Si usted tiene cuarenta años o más siento decirle que forma parte, al igual que yo, de los desechos de tienta, utilizando una expresión taurina. En este país no se valora ni la formación, ni la experiencia: lo importante es ser muy joven y que te dejes explotar. Me llama la atención que la gente de esas edades sean llamados “parados de larga duración” porque les cuesta muchísimo encontrar trabajo.
Actualmente, la esperanza de vida supera los ochenta años, cuando a principios del siglo XX estaba en torno a los treinta. Si no nos morimos hasta esa edad, tener cuarenta es ser joven, ya que supone encontrarse a mitad de la vida.
Hace unos días me topé con una amiga de más de cuarenta y azafata de vuelo de profesión, que llevaba varios años en paro porque su compañía cerró –seguramente porque alguien la malgestionó o se llevó el dinero, como pasó con las empresas del presidente de la CEOE de cuyo nombre no quiero acordarme–.
Como os iba contando, me la encontré feliz de la vida porque… ¡había encontrado trabajo! Y se preguntarán ustedes: ¿azafata con más de cuarenta y madre de un niño –se me olvidó decirlo– que encuentra trabajo? Pues sí, y ya está de nuevo volando, eso sí, en una compañía nórdica, creo que noruega. En esos países, las empresas son más inteligentes: valoran la experiencia y el buenhacer de las personas y no única y exclusivamente la fecha de nacimiento.
Recuerdo que hace unos años, un señor jubilado de la banca me contó que había montado con unos amigos una asociación que ayudaba y orientaba a la gente joven que quería montar una empresa. Y es que la gente madura es un pozo de sabiduría.
De mi abuela he heredado el gusto por los refranes y en el tema laboral me gusta quedarme con el refrán que dice que “más sabe el diablo por viejo, que por diablo”. Apliquémonos el dicho y confiemos en la experiencia que da la vida y valoremos las canas. ¿O no irían ustedes a un concierto de los Rolling Stones?
Actualmente, la esperanza de vida supera los ochenta años, cuando a principios del siglo XX estaba en torno a los treinta. Si no nos morimos hasta esa edad, tener cuarenta es ser joven, ya que supone encontrarse a mitad de la vida.
Hace unos días me topé con una amiga de más de cuarenta y azafata de vuelo de profesión, que llevaba varios años en paro porque su compañía cerró –seguramente porque alguien la malgestionó o se llevó el dinero, como pasó con las empresas del presidente de la CEOE de cuyo nombre no quiero acordarme–.
Como os iba contando, me la encontré feliz de la vida porque… ¡había encontrado trabajo! Y se preguntarán ustedes: ¿azafata con más de cuarenta y madre de un niño –se me olvidó decirlo– que encuentra trabajo? Pues sí, y ya está de nuevo volando, eso sí, en una compañía nórdica, creo que noruega. En esos países, las empresas son más inteligentes: valoran la experiencia y el buenhacer de las personas y no única y exclusivamente la fecha de nacimiento.
Recuerdo que hace unos años, un señor jubilado de la banca me contó que había montado con unos amigos una asociación que ayudaba y orientaba a la gente joven que quería montar una empresa. Y es que la gente madura es un pozo de sabiduría.
De mi abuela he heredado el gusto por los refranes y en el tema laboral me gusta quedarme con el refrán que dice que “más sabe el diablo por viejo, que por diablo”. Apliquémonos el dicho y confiemos en la experiencia que da la vida y valoremos las canas. ¿O no irían ustedes a un concierto de los Rolling Stones?
MARÍA JESÚS SÁNCHEZ
