Uno ya se asoma a la actualidad cada día con un gusanillo en la barriga. ¿Cuál será la barbaridad más grande del día? A falta de risas de lata que acompañen el repaso a la actualidad política nacional en los telediarios –técnica que deberían importar de las series americanas-, la dosis diaria de humor personal se convierte en el único antídoto contra esta especie de pestilencia moral que lo atufa todo.
Los españoles apenas nos inmutamos ya por nada. Lo mismo nos da que el ministro de Hacienda sea el doble de las escenas de acción de Gollum que nos regale cada consejo de ministros alguna que otra risita inoportuna mientras anuncia la próxima modificación –que no subida- de aquel impuesto que no iban a subir o el recorte por venir en aquello que ya fue recortado previamente, pero que, si se fijan bien, aún le quedan algunos flecos por igualar.
Tampoco nos saca de nuestro sopor ciudadano el hecho de que para la ministra de Empleo española, el principal problema del paro en España sea que no se crea empleo, conclusión a la que llegó, según fuentes de Moncloa, ella sola.
Ayer, por ejemplo, me di cuenta de que no estaba leyendo el último folleto de ofertas semanales del Lidl porque, tras pasar varias páginas, me extrañó que no hubiera ninguna oferta irresistible de aquella marca de chocolate que sólo conocen ellos; resultó que estaba leyendo un análisis sobre los entramados de la supuesta financiación ilegal del partido que gobierna España, pero qué más da –pensé- si ya no me inmuto por nada; así que solté el periódico y bajé corriendo al buzón a ver si el cartero hubiera tenido a bien obsequiarme con algún folleto publicitario, aunque fuera del Lidl.
Lo último de lo que me he enterado es que un yerno que tiene el Rey, al parecer, un poco travieso, sobre el que sacan alguna diablura día sí, día también, se queja de que el juez que instruye su caso investiga indiscriminadamente “a ver qué sale”, y que eso no puede ser. ¡Ay, si no fuera por estos ratos, qué triste sería mi vida!
Si lo desea, puede compartir este contenido: Los españoles apenas nos inmutamos ya por nada. Lo mismo nos da que el ministro de Hacienda sea el doble de las escenas de acción de Gollum que nos regale cada consejo de ministros alguna que otra risita inoportuna mientras anuncia la próxima modificación –que no subida- de aquel impuesto que no iban a subir o el recorte por venir en aquello que ya fue recortado previamente, pero que, si se fijan bien, aún le quedan algunos flecos por igualar.
Tampoco nos saca de nuestro sopor ciudadano el hecho de que para la ministra de Empleo española, el principal problema del paro en España sea que no se crea empleo, conclusión a la que llegó, según fuentes de Moncloa, ella sola.
Ayer, por ejemplo, me di cuenta de que no estaba leyendo el último folleto de ofertas semanales del Lidl porque, tras pasar varias páginas, me extrañó que no hubiera ninguna oferta irresistible de aquella marca de chocolate que sólo conocen ellos; resultó que estaba leyendo un análisis sobre los entramados de la supuesta financiación ilegal del partido que gobierna España, pero qué más da –pensé- si ya no me inmuto por nada; así que solté el periódico y bajé corriendo al buzón a ver si el cartero hubiera tenido a bien obsequiarme con algún folleto publicitario, aunque fuera del Lidl.
Lo último de lo que me he enterado es que un yerno que tiene el Rey, al parecer, un poco travieso, sobre el que sacan alguna diablura día sí, día también, se queja de que el juez que instruye su caso investiga indiscriminadamente “a ver qué sale”, y que eso no puede ser. ¡Ay, si no fuera por estos ratos, qué triste sería mi vida!
PABLO POÓ
