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San Francisco Solano en Flandes

Sint Truiden es una pequeña ciudad belga de 40.000 habitantes dedicada principalmente al cultivo de la manzana. En la ciudad no faltan lugares de interés turístico, entre ellos el Ayuntamiento, con su torre del siglo XVII incluida en el Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO. Allí tuve ocasión de escuchar el carillón de 50 campanas por gentileza de su titular, Noël Reynders, que me sorprendió interpretando el Himno de España y algunas otras piezas.



El atractivo más peculiar de la ciudad es, sin duda, un reloj astronómico construido en 1937 por Kamiel Festraets. Con seis metros de altura es el mayor reloj de su especie en el mundo: pesa cuatro toneladas y está formado por más de 20.000 piezas.

El Beguinaje de Santa Inés, fundado en 1258, también está incluido en el Patrimonio de la Humanidad. Los beguinajes son unas instituciones características de los Países Bajos que datan de la época de las Cruzadas. Muchos hombres que partían a la guerra nunca regresaban, por ello había muchas viudas y huérfanos que quedaban desatendidos.

Los monasterios no aceptaban a estas mujeres a menos que fueran nobles o de posición acomodada. Por ello, las mujeres que no podían entrar en los monasterios empezaron a formar comunidades y así se iniciaron los beguinajes, pequeñas ciudades dentro de cada ciudad con su propia panadería, cervecería, sanatorio, iglesia y campo de cultivo.

La diferencia con las monjas era que las beguinas no hacían votos de pobreza, obediencia y castidad. Aunque había beguinas ricas que podían permitirse comprar una casa en el beguinaje, la mayoría tenían que trabajar para conseguir el sustento. La confección de encajes fue una salida laboral durante esta época que todavía se conserva en Flandes.

En las calles de los beguinajes se respira una gran tranquilidad que contrasta con el bullicio que hay extramuros. En su interior se encuentra una iglesia construida en las postrimerías del Románico e inicios del Gótico que cuenta con numerosas pinturas murales de gran interés.

Precisamente, mientras admirábamos un fresco sobre San Francisco de Asís, la guía Arlette Jonckheere me dijo “Este es tu patrón, San Francisco”. Le expliqué que no, que mi patrón es San Francisco Solano. “Santo español que fue apóstol de Perú”, apostilló ella.

Me pareció increíble que en pleno Flandes conocieran al santo de mi pueblo, pero no hay que olvidar que esta ciudad se encuentra a 45 kilómetros de Lovaina, que en otra época perteneció a los Países Bajos españoles. "¿Cómo es que conoces a San Francisco Solano?”, le pregunté, a lo que me respondió: “Porque aquí tenemos un convento dedicado a El Santo”.

No podía salir de mi asombro: hasta el momento conocía algunas capillas en Italia dedicadas a San Francisco Solano, por ejemplo en la iglesia romana de Santa María in Aracoeli. Sabía que había muchas en América, pero no imaginaba que la devoción a Solano hubiera llegado al corazón de Europa.



El monasterio de Sint Franciscus Solanus se fundó el 18 de mayo de 1738, casi siete años después de la colocación de la primera piedra. Consagró el templo Pierre-Louis Jacquet, obispo titular de Hipona, diócesis inexistente del Norte de África donde San Agustín había predicado.

Se decidió dedicarlo a un santo franciscano recién canonizado, el montillano Francisco Solano, que subió a los altares en 1726, apenas doce años antes de la fundación del monasterio. Parece ser que en la decisión tuvo importancia la contribución de Santiago Gómez, monje guardián del monasterio, que era de origen español.

La monumental iglesia es de un sobrio estilo barroco, propio del espíritu franciscano, que huye deliberadamente de una ornamentación excesiva. Del arquitecto se sabe que era hermano de la orden. La iglesia cuenta con una sola nave dividida en siete galerías con grandes ventanales de vidrio que ofrecen un aspecto diáfano al templo. En las pilastras que sustentan la estructura hay una serie de medallones en estuco con fondo dorado que representan a los santos de la orden franciscana.

El templo sufrió importantes daños durante la Segunda Guerra Mundial y se reconstruyó posteriormente. Sin embargo, la hornacina central de su fachada todavía conserva intacta una imagen en piedra de El Mejor de los Montillanos.

PACO BELLIDO / REDACCIÓN
FOTOGRAFÍA: PACO BELLIDO
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