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José Antonio Hernández | España como nación

Al menos los que aceptamos que el Estado nación no es una realidad eterna creada al comienzo de los tiempos ni tampoco un hecho que podemos cambiar arbitrariamente, deberíamos aceptar que es imprescindible su estudio histórico de una manera especial en los momentos en los que surgen problemas inesperados.


Es cierto que algunos procesos son inéditos, pero también es verdad que muchas de las aspiraciones y de los temores poseen profundas raíces personales y sociológicas. Es conveniente –pienso que imprescindible– que prestemos atención a las soluciones (¿ocurrencias?) que otros han dado en situaciones parecidas.

Cuando España echó a andar (Barcelona, Ariel, 2023), de Pedro Insua, parte de una serie de preguntas que, quizás algunos de nosotros nos hemos formulado más de una vez: ¿Es España una nación o un conjunto de naciones? ¿Cuándo y cómo nació la nación española? ¿Qué proceso histórico se ha seguido para configurar esa entidad que recibe el nombre de España?

Pedro Insua, profesor de Filosofía, nos responde y nos explica con claridad el resultado de sus análisis interpretativos y valorativos apoyados en unos datos que él extrae tras minuciosas investigaciones históricas. Llega a la conclusión de que la formación de España como nación política no aparece por generación espontánea, sino que es la consecuencia de un largo proceso histórico que surge en la Baja Edad Media y que, como afirma Gustavo Bueno, “el pistoletazo de salida de la nación española son las Cortes de Cádiz”, una de las primeras en constituirse como tal en el sentido contemporáneo.

A los que afirman simplemente que la nación española nace en Cádiz, él muestra y demuestra cómo esta opinión es –puede ser– una reducción unívoca del concepto “nación política” cuyo contenido esté determinado por el desconocimiento y mal uso del concepto “nación histórica”.

Es, a su juicio, la razón de una interpretación que se presta a afirmar ingenuamente que, por ejemplo, en Cádiz se encendió un “interruptor constitucional” que, aglutinando pueblos de ambos hemisferios, echó a andar de repente a la nación española.

También analiza el modo en el que se fijó el origen de la nación española a partir de los Reyes Católicos, con el pistoletazo de salida en el matrimonio de Isabel y Fernando en Valladolid en 1469 y explica cómo que, incurriendo en un claro anacronismo, se identifica nación con soberanía.

Frente al “provincialismo” de la España eterna, frente al negacionismo de su existencia o frente a esa concepción telúrica del “suelo español” defiende que España como nación posee un origen y que ese origen tiene lugar ya en el contexto de lo que la historiografía ha recogido bajo el nombre de la “reconquista”.

Recuerda cómo, durante buena parte de la Transición, se pretendió borrar o desdibujar el concepto de España en la Edad Media para tratar de justificar la realidad presuntamente preespañola de las distintas autonomías, y defiende que la nación española echó a andar precisamente cuando el castellano se propaga por el resto de los reinos hispanos como elemento de cohesión social.

El factor –afirma– que hoy otorga unidad nacional a España es el castellano, una lengua común que permite –el convivium, la convivencia, y el connubium– el establecimiento de lazos de sangre porque “la generación es el mecanismo que permite la persistencia de la nación, pues sin nacidos, sin crecimiento natural, no existe la nación en sentido antropológico o sociológico”.

La lectura detenida de estos datos históricos y la valoración desapasionada de sus razonamientos pueden orientar una discusión seria sobre unos asuntos que, en amplios sectores aún siguen estando movidos por prejuicios sentimentales.

JOSÉ ANTONIO HERNÁNDEZ GUERRERO
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