Aquella cornucopia lo había visto todo. Sus volutas doradas le daban tono de gran casa. Y como un centinela relamido, sin inmutarse, el espejo de madera rizada había sido testigo de quienes subían y bajaban la pulcra escalera de mármol. Era como un gran escenario. Uno se detenía en el descansillo y posaba con el azogue a la espalda. Hubo novias que se eternizaron al estallar el flash. Y ahora, como una huella sagrada, reinan en el álbum de bodas.
A la izquierda, antiguo edificio del Hotel Comercio, junto a la esquina de la calle Angustias.
[FOTO: JOSÉ ANTONIO AGUILAR]
El Hotel Comercio le dio empaque de capital a Montilla. La vajilla y cubertería llevaban grabada la insignia de la familia Luna Repiso. Con ese aire señorial, aún sigue abierto en la memoria. Es el monograma del lujo y la elegancia con licencia para soñar. Algo de cine, entre la ficción y la realidad, también habitaba tras su blasonada fachada.
Era el signo de distinción de un lugar de paso muy concurrido, en el que se cerraron tratos y negocios, pero también un punto de encuentro de gente de toda procedencia. Hasta Cupido depositó sus enamoradizas maletas. Viajeros con su equipaje y su mercancía. Clientes que buscaban descanso en su ruta. Artistas de noches y trasnoches. El apellido, tan selenita, parecía predestinado a las horas nocturnas.
“Los cubiertos y la cristalería portaban las iniciales JL y, además, una media luna dibujada”, me cuenta María Joaquina Luna Repiso. “Allí se daba servicio para más de un centenar de personas. El hotel funcionaba de maravilla. Yo era la mayor de la familia y, para todo, mis padres contaban conmigo. Fui feliz dentro del hotel, donde había una continua actividad”.
Ella, que se casó con Isidoro Jiménez, el del cine, presenció desde allí el mundo y sus cambios. “Todas las cosas grandes se celebraban en el hotel. Yo tenía las llaves de todo. Si llegaba un saco de judías o de garbanzos, allí estaba yo, porque ya sabes la importancia de tener una buena despensa en un sitio así, con tanto movimiento. Mis padres querían que todo estuviera bien preparado, que nada nos cogiera de improviso”.
Su hermana Candi Luna también contribuyó al sostenimiento de esta casa de huéspedes de primer nivel. Lo primordial era que nadie se sintiera extraño. El hotel debía tener todas las ventajas de un hogar y ninguno de sus inconvenientes. Y en este universo de transeúntes dejar hacer era como una norma no escrita en una época de restricciones de todo tipo.
Isidoro Jiménez Hidalgo, junto a un retrato de su padre, Isidoro Jiménez González.
[FOTO: JOSÉ ANTONIO AGUILAR]
“José Luna Gómez, mi padre, comenzó a regentar el hotel en los años cuarenta del siglo pasado, poco después de la Guerra Civil”, nos explica Candi. “Le acompañó su esposa, Felisa Repiso Castro. Se lo traspasó José Berral, que lo había tenido hasta entonces. Esta familia se fue a Madrid y decidió deshacerse de este negocio. Para quedarse con él, mi madre vendió su casa, la casa de Miguel Moreno, donde vivíamos”.
La buena posición económica de Felisa Repiso Castro fue crucial en el éxito del hotel. Hablamos de una niña que se quedó huérfana a los siete años. Este hecho fue determinante, según recuerda María Joaquina: “La adoptó un tío mío en Castro del Río, un hermano de mi abuela que estaba casado con una señora con mucho poderío y buenas relaciones sociales. Por esta razón, era adinerado y tenía importantes propiedades en la provincia de Cádiz. Él la recogió y la crió. La familia de mi madre eran todos de gente muy conocida”.
Salvador Córdoba entró en el hotel cuando era un chiquillo. Tiene muy vivos recuerdos de aquella colmena social. Él nos ayuda ahora a reconstruir el árbol familiar, sin olvidarse de las numerosas innovaciones y curiosidades de aquel establecimiento tan puntero. “José Luna Gómez había sido empleado del Casino Montillano”, precisa Salva. “Tuvo buen olfato para los negocios y se instaló por su cuenta, con el apoyo de su mujer, que era huérfana de una familia noble y bien situada”.
“Todo el mundo la llamábamos 'la Señora'. Ella procedía de gente de dinero, con propiedades en Jerez y en El Puerto de Santa María. Ella era una niña adoptada, con un capital que le permitió salir adelante. Fueron pioneros en innovación en la cocina. Fueron de los primeros en hacer flamenquines. Además, la primera oficina de Correos tuvo sus dependencias en el hotel. Pepe Luna iba por los pueblos cercanos de alrededor con un furgón para recoger la correspondencia. El jefe de Correos y Telégrafos, de hecho, vivía en el hotel”.
El Hotel Comercio constaba de 17 habitaciones en diferentes formatos: cuartos individuales, dobles para matrimonios, y otras con tres camas. Era el único hotel de estas características, perfectamente equipado y polivalente, que había en Montilla. Los demás alojamientos eran pensiones y fondas, como la de Rosita, frente al Ayuntamiento —a la que Pepe Cobos le habría de dedicar una de sus medidas columnas— o la de Baena, en la calle Herradores.
A la izquierda, fachada del Hotel Comercio. A la derecha, Paco Portero, ataviado como un bandolero.
[FOTO: MANUEL GONZÁLEZ CANDELAS]
“Teníamos muy buena clientela, porque eran tiempos de bonanza y progreso para las bodegas que vivían una edad de oro, una vez que se habían repuesto de los estragos de la filoxera”, nos dice Candi Luna Repiso. Ella y sus hermanas —Pepi, Carmeli Y María Joaquina, además de su hermano Pepe—, vivían para el hotel. Pepe, además, sobresalía como arquero. Durante varias temporadas fue portero del Club Balompédico Alvear. Y más tarde, a principios de los setenta, abriría el Mesón de Luna en una esquina de la casa.
Como guardameta era un hacha. Poseía agilidad felina, como se diría en una crónica deportiva de antaño. Volaba y tenía buena salida por alto, me apunta Rafael Navarro, que lo sabe todo del balompié local: “El Atlético de Madrid estuvo interesado para ficharlo, pero él desechó un posible contrato con los colchoneros porque estaba muy comprometido con su negocio. Era magnífico, y también jugó con el Puente Genil en Tercera División. Pudo llegar a Primera pero la responsabilidad del mesón lo frenaba. Era un figura, un buen amigo y lo pasábamos muy bien allí con los bailes y los ligues”.
El mesón –al estilo venta de caminos– tenía un camarero vestido como un bandolero de época, con trabuco y calañés. Paco Portero Morales, que así se llamaba, nos daba la bienvenida con su porte afable y su aspecto de salteador de caminos. También él fue portero de fútbol durante algún tiempo. Y antes de dedicarse a la hostelería, ejerció como curtidor en la fábrica de Miguel de la Torre Ruiz, que estaba en la calle Zarzuela Alta. El cuero en las tenerías era la piel de un tiempo duro y resistente.
[FOTO: JOSÉ ANTONIO AGUILAR]
El Hotel Comercio le dio empaque de capital a Montilla. La vajilla y cubertería llevaban grabada la insignia de la familia Luna Repiso. Con ese aire señorial, aún sigue abierto en la memoria. Es el monograma del lujo y la elegancia con licencia para soñar. Algo de cine, entre la ficción y la realidad, también habitaba tras su blasonada fachada.
Era el signo de distinción de un lugar de paso muy concurrido, en el que se cerraron tratos y negocios, pero también un punto de encuentro de gente de toda procedencia. Hasta Cupido depositó sus enamoradizas maletas. Viajeros con su equipaje y su mercancía. Clientes que buscaban descanso en su ruta. Artistas de noches y trasnoches. El apellido, tan selenita, parecía predestinado a las horas nocturnas.
“Los cubiertos y la cristalería portaban las iniciales JL y, además, una media luna dibujada”, me cuenta María Joaquina Luna Repiso. “Allí se daba servicio para más de un centenar de personas. El hotel funcionaba de maravilla. Yo era la mayor de la familia y, para todo, mis padres contaban conmigo. Fui feliz dentro del hotel, donde había una continua actividad”.
Ella, que se casó con Isidoro Jiménez, el del cine, presenció desde allí el mundo y sus cambios. “Todas las cosas grandes se celebraban en el hotel. Yo tenía las llaves de todo. Si llegaba un saco de judías o de garbanzos, allí estaba yo, porque ya sabes la importancia de tener una buena despensa en un sitio así, con tanto movimiento. Mis padres querían que todo estuviera bien preparado, que nada nos cogiera de improviso”.
Su hermana Candi Luna también contribuyó al sostenimiento de esta casa de huéspedes de primer nivel. Lo primordial era que nadie se sintiera extraño. El hotel debía tener todas las ventajas de un hogar y ninguno de sus inconvenientes. Y en este universo de transeúntes dejar hacer era como una norma no escrita en una época de restricciones de todo tipo.
