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10 de febrero de 2022

  • 10.2.22
Dicen que vivimos en una España vaciada. Y tal afirmación no deja de ser una realidad cada vez más contundente conforme pasan los días. Hay muchas razones que podríamos esgrimir como, por ejemplo, una España vaciada en el campo como consecuencia de haber emigrado a las ciudades, buscando mejores posibilidades para vivir.


Sigamos. Vivimos en “Una España vaciada de oficinas bancarias: el país ha perdido la mitad de sus sucursales en diez años y el 56% de los municipios no tiene ninguna”. Este titular dice casi todo lo que hay que saber sobre banqueros, bancos y demás cuestiones relacionadas con la atención al personal, y sus ahorros.

Retomo la razón de estas líneas con el tema bancario despertado por un ciudadano de a pie. El tema justifica perfectamente la torrencial recogida de firmas a instancias de este jubilado que se siente, como tantos otros, dejado de lado y con dificultades para poder acceder con seguridad a disponer de su dinero “cuando le venga en gana”.

El grueso del personal fastidiado y dejado de lado son las personas que nacieron entre 1940 y 1960, que la mayoría de ellos saben poco, nada o menos de informática. Dichos jubilados han entrado en un callejón sin salida dado que la banca lo deja todo al mejor o peor manejo de cajeros o desde el ordenador y los móviles para moverse en el “fregao” (“enredo, embrollo…”) de lo que se viene llamando “universo digital”. Si un diputado no se aclara con tres botones ¿cómo un jubilado puede aclararse con cuatro para realizar sus gestiones en un móvil?

Los cajeros son confusos y difusos, amén de estropearse con cierta frecuencia. Dicha dificultad se puede presentar en tres frentes. Si llegas a por dinero y el cajero está estropeado, tendrás que volver en otro momento. Si tienes la mala suerte de intentar sacar dinero y la tarjeta o la libreta se la traga el aparatejo, tampoco podrás disponer de dinero. Y, para colmo de los colmos, en la oficina a la que has podido llegar no te pueden atender. ¡Estupendo!

Razón de esta debacle. Los bancos quieren ganar más dinero; una línea de las ganancias está, desde hace algún tiempo, despidiendo personal y sustituyéndolo por aparatos. Para muchas personas, el tema bancario es bastante inaceptable. Se han dicho muchas cosas desde que empezó la pobreza administrativa por parte de la banca y en contra de los clientes que, al fin y a la postre, podríamos decir que el banco vive de nuestro dinero.

Una ironía del destino cargada de interesada publicidad porque lo importante es vender, y vender mientras más mejor. Frase publicitaria “los mejores móviles para mayores: guía comparativa de teléfonos para la tercera edad”. No hace falta ser muy inteligente para captar el mensaje. Nueva justificación para vender móviles. Triste pero cierto.

El indigente digital quiere, a malas, poder aprender a usar los medios digitales lo mejor posible, pero ante todo quiere –necesita– seguridad y facilidad para disponer de su dinero. Los mayores, contra el rodillo digital de la banca online: “Es frustrante sentirse torpe”; más grave es sentirse humillado y arrinconado como un mueble con carcoma. A fecha de estos últimos días se están creando actividades en los centros de la tercera edad para “culturizar en el manejo digital a las personas mayores”.

Otra de Jaimito. Un buen día se corre la noticia de que pronto desaparecerá el dinero físico (en papel o en moneda) y solo funcionará virtualmente a través de Internet; por otro lado se nos dice que ¡ojo con los listillos! Es peligroso introducir las claves, tanto directamente en el cajero como en el móvil o por Internet. Alimentar el miedo es genial pero ¿es realmente necesario?

Si el cajero se traga la tarjeta o la libreta (de las pocas que van quedando puesto que la intención es que desaparezcan todas) ¿a quién se recurre? En la entidad bancaria hay solamente un numero corto, raquítico diría yo, de empleados que te atienden. En momentos como ese, al usuario le entran ganas de reventar la maquina. El miedo a no poder disponer de tu dinero dispara las alertas y la impotencia atora el corazón.

Ante el panorama que pintan los bancos habría que echarle dos cojones al tema, sacar el poco o mucho dinero que se tenga y meterlo bajo un ladrillo o debajo del colchón, pero hete aquí que el tema es complicado y tiene muchos agujeros.

Empecemos por el okupismo que nos invade sin que haya interés en frenarlo; sigamos con el abundante latrocinio por parte de listillos y amigos de lo ajeno; Y más… hasta llegar a Hacienda, que nos vigila desde las atarazanas o se cuela por las ventanas para controlar el saldo disponible y los movimientos del parné de cada quisqui.

Indigentes digitales hay muchos. Llamo "indigente" entendiéndolo como inexperto en el tema de las nuevas tecnologías. Cualquiera puede saber manejar un móvil para recibir en el “whatsapeo” flores, algunas canciones, fotos familiares (cuidado con lo que se envía en este tema) que suavizan nuestra soledad y los cuatro primeros números que nos ponen en contacto con los familiares más cercanos… Y pare usted de contar.

El manipuleo informático es otra cosa y, si a ello se le suma el miedo a meter la pata y cometer fatales errores que hacen perder la seguridad, la confianza en uno mismo, entonces estamos extraviados. WhatsApp “es la aplicación de mensajería más popular del mundo” pero, precisamente por eso, tiene algunos inconvenientes en materia de seguridad en línea, y hay que estar atentos para no caer en alguna estafa.

Las oficinas bancarias han sido, en algunos casos, casi anuladas hasta tal punto que en zonas rurales han llegado a desaparecer, teniendo que desplazarse hasta centros de mayor importancia para realizar dichas operaciones bancarias. Para muestra, este titular: “CaixaBank y Bankia recortaron 544 empleos y 572 oficinas durante el Covid y antes del ERE”.

Todo esto ha saltado a la información gracias a un señor de 78 años que afirmó “me siento apartado por los bancos, humillado, somos mayores pero no idiotas”. Esta contundente afirmación y la recolección de firmas en la plataforma Change.org –que en apenas unos días superó las 600.000 rúbricas– han obligado a que se remuevan algunos políticos, el Defensor del Pueblo junto con el Instituto de Mayores y Servicios Sociales (Imserso) para intentar resolver esta injusta situación de exclusión financiera.

Las sociedades evolucionan y, con ellas, los individuos que las integran. Dicha evolución es un proceso, a veces muy lento y casi no nos damos cuenta de las innovaciones; otras veces el progreso es tan rápido que el vértigo del cambio nos marea hasta tal punto que crea un cierto malestar a la par que rechazo a dicha evolución. Actualmente vivimos a velocidad vertiginosa frente a las nuevas tecnologías.

Como ejemplo de lo último está Internet. A una parte de la ciudadanía le ha cogido de sorpresa y prueba de ello es la resistencia a efectuar determinadas actividades por dicho camino. Indudablemente, a esa parte de personal fuera de juego se le está acosando para que use los nuevos medios de comunicación. Digamos que el personal fustigado conforma el grupo de los “indigentes digitales”.

PEPE CANTILLO
FOTOGRAFÍA: JOSÉ ANTONIO AGUILAR

27 de enero de 2022

  • 27.1.22
El concepto “virtud”, en referencia principalmente a la persona, ensalza la integridad manifestada como “disposición de la persona para obrar de acuerdo con determinados proyectos ideales como el bien, la verdad, la justicia, la libertad…”. Con ello quiere expresar que dichos términos no son de usar y tirar sino que marcan la vida de aquella persona que siempre esté dispuesta a obrar en pro de la verdad, la justicia, la libertad, la paz...


La virtud se opone a los malos hábitos adquiridos por el sujeto y al vicio, el cual se manifiesta como “la inclinación de una persona a realizar actos contrarios a la moral establecida” y, de paso, afecta al conjunto de buenas costumbres arraigadas en la comunidad.

La persona virtuosa muestra una habilidad o facilidad para superar dificultades y evitar consecuencias negativas. En el lenguaje cotidiano, "virtud" se utiliza para hacer referencia a las cualidades de la persona. No estamos hablando de personas mojigatas que “muestran exagerados escrúpulos morales o religiosos”. En primer término, "mojigato" puede referirse a "timorato", "pacato", “alguien que tiene o manifiesta excesivos escrúpulos”.

Una curiosidad interesante. La palabra "mojigato" proviene de “mojo”, que es utilizada en algunas regiones para llamar al gato; dicha palabra está tan arraigada que es usada como sinónimo para nombrar al felino. Con el tiempo dio lugar a "mojigato", aplicada a las personas que muestran exagerados escrúpulos morales o religiosos.

Tanto el gato como los humanos suelen mostrar dos caras. Por un lado, se manifiestan como tímidos, modosos y/o temerosos, mientras que, por otro lado, son taimados, astutos y traicioneros, capaces de atacar cuando menos te lo esperas. Vamos, unos bellacos redomados que se pueden mostrar como “malos y picaros, astutos y sagaces” para lograr sus propósitos.

Con el tiempo, se dejaría de llamar "mojo" a los gatos. Sin embargo, el término ya había permeado (“dicho de una idea o de una doctrina: penetrar en algo o en alguien, y más específicamente en un grupo social”) lo suficiente en la sociedad, de ahí que se acuñase la palabra "mojigato" para definir a este tipo de personas cuya forma de ser y actuar se asemeja a la dualidad gatuna.

En el lenguaje cotidiano, "virtud" se utiliza para hacer referencia a las cualidades de cualquier persona, por ejemplo, quien domina de modo extraordinario la técnica de un instrumento. Para dejar más claro el asunto, tengamos en cuenta que al hablar de "virtuosismo" se hace referencia a “perfección en cualquier arte o técnica”. En un sentido aun más amplio, de la persona virtuosa se dice que posee “habilidad o facilidad para superar dificultades y evitar consecuencias negativas”.

En sentido religioso, las siete virtudes cristianas son referidas a valores que se deben tener en cuenta en nuestra relación con los demás. En estas líneas me centro en aquellas que debe practicar cualquier ciudadano del mundo. Por tanto, no me referiré a virtudes cristianas o de cualquier otra religión, sino a aquellas que cualquier agnóstico debe practicar dentro de la comunidad de la Humanidad.

