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Juan Eladio Palmis | Qué se puede esperar

Hay que estar en extremo muy optimista para esperar algo positivo de este país, España, lanzado de lleno al robo y a la marrullería, con una brutalidad social tal que nada altera un camino tele-dirigido por los poderosos, que han suplido con creces la orientación y guía de la popular ciencia futbolera hacia la indiferente vanidad de unas gentes, de un pueblo, al completo poseído por sus conocimientos naturales individuales, que nunca los quiere gastar ni contaminar en una acción conjunta solidaria con todos los que somos o constituimos el pueblo.



Tal acentuada conclusión de sapiencia individual nos está llevando a que cualquier grupo que esté cohesionado en España, caso del partido político que representa al patrón y a esa tipología de obrero jornalero que sueña con sentarse en el casino como casino, y no como casa desde la que pueda mejorar el ente social, juntamente con el clero, están recogiendo en su beneficio mucho más de lo que les apetece, y es mucho, ante una indiferencia popular colectiva de dejar los brazos caídos y que otros los suban, mientras que no pasa día en el que el pueblo no perdamos algo de lo que teníamos ganado como pueblo.

A nuestras queridas tierras del sur, las más humanas históricamente, las más enraizadas en el territorio español, dicho todo sin pasión de madre, pero si con la pasión del que ha visto, viajado y vivido otras tierras, parece que le están haciendo crecer una costra de indiferencia hacia las carencias y penas de los demás, y que poco a poco la costra de indiferencia se convierta en un pellizco de inquietud y de miedo étnico, por si los que llegan desahuciados sin nada se llevan aquello que tanto esfuerzo nos costó levantar entre todos.

Y claro, los que llegan o han llegado arrasando con el pequeño comercio, matando actividades de comerciantes honestos que nacían y morían tras el mostrador, y solo habían logrado, que no es poco, levantar un jornal de subsistencia a lo largo de su vida comercial y de servicio, a todos esos vendedores locales al por menor, llegaron, con la bendición de nuestros representantes (que dicen y repiten ellos que son, pero nadie, ni ellos mismos, se lo creen), prometiendo el oro y el moro, ofreciendo ínsulas de ensueño en cuanto a los precios al consumo y grandes ventajas para el consumidor.

Y mientras destrozaban a la competencia, en países raros socialmente como lo es España no ofrecieron absolutamente nada favorable para la colectividad, por fuera de un aparcamiento para vehículos aparentemente gratuito, lo que no es ventaja alguna para el consumidor procedente de los caballos apocalípticos que son las llamadas grandes superficies o centros comerciales.

Dejando de lado, por dejar, pero no es asunto para dejar, mientras destrozaban la competencia del lugar, cooperaban en algo, muy poco, en alguna actividad social local, pero una vez que se saben sin competencia, basta examinar los precios y la calidad de los pocos supervivientes que quedan en los sitios para darse cuenta de que lo de las grandes superficies o los grandes almacenes es una venta de basura a lo robo con jaca bandolera, y, encima, se lleva los beneficios del robo fuera de España.

Por tanto, aquí y ahora, los únicos que son un peligro público para el planeta y para las sociedades que el hombre ha conseguido levantar –algo que se nos ha escapado de las manos– son los políticos: los partidos políticos hechos partidas que han suplido el hacer y el crear por la destrucción y el autoecharse flores de lo bien que lo hacen y lo poco capacitados que estamos las gentes para opinar y entenderlos.

La brutalidad de la poca imaginación de darle una utilidad a la hermosa ciencia que disponemos y utilizar los adelantos en las comunicaciones para un beneficio colectivo, por el contrario nos lleva a esclavizar más a los débiles, a pleno sol y con pleno conocimiento, y a ver como práctico, es de esperar que ahora no se dé, que para probar la eficacia de tiro de cierto fusil, se solía poner un mulo de los que se consideraba que ya habían rendido lo suficiente y si la bala lo atravesaba limpiamente de parte a parte, el arma, sisas aparte, pasaba a clasificarse como “humanitaria” porque mataba limpiamente a una persona y sus heridas eran eso, “limpias”.

El llamado tercer mundo, los sintierra, los refugiados, los que se adjetivan como terroristas y demás palabras que intentan sacarlos de su condición básica de seres humanos –en la pura realidad la parte más débil y frágil de toda la sociedad– no disponen de ningún programa televisivo ni de ningún medio de comunicación donde exponer sus problemas, ante la piedad que despertó en las asociaciones de protección a los animales la brutalidad del asunto del mulo. Así que ellos están haciendo ahora las veces de mulo viejo.

Salud y Felicidad.

JUAN ELADIO PALMIS
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