQUEZ RUIZ]

“En el patio eran habituales las reuniones de amigos con gente fija que paraban a diario a tomar la copa del mediodía. Teníamos un buen servicio y una selecta carta con marisco y pescado fresco. Era un sitio muy agradable para el copeo, las tapas y la cerveza”, según recuerda Candi.

Toda la familia Luna estaba implicada en la gestión del Hotel Comercio, que ocupaba el solar de una antigua bodega. Su distinguida portada con piedra labrada nos habla de su noble procedencia. “Además de toda la familia, allí había unas siete muchachas de fuera, la mayoría de Espejo, que incluso dormían aquí. Mi madre decía que eran muy limpias, que era gente que le gustaba su trabajo. Aparte, hay que mencionar a los camareros: el maître Rafael Merino, Rafalito y Manolo Márquez, además de un botones”.

Fluía en el entendimiento y la confianza entre propietarios, empleados y proveedores. El Hotel Comercio era parada y eje de la vida ciudadana. Todo lo que ocurría tenía allí su correspondiente eco. Era aposento que verdaderamente daba acogida. No había allí forasteros, sino amigos.

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“Recuerdo en especial a Salvador Córdoba, que estaba hecho un niño y ya venía con su padre a vender huevos. Hablé con los vecinos comerciantes para que también le compraran este artículo. Así se hizo él con una buena clientela y, luego, ya puso un puesto en la plaza. Y al final, Salva se quedó con nosotros. Era primo hermano de una de las mujeres de Espejo. Empezó a entrar en la casa y así se hizo como uno más de la familia”.

A Salvador Córdoba, el hombre atento y servicial, se le dibuja una sonrisa clara cuando echa la vista atrás. El hotel fue, para él, una escuela de vida en la que aprendió la importancia de las relaciones sociales. Pero también el valor de la prudencia y de la discreción. Sus ojos y su mente crecieron entre aquellas ajetreadas paredes.

“Yo empecé de chiquillo en el hotel cuando vine de Espejo con 14 años. Mi padre ya trabajaba allí, dábamos bodas y banquetes. Figúrate el cambio para mí. Yo venía de un pueblo más pequeño y el ambiente que había allí era el de una ciudad. Y, además, a unos niveles muy altos”.

Minuta de la cena ofrecida por el Hotel Comercio a José María Pemán, pregonero de la III Fiesta de la Vendimia en 1958.
[ARCHIVO FOTOGRÁFICO: JOSÉ LUIS MÁRQUEZ RUIZ]

“Pasaba gente de todo tipo: futbolistas, artistas y compañías de mucha importancia. En la puerta se fijaban las carteleras con los anuncios de las películas y las actuaciones teatrales y musicales. Y el restaurante del hotel igualmente era de gran altura. Para mí fue el establecimiento de hostelería de mayor fama y renombre”.

Pioneros del catering


Desde su primera época, en los tiempos de Berral, este hotel había ido especializándose en servicios a la carta, sirviendo banquetes y agasajos al exterior. Uno de ellos, de los más sonados, fue el que siguió a la inauguración del Teatro Garnelo, el 14 de agosto de 1917, en el que la oratoria de las autoridades e invitados compitió con un menú de altura, con sus correspondientes vinos.

Al convite asistieron exactamente noventa y dos personas, según se específica en la oportuna crónica periodística que apareció en El Defensor de Córdoba. Con la llegada de Luna Repiso a la dirección, lo que hoy llamamos catering fue una de sus principales líneas de negocio.

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“En aquella época se daban muchas bodas y convites dentro y fuera del hotel”, significa Salva Córdoba. “Salíamos para dar servicio en celebraciones de postín para gente importante, autoridades, escritores... Recuerdo que se hacían servicios en lagares de la Sierra, en La Inglesa, por ejemplo”.