La Fe es entendida como el “conjunto de creencias de una religión”. Dicha virtud se abre en un abanico más amplio y hace referencia al “conjunto de creencias de alguien, de un grupo o de una multitud de personas”. También se refiere a la “confianza, buen concepto que se tiene de alguien o de algo, por ejemplo tener fe en el médico”. También la entendemos como “creencia que se da a algo por la autoridad de quien lo dice o por la fama pública”. Por ejemplo, el escribano es la “persona que por oficio público está autorizada para dar fe de las escrituras y demás actos que pasen ante él”.

Como ejemplo más común en estos momentos cargados de incertidumbre, miedo al contagio, soledad, territorio al que nos ha llevado el virus, el pasaporte vírico, en el caso de las vacunas, acredita como “documento que certifica la verdad de estar vacunado”. Al mostrar el certificado en papel o en el móvil, dicho documento da fe de que es cierta dicha vacunación.

La Esperanza se nos muestra como un “estado de ánimo que surge cuando presenta como alcanzable lo que se desea”. En el caso del matiz religioso hace referencia a confiar en que el bien saldrá victorioso sobre el mal. A nivel popular solemos decir que "la esperanza es lo último que se pierde", porque "mientras hay esperanza, hay vida". Si la esperanza hace agua, es decir, se pierde totalmente, la vida carece de sentido.

La Caridad es otra virtud que solemos usar con mejor o peor intencionalidad la cual, en mayor o menor grado, posee dos caras bien delimitadas. Generosidad frente a egoísmo, tacañería… La caridad bien entendida hace referencia a una “actitud solidaria con el sufrimiento ajeno”. Dicha solidaridad suele provocar el don de la generosidad. La persona generosa “obra con magnanimidad y nobleza de ánimo”. La caridad también se entiende como “limosna que se da o auxilio que se presta a los necesitados”.

Indudablemente es más completa la primera definición. Digamos que es mucho más valiosa por la generosidad que manifiesta la persona al sentirse movida a compartir y ayudar a los demás, frente a la limosna entendida como “cosa, específicamente dinero, que se da a otro por caridad”. En el primer caso, el sujeto se entrega a sí mismo en un gesto de preocupación por el prójimo, y en estar siempre dispuesto a brindarle apoyo.

La Justicia la entendemos como “principio moral que lleva a determinar que todos deben vivir honestamente”. Uno de los pilares de la justicia es la equidad entendida como “disposición de ánimo que mueve a dar a cada uno lo que merece”. Depende de los valores de una sociedad y de las creencias individuales de cada persona. Como valor inclina a obrar y juzgar teniendo por guía la verdad y dando a cada cual lo que le pertenece.

Se la representa por la figura de una mujer con una balanza en una mano y en la otra una espada y aparece con los ojos vendados para decirnos que “la justicia es ciega” lo que significa que a la hora de impartir justicia no distingue entre personas y se aplica de forma equitativa y con el mismo rasero. No hay privilegios. Ese es el ideal pero, por desgracia, no suele cumplirse en muchos casos. Para que la Justicia pueda existir, se debe observar una imparcialidad total, donde se dé a cada quien lo que corresponde.

La Fortaleza se refiere a la capacidad que demuestra el individuo para afrontar situaciones adversas. Significa “fuerza y vigor” actuar en determinadas situaciones. Supone firmeza ante las dificultades y constancia en la búsqueda del bien y de la justicia.

La Prudencia es sinónimo de sensatez, templanza, cautela o moderación. Conlleva la capacidad de desenvolverse de modo justo y adecuado. Como virtud está relacionada con valores como el respeto hacia los demás. Ser prudente significa ser cauteloso, precavido en el obrar tanto de palabra como de obra. Implica respeto al prójimo tanto a sus sentimientos como a su vida. Bien es verdad que obrar de forma cautelosa puede ser propio de una persona que actúa con “astucia, maña y sutileza para engañar”.

La Templanza nos lleva a actuar con “moderación, sobriedad y continencia”. Es una virtud moral que a partir de la razón nos debe llevar a la moderación de los apetitos y de la atracción que ejercen los placeres, siempre a partir de la razón.

Finalizo estas líneas con un breve comentario respecto al tema de los méritos en el terreno político y de gobierno. Las dos definiciones que ofrezco provienen del diccionario de la RAE. Desde mi punto de vista, ambas tienen algo de verdad y mucho de falsedad. Meritocracia:  “Sistema de gobierno en que los puestos de responsabilidad se adjudican en función de los méritos personales”. Meritocracia: “Sistema de gobierno en el que el poder lo ejercen las personas que están más capacitadas según sus méritos”.

La realidad es otra bien distinta. Hago referencia a dos posibles enfoques extraídos de “Maldita.es”. ¿Mitos y o verdades? “La meritocracia es siempre justa”. A la vista está que no es cierta dicha afirmación. Verdades: “El sistema meritocrático es un avance con relación a modelos más desiguales”. “Para aplicar la meritocracia de forma justa, debe crearse un proceso claro y medible”.

PEPE CANTILLO

13 de enero de 2022

  • 13.1.22
El final de año ha sido algo revuelto. Los contagios achicaban los deseos de diversión y las noticias se escurrían sin llegar a ellas aunque siempre alguna llama la atención. En este caso, era la adjudicación de la Gran Cruz de Carlos III a una serie de políticos.


Cito textualmente: “Real decreto 1194/2021, de 28 de diciembre, por el que se concede la Gran Cruz de la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III a don Pablo Iglesias Turrión”. Para salir de dudas, nada mejor en este caso que consultar el Boletín Oficial del Estado (BOE). El texto del Real Decreto es corto y conciso. Dice así:


Dos aclaraciones. Dicha información fue publicada en la página 166289 del BOE número 312 del miércoles 29 de diciembre y en ella, además, aparecen todos los agraciados –en total, 23 exministros– que pueden consultarse en el apartado III dedicado a Otras disposiciones.

Al principio olía a inocentada, dado que la noticia se hace pública el 28 de diciembre, fecha en la que tradicionalmente se viene celebrando el Día de los Santos Inocentes y es costumbre gastar bromas a las que llamamos “inocentadas”.

El Real Decreto es personal y no hace referencia al resto de exministros. ¿Razones de dicha exclusividad? Podemos suponer varias explicaciones en las cuales no voy a entrar porque solo sería una elucubración por mi parte. Cada cual que saque sus conclusiones e interprete el contenido como mejor lo entienda.

La Gran Cruz de Carlos III tiene carácter honorífico y, en la actualidad, no cuenta con retribución económica alguna. Bien es cierto que hasta 1847, los premiados sí que recibían una pensión vitalicia. Así, la Real y Distinguida Orden Española de Carlos III fue establecida por el rey de España Carlos III, mediante real cédula de 19 de septiembre de 1771 con el lema latino “Virtuti et merito” (virtud y mérito).


Su finalidad era premiar o recompensar a aquellas personas que se hubiesen destacado especialmente por sus buenas acciones en beneficio de España y la Corona. Desde su creación, es la más distinguida condecoración civil que puede ser otorgada en España y aunque en su origen era encuadrable dentro de la categoría de las órdenes de caballería, formalmente se convirtió en orden civil en 1847.

Hablar de "virtudes" no suele estar de moda. En el lenguaje cotidiano hace referencia a las cualidades de cualquier persona. El diccionario define la virtud como “disposición de la persona para obrar de acuerdo con determinados proyectos ideales como el bien, la verdad, la justicia y la belleza”.

La virtud en el plano intelectual demuestra la capacidad de aprendizaje, de diálogo y de reflexión de la persona que busca la verdad. En el plano moral lleva al sujeto a que se comporte acorde con el bien en referencia hacia los demás, basándose en la justicia, la fortaleza, la prudencia...

El mérito se refiere a la “acción o conducta que hace a una persona digna de premio o alabanza”. El mérito es el resultado de las buenas acciones de una persona y siempre debe justificar un posible reconocimiento especial. ¿Es el caso que nos ocupa? Parece que, por un lado, marcha la actuación de las personas sobre las que ha recaído el premio y, por otro, la intención de quien lo concede.

En cambio, triunfar por el favor de otras personas, la trampa, el engaño y el egoísmo no se consideran como aspectos de mérito, aún cuando el sujeto logre cumplir con sus objetivos o trascender gracias a estos recursos. Triunfar por el favor de otras personas no es mérito alguno, salvo que el premiado se haya rendido a los pies de quien premia.

Esta Gran Cruz suele estar reservada para exministros que han prestado relevantes servicios al Estado. El presidente del Gobierno decide quién merece dicha medalla honorífica y la firma de puño y letra Felipe VI. El gran maestre, por tanto, es el Rey pero quien decide a quién conceder dichas cruces es el presidente del Gobierno como gran canciller. El Rey ni pincha ni corta en la elección de los agraciados.

En los últimos tiempos, los beneficiados vienen siendo los exministros, en este caso solo por haberse sentado en el Consejo de Ministros. ¿Méritos especiales? ¿Virtudes sobresalientes? Alguno ni ha tenido tiempo de entrar. Silencio en la sala...

Sigamos. Un titular con interrogantes. Sánchez condecora a 14 de sus exministros con la Gran Cruz de Carlos III por sus “extraordinarios servicios a la nación” ¿A qué nación? ¿De qué tipo de servicios hablamos? ¿Tan extraordinarios han sido esos servicios prestados? El Consejo de Ministros del día 28 premia a responsables del PSOE, PP y Unidas Podemos por “sus esfuerzos, iniciativas y trabajos” por España.

La lista de condecorados asciende a 23, entre los que se incluyen miembros del PP (7), PSOE (14) y Podemos (2). Los nombres, en general, ya importan menos. Supongo que añadir a la lista exministros de etapas anteriores y del Partido Popular es una manera de justificar los honores concedidos a los 14 exministros del PSOE. Amén de intentar ganarse la simpatía de otros frentes.

