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Jes Jiménez | Tonto el que lo lea

Esta maliciosa –y a la vez ingenua– expresión podía encontrarse inscrita en las paredes de pueblos y ciudades de hace ya algunos años. Creo que hoy sería difícil encontrar algún ejemplo de la misma. Los niños ya no escriben esas cosas (ni prácticamente ninguna otra). Las paredes de edificios y otros tipos de construcciones y de medios de transporte han sido ocupadas por el autodenominado “arte urbano”.


Desde los más remotos orígenes los seres humanos han grabado escuetas líneas que han podido servir para esbozar algunos rasgos del contenido de su conciencia: deseos, fantasías, recuerdos… O quizás simplemente han sido útiles para anotar contabilidades de días y de noches, de la duración de las lunas o los ciclos del sol y de las estrellas, o de los días transcurridos en la sombría prisión.

Los grafitis abarcan desde los más elementales garabatos hasta las más sofisticadas producciones de trampantojos urbanos, pasando por las expresiones de amor adolescente o la protesta política. A veces son simples rayas o trazos esquemáticos en los que el significado puede ser mucho más amplio y profundo que el indicado por su simple apariencia.

Se pueden encontrar ejemplos a lo largo de la historia y en culturas muy diferentes. Por ejemplo, en el Mirror Wall de Sigiriya (Sri Lanka) hay más de 1.800 inscripciones con poesías y frases grabados durante 700 años desde el siglo VIII. Curiosamente, la mayoría de estos grafiti –aparte de las consabidas declaraciones amorosas o certificados de presencia del tipo “Aquí estuvo X”– son comentarios estéticos sobre los frescos representando a bellas mujeres que se hallaban en el muro de enfrente.

Otro interesante ejemplo son los grafitis encontrados en los monumentos de la antigua cultura maya. Grabados en todo tipo de edificios y en más de cincuenta sitios. Muestran personas, dioses, animales, templos y fueron realizados ente los años 550 y 1539. También los dibujos “prohibidos” de la Alhambra.

Aunque quizás el ejemplo más interesante es el de los más de 10.000 encontrados en las ruinas de Pompeya y Herculano. Allí se han encontrado inscripciones de propaganda electoral, anuncios de objetos perdidos o de otro tipo, publicidad de artesanos y comercios, expresiones de amor, deseo y desamor, críticas furibundas, sentencias filosóficas, currículos de gladiadores…

En todo caso, y antes que nada, los grafitis hacen visible el gesto elemental, y precisamente por eso radicalmente humano, que expresa y materializa algo. Un algo que antes de ese gesto no tenía sustancia concreta, que era una vivencia íntima, inaccesible a los otros. Y un gesto que precisa muy pocos medios materiales: una pared y algún instrumento punzante que pueda grabar en su superficie o algún tipo de pintura.

La pared es el soporte necesario y también puede convertirse en estímulo cuando la humedad o las marcas del tiempo han desgastado de forma desigual su superficie y aparecen formas sugeridas, evocadas, por manchas y relieves arbitrarios. Ya observó Botticelli que “arrojando una esponja empapada de colores sobre una pared se hará una mancha o se verá un paisaje” y Leonardo da Vinci nos habla de las figuras que se nos aparecen cuando miramos un rato las manchas de humedad sobre una pared.

Alejo Carpentier, en El recurso del método, nos cuenta cómo Miguel crea una rana que ya estaba contenida en la piedra: “Pero un día, allá arriba, en la loma aquella, se había encontrado con una piedra gorda, que tenía como dos ojos y un asomo de narices con esbozo de boca. –«Sácame de aquí»- parecía decirle”.

En un magnífico libro del fotógrafo y también escultor Brassaï, nos encontramos con algunos ejemplos que corroboran ampliamente lo afirmado en la cita anterior. Dos cavidades próximas y otra más un poco más abajo se convierten en un rostro enigmático.

Es curioso que algunos artistas plásticos del siglo XX han incorporado algunas características de la pared –texturas, colores– a sus obras. Un interesante ejemplo lo tenemos en Mirada y mà de Tàpies.


Aparte de texturas y colores podemos intuir otra similitud con los grafitis: la falta de un marco rectangular que separa de forma nítida el grafito del fondo. Incluso en algunas ocasiones las obras plásticas que podemos observar en una exposición pueden aparecer como un trozo de pared extraído de su contexto natural.

Continuará...

JES JIMÉNEZ
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