Un vino, para ser excepcional, requiere esplendor, una cierta grandeza, en todos sus aspectos. Su leyenda también se forja en la arquitectura de la bodega, que puede ser monumental, o discreta, más recogida e interior. Atenido a la tradición o puesto en manos de la vanguardia contemporánea, el vino tiene su propia horma. Se han levantado imponentes estructuras para guardarlo mientras se cría para ser consumido –mejor dicho: degustado y apreciado–.
Una bodega, con independencia de su tamaño, es la viva expresión de la calidad del vino para la que fue construida. Esta es la sensación cuando uno entra, por ejemplo, en el espléndido recinto que también tiene algo de monacal de Los Ángeles, en Aguilar de la Frontera.
Es como si accedes a un cortijo palacio, o a un santuario, ya digo, de efímera existencia, porque algo sigue teniendo de sagrado, aunque hace décadas que dejó de ser, propiamente, una bodega. Ahora es otra cosa, aunque entre los tapiales perdura la esencia, su antigua alma.
De hecho, durante años, estuvo cerrada a cal y canto, vacía y silenciosa, pero expuesta al robo, a la rapiña de sus costosas piezas artesanales. Estaba abandonada y en muy malas condiciones a causa de un prolongado descuido. Y con el desuso le rondó la ruina.
Llamándose "Los Ángeles", sin embargo, estaba desangelada, sin nada dentro, cruel paradoja de lo que indica su celestial nombre. Es como la encontró Antonio Pulido, cuando la adquirió hace casi 25 años, tal y como ahora nos cuenta su hijo Rafa: “Nos la encontramos muy deteriorada, sucia y con mucha maleza en el patio, porque llevaba muchos años olvidada, clausurada”.
Habían desaparecido las botas, la maquinaria, los pertrechos y otros equipamientos que fueron trasladados a otro destino por orden de Bobadilla S.A, la de del coñac 103, que se había hecho cargo de ella en una interminable cadena de traspasos.
Y en este continúo desamparo, en un paso más de su degradación, los barriles acabaron en Jerez de la Frontera, en alguna de las muchas propiedades del grupo empresarial de José Estévez, uno de los más significativos por su magnitud y volumen de ventas en el marco jerezano.
Esto hacía inviable el reflotarla como bodega, sin que mediara un notable desembolso, con lo que, como alternativa, se pensó en destinarla a sede de grandes eventos sociales, bodas incluidas. La de Carmen con Jaime, inolvidable por tantas razones, como así mismo lo fueron las de mis otras sobrinas, Marisol y Carmen (mis hijas dicen que es una boda que no tendría que haberse acabado nunca), me ha dado oportunidad de visitarla de nuevo.
La primera vez, lo recuerdo bien, fue hace cuarenta años, cuando se celebró allí el agasajo (qué mejor lugar) al poeta Vicente Núñez con motivo de su nombramiento como Hijo Predilecto de Aguilar de la Frontera. Entonces, a simple vista, ya me pareció un lugar hermoso. Y esta es una opinión que no solo no ha cambiado, sino que, incluso, ha mejorado, con tan solo comprobar lo cuidado que está todo.
Como digo, ya no es exactamente una bodega, pero cuenta con cachones de barriles alrededor del salón principal, con lo que, de alguna manera, así revive su original identidad. “Vimos conveniente ponerlos —nos explica Rafa Pulido— porque aquello, al estar tan vacío, estaba un poco desnudo. Así que compramos las botas y las llenamos de vino”.
“Tienen vino, aunque, en efecto, están situadas de fondo, a modo ornamental, pero recordando su verdadera función. Hemos sido muy respetuosos. No hemos hecho ninguna intervención de obra: simplemente nos hemos esforzado por realizar el mejor mantenimiento posible. Estamos pendientes de que todo esté bien, que esté bien pintado y que no haya humedades. Es la conservación más cuidadosa, de limpieza día a día”.
Los Ángeles, que también ha albergado ferias de productos locales y exhibiciones de cata, es la última gran bodega de considerables dimensiones construida en la Denominación de Origen Montilla–Moriles. Con una superficie total de cerca de 18.000 metros cuadrados, llegó a almacenar unas 10.000 barricas en su nave mayor. La completa otra para tinajas, algo más reducida, con capacidad aproximada de unas 300.000 arrobas de mosto, según recuerda mi amigo, el bodeguero y enólogo Pepe Carbonero.