Supongo que, por coherencia, alguno de los agraciados con este nombramiento renunciarán a él. En mi opinión, cualquier ciudadano de este país nuestro ha realizado durante este periodo de tiempo más esfuerzos y sacrificios que alguno de los nominados. ¿Realmente son, los tales ministros y ministras, merecedores de tal condecoración? Pero ¿cómo renunciar a un sabroso caramelo?

También saltó la información falsa de que, con la medalla, iba incluida una “paguita” para todos los agraciados. Dicha condecoración no lleva añadida paga alguna, como ya he citado más arriba, por lo que el asunto del dinero es un bulo que se ha deslizado para alejarnos del tema y, sobre todo, para meter bulla por doquier. ¿Importa más runrunear con el bulo que analizar y aclarar el por qué de tales medallas?

Dicha condecoraciones se hacen públicas el 28 de diciembre de 2021, es decir, cuando al año le quedan tres días para fenecer (“poner fin a algo, concluirlo”). Tal noticia parece que ha pasado sin pena ni gloria al saco del olvido. Total, tener una medalla, sea de quien sea, carece de importancia.

Un pensamiento ajeno e intencionado puede que esté envolviendo el regalo. Con este broche de regalos a exministros me guardo las espaldas y los premiados estarán contentos. En estos dos años tan catastróficos para el país ¿solo los políticos son merecedores de una condecoración de este tipo?

Acaso no es meritorio (“digno de premio o galardón”) el trabajo del personal sanitario (médicos, enfermeros, auxiliares…) que exponen sus vidas ante el virus diariamente para curarnos; o la labor de miembros del orden público que han colaborado con los anteriores. Tal vez por el mérito de sus trabajos serían merecedores de esta noble distinción.

Por desgracia, el trabajo de estos sanitarios no ha terminado. Nuevamente los hospitales vuelven a llenarse y las UCI de algunos de ellos están colapsadas. En resumen, unos son condecorados por méritos que el ciudadano de a pie no conoce y otros trabajan incansablemente para salvar la vida de esos ciudadanos atacados por el virus.

PEPE CANTILLO

30 de diciembre de 2021

  • 30.12.21
Doy un fugaz vistazo al año que se escurre del calendario. Cuando lean estas breves líneas estará a corta distancia de desaparecer en el desierto del pasado, aunque este 2021 no lo vamos a olvidar fácilmente. No en vano, debemos admitir que hemos vivido momentos difíciles, delicados; algunos han sido angustiosos hasta el punto de hacernos sufrir una situación confusa con una sobredosis de preocupación rayando el miedo, la angustia. Y, de regalo, la soledad.


Desde finales de 2019, las noticias sobre la aparición de un virus maligno han ido saturando poco a poco nuestro mundo y han cambiado muchas cosas. ¿Pasó lo peor? Eso creíamos a finales de este verano, hasta el punto de arriesgarnos a revolotear por cualquier rincón del país. Desde entonces y hasta el inicio de diciembre nos hemos confiado. Eran tantas las ganas que teníamos de salir a donde fuera, de reunirnos con familiares y amigos… Pero el destino nos tenía reservada otra jugarreta.

La realidad del momento actual recuerda que no podemos confiarnos, que debemos ser precavidos, que estemos ojo avizor. ¿A qué o a quién, dónde y por qué? ¿Hasta cuándo? Nuestros deseos, cargados de ansia, se ven atascados. Lo que nos queda por hacer es intentar cambiar parte de nuestras actitudes, parte de nuestro modus vivendi para acoplarnos lo mejor posible a las circunstancias, evitando ser alcanzados por la pandemia. Recordemos que en ello nos va la vida.

La realidad exterior, atosigada y fustigada por los virus, es la que es y no podemos cambiarla. Lo que sí podemos y debemos hacer es no exponernos a que nos recluyan en casa, a malas, en el hospital y, a peores, en una UCI. Se trata de seguir al pie del cañón, de vivir lo más asegurados posible. Pero vivir.

Entremos en el año de los dos patitos henchidos de deseos de vivir, de hacer aquello que a cada cual nos gusta, al margen de lo que manden las circunstancias víricas. ¡Ojo! no en contra de dichas circunstancias porque, entonces, podremos caer en sus redes. Aun tenemos muchos recursos a nuestro alrededor.

Cuando digo "al margen" no estoy optando por saltarnos las normas establecidas por la autoridad correspondiente –con frecuencia más bien ineficaz, torpe, inepta (tal vez incompetente)– y ordene cómo actuar en referencia a lo público, puesto que el ámbito privado debería ser nuestro.

Una pregunta llena de amargura salta a la palestra. ¿Para qué valió anunciar a bombo y platillo una reunión de presidentes autonómicos con el Gobierno para que, al final, cada Comunidad hiciera lo que mejor le pareciese? Por su parte, “el Gobierno justifica la vuelta de las mascarillas en exteriores por las aglomeraciones de Navidad”. ¿Solo eso?

Dato grave de prensa: “El fin de semana de Navidad deja 214.000 contagios más en tres días y lleva a España a una incidencia récord”. Por el contrario, el Gobierno “resta gravedad a la variante ómicron: se apoya en que hay más casos pero menos presión hospitalaria”.

Desde el macropuente, el mes de diciembre se ha torcido. El año termina, en lo sanitario, con borrasca. Los nubarrones víricos y el desastre del volcán ensombrecen el soleado y familiar entorno del que en estos días se podría disfrutar.

Perdidos en la distancia cultivemos nuestras relaciones, sigamos derrochando amor, cariño con las personas que queremos (precisamente porque las queremos y nos quieren); sigamos tendiendo la mano en un gesto limpio cargado de generosidad, de ayuda, en un arrumaco como “demostración de cariño hecha con gestos o ademanes”; con un guiño “en un mensaje implícito” desinteresado, aun con aquellas otras personas que pasan rozando nuestra vida.

Vale más y nos enriquece una actitud abierta a los demás, la cual muestra que nuestro corazón se rige por la generosidad, por el deseo de convivir aunque estemos separados, aislados, atentos al menor tropezón.

Bien es verdad que la más de las veces el virus va escondido en los pliegues de cualquier viviente y podemos contagiarnos –de hecho, esa es la realidad– puesto que nadie lleva un cartel avisando de ser una posible persona portadora de virus.

¿La realidad? Deberíamos estar suficientemente atentos a las múltiples circunstancias que nos rodean, con una actitud de “vista larga y paso corto” para que, en la búsqueda de una situación más favorable, no tropeemos con la infección que puede aparecer en los festejos de la despedida del año viejo.

A pesar de la oposición violenta por parte de algunas, de muchas personas, y la tozuda negación del virus por otras. Voces autorizadas avisan de que “un nuevo confinamiento sería devastador para la salud mental de niños y adolescentes”.

El 2021 está dando las últimas boqueadas, en pocas horas llegará al final. Con mejor o peor ánimo esperamos decirle adiós. Nos ha tenido en vilo parte del año. Pero, sobre todo, este mes de diciembre ha sido algo duro con los aumentos de contagios.

El desastre del volcán de la isla de La Palma ha convertido la “Isla Bonita” en un paisaje gris, desolador y donde han sido enterrados bienes y sueños de palmeros y “palmeras”. Desafortunada expresión (¿palmera?) que nos hace sonreír en un tema tan sumamente demoledor. Aquí ha habido una sola muerte pero los destrozos materiales son incalculables.

En la mente no dejan de aparecer las imágenes de personas que se han quedado sin hogar y tienen que mal vivir, palmeros y palmeras, a la espera de unas ayudas oficiales que no acaban de llegar. Por cierto, la palmera es un árbol que abunda en bastantes lugares, aunque no es la más abundante en esta isla.

¿Terminar un año, empezar otro? Desglosar unos comentarios para el penúltimo día de un año aciago no resulta fácil. Quisiera decir de todo –bufar, más bien– pero, al final, llego a la conclusión de que el silencio es oro, máxime cuando los reveses han estado cargados de contratiempos, desgracia para muchas personas e infortunio en general para todos. No dejo de pensar en la ilusoria esperanza de que la mayoría de nosotros depositamos en el macropuente pensando que ya estábamos fuera de riesgo.

Las ganas de empezar 2022 es un imperioso deseo a la búsqueda de circunstancias mejores. ¿Cómo será este nuevo ciclo? ¿Qué nos deparará el año que está a punto de nacer? Solemos decir que la esperanza es lo último que se pierde pero ello no deja de ser una frase que, a veces, trae buenaventura y, otras, chafa cualquier retoño que pueda aparecer. No deja de ser un tópico más, que mantiene abierto un resquicio por el que puede entrar el sol.

En honor a la verdad, ha resultado una etapa dura soportando contrariedades y, sobre todo, sin vislumbrar lo que pudiera venir; la esperanza se deslizaba por una pendiente muy resbaladiza; las ilusiones de la mayoría quedaban algo aplastadas.

Doce campanadas dan la mano a doce uvas o a doce gajos de mandarina, o doce de lo que sea. ¿Por qué no doce besos al compás de las campanadas? Con la esperanza de que “se conseguirá lo deseado o prometido”, para dar la bienvenida al año entrante y desafiar al virus. ¿Borrón y cuenta nueva y “continuar como si no hubiera existido”? Imposible.

El año entrante, el de los dos patitos, tendremos que alimentarlo con aquello que cada cual deseamos de corazón para nuestros seres queridos y para nosotros mismos. Por supuesto, sin mandar al rincón del olvido a los demás. Responsabilidad, generosidad, honradez, respeto, libertad, justicia…

Vuelo una vez más al territorio de los valores morales, que son los ladrillos importantes para edificar la vida diaria de cada uno de nosotros, pero siempre dispuestos a compartir con los demás. Venturosa entrada en 2022 y que la Befana nos colme de mejores momentos.

PEPE CANTILLO

16 de diciembre de 2021

  • 16.12.21
El mes de noviembre empieza para nosotros con un recuerdo a los que ya no están porque murieron. Diciembre aflora con dos festividades: una, dedicada a la Constitución política que nos ha permitido, de momento, vivir con cierta tranquilidad –mejor o peor es discutible–; y la otra, conocida por el Día de la Inmaculada, de origen religioso.