“Y de todo esto se encargaba el Hotel Comercio, bajo la dirección de Felisa Repiso, con la ayuda de sus hijas. Dimos, para que veas la relevancia, el banquete por la inauguración de la Cooperativa de Montemayor, un acto al que vinieron numerosas autoridades”.

Había intensa actividad cada jornada. 24 horas de cara al público. En este espacio polivalente, la actividad se redoblaba los sábados y domingos. No se perdía un minuto. “Durante el fin se semana, se cogían muchos extras con personal de refuerzo para atender el patio (había dos: uno central más grande y otro interior) y el comedor, que tenían gran capacidad”.

Publicidad del Hotel Comercio en la revista Munda (1958).
[FUENTE: FUNDACIÓN BIBLIOTECA MANUEL RUIZ LUQUE]

“Ambos espacios estaban separados por una puerta, pero estaban plenamente comunicados. Funcionaba muy bien como restaurante. Y además, allí se dieron los primeros pasos con las reuniones de aficionados que, con el tiempo, iban a dar lugar a la Peña Flamenca de El Lucero. Se acondicionó un viejo lavadero para darle acogida. Incluso, cerca del patio, Carmeli Luna, recientemente fallecida, montó una peluquería. Antes, ella había estado de cocinera, junto a su hermano Pepe Luna”.

La Peña El Lucero hunde aquí sus raíces, aunque estrictamente no se puede aseverar que fuera el sitio donde se constituyó oficialmente, según Jaime Luque, que fue el primer presidente de esta sociedad nacida para divulgar y engrandecer el flamenco.

“Pepe Luna nos ofreció un local que yo recuerdo que estaba detrás del patio. Pero no era exclusivamente para escuchar y hablar de flamenco, sino que allí también se daban los guateques los domingos. Poníamos un tocadiscos con las canciones de moda y era la ocasión para que chicos y chicas pudieran bailar y divertirse”.

SUMINISTROS AGRÍCOLAS LUQUE

“La peña allí no se fundó como para tener un local social, esa es la verdad. Después nos trasladamos a un desván que tenía su encanto. Eran una serie de escaleras que subía y bajaba por el hotel. Recuerdo que había un palomar. Y allí teníamos un rincón para poder cantar y si queríamos algo, pues lo pedíamos y nos traían las bebidas”.

“Pepe Luna nos daba toda clase de facilidades para que el flamenco no se perdiera. La idea de la peña maduró allí, pero nunca tuvo allí una sede social. Esto llegó después. cuando dimos el salto a Casa de Palop. La grandeza como institución fue en Casa de Palop”.

Jaime Luque, que tiene memoria fotográfica, describe el hotel como una verdadera Casa de la Troya. Era un retablo social vivo y dinámico en el que se cruzaban y se intercambiaban ideas, merced a un flujo constante de visitantes en un ambiente de permanente animación.

Jaime Luque Luque.
[FOTO: FRANCIS SALAS]

Era el eje vertebrador de La Corredera cuando esta céntrica vía concurrida a todas horas venía a ser como la calle Sierpes para Sevilla. Todo lo que ocurría en Montilla tenía su correspondiente eco al calor de la familia Luna Repiso.

El maître Rafael Merino era una pieza vital en el organigrama del Comercio. Había que estar a la altura, porque a Montilla y al hotel venía la crème de la crème. Rafael era una institución en la casa. Pero no era el único, como bien recuerda Candi Luna.

“En la cocina estaba Leopoldo Jiménez, que estuvo con nosotros cuarenta años hasta que se jubiló. En las tareas de fogones también colaborábamos nosotras y mi hermano Pepe. En total, podía haber unas quince personas como personal de la calle. Había mucho negocio, porque en la recepción se atendía todo lo que se presentaba. Estaba adelantado a su tiempo, porque incorporaba todos las novedades y formas de trabajar en Madrid y Barcelona”.

Entregas anteriores


Hotel Babel (I)

MANUEL BELLIDO MORA
FOTOGRAFÍA: VARIOS AUTORES

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