Pepe, cuya raíz vinatera le acompaña de por vida, entró en 1980 en el laboratorio de la bodega Los Ángeles como jefe del Departamento de Control de Calidad de Carbonell y Compañía. De él dependían los centros de Aguilar y Montilla, donde esta empresa agroalimentaria de Córdoba se había quedado con la firma Tomás García, en la que Pepe comenzó a trabajar en 1971, siendo apenas un adolescente.
Estuvo en el Llano de Palacio en un puesto de aprendiz administrativo hasta 1975, cuando ingresó en la prestigiosa Escuela de Viticultura y Enología de Requena, en la provincia de Valencia. Desde entonces es y se comporta como un maestro experimentado y sabio. “En Aguilar estaba el lagar, la bodega de conos y de botas. Lo llevábamos entre seis personas, porque Carbonell concentraba a la mayoría de empleados, unos veinte, según campaña, en las instalaciones de Tomás García”.
Hablamos de una sociedad que, en la actualidad, pertenece al Grupo Pérez Barquero, al igual que sucede con las marcas de productos Monte Cristo, que se comercializan en envases de lujo como brandy y ron. Anteriormente fueron propiedad de Compañía Vinícola del Sur que, a su vez, reemplazó a Baena Panadero, lo que viene a constatar los continuos vaivenes del negocio del vino. Es esa fragmentación, despiece y traspaso al que se ha visto abocado de forma incesante por falta de la estabilidad financiera necesaria, y también por asfixiantes deudas, cuando no por problemas derivados de herencias.
“La bodega de Los Ángeles era como entrar en un precioso cortijo encalado —rememora Pepe con precisión, detalle e inevitable añoranza—. Te recibía un patio empedrado con una gran fuente alargada, con un caño de agua en cada uno de sus extremos”.
Está en el centro a modo de divisoria, porque a los lados se encuentran los dos grandes cuerpos de este inmueble: en uno está el que se conoce como "La Mezquita", con una curiosidad dentro: dispone de un balcón desde donde se puede contemplar, a modo de otero, toda la extensión de la bodega, que resulta impresionante. Y también, al otro costado, es muy bonita la bodega de Los Arcos.
Su fábrica es de ladrillo visto y cuenta con un llamativo artesonado de madera. Este componente estético de sabor oriental la hace diferente. Es otro concepto arquitectónico. El resto es un enorme espacio abierto existente en la parte de atrás, que es donde estaban las prensas para la molienda de la uva, el patio de maniobras, etcétera. Pero entre todo este entramado brilla con luz propia el artesonado, verdadero ejemplo de refinamiento del arte califal en el uso de la madera.
“Esta es la parte noble de la bodega —nos dice Rafa Pulido— además de la sala de catas. Era el lugar en el que se reunía el consejo de administración, según me contaron. Ahí era donde se celebraban las reuniones cuando venían los dueños y los jefes de operaciones de la empresa Carbonell”.
Entre aquellos directivos se encontraba el montillano José María Pineda, que formaba parte de la élite de este grupo en su calidad de responsable principal de la división de vinos para la demarcación de Córdoba. Pineda era yerno de Luis Albornoz, una figura y apoyo fundamental para Tomás García: era su apoderado, su hombre de confianza, además de primo carnal.
Como alto cargo de Carbonell, Pineda, que también estaba emparentado con García Toro (mítica bodega pionera en la exportación a Inglaterra en el siglo XIX), desempeñó un papel capital en la creación de Los Ángeles, según veremos ahora. Este ala señorial de esta imponente edificación se compone de otras piezas de indudable sabor, cuya descripción nos hace Rafa Pulido.
“Está el salón de la chimenea para hacer las juntas y, aparte, tenía otra pequeña bodeguita que ya no existe y que nosotros hemos convertido en una especie de cámara de recepciones. Ahí es donde tenían la parte lúdica después de los consejos, con fiestas flamencas incluidas. Pero lo importante es el salón con el artesonado de inspiración antigua y una chimenea de mármoles italianos al estilo de las clases pudientes y privilegiadas”.
Este artesonado es impresionante. Es el corazón de esta dependencia. Lo hizo Francisco Moreno Anguita, un renombrado maestro de la madera, gran conocedor de las técnicas islámicas en las que se cristaliza la ciencia y el arte. Arquitectos tan acreditados como Félix Hernández o Rafael de la Hoz Arderius confiaron en él los más delicados y exigentes trabajos. En su haber también se cuenta la restauración de la Cartuja de Jerez de la Frontera y de la Mezquita de Córdoba, cuyas cubiertas de entramado geométrico de madera conocía mejor que nadie.