Ambas fiestas permiten hacer “puente laboral” para librar en el trabajo (quien lo tenga) y poder disfrutar de unos días de vacaciones. Este año se han entrelazado dos puentes, en este caso “días que entre dos festivos se aprovechan para vacaciones”. Han caído tan certeramente juntos que han generado todo un “acueducto”.

El incentivo de dichos días era poder disfrutar y salir de la rutina. Viajar a donde sea antes de que el virus nos acogote aun más de lo que ya estamos, si no todos, al menos parte de las personas. Las carreteras se atascaron de vehículos que se desplazaban hacia otros lugares a la búsqueda y disfrute de unos días de asueto. ¡Estupendo! La mayoría del personal tenía gran deseo de viajar a donde buenamente pudiera ser.

El problema de fondo sigue siendo el mismo. ¡Ojo al virus, que se acerca Navidad! Las restricciones empiezan a sacar la cabeza de nuevo. Los contagios se vuelven a disparar y el personal sanitario comienza a inquietarse. No es el mejor momento para pingonear (salir a divertirse, callejear, llenar los bares…).

Cito una frase lapidaria sacada de la prensa que, amén de dar aviso, nos recuerda que: “Los contagios se disparan en España y la presión hospitalaria se triplica en el último mes”. Parece que el asunto víricamente está poco claro y se están anulando comidas navideñas de empresas, encuentros de amigos invisibles, porque empieza a brotar la psicosis de la sexta ola.

Noviembre y diciembre son, desde hace algún tiempo, dos meses moviditos en cuanto al tema comercial se refiere. En el escenario de nuestra cultura, noviembre lo iniciábamos y seguimos –aunque de forma más suave– con algo de fiesta y mucho de recuerdo. Todos los Santos copaba el día 1 y el día 2 era dedicado en recuerdo de los difuntos. Está claro que la fiesta importada ha ganado terreno rápidamente por su lado lúdico.

Veamos parte de la realidad. Noviembre ya nace inquieto y termina inquietando, hasta el punto de que no cabe el corazón en el pecho. Para finales de dicho mes, en concreto para el último jueves, ya hemos adoptado toda una amplia actividad festera importada y una carrera comercial que disloca al personal.

Me refiero a Halloween, la fiesta de la calabaza. También conocida como “Noche de los muertos o de las brujas”. Dicho evento coincide con la víspera de Todos los Santos y se ha impuesto entre nosotros, sobre todo por el matiz festero en el que participa el personal más jovenzuelo.

Halloween marca “el final del verano”. Parece ser que ya era una fiesta de importancia entre los pueblos celtas en la que se celebraba “el final de la cosecha” y daba entrada al invierno. Para finales de dicho mes, concretamente para el último jueves, repito, ya hemos adoptado toda una carrera de bullicio y comercio en tiendas.

El trío de eventos lo conforman Halloween, el Viernes Negro (Black Friday) y posteriormente se sumará el Cyber Monday. En la actualidad dichas fiestas se han convertido en una celebración a nivel internacional. El “Viernes Negro” da paso a la temporada (maratón) de compras navideñas.

¿Cómo y por qué surge esta actividad? Lo curioso e interesante es cómo se instaura en todos los rincones del mundo. La interrogante es algo evidente. Rebajas, rebajas, rebajas por doquier alimentan dicho dinamismo comercial. ¿Dónde y cuándo nace? Busquemos el origen de este maratón de fondo.

Estados Unidos celebra el último jueves de dicho mes el “Día de Acción de Gracias”, la fiesta más importante de su calendario. El siguiente día pasa a conocerse como “viernes negro” (Black Friday) y empieza la temporada –frenética en algunos sitios– de compras navideñas. ¿Razón de tal locura? El caramelo de las llamativas y seductoras rebajas que inundan por doquier todos los negocios.

Si hasta entonces, entre nosotros, no estaba activo el bullicio de compras prenavideñas, ya podemos hacernos una idea del cómo y el por qué tales días de ventas arrasan en todo el mundo. El alboroto de rebajas se extenderá, al menos entre nosotros, hasta después de Reyes, que si no recuerdo mal eran las únicas rebajas que había y aún siguen a partir de dichas fiestas navideñas.

Pues ahora tenemos las “pre y las post” rebajas. ¿Re-bajas de verdad o re-subes? El tema es complejo. Solo un detalle de tan llamativos eventos. Como la publicidad es muy lista, los precios son anunciados de 19, 49 o 99 euros. ¿Razón? Psicológicamente algo es más barato a 9 que 10 euros, aunque la diferencia fuera de un céntimo. Si vemos 100 euros nos alarmamos mientras que 99 son más aceptables (¿¡?)

Sin embargo, cada vez es más frecuente que el “Viernes Negro” se alargue hasta el lunes siguiente, fecha en la que se celebrará otra jornada de rebajas conocida como Cyber Monday, dedicada a la tecnología (ordenadores, teléfonos móviles y un largo etcétera) y a la que se añaden cosas mil para que el personal pique.

A todo lo dicho hasta ahora le podemos llamar peregrinación comercial, dado que arranca prácticamente de finales de noviembre y dura, bien que mal, hasta enero del año siguiente, después de Reyes en muchos de los países occidentales.

Opiniones positivas o negativas para tanto bullicioso tenemos por doquier. Una explicación defiende y se refiere a que gracias a dicha festividad los comercios consiguen levantar cabeza saliendo de números rojos en las ventas comerciales.

Otra arguye que tanta rebaja y tanta tienda abierta abarrotan las ciudades con gente y coches haciéndolas intransitables. Parece ser que dicha protesta vendría de la Policía que, con tanto revuelo, no tenía tiempo ni para ir a “mear”. El término se popularizó a partir de 1975.

Y la pregunta viene a cuento. ¿Compramos cuándo y cómo nosotros queremos o compramos cuando le interesa a la religión del comercio? Quiero pensar que somos libres y que es nuestra libertad de elección la que nos incita a consumir. ¿O tal vez no? No olvidemos que en la sociedad líquida que nos ha tocado vivir, el comercio ya ha conseguido crearnos la necesidad de comprar.

Los comercios se agarran al clavo ardiendo de tales rebajas Algunos de ellos muy americanizados se engancharon rápido al “viernes negro” y ayudaron a que brotara el Cyber Monday, llamado el “lunes más techy” del año” porque ya puedes comprar, nos dicen con total descaro (des-caro), tus productos favoritos al mejor precio. De paso, recuerdan que no hace falta molestarse en ir a la tienda, para eso está Internet y los envíos a domicilio.

Felices días de fiesta y esperemos que el virus, se llame como se llame, no nos haga daño. 2021 finaliza entre dudas y deseos de que cambie la situación. Feliz Navidad, de todo corazón.

PEPE CANTILLO

2 de diciembre de 2021

  • 2.12.21
Cada 10 de diciembre venimos celebrando la Declaración Universal de Derechos Humanos. El lema y objetivo de este año incide (hace hincapié) en la igualdad, engarzando con el derecho a vivir dignamente. El objetivo se complementa con valores como la honestidad, el respeto, la solidaridad, la tolerancia, la generosidad, la paz... Valores que colaborarían a complementar la libertad.


El ser humano vive en una sociedad, se construye en ella, aprende de ella. Casi se podría decir que igual que el pez necesita el agua, el ser humano necesita la sociedad. La naturaleza del ser humano no es solo biológica: es también social. Gran parte de lo que es se lo debe a la sociedad, igual que le debe mucho a sus genes, que marcan la herencia biológica que ha recibido.

El ser humano y la sociedad en la que vive no es algo estático, ni ha surgido de la noche a la mañana. Ha tenido que hacerse a lo largo de muchos años. La humanidad, igual que el ser humano, tiene que construirse y desarrollarse. Nuestra vida se va haciendo poco a poco: es como una narración que vamos escribiendo día a día; como una obra que vamos elaborando a lo largo del tiempo; como un camino que tenemos que recorrer, abriéndonos paso en una dirección u otra.

Por eso, como en un libro, los capítulos finales no se entienden bien si no se conocen los anteriores; como una escultura, es resultado de muchos golpes y de mucha actividad sobre la piedra; como un camino, es algo indeciso, que serpentea, retrocede o avanza buscando una meta, un final que nunca llega, pero que se desea mejor y más cómodo que lo que vamos dejando atrás.

Igual que cada uno de nosotros, la sociedad también ha recorrido un largo camino; ha ido escribiendo su historia, con aciertos, errores y rectificaciones; ha ido aprendiendo lo que más le conviene, lo que mejor resultado le ha dado, lo que debe hacer y debe evitar. Cuestión esta última que no es fácil de realizar. Casi siempre ha aprendido a fuerza de golpes y de sufrimiento; ha ido consiguiendo superarse a costa de perder algo, mediante esfuerzo y lucha.

Se podría decir que la historia es el reflejo del esfuerzo de las sociedades humanas por vivir mejor, aunque esto nos cueste trabajo creerlo a la vista de lo que muchos hechos nos muestran. Hemos de convivir con derechos, deberes y responsabilidades, un camino que parece estamos olvidando o, mejor dicho, dejándolo de lado a lo largo de la historia.

Con frecuencia oímos que nuestra libertad termina allí donde empieza la de los demás. Esto, sin duda, es cierto si consideramos la sociedad como un campo de fuerzas que deben guardar entre sí un equilibrio. Si en un grupo unos quieren imponer sus reglas a otros, seguramente terminarán enfrentados. Si en un Estado alguien quiere imponer su dominio por la fuerza, tarde o temprano habrá otro que se considere con el mismo derecho y tratará de quitarle el poder de la misma manera.

El respeto es la primera exigencia para la convivencia. Respeto a los demás, a unos valores y normas básicas sin las cuales no es posible que la sociedad funcione. Pero el respeto supone limitaciones y posibilidades. No podemos hacer lo que queramos cuando eso daña a los demás. Por eso, bien pensado, el respeto no es otra cosa que un equilibrio entre derechos y deberes, que implica asumir responsabilidades. El respeto presupone una actitud de “miramiento, consideración, deferencia” hacia los demás. No siempre es fácil cumplir con este valor básico para compartir el convivir.

