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Una Cata sublime

Llegar, ver y convencer. Así podría resumirse el paso de Farruquito por la Cata Flamenca de Montilla. El artista sevillano, heredero de una saga irrepetible iniciada por su abuelo Farruco, constituía anoche el gran atractivo de un festival que retornó a las Bodegas Alvear y por cuyo tablao han pasado las máximas figuras del cante jondo contemporáneo.





El reloj marcaba la una y cuarto de la madrugada. Juan Manuel Fernández Montoya aparecía en el escenario tocado con un pañuelo de seda que surcaba el aire al son del taconeo colosal de sus botas límpidas y del movimiento sublime del que desplanta sin resultar soberbio y de quien parece flotar sobre los acordes de la guitarra y del palmeo de las alegrías.

Su dominio de la escena es absoluto. Innato. Tanto que se atrevió a improvisar un espectáculo con el que lleva recorridos miles de kilómetros y que pellizca el corazón a quienes asisten atónitos a la materialización de la magia. Del duende. Porque Farruquito es eso: duende hecho elegancia, la esencia misma de un artista visceral, íntimo e inmenso a la vez. Sin trampa ni cartón.

Con Arcángel y Antonio Mejías disfrutando de su hechizo entre bambalinas, el hijo de la Farruca lió el taco en Montilla, donde dejó un inmejorable sabor de boca, abandonando el tablao con la chaqueta al hombro y con un chaleco cruzado de color rojo que a punto estuvo de estallar en mil pedazos.

Pero la Cata Flamenca fue mucho más que Farruquito, por increíble que parezca. Este festival que organiza el Ayuntamiento de Montilla en colaboración con la Peña El Lucero y la Diputación, colgó anoche el cartel de "no hay billetes" gracias a una terna de artistas que colmó con creces las expectativas de los cerca de mil espectadores que se dieron cita en el patio de la bodega más antigua de Andalucía.







Tras la precisa y preciosa presentación de Antonio Varo Baena, que repitió como maestro de ceremonias, el encargado de romper el hielo fue Antonio Mejías, que volvía a comparecer ante sus paisanos tras los sinsabores que sufrió en el Festival Internacional del Cante de las Minas, donde rozó con los dedos la prestigiosa Lámpara Minera.

Con Patrocinio Hijo a la guitarra y acompañado de Ángel Reyes, Amparo Ramos, Juan Manuel Guerrero Ruiz 'El Cabra' y Cristian Mejías, el de Montilla hizo vibrar al público con sus alegrías de Cádiz y con sus inconfundibles seguiriyas, en las que volvió a demostrar su dramatismo y su capacidad expresiva que atrapa los sentidos desde el primer quejío.

Con el ambiente más que caldeado hacía acto de presencia Antonio Reyes, uno de los artistas más relevantes del flamenco actual por ese cante sutil e intuitivo que volvió a conquistar los paladares más exigentes. Y si no que se lo digan a Francisco Campanario 'El Maño', uno de los baluartes de la Peña El Lucero, que lo esperó a pie de escenario para espetarle a bocajarro: "Antonio, eres un regalo del cielo".





Y algo de eso debe haber. El artista chiclanero, por cuyas venas fluye la misma magia que Roque Montoya 'Jarrito' o José Cortés 'Pansequito', hizo revolverse en sus asientos a los aficionados más selectos, gracias al diálogo íntimo que mantuvo con la guitarra de Antonio Higuero y que tuvo a bien compartir con un público que terminó rendido a sus plantas. "Ha estado para comérselo enterito", reconoció sin pudor alguno el reconocido fotógrafo Toni Blanco, colaborador del Diario Córdoba.

Avanzaba la noche, iluminada por la superluna de agosto, y entraba en acción Arcángel, uno de los más eminentes embajadores de los cantes de Huelva y otro de los grandes atractivos del cartel diseñado por la Peña El Lucero. Acompañado por Miguel Ángel Cortés a la guitarra, el artista se dejó la garganta en el escenario, literalmente, y demostró un pundonor y una honestidad sin límites.

Arcángel no quiso engañar a nadie. Desde el inicio mismo de su actuación comenzó a acusar esos problemas de voz que le vienen acompañando en los últimos días y no quiso ocultárselo al respetable. "Lo siento, soy incapaz de concentrarme así", se lamentaba el artista antes de abandonar las tablas visiblemente enojado y tras comprobar que su garganta no era capaz de responder a lo que el corazón y la cabeza le dictaban. Con todo, dejó para los anales de la memoria unos fandangos de Huelva sublimes, en los que prescindió del micrófono para terminar de dejarse la voz a jirones. Un grande de verdad.





El fin de fiesta llegó de la mano de Tomasa Guerrero, 'La Macanita', que derrochó simpatía y puro arte, elegantemente tocada con un mantón de color rosa que parecía chispear en la oscuridad de la noche. Como su torrente de voz. Con Manuel Valencia a la guitarra y Manuel Macano y El Chícharo de palmeros, la jerezana hizo gala de un temple y de un pellizco que recordaron en ocasiones al de La Paquera o al de La Perla.

Su voz gitana y honda y su saber estar en el escenario cautivaron desde el primer minuto a un público respetuoso y diverso, llegado desde distintos puntos de la provincia pero, también, desde lugares tan lejanos como Marsella, la comuna portuaria del sur de Francia.

La Macanita se sumergía dulcemente en los tonos bajos para romper de inmediato, de forma salvaje y racial, con un grito colosal que se apoderaba de la madrugada montillana y que representó, al fin, el mejor epílogo para un festival que, en palabras de Salvador Córdoba, presidente de la Peña El Lucero, "ha alcanzado este año la cumbre, por lo que tendremos que devanarnos los sesos para mantener el nivel en futuras ediciones". Que así sea.

J.P. BELLIDO / REDACCIÓN
REPORTAJE GRÁFICO: JOSÉ ANTONIO AGUILAR
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