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Un montillano en la corte imperial de Carlos V

Tal día como hoy, pero del año 1552, exhalaba su último aliento el montillano Pedro Fernández de Córdoba y Figueroa, uno de los personajes más influyentes de la corte de Carlos V. No en vano, este valeroso militar, que durante 24 años ostentó el prestigioso Condado de Feria, llegó a recibir el Toisón de Oro, una de las órdenes de caballería más antiguas de Europa, cuyo Gran Maestre actual es el rey Felipe VI.


Nacido en Montilla el 5 de agosto de 1519, Pedro Fernández de Córdoba y Figueroa era hijo de Lorenzo Suárez de Figueroa, que llegó a ser alcalde mayor de Córdoba en el primer tercio del siglo XVI, y de Catalina Fernández de Córdoba, segunda marquesa de Priego y señora de Aguilar de la Frontera.

Según Juan M. Valencia Rodríguez, doctor en Historia Moderna e integrante del Ateneo Republicano de Andalucía, Pedro Fernández de Córdoba pasó la mayor parte de su infancia en Montilla, contraviniendo así lo que había recomendado su padre respecto a la crianza de los hijos en Extremadura.

En diciembre de 1533, con apenas catorce años, Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico le señaló tutelaje, conforme a la costumbre de la época, y siguiendo la tradición familiar de servicios a la Corona, acompañó al emperador en el intento de ocupación de Argel, que fracasó después de que un temporal destruyera la mayoría de las naves de la Armada, que habían zarpado desde las islas Baleares.

Al cumplir 22 años, el cuarto conde de Feria se casó por poderes con la jovencísima Ana Ponce de León, un enlace que, como subraya Elena Bellido, directora de la Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque, "despertó una gran expectación entre la aristocracia de la época", dado que sus descendientes directos estaban llamados a heredar los vastos dominios territoriales que componían los estados del marquesado de Priego y del ducado de Feria.


Nacida en la localidad sevillana de Marchena el 3 de mayo de 1527, Ana Ponce de León era hija de los duques de Arcos. Sin embargo, la prematura muerte de su esposo, el 27 de agosto de 1552, puso en peligro la premeditada estrategia matrimonial, ya que su primogénito también falleció siendo niño, quedando como continuadora del linaje una hija pequeña, Catalina, a la que el ducado de Feria le negaba sus derechos hereditarios sobre las posesiones extremeñas por ser mujer.

En efecto, el matrimonio entre Pedro Fernández de Córdoba y Ana Ponce de León concibió dos hijos: Catalina, que nació en Zafra en 1547, y Lorenzo, que vio la luz el 25 de agosto de 1548 en Constantina, aunque murió nada más recibir las aguas bautismales.

"Catalina no podía heredar el Estado de Feria, de exclusiva sucesión agnaticia, en el que sucedió su tío Gómez. Ella, por decisión de su abuela, se convirtió en la tercera marquesa de Priego, ya que en la casa andaluza sí podían suceder las mujeres", detalla el profesor Valencia.

"Ante tan complejo escenario familiar, Ana Ponce de León, que contaba 25 años de edad cuando quedó viuda, decidió consagrarse a la espiritualidad alentada por su confesor y consejero, el maestro Juan de Ávila", relata Elena Bellido, quien recuerda que en el momento de su muerte, el 26 de abril de 1601, sor Ana de la Cruz Ponce de León "ya gozaba de una reconocida virtud y santidad que fueron cimentándose durante los más de 45 años que vivió en el convento de Santa Clara".

Unos años antes, Pedro Fernández de Córdoba se había granjeado definitivamente las simpatías del emperador Carlos V tras su valerosa participación en la campaña frente al duque de Clèves, Francisco I de Francia, y la Liga de Smalkalda. "Las crónicas que narran la toma de la ciudad destacan el comportamiento del conde de Feria, valiente, noble y caballeroso con el vencido", relata Juan M. Valencia.


Fruto de su heroico comportamiento, el Día de la Epifanía del Señor de 1545 le fue concedido el Toisón de Oro, que también recibirían en el vigésimo primer Capítulo de la Orden, celebrado en Utrecht, el archiduque Maximiliano de Austria; Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, El Gran Duque de Alba; Cosme I de Médici, futuro Gran Duque de Toscana; así como Octavio Farnesio, el Duque de Parma.

Pese a su enorme prestigio, su delicado estado de salud –que le llevaría a la tumba el 27 de agosto de 1552, con 33 años recién cumplidos– le impidió aceptar su nombramiento como mayordomo mayor del príncipe Felipe y, más tarde, su designación como virrey de Navarra en 1548.

De maneras "finas y cortesanas", según el poeta y músico Gregorio Silvestre, Pedro Fernández de Córdoba "heredó de su padre la afición a las letras y al saber" y, como detalla Juan M. Valencia Rodríguez, "acogió con agrado, como tantos nobles de su tiempo, las ideas de Erasmo de Róterdam", haciendo de su casa "una pequeña corte literaria".

En 1550, y durante su retiro en Extremadura, Pedro Fernández de Córdoba contrajo tercianas, una variedad de fiebre palúdica en la que los accesos febriles aparecen cada 48 horas, de modo que el conde de Feria pasaría los tres últimos años de su vida postrado en una cama. "Se trasladó a Priego en busca de una mejoría de salud, pero todo fue en vano, porque dos años después le reclamó la muerte", concluye el profesor Valencia.

Desde el 10 de septiembre de 1970, sus restos mortales se custodian en un panteón situado junto al sagrario de la Basílica Menor Pontifica de San Juan de Ávila, bajo el imponente escudo heráldico de la Casa de Aguilar o de Priego, donde también se conservan los huesos de buena parte de su familia.

J.P. BELLIDO / REDACCIÓN
FOTOGRAFÍAS: JOSÉ ANTONIO AGUILAR
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