Podríamos decir que derechos y deberes son las dos caras de una moneda. A mis derechos, a lo que yo puedo exigir a los demás, le corresponden unos deberes, unas obligaciones para con ellos. Aunque nos encontremos en una época en la que poco gustan los deberes y las obligaciones, no es menos cierto que las personas estamos “ligadas” unas a otras, lo queramos o no, y que por tanto, estamos ob-ligadas a darnos lo que a cada una le corresponde.

Si olvidamos nuestros deberes, nuestras obligaciones, es decir, si dejamos de responsabilizarnos, nos deshumanizamos. Las personas, por el hecho de serlo, contraemos unas obligaciones para con los demás miembros, de las que no podemos eximirnos sin perder grados de humanidad, es decir sin perder nuestra valía.

El ámbito de los derechos se explicita en el arduo recorrido por alcanzar la plenitud de tales derechos. La Historia recoge los esfuerzos y las conquistas que los seres humanos han llevado a cabo para alcanzar sus derechos. Podríamos decir que el ser humano, a lo largo del tiempo, ha ido cobrando conciencia de lo que es, de su dignidad y de lo que puede exigir. Conforme ha sido consciente de su valía, ha ido luchando por conseguir que se reconocieran sus exigencias más básicas y fundamentales: “sus derechos”.

Al lanzar una mirada panorámica por nuestra historia, nos encontramos vestigios de esta lucha por la libertad y la justicia. Desglosemos en unos breves pasos algo de dicha lucha por alcanzar una meta aun lejana, pese al tiempo transcurrido en este mundo, desafío para vivir buscando y defendiendo nuestra libertad hasta alcanzar el reconocimiento, al menos de algunos derechos a nivel universal. Recordemos que aún queda camino por andar.

En Grecia y en la Roma imperial los estoicos levantaron su voz pidiendo la igualdad de todos los seres humanos, considerados en su conjunto como ciudadanos del mundo. Los cristianos, por su parte, extendieron durante la Edad Media un mensaje nuevo a favor de la igualdad y contra la violencia: “el amor al prójimo”.

El Renacimiento está marcado por un deseo de tolerancia y convivencia pacífica como contrapunto a los enfrentamientos religiosos. La Ilustración defendió el respeto mutuo, el amor a la humanidad y, sobre todo, la libertad, la igualdad y la fraternidad. En el siglo XIX, el movimiento obrero reivindicó los derechos sociales, económicos y culturales para todos, sin discriminación. Se firmaron tratados que prohibían el comercio de esclavos y se establecieron algunos acuerdos para proteger a las minorías.

El siglo XX fue clave en el desarrollo y reconocimiento de los Derechos Humanos. En 1919, tras la Primera Guerra Mundial, se fundó la Sociedad de Naciones, que fue un precedente importante en el camino hacia el desarrollo de tales derechos, aunque no tuvo éxito. Y en 1948, el reconocimiento alcanzó un nivel extraordinario, con la proclamación de la Declaración Universal de los Derechos Humanos por la Asamblea General de las Naciones Unidas (ONU).

En la actualidad, ante el reto de la “Globalización”, gran parte de la ciudadanía y los más pobres levantan su voz contra los países desarrollados, reclamando un orden internacional más justo. Otro cantar es que dichas reclamaciones lleguen a ser atendidas.

La historia está llena de acontecimientos memorables que marcan el camino recorrido por la humanidad en este sentido. Las noticias han ido de boca en boca, de documento en documento anunciando algunos pasos más relevantes de la conquista de los Derechos Humanos. El tema da para mucho más, máxime cuando estamos en unas circunstancias político-sanitarias que dejan mucho que desear.

Cierro estas líneas con una cita muy elocuente extraída del libro Política para Amador, de Fernando Savater: “Abres los ojos y miras a tu alrededor, como si fuera la primera vez: ¿qué ves? ¿El cielo donde brilla el sol o flotan las nubes, árboles, montañas, ríos, fieras, el ancho mar...? No, antes se te ofrecerá otra imagen, la más próxima a ti, la más familiar (en el sentido propio del término): la presencia humana. El primer paisaje que vemos las personas es el rostro de otros seres como nosotros... Llegar al mundo es llegar a nuestro mundo, al mundo de los humanos. Estar en el mundo es estar entre humanos, vivir -para lo bueno y para lo menos bueno, para lo malo también- en sociedad”.

PEPE CANTILLO

18 de noviembre de 2021

  • 18.11.21
A lo largo de nuestra vida tenemos que tomar decisiones. Algunas son fáciles de llevar a término. En cambio, en otras ocasiones, la dificultad es tal que la indecisión nos embarga y tenemos que optar por una solución, tanto si queremos como si no. Se hace necesario calibrar las ventajas y los inconvenientes que nos puedan reportar esos posibles cambios. La duda nos cerca por doquier y podemos terminar desojando margaritas al runrún de un monótono "sí… no".


Deshojar la margarita, acompañada del sonsonete “me quiere, no me quiere…” era un intento –más bien una esperanza– de adivinar, a través de ir cortando los pétalos de dicha flor, si eras correspondido por la persona que amabas. Puro pasatiempo romántico que envuelve los sentimientos a la espera de la reacción, en un futuro cercano, de la otra persona en la que se está pensando.

Como se sobreentiende, la costumbre viene de lejos y es (o era) un rito emocional que buscaba la posible esperanza de ser querido por la otra persona. Y como no todas las margaritas tienen el mismo número de pétalos, la respuesta queda en el aire a la espera de que sobre o no un pétalo. El resultado siempre será imprevisible, salvo que hagamos trampa.

Repito. Puro sentimiento confiando en la esperanza de que caigan todos los pétalos para que brote un "¡sí!" empapado de alegría. Bueno, hasta aquí la descripción de un curioso rompecabezas afectivo buscando el amor de la persona a la que dedicamos dicho devaneo emocional.

¿De dónde surge esta costumbre? Como siempre, el origen de este tipo de actividades populares suele ser variado y, a veces, ni siquiera está claro. Nos remontamos a la Edad Media. Ante la posibilidad de una boda, la mujer arrancaba a buen tuntún y sin contar la cantidad de margaritas con las que formar un ramo. El número resultante de capullos le decía si su futuro esposo la quería y los años que quedaban para casarse.

Para otros, la costumbre es oriental. En principio, los enamorados (ellos) escondían un pétalo fresco en el bolsillo del pantalón y si al final del día no se había marchitado era buena señal; en caso contrario, la suerte no ratificaba el deseo del enamorado. Esta costumbre llegó hasta nosotros pero con la variante de “me quiere, no me quiere” repetida mientras se arrancaban los pétalos.

Para otros autores, la costumbre es celta y tales flores no se refieren solo al amor, sino que tienen más significados. La margarita representa la pureza y el amor que se siente por la otra persona. Lo cierto es que las margaritas, sean del color que sean, tienen un papel importante en otros frentes, como predecir la cosecha.

Soñar con margaritas en otoño o invierno dicen que trae mala suerte y los colores de las mismas representan o esconden distintos significado. El blanco alude a la belleza; el rojo, al amor; el azul, a la felicidad. Y las de colores variados anuncian alegría.

Deshojar la margarita era un tipo de pasatiempo adherido a circunstancias personales cargadas de afectividad y de esperanza. Está claro que estas flores esconden diversos misterios, curiosidades y leyendas, por lo que, quizás, nunca sepamos cuál es el verdadero origen de deshojar margaritas.

Saltemos a un plano más amplio. Deshojar la margarita puede ser un entretenimiento de personas indecisas, que dudan de lo que han de hacer ante un determinado obstáculo. Dicho acto era, en otros tiempos, la forma de dudar cuando alguien se enamoraba y sobre el amor que podría darnos una persona. Estamos hablando de amor romántico.

Está claro que era todo un devaneo “me quiere, no me quiere, ¡sí!…no” dependiendo de que el último pétalo de la flor sea sí o sea no. Como es natural ante un sí el sujeto se sentía más entusiasmado y contento, mientras que si salía no la tristeza embargaba todo lo que de positivo y romántico podría tener dicho enamoramiento.

Independientemente de que esto suene a una chorrada o una niñería, sí es cierto que era un pasatiempo que permitía soñar despierto. En los tiempos que vivimos no sé si dicho pasatiempo sigue en activo o solo es un apolillado recuerdo de otras épocas. Pero el deshojar las margaritas a veces es una actitud que algunas personas toman para decidir cuestiones de gran importancia.

Descendamos a la realidad. Las circunstancias de esta primera etapa del siglo XXI van a toda velocidad. Bien es cierto que algunos tramos de lo que llevamos recorrido se nos están haciendo pesados, dolorosos y lentos y nos estas descolocando psicológicamente. Casi diría que hay una “diarrea mental” que afecta más de lo que podamos aguantar.

El virus y sus consecuencias ocupa un primer plano en nuestras vidas. Vacunarse o no es toda una interrogante que tiene en vilo, a estas alturas de la pandemia, a bastantes ciudadanos. Por otro lado, la cantidad de bulos, historias, mitos, falsedades que se cuentan alrededor del mismo, unas creíbles y otras no tanto, ponen en entredicho nuestras decisiones.

Dejo contacto con https://maldita.es/ por si la curiosidad nos hace buscar la verdad o parte de la misma en referencia a algunas noticias falsas o medio verdades, bulos varios que corren por las redes. Tales bulos juegan con nosotros y si afectan a algo que me interesaba saber (tener información) y lo que he leído sobre ese “algo” me satisface, pues “no se hable más”.

En caso contrario, si atacan mi territorio (político, social, religioso…) es posible que podamos aclararlo. Amén de lo anteriormente dicho, conviene añadir que también hay multitud de timos para sacarnos desde dinero a succionar la última letra de nuestro ordenador, por supuesto con el número de cuenta bancaria. Según Maldita.es, acerca del tema del virus corren por Internet más de 1.188 desinformaciones, mentiras, alertas falsas...