[FOTO: JOSÉ ANTONIO AGUILAR]
“José Luna Gómez, mi padre, comenzó a regentar el hotel en los años cuarenta del siglo pasado, poco después de la Guerra Civil”, nos explica Candi. “Le acompañó su esposa, Felisa Repiso Castro. Se lo traspasó José Berral, que lo había tenido hasta entonces. Esta familia se fue a Madrid y decidió deshacerse de este negocio. Para quedarse con él, mi madre vendió su casa, la casa de Miguel Moreno, donde vivíamos”.
Retrato de familia
La buena posición económica de Felisa Repiso Castro fue crucial en el éxito del hotel. Hablamos de una niña que se quedó huérfana a los siete años. Este hecho fue determinante, según recuerda María Joaquina: “La adoptó un tío mío en Castro del Río, un hermano de mi abuela que estaba casado con una señora con mucho poderío y buenas relaciones sociales. Por esta razón, era adinerado y tenía importantes propiedades en la provincia de Cádiz. Él la recogió y la crió. La familia de mi madre eran todos de gente muy conocida”.
Salvador Córdoba entró en el hotel cuando era un chiquillo. Tiene muy vivos recuerdos de aquella colmena social. Él nos ayuda ahora a reconstruir el árbol familiar, sin olvidarse de las numerosas innovaciones y curiosidades de aquel establecimiento tan puntero. “José Luna Gómez había sido empleado del Casino Montillano”, precisa Salva. “Tuvo buen olfato para los negocios y se instaló por su cuenta, con el apoyo de su mujer, que era huérfana de una familia noble y bien situada”.
“Todo el mundo la llamábamos 'la Señora'. Ella procedía de gente de dinero, con propiedades en Jerez y en El Puerto de Santa María. Ella era una niña adoptada, con un capital que le permitió salir adelante. Fueron pioneros en innovación en la cocina. Fueron de los primeros en hacer flamenquines. Además, la primera oficina de Correos tuvo sus dependencias en el hotel. Pepe Luna iba por los pueblos cercanos de alrededor con un furgón para recoger la correspondencia. El jefe de Correos y Telégrafos, de hecho, vivía en el hotel”.
El Hotel Comercio constaba de 17 habitaciones en diferentes formatos: cuartos individuales, dobles para matrimonios, y otras con tres camas. Era el único hotel de estas características, perfectamente equipado y polivalente, que había en Montilla. Los demás alojamientos eran pensiones y fondas, como la de Rosita, frente al Ayuntamiento —a la que Pepe Cobos le habría de dedicar una de sus medidas columnas— o la de Baena, en la calle Herradores.
[FOTO: MANUEL GONZÁLEZ CANDELAS]
“Teníamos muy buena clientela, porque eran tiempos de bonanza y progreso para las bodegas que vivían una edad de oro, una vez que se habían repuesto de los estragos de la filoxera”, nos dice Candi Luna Repiso. Ella y sus hermanas —Pepi, Carmeli Y María Joaquina, además de su hermano Pepe—, vivían para el hotel. Pepe, además, sobresalía como arquero. Durante varias temporadas fue portero del Club Balompédico Alvear. Y más tarde, a principios de los setenta, abriría el Mesón de Luna en una esquina de la casa.
Como guardameta era un hacha. Poseía agilidad felina, como se diría en una crónica deportiva de antaño. Volaba y tenía buena salida por alto, me apunta Rafael Navarro, que lo sabe todo del balompié local: “El Atlético de Madrid estuvo interesado para ficharlo, pero él desechó un posible contrato con los colchoneros porque estaba muy comprometido con su negocio. Era magnífico, y también jugó con el Puente Genil en Tercera División. Pudo llegar a Primera pero la responsabilidad del mesón lo frenaba. Era un figura, un buen amigo y lo pasábamos muy bien allí con los bailes y los ligues”.
El mesón –al estilo venta de caminos– tenía un camarero vestido como un bandolero de época, con trabuco y calañés. Paco Portero Morales, que así se llamaba, nos daba la bienvenida con su porte afable y su aspecto de salteador de caminos. También él fue portero de fútbol durante algún tiempo. Y antes de dedicarse a la hostelería, ejerció como curtidor en la fábrica de Miguel de la Torre Ruiz, que estaba en la calle Zarzuela Alta. El cuero en las tenerías era la piel de un tiempo duro y resistente.
MANUEL BELLIDO MORA
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR




















