Una bodega, con independencia de su tamaño, es la viva expresión de la calidad del vino para la que fue construida. Esta es la sensación cuando uno entra, por ejemplo, en el espléndido recinto que también tiene algo de monacal de Los Ángeles, en Aguilar de la Frontera.
Es como si accedes a un cortijo palacio, o a un santuario, ya digo, de efímera existencia, porque algo sigue teniendo de sagrado, aunque hace décadas que dejó de ser, propiamente, una bodega. Ahora es otra cosa, aunque entre los tapiales perdura la esencia, su antigua alma.
De hecho, durante años, estuvo cerrada a cal y canto, vacía y silenciosa, pero expuesta al robo, a la rapiña de sus costosas piezas artesanales. Estaba abandonada y en muy malas condiciones a causa de un prolongado descuido. Y con el desuso le rondó la ruina.
Llamándose "Los Ángeles", sin embargo, estaba desangelada, sin nada dentro, cruel paradoja de lo que indica su celestial nombre. Es como la encontró Antonio Pulido, cuando la adquirió hace casi 25 años, tal y como ahora nos cuenta su hijo Rafa: “Nos la encontramos muy deteriorada, sucia y con mucha maleza en el patio, porque llevaba muchos años olvidada, clausurada”.
Habían desaparecido las botas, la maquinaria, los pertrechos y otros equipamientos que fueron trasladados a otro destino por orden de Bobadilla S.A, la de del coñac 103, que se había hecho cargo de ella en una interminable cadena de traspasos.
Y en este continúo desamparo, en un paso más de su degradación, los barriles acabaron en Jerez de la Frontera, en alguna de las muchas propiedades del grupo empresarial de José Estévez, uno de los más significativos por su magnitud y volumen de ventas en el marco jerezano.
Esto hacía inviable el reflotarla como bodega, sin que mediara un notable desembolso, con lo que, como alternativa, se pensó en destinarla a sede de grandes eventos sociales, bodas incluidas. La de Carmen con Jaime, inolvidable por tantas razones, como así mismo lo fueron las de mis otras sobrinas, Marisol y Carmen (mis hijas dicen que es una boda que no tendría que haberse acabado nunca), me ha dado oportunidad de visitarla de nuevo.
La primera vez, lo recuerdo bien, fue hace cuarenta años, cuando se celebró allí el agasajo (qué mejor lugar) al poeta Vicente Núñez con motivo de su nombramiento como Hijo Predilecto de Aguilar de la Frontera. Entonces, a simple vista, ya me pareció un lugar hermoso. Y esta es una opinión que no solo no ha cambiado, sino que, incluso, ha mejorado, con tan solo comprobar lo cuidado que está todo.
Bodegas a medias
Como digo, ya no es exactamente una bodega, pero cuenta con cachones de barriles alrededor del salón principal, con lo que, de alguna manera, así revive su original identidad. “Vimos conveniente ponerlos —nos explica Rafa Pulido— porque aquello, al estar tan vacío, estaba un poco desnudo. Así que compramos las botas y las llenamos de vino”.
“Tienen vino, aunque, en efecto, están situadas de fondo, a modo ornamental, pero recordando su verdadera función. Hemos sido muy respetuosos. No hemos hecho ninguna intervención de obra: simplemente nos hemos esforzado por realizar el mejor mantenimiento posible. Estamos pendientes de que todo esté bien, que esté bien pintado y que no haya humedades. Es la conservación más cuidadosa, de limpieza día a día”.
Los Ángeles, que también ha albergado ferias de productos locales y exhibiciones de cata, es la última gran bodega de considerables dimensiones construida en la Denominación de Origen Montilla–Moriles. Con una superficie total de cerca de 18.000 metros cuadrados, llegó a almacenar unas 10.000 barricas en su nave mayor. La completa otra para tinajas, algo más reducida, con capacidad aproximada de unas 300.000 arrobas de mosto, según recuerda mi amigo, el bodeguero y enólogo Pepe Carbonero.
Pepe, cuya raíz vinatera le acompaña de por vida, entró en 1980 en el laboratorio de la bodega Los Ángeles como jefe del Departamento de Control de Calidad de Carbonell y Compañía. De él dependían los centros de Aguilar y Montilla, donde esta empresa agroalimentaria de Córdoba se había quedado con la firma Tomás García, en la que Pepe comenzó a trabajar en 1971, siendo apenas un adolescente.