En definitiva, no pongamos margaritas en nuestras vidas si queremos actuar con racionalidad. No esperemos que el azar decida por nosotros. Valoremos las informaciones para que los timos no lastimen nuestro amor propio. Leer, informarse, pensar y actuar serían buenas tácticas para no caer en el cepo.

PEPE CANTILLO

4 de noviembre de 2021

  • 4.11.21
Los momentos que hemos vivido desde que nos circunvaló el virus han sido y están siéndolo confusos, complicados. La libertad de ir cada cual por donde quiera –y, sobre todo, como le dé la gana– está aprisionando el día a día. El verano ha supuesto un hipotético relax para parte del personal. ¿Estamos fuera de peligro? Creo que todos sospechamos que no, pero hay que vivir.


Posiblemente, el recorrido del volcán, que no deja de ser una angustia para los isleños, ha desplazado el virus a un segundo plano. Pero no nos engañemos: los dos están presentes por distintas razones en el conjunto de la población. Con respecto al volcán y a su ruina, la mayoría de nosotros solo podemos ofrecer nuestra solidaridad y cariño ante tanto destrozo.

Entro en materia. Con bastante frecuencia oímos hablar de "valores", un término muy amplio que no es fácil de asimilar dada su complejidad y la amplia gama de significados que contiene. Los valores políticos, religiosos, económicos, artísticos o culturales están presentes en nuestra sociedad pero no bastan para hacer crecer nuestro mundo. La idea que debemos tener clara es que los valores morales están presentes y son más importantes de lo que podamos creer para vivir realizándonos como personas integras.

Hemos de pensar qué elección permitirá que nos sintamos mejor con nosotros mismos, más satisfechos, mejores personas. Ello conllevaría hablar de “moralidad”. La moral está presente en casi todas las acciones que los humanos realizamos en nuestras relaciones con los demás. Pero ¿a qué nos referimos cuando hablamos de "moralidad"?

Educar en valores implica reconocer y aceptar una serie de normas morales. Para podernos entender, acoto qué supone ser "moral", "inmoral", "amoral" y añado "desmoralizado" aunque, en estricto sentido, tal término se desgaje de los anteriores en un plano más amplio.

El concepto "moral" se define como “doctrina del obrar humano que pretende regular el comportamiento individual y colectivo en relación con el bien y el mal y los deberes que implican”. "Moral" también se entiende como “perteneciente o relativo a las acciones de las personas, desde el punto de vista de su obrar en relación con el bien o el mal y en función de su vida individual y, sobre todo, colectiva”. Las personas morales actúan razonando sus decisiones para justificar su comportamiento.

"Inmoral" es aquella persona “que se opone a la moral o a las buenas costumbres”. Por el contrario, la persona inmoral conoce las normas y valores sociales, pero solo los cumple si le conviene. Es decir, vive de espaldas a dichas normas y las infringe buscando solo el interés personal. Recordemos que es más fácil saltarse las normas que cumplirlas.

La persona amoral no considera necesario justificar sus acciones, por lo que vive al margen de las normas por creerlas “desprovistas de sentido moral”. Y desde luego le es indiferente cualquier tipo de actuación moral.

La persona desmoralizada es aquella que ha perdido o ha renegado del valor de las normas por contagio con otros intereses o por falta de coraje; razón por la que ha errado –en principio, voluntariamente- el camino que orientaría su vivir. Desmoralizar subsume la presencia de un tercero capaz de “corromper las costumbres con malos ejemplos o doctrinas perniciosas”.

En términos vulgares, entendemos que alguien está desmoralizado cuando se produce en la persona un malestar, una caída de ánimo, un desinterés, un “abandono de sí mismo o de las cosas propias” porque ha perdido todo tipo de interés por circunstancias varias.

Doy paso a la importancia de los valores tanto para la persona como para la sociedad en la que vivimos. Los valores son referentes de actuación moral dentro de cada sociedad. Dichos valores los “incorporamos a la propia manera de ser, de pensar y sentir” desde la familia, que es la base de todo comportamiento (positivo o negativo), pasando por la escuela (afirmación que, en este momento, está en franco descoloque). Son interiorizados principalmente por mímesis (imitación) del modelo parental.

Los valores morales se refieren al conjunto de normas (y costumbres) propias de una sociedad. Dichos valores establecen la diferencia entre la actuación correcta y la incorrecta o negativa. Honradez, respeto, responsabilidad nos dan pista de entrada para ser morales, es decir para intentar ser personas íntegras moralmente.

Los valores sociales regulan las relaciones interpersonales dentro de cada comunidad. En su conjunto, son aquellos que perfilan por dónde debe discurrir el recto proceder social que se espera de las personas pertenecientes a una comunidad. Su finalidad es mantener el equilibrio en el conjunto de individuos que integran dicha colectividad. Como ejemplo pueden valer la lealtad, la tolerancia, la solidaridad y el pacifismo.

En resumen, los valores nos ayudan a construirnos y realizarnos como personas. Frente a los valores positivos están los negativos o contravalores que nos restan parte de nuestra dignidad como personas…

El territorio de los valores es amplio. Englobando los campos citados, valores básicos serían los siguientes: libertad, amor, paz, justicia, responsabilidad, honestidad, equidad, respeto, generosidad, gratitud, empatía, amistad, verdad…, entre otros muchos. Éste es el desafío. ¡Uf!, demasiado para mi body.

La importancia de educarse y dejarse educar es el desafío del siglo XXI. ¿Por qué? Hemos perdido una cierta valoración del yo personal y del tú social, lo que nos lleva a una situación de manga ancha (laxitud moral) que nos impide ser personas completas. El desafío es reponer y reparar parte de todo ese conjunto de valores que hemos dejado de lado por comodidad, porque nadie nos dijo por dónde y hacia dónde caminar.

La moderna sociedad subrepticiamente nos prepara para no pensar y así vivir en rebaño. Partido político que sube a gobernar quiere dejar constancia de su paso, razón por la que tenemos leyes educativas que no les dio tiempo, no ya a madurar, incluso ni a dejar huella de su paso.

Hay crisis de valores provocada por una serie de factores, desde que nos dejamos llevar por la manga ancha pensando que todo el monte es orégano, es decir, creyendo a pie juntillas (firmemente) que todo nos está permitido, que la vida es un suspiro y hay que vivirla a tope, caiga quien caiga.

Frente a este tipo de planteamientos, los valores son asumidos (deberían) como un bien para la realización y desarrollo personal y se identifican con lo bueno, lo perfecto, lo valioso. En la otra cara está lo malo entendido como ausencia de bien y que, a la postre, reporta maldad contra los demás y contra uno mismo.

Valga de ejemplo la sociedad en la que vivimos. A estas alturas no es un secreto para nadie que el tablero de lo público lo tenemos revuelto y convulso en lo referente a una serie de valores que hasta no hace mucho creíamos que estaban a salvo de la carcoma.

Honradez, veracidad, responsabilidad o cumplir con la palabra dada eran referentes éticos en nuestro entorno. Efectivamente, se trata de ser personas íntegras, lo cual no es sendero ni fácil ni cómodo. Dichos valores los admirábamos, a la par que eran imitábamos, desde los modelos ofrecidos y transmitidos por el entorno social.

Por contra, en los tiempos que corren solo oímos hablar de corrupción, fraude, falsedad, mentiras gordas como piedras de molino que, poco a poco, van oscureciendo el panorama. No solo oímos hablar de dichos dislates sino que se están instalando a la carrera entre nosotros. El desafío, aun lejano, nos lleva a ser personas íntegras.

En resumen, los valores positivos ayudan a construirnos y realizarnos como personas. Frente a dichos valores positivos están los negativos o contravalores que nos restan parte de nuestra dignidad como personas y nos masifican en una amplia manada fácil de gobernar y dirigir ¿Negro panorama? Desgraciadamente, es lo que hay.

PEPE CANTILLO

21 de octubre de 2021

  • 21.10.21
Con frecuencia leemos algo en tono serio o no tan serio que puede dejarnos, cuando menos, con la pregunta en los labios, pensando qué habrá querido decir el comunicador. En caso de que la información pise el terreno irónico, es frecuente quedarnos entre la duda y la desconfianza porque el “tonillo” empleado nos descoloca. ¿Ironía?


Por “ironía” se puede entender “tono burlón con que se expresa algo” o, también, viene a significar “burla fina y disimulada”. Para matizar algo más, dicho vocablo se explica como “expresión que da a entender algo contrario o diferente de lo que se dice, generalmente como burla disimulada”.

Está claro que el campo de referencia es amplio, hasta el punto de que, con bastante frecuencia, es difícil captar el sentido que el hablante quiere darle a sus palabras. Palabras similares a “ironía” y con intencionalidad más fuerte podrían ser “sarcasmo”, “pulla”, “mordacidad”, “sorna”...

No es el caso de los tres valores que cito a continuación. Dicen que “alegría”, “amistad” e “integridad” son tres valores que, en estos momentos, cotizan al alza. Tengo gran duda ante dicha afirmación, máxime cuando las circunstancias sociopolíticas parecen ir por otros derroteros. El panorama social, en cuanto al comportamiento fuera de tiesto de parte de la población, está algo alejado de ese triángulo de valores y, de paso, se están derrocando algunos valores más.

El valor de la alegría lo entendemos como “un sentimiento grato y vivo que suele manifestarse con signos exteriores”; también se entiende como “emoción grata que nos hace ver la vida positivamente”. Dicha emoción es expansiva y necesitamos compartirla con los demás. Frente a las circunstancias adversas que puedan mostrar otras personas, la alegría aparece como positiva y optimista, aún en los peores momentos.

La alegría es una emoción que produce placer y felicidad. Es un sentimiento grato que nos obliga a ver el lado risueño y gracioso de las cosas, es decir, la cara más positiva de la vida. La alegría se contagia si somos capaces de compartirla. Cuando nos referimos a “júbilo”, el contenido se percibe como “viva alegría y, especialmente, la que se manifiesta con signos exteriores”, puerta que se abre de par en par frente al otro.

