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Mártires del déficit

El otro día estuve desayunando con mi amigo Juan y descubrí, con horror, que era un mártir del déficit presupuestario. Juan tiene 80 años, está jubilado, paga escrupulosamente sus impuestos, tiene una pensión normal, ha criado a cinco hijos que han estudiado en la escuela pública, donde su mujer era maestra, ahora también pensionista, además de enferma crónica. Tiene problemas de huesos, de corazón, y los demás achaques de la edad. Él también tiene sus “goterillas”.

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Pues bien, me dijo: “María Jesús, es que tienen que recortar, es normal: el país está muy mal, los otros lo han dejado así”. Yo no podía creer que una persona honrada fuera capaz de admitir todos los recortes, subidas de impuestos, de la luz, etc., sin enfadarse, sin indignarse, sin ni tan siquiera preguntar en alto: “¿Por qué a mí, que llevo toda mi vida pagando, que no he especulado nunca, que jamás he conseguido nada sin esfuerzo?”.

Ese es el gran problema de los españoles: que somos conformistas, que nos asustan y lo consiguen. Mientras los franceses luchaban por sus derechos en el siglo XVIII y se quitaban de encima a dirigentes que no miraban por el pueblo, nosotros, a principios del siglo XIX, pedíamos después de echar a los invasores franceses que volviera Fernando VII, el peor rey que hemos tenido y que tanto daño hizo al país.

Yo no miro para otro lado y sé que las cosas se han hecho mal, pero las han hecho mal todos: ayuntamientos, diputaciones, Comunidades Autónomas y, cómo no, el Estado. Todos endeudados hasta las pestañas y, además, en una época en la que lo que habría que haber hecho es ahorrar porque había crecimiento económico. Era normal que iba a llegar una crisis, y me pueden decir: "claro, ahora todo el mundo lo ve, pero había que haberlo visto antes".

Suponemos –aunque a veces sea mucho suponer- que todos los responsables de Economía de las Administraciones –los que he dicho antes que lo hicieron mal- o, al menos, alguno de sus trabajadores, han pasado por la Universidad y, con suerte, por la pública: esa donde da igual el dinero que tengan tus papás porque, si no sacas un cinco, no te aprueban.

Pues bien, en la Universidad te enseñan que desde que el mundo es mundo, la economía tiene sus ciclos, y que el dibujito que representa estos ciclos es una curva que sube y luego baja. Esto quiere decir que después de una época buena viene una mala y después de una mala, una buena –aunque en nuestro caso está tardando en llegar-.

Quien, como mi madre, no han podido ir a clase, pero sí a misa, tienen como referente el sueño del faraón que aparece en el Antiguo Testamento. El faraón soñó con siete vacas gordas y con siete vacas flacas, y José, un judío, se lo interpretó: las vacas gordas eran años de bonanza y las vacas flacas eran años de carestía.

Después le aconsejó que durante los años buenos se guardara parte de la cosecha para que, cuando vinieran los malos, pudiera comer y así no pasaran hambre. ¡Qué pena que hoy en día no haya tantos asesores judíos de presidentes americanos que tengan tan buena cabeza como José!

Eso es lo que no hemos hecho nosotros. Ahora, en vez de recortar deberíamos estar utilizando los ahorros para comprar y activar la economía. Una cosa está clara: si queremos capitalismo, este se basa en el consumo. Y sin consumo, todo se para.

Usted va a comprar a la tienda; y el de la tienda, como vende, puede ir a la peluquería; y el peluquero, que también ha obtenido ingresos, puede hacer un viaje a la playa; y el de la agencia saca su parte... Y así es como funciona la cadena.

Pero si a usted le suben el impuesto de la Renta –por lo que cada vez cobra menos al mes ya que Hacienda (que no somos todos) se lleva una parte mayor de sus ingresos-, le suben el IVA, la luz y, además, es usted un españolito medio, es decir, de los que cobran en torno a mil euros, usted no puede comprar casi nada y la tienda de al lado de su casa –esa que llevaba veinte años abierta- tiene que cerrar.

Y Pepe, el peluquero, no puede pagar el alquiler de su pequeño local porque ya no corta el pelo a casi nadie. Y cae el turismo. Y la gente no tiene para pagar la hipoteca. Y el banco, finalmente, cada vez está peor.

¿Qué argumento están utilizando para someternos? Pues que Europa lo pide. Además, aquí coinciden los dos grandes partidos: han utilizado la misma frase para ir contra la clase media. La clase media está compuesta por aquellos que no son muy ricos, ni que son tan pobres que tienen que vivir exclusivamente de ayudas. Vamos, casi todos nosotros.

La mayor riqueza de un país es su clase media porque es la que compra muchas cosas pequeñas y estimula la economía. Y, además, el que haya mucha clase media hace que no haya grandes desigualdades sociales y que haya menos violencia.

¿Por qué en los países pobres hay tanta violencia? Porque hay unos pocos que ganan mucho dinero y otros muchos que no tienen ni para comer algo cada día. La gente, cuando tiene hambre y cuando la vida vale poco, se vuelve violenta.

A veces me pregunto: ¿no se dan cuenta de que con todas estas medidas mucha gente está pasando de la clase media a la clase baja y que eso va a generar más inseguridad? Por cierto, el sábado me robaron el bolso en el supermercado.

Después de todo este rollo, estarán seguro preguntándome en voz alta, y espero que lo hagan con respeto: ¿y de dónde sacamos el dinero entonces? No de usted ni de mí, desde luego, pero sí de quien ha provocado esto. Ahí van mis propuestas.

Auditorías en todas las Administraciones: con ello quiero decir que se investigue de dónde viene el déficit de cada una y que se vaya contra los que hayan derrochado y lo devuelvan –o en dinero o que le quiten los bienes que han comprado con el dinero-.

Hacienda puede investigar hasta cuatro años para atrás, y llamar al que declaraba que ganaba 1.000 euros pero pagaba una hipoteca de 1.500. Que la Junta, además, reliquide el Impuesto de Transmisiones; que inspeccione a los que compraron por 300.000 euros y escrituraron por 100.000 euros; que suban los impuestos a las especulaciones en bolsa...

Se me ocurren miles de ejemplos para ir contra los defraudadores y especuladores, pero me temo que no se va a llevar a la práctica ninguno porque, realmente, no interesa. Lo más fácil es ir a por los que cumplen.

Claro que para tomar todas estas medidas no necesitamos un ministro de Economía: esto se le ocurre al más tonto. ¿De dónde puedo sacar dinero? De los que tengo controlados y no se quejan. Como ya os dije, mi madre lo haría mejor.

Lo que sí me gustaría es que cambiara nuestra forma de ver la vida. No dejen que nadie les diga que está defraudando con una sonrisa o que cobra una ayuda cuando no tiene derecho. Dejemos de admitir las injusticias porque lo que no paga el otro lo pagan ustedes y dejen de pensar que estas medidas son necesarias. Yo ya no estoy dispuesta a admitir que “gane el fascismo, gane el comunismo, los olivos siempre los cavan los mismos”.

Postadata: mi lenguaje será siempre lo más sencillo posible, para que mi madre me pueda leer. Y en el próximo capítulo intentaré compartir con todos ustedes mi visión de las causas de la crisis y de las consecuencias de pertenecer a ese club exclusivo que llaman “Unión Europea”.

MARÍA JESÚS SÁNCHEZ A.
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