Estuvo en el Llano de Palacio en un puesto de aprendiz administrativo hasta 1975, cuando ingresó en la prestigiosa Escuela de Viticultura y Enología de Requena, en la provincia de Valencia. Desde entonces es y se comporta como un maestro experimentado y sabio. “En Aguilar estaba el lagar, la bodega de conos y de botas. Lo llevábamos entre seis personas, porque Carbonell concentraba a la mayoría de empleados, unos veinte, según campaña, en las instalaciones de Tomás García”.
Hablamos de una sociedad que, en la actualidad, pertenece al Grupo Pérez Barquero, al igual que sucede con las marcas de productos Monte Cristo, que se comercializan en envases de lujo como brandy y ron. Anteriormente fueron propiedad de Compañía Vinícola del Sur que, a su vez, reemplazó a Baena Panadero, lo que viene a constatar los continuos vaivenes del negocio del vino. Es esa fragmentación, despiece y traspaso al que se ha visto abocado de forma incesante por falta de la estabilidad financiera necesaria, y también por asfixiantes deudas, cuando no por problemas derivados de herencias.
Llena de gracia
“La bodega de Los Ángeles era como entrar en un precioso cortijo encalado —rememora Pepe con precisión, detalle e inevitable añoranza—. Te recibía un patio empedrado con una gran fuente alargada, con un caño de agua en cada uno de sus extremos”.
Está en el centro a modo de divisoria, porque a los lados se encuentran los dos grandes cuerpos de este inmueble: en uno está el que se conoce como "La Mezquita", con una curiosidad dentro: dispone de un balcón desde donde se puede contemplar, a modo de otero, toda la extensión de la bodega, que resulta impresionante. Y también, al otro costado, es muy bonita la bodega de Los Arcos.
Su fábrica es de ladrillo visto y cuenta con un llamativo artesonado de madera. Este componente estético de sabor oriental la hace diferente. Es otro concepto arquitectónico. El resto es un enorme espacio abierto existente en la parte de atrás, que es donde estaban las prensas para la molienda de la uva, el patio de maniobras, etcétera. Pero entre todo este entramado brilla con luz propia el artesonado, verdadero ejemplo de refinamiento del arte califal en el uso de la madera.
“Esta es la parte noble de la bodega —nos dice Rafa Pulido— además de la sala de catas. Era el lugar en el que se reunía el consejo de administración, según me contaron. Ahí era donde se celebraban las reuniones cuando venían los dueños y los jefes de operaciones de la empresa Carbonell”.
Entre aquellos directivos se encontraba el montillano José María Pineda, que formaba parte de la élite de este grupo en su calidad de responsable principal de la división de vinos para la demarcación de Córdoba. Pineda era yerno de Luis Albornoz, una figura y apoyo fundamental para Tomás García: era su apoderado, su hombre de confianza, además de primo carnal.
Como alto cargo de Carbonell, Pineda, que también estaba emparentado con García Toro (mítica bodega pionera en la exportación a Inglaterra en el siglo XIX), desempeñó un papel capital en la creación de Los Ángeles, según veremos ahora. Este ala señorial de esta imponente edificación se compone de otras piezas de indudable sabor, cuya descripción nos hace Rafa Pulido.
“Está el salón de la chimenea para hacer las juntas y, aparte, tenía otra pequeña bodeguita que ya no existe y que nosotros hemos convertido en una especie de cámara de recepciones. Ahí es donde tenían la parte lúdica después de los consejos, con fiestas flamencas incluidas. Pero lo importante es el salón con el artesonado de inspiración antigua y una chimenea de mármoles italianos al estilo de las clases pudientes y privilegiadas”.
Este artesonado es impresionante. Es el corazón de esta dependencia. Lo hizo Francisco Moreno Anguita, un renombrado maestro de la madera, gran conocedor de las técnicas islámicas en las que se cristaliza la ciencia y el arte. Arquitectos tan acreditados como Félix Hernández o Rafael de la Hoz Arderius confiaron en él los más delicados y exigentes trabajos. En su haber también se cuenta la restauración de la Cartuja de Jerez de la Frontera y de la Mezquita de Córdoba, cuyas cubiertas de entramado geométrico de madera conocía mejor que nadie.
MANUEL BELLIDO MORA
FOTOGRAFÍA: BODEGA LOS ÁNGELES / JOSÉ ANTONIO AGUILAR
FOTOGRAFÍA: BODEGA LOS ÁNGELES / JOSÉ ANTONIO AGUILAR























