Doy una breve explicación de “integridad”. Cuando nos referimos a una persona diciendo de ella que ante todo es “recta”, “proba” e “intachable” estamos calificándola de honrada al cien por cien. “Probidad” significa “honradez” y da paso, en general, para afirmar que algo o alguien está “intacto”, “entero”, “no tocado” o “no alcanzado” por un mal. Es decir, “íntegro”.

Estamos ante un valor y una actitud vital de quien tiene entereza moral, rectitud y honradez en el obrar para hacer lo que debe. El comportamiento democrático se fundamenta en dicha integridad moral que guía su recto proceder. ¿Está dicha integridad al alza como valor? Tengo grandes dudas. Basta con mirar el escenario público y dar un vistazo al panorama. Hay muchos rincones no limpios.

Sobre la amistad (en el sentido más profundo de dicho valor), tampoco creo que sea un valor en alza ¿Cómo que no? Bueno, me desdigo. En sentido basto, tosco y sin pulir, puede que sí. La amistad, en su significado más profundo, es un valor que nos hace crecer como personas y nos enriquece hasta límites insospechados. Tengo que asentir que dicha amistad interiorizada es uno de los valores más valiosos que tenemos. Pensemos que “quien tiene un amigo, tiene un tesoro”, según dice el refrán.

Quisiera pensar que estamos ante una ironía aunque, en este caso, creo que no. Alegría, amistad e integridad son los tres conceptos que, como valores, nos dicen que “cotizan al alza”. Además, de cada uno se desgajan otros valores. Desgloso un poco el tema.

Sí que podemos admitir la importancia de dicho trío de valores, porque nos ayudan a crecer como personas. Estamos en unos momentos vivenciales marcados por un fuerte deseo de divertimiento a costa de lo que sea y de quien sea. Importa poco la tranquilidad de los que nos rodean, sean personas que buscan sosiego a la par que huyen de posibles contagios. Sigue presente el miedo a encontronazos con el virus, el cual ha dejado secuelas en bastantes personas.

La llegada del verano era el “doblón de oro” para resarcirnos de las limitaciones impuestas por el virus y compensarnos de inconvenientes aportados por un modus vivendi especial para no caer contagiados. Durante eñ encierro y el aislamiento, conversar con algún colega o amigo era un deseo inalcanzable dadas las circunstancias. Mente y cuerpo reclamaban un espacio de diversión o entretenimiento para poder holgazanear tranquilos con los demás.

Hay que admitir que la mayoría del personal ha cumplido las normas establecidas por las barreras sanitarias. Bien es cierto que, por otro lado, parte de los ciudadanos más jóvenes no han podido (querido) aguantar más tiempo dicha estrechez de movimiento y se han liado la manta a la cabeza (que viene a significar “actuar decidida y precipitadamente, de modo irreflexivo sin tener en cuenta posibles peligros, ni la opinión ajena”). Es decir, tomamos una decisión sin pensar en las consecuencias que pueda acarrear tanto para los demás como para uno mismo.

Los botellones juntan “mogollón” de gente que coincide en sus ganas por intentar pasarlo bien, ayudados por la ingesta de alcohol que les hace actuar de una forma desinhibida y alocada que, a veces, termina con actos violentos contra las personas y mobiliario urbano. Además actúan sin respetar el orden cívico.

Quienes llenan plazas y estadios no son amigos: son “amigotes”, convocados a través de las redes sociales. Decir “amigo” es decir “lo mío es tuyo y lo tuyo, de los dos”. Decir “amigo” es decir que “estoy tanto para lo bueno como para lo malo”.

¿Valores? Los valores se olvidan: vale más salir a la calle, como si de un juego infantil se tratara, a gritar, quemar, destrozar, apedrear a las Fuerzas de Seguridad para que se quiten de en medio… Y, sobre todo, es un juego “superguay” romper mobiliario, vehículos, escaparates y, después, desvalijar negocios. “Protestamos” para pedir orden, seguridad, derecho a… ¿Pero con la protesta va incluido el sabotaje? Dura paradoja.

Lo que viene a continuación está escrito con cierto “retintín”. Cometido todo tipo de desafuero, ya se ha cumplido, valió el esfuerzo y ahora, amigotes, vamos a coger una pítima. Y si después te da un telele, pues que te lleven a urgencias, que para eso está la Sanidad.

Una anécdota. Los jóvenes se alegran de que les den 400 euros a partir de cumplir los 18 años. Ya era hora de que se hiciera algo por los jóvenes, es decir, por las futuras promesas. Cómo los gastarán es cuestión de ellos. Hablaremos de este asunto.

“Tenemos” derecho a estudiar –bueno, a ir al colegio, al instituto o a la universidad– porque la educación debe ser para todos. “Tenemos” derecho a pasar de libros y de las clases y, aunque suspenda, tengo derecho a pasar de curso –eso parece que se dice desde la puesta en marcha de la nueva Ley de Educación–. Repetir no vale para nada porque “voy a seguir sin dar golpe”. Felicidades.

¿Trabajar? Bueno, quien quiera puede buscar trabajo cuando le parezca oportuno. Y, si lo encuentra y es lo que buscaba, pues estupendo. Quede claro que estudiar, trabajar, sufrir presión por la familia o el poder es abusar de la libertad personal.

No, no, que no. Viva la libertad. Leía hace unos días que una persona bien preparada se abre camino rápido y pronto. Por lo general, eso era lo habitual. Comparto el mensaje. Pero ¿qué buscamos? ¿Sujetos educados en el sentido amplio de la palabra o sujetos en bruto?

Una más de Jaimito. Una idea magnífica emanada desde la cumbre del poder propone que para educar al personal se le obligará a realizar un curso formativo a quien quiera tener un perro para respetar el medio ambiente. Magnífica idea. Qué pena –pensarán, pensaremos, los egoístas– haber estudiado tanto cuando con tener “un máster de perrero” lo tendríamos todo solucionado. Caro precio por un voto…

Y por favor, que no se me altere nadie por la palabra “perrero”, que no es un insulto. Significa “persona aficionada a tener y criar perros”. Bastaba para poder vivir, porque no olvidemos que los animales son parte importante de los habitantes que hay en el mundo, y podríamos vivir cómodamente aperreados.

PEPE CANTILLO

8 de octubre de 2021

  • 8.10.21
Leo en Internet el siguiente titular: ¡Probablemente comas todos los días estos 9 alimentos que causan cáncer!. Por si fuera poco, me topo con este otro: El tomate produce cáncer. Titulares así, o similares, nos aparecen con frecuencia en cualquier periódico digital. Lo normal sería pasar de dicha información, dado que la curiosidad sobre enfermedades suele ser tan alarmante que no tenemos ganas de calentarnos la cabeza.


Pero quien maneja la información –mejor llamarla "alarma deliberada"– sabe cómo despertar la curiosidad. Ante titulares tan contundentes como el que encabeza estas líneas, la curiosidad se pone en marcha a toda velocidad, máxime si el asunto alimenta la duda y nos inquieta.

¿Razones? Han empleado una pequeña trampa con una foto, contraria a lo que están afirmando, que nos desconcierta y, desde luego, deja la duda en el aire. La publicidad juega con nosotros de tal manera que puede hacernos creer –o, al menos, poner en tela de juicio– datos que los teníamos como seguros.

Estas afirmaciones han ocupado espacio en diversos digitales a lo largo del verano. Luego desaparecieron y ya no se supo nada más. Las posibles razones son varias y argumentarlas nos llevaría a un rompecabezas tedioso del que no sacaríamos nada en claro. Aunque, posteriormente, surgió una dirección rebatiéndolo.

Intentaré explicar el trasfondo del asunto: aparece un pulcro y limpio cajón de madera lleno de carnosos y apetitosos tomates, rojos de vergüenza y porque si los susodichos tomates tuvieran posibilidad o pensaran, seguro que se habrían negado a dicho abuso publicitario.

Al pie del repleto cajón de tomates aparece la siguiente información: “Esto puede causar cáncer”. ¡Madre mía! ¿A dónde hemos ido a parar? La sorpresa salta de inmediato y, junto con los tomates, aparecen ocho productos más, todos ellos con posibilidades cancerígenas.

A mediados de septiembre, la información a la que aludo desapareció de todos los periódicos donde se presentaba con anterioridad. Lo más posible es que hayan vetado dicha publicidad que, curiosamente, es verdad –incluido en lo referente al tomate–. Pero como es una verdad a medias y una mentira camuflada, ha debido ser forzada a desaparecer.

A partir de esos momentos, algún digital siguió insistiendo en los nueve productos cancerígenos sin que el señuelo fueran los tomates y, en su lugar, pusieron una foto de un filete de salmón. Si la curiosidad no estimula al lector, éste puede tragarse, efectivamente, que dichos alimentos son peligrosos y hay que saber por qué y cuándo habrá que evitar “el fruto de la tomatera” que tanto juego da en nuestra cocina mediterránea.

La duda del lector aparecerá cuando nos digan que los tomates cancerígenos son los enlatados y ofrecerán una explicación razonable de la malignidad de dicho enlatado. Pero manchar de cáncer un cajón de tomates frescos para provocar la curiosidad del lector es un asesinato de lesa majestad.

La caja en primer plano despierta nuestra curiosidad porque nos preocupa que dicha información pudiera ser verídica y resulta que algo tan apetitoso como es el tomate nos está haciendo daño. La duda obliga a contrastar y a obtener más información.

Los tomates frescos son muy buenos para la salud e, incluso, ayudan a prevenir el cáncer. ¿En qué quedamos? La incertidumbre nos corroe porque no hace referencia a algo que se come de higos a brevas. Al contrario, dicho producto está muy presente en el día a día, máxime en verano. El punto flaco estriba en que dicha información nos embrolla.

El tomate, esa “baya roja fruto de la tomatera”, lo consumismos a diario: crudo, frito, acompañando otros platos... Qué voy a contar que no sepamos de las bondades del tomate. ¿Produce cáncer? Están locos estos mamelucos. La curiosidad remolonea en nuestra mente como esos malditos mosquitos que maltratan nuestro cuerpo en verano.

Estamos ante una verdad a medias: ¿De qué tomate estamos hablando? ¿A qué tipo de tomate se refieren? Sí que es verdad que el tomate crudo, triturado y enlatado puede ser peligroso y producir cáncer. ¿Razón?

¡Presta atención! Éste es el caso de los tomates triturados y enlatados. ¿Mande? El interior de la mayoría de latas contiene un capa muy delgada de “bisfenol A” (BPA) que afecta seriamente a nuestro cuerpo. La gran acidez del tomate libera dicho tóxico que “contiene veneno o produce envenenamiento”. Este es el misterio.

En el caso que nos ocupa, el tomate hace de anzuelo para despertar nuestro interés y entrar a leer cuáles son los nueve alimentos que producen cáncer. Si pasamos de tan alarmante información, siempre nos quedará el rescoldo de que el tomate produce cáncer. Y sí es verdad que el triturado enlatado efectivamente es peligroso. El posible causante de tal maldad es el recipiente metálico en el que se vende tomate triturado.

Para completar, hago un breve repaso de los ocho alimentos restantes señalados como productos que pueden ser fatales. A largo o corto plazo... Eso ya es otro problema.

El salmón es saludable, como la mayoría de pescado natural. El cultivado en criaderos se contamina con sustancias que pueden ser malignas. La carne procesada tiene productos químicos, conservantes y sal para mantener su apariencia fresca. Las patatas fritas (no caseras) llevan colorantes y conservantes no recomendables. Productos “light” (“bajos en grasa”) están hechos de ingredientes traicioneros. Donde estén los alimentos naturales, que se quiten los artificiales.

El alcohol es la segunda causa de muerte por cáncer junto con el tabaco. Sin comentarios. El consumo habitual de carne roja (hamburguesas, bistec...) puede ser maléfico. La grasa y el aceite vegetal no son de fiar. Donde se ponga un buen aceite de oliva, que se quite lo demás. Bien es verdad que dicho aceite nos lo han encarecido. ¿Y qué no ha subido de precio? El azúcar refinado es causa del aumento de células cancerígenas, así que es más sano no abusar de la dulcería.

La idea de compartir estas líneas surge por traer a colación la sagacidad que usan los publicitarios con el lector. El tema dio que hablar en su momento. Desde luego, no tiene más importancia, siempre y cuando estemos al tanto de los múltiples trucos que se usan para enredarnos. Sí que es cierto que en verano abusamos del tomate. Los urólogos parece que ya dieron la voz de alarma con respecto a un exceso de consumo que puede pagarlo nuestro organismo. Pero siempre hay que estar atentos a la procedencia de la información para no jugar al escondite.

Finalizo estas líneas con las siguientes referencias. En Maldita suelen dar bastante información sobre bulos o noticias falsas. Con respecto a alimentos –entre ellos, los tomates– ya hace tiempo que refutaron dicha información, como era de esperar. En este enlace nos avisan de la desinformación y de la confusión que ocasionan este tipo de noticias falsas con respecto al tema del tomate en este caso.

Las personas mayores puede que recuerden el chismorreo que se montaba en el patio de vecinos. Hoy este chismorreo lo representan las redes, que cumplen al por mayor dicho cotorreo. Seamos cautos y, aun así, seguro que nos engañan como quieren.

PEPE CANTILLO

23 de septiembre de 2021

  • 23.9.21
De un tiempo a esta parte, el odio se ha aposentado entre nosotros de forma abierta y descarada. Es verdad que estamos pasando por el desierto de la pandemia que ha conseguido, además de limitarnos social y económicamente, enfrentarnos más de lo que estábamos por aquello de que "yo soy yo y a los demás, que les den".


Después de partirnos la cara en un enfrentamiento político-criminal, conseguimos –o, mejor, nos avenimos– a un convivir menos belicoso. Digamos que nos obligaron. Poco a poco fueron pasando los años y parecía que el deseo de vivir amainaba el olvido y con dicho deseo de subsistir crecía una cierta ¿paz? ¿Tranquilidad?...

Los más viejos, hijos de aquellos años luctuosos (“tristes, a veces fúnebres y dignos de llanto”), intentamos alcanzar una vida menos incómoda, menos mísera tanto para nosotros como para nuestros descendientes y para los hijos de nuestros hijos. El mantra (“literalmente, pensamiento”) que nos transmitían a unos y a otros era “estudia para que puedas ser alguien en la vida”.

Nuestros hijos, esa generación que ya superó los cuarenta, aceptó y transmitió la tácita consigna de prosperar, de vivir mejor que sus padres. Y hubo un tiempo en el que había cierta tranquilidad bullanguera, hasta que entre crisis económico-laborales y descolocados gobiernos entrados en la incompetencia, el sendero fue estrechándose y cada día aparecían más piedras en el camino.

La “multi España” saltó al escenario y, con ella, otras lacras –dicen que “de origen incierto”, aunque creo que no–, las cuales van dejando “secuelas o señales de una enfermedad o achaque” acompañada por “un vicio físico o moral que marca a quienes lo tienen”. En este caso, parece que han aflorado corrientes depravadas que da la impresión que han confundido el camino.

A todo lo anterior y para complicar aún más la situación, el virus vomita lava que aniquila a personas viejas y no tan viejas, saquea la economía como no podía ser de otra forma, y descoloca el diario vivir de los humanos. Por si no hay bastante, parió el volcán…

El virus vomita el magma que acumula el sustrato social arrastrando lava convertida en odio destructor que serpentea por las laderas de un país de por sí bastante tocado, tanto en lo social como en lo político y al que hay que añadir un personal joven que, en los últimos tiempos de este desierto, se embotellona. ¿Por qué?

¿Con todas las consecuencias? No, con dos cojones. Posiblemente solo alimentado por el deseo de “vivir a tope y deprisa” por lo que pueda ocurrir mañana. ¿Se pretende lacrar, es decir “dañar la salud de alguien, contagiándole una enfermedad”? No creo: solo se pretende vivir (aunque ello pueda lacrar, es decir, “dañar o perjudicar a alguien en sus intereses”).

¿Pretendemos resucitar viejos errores? Espero y supongo que no, al menos por parte de la mayoría del personal que no estando politizado se une a la fiesta por aquello de ir a donde va Vicente, es decir, a donde va la gente.

Nos guste o no, somos seres sociales que necesitamos de los demás, aunque a veces parezca lo contrario. A través del intercambio y de las relaciones interpersonales, los humanos nos enriquecemos. El diálogo y la escucha activa son armas valiosas para luchar contra la indiferencia, contra cualquier muro que nos separe. En estos momentos el odio es una vil empalizada donde masacramos a nuestros iguales. Las personas con actitudes extremistas, parece que tienden a ver y a pensar el mundo en términos de blanco y negro.

Dicho murallón solo puede derribarse si somos capaces de abrirnos a lo que nos puedan transmitir los demás. No olvidemos que el diálogo es un valor propio de personas maduras que quieren crecer, que no viven deseando el mal ajeno. Transmitir odio es manifestar un sentimiento negativo que desea el mal por el mal y se escurre por otras laderas que solo traen consigo nuevos incentivos para odiar.

Decía líneas más arriba que no solemos desear el mal de los otros. Matizo porque dicha afirmación no siempre es verdad. En nuestro mundo actual, vomitar “injurias, dicterios, maldiciones” en las redes contra las personas se ha convertido en el deporte nacional. ¿O debo decir estatal por aquello de las confederadas multi Españas? ¡Ojo al tropezón!

Quienes hicieron y sufrieron aquellos nefastos años ya están casi todos muertos; los que vinimos detrás parece que una losa de silencio “impuesta tácitamente” por los mayores hizo borrarla de nuestros registros; y los más jóvenes ni tan siquiera saben nada de ello. La esperanza colectiva quería soltar amarras para seguir hacia horizontes abiertos al mundo.

El criterio asumido era rebasar de una vez por todas ese manido “Juan Palomo, yo me lo guiso, yo me lo como”, expresión cargada de egoísmo aunque, en el mejor de los casos, se pueda aceptar como muestra de autosuficiencia. Es cierto que dicho refrán encierra un pensamiento moral que ratifica la postura de quien lo dice o a quien se le aplica.

El odio va ganando espacio a pasos de gigante y se extiende como mancha de aceite en el terreno político, rebotando a la vida diaria. Un odio que no tiene color político, puesto que es tanto de izquierdas como de derechas; un odio que parece querer destruir una sociedad que habíamos creado con un esfuerzo ímprobo, donde se suponía que cabíamos todos. Un odio que nos llevó a un enfrentamiento “incivil” que ¿pretendemos resucitar?

Los últimos meses han sido ricos y fructíferos en “dimes y diretes”, en comentarios y cotilleos mordaces, hirientes contra personas, en circunstancias en muchos de los casos sin fundamento, por el placer de herir. Usamos las redes porque, como es obvio, permiten el anonimato al no dar la cara. ¡Viva la valentía!

Hemos saltado a enfrentamientos directos. Sobre todo contra esas personas con las cuales no comulgo políticamente. ¿Cuánta malquerencia hemos babeado en los últimos meses (años) deseando lo peor de lo peor a esos prójimos cuyo ideario no me gusta? Y esto solo acaba de empezar, aunque viene de lejos y solo hemos resucitado una mínima parte del problema. ¿Pesimismo? Es posible.

Ahora el frente se agranda con la homofobia hasta el extremo de que hay “gentuza” que sale de cacería porque odia (¿o se divierte?) maltratando a homosexuales e incluso gritan a voz en pecho "¡mátalo, mátalo!"... Se acrecienta el odio y el acoso contra los llamados “menas” (menores extranjeros no acompañados).

Insultamos con asombrosa facilidad; injuriamos a “cara de perro” de forma dura y cruda porque el anonimato, terreno fangoso para valientes adalides de lengua bífida, permite bombardear al contrario. Y seguimos machacando a quien sea con nuestras sabias opiniones y contundentes acciones. Podríamos seguir…

Por desgracia para todos, aquí no hay buenos o malos. Hay personas con sentido común o eunucos mentales (castrados, capados). Necios ocultos tras el burladero de la cómoda guarida que les permite escupir contra vivos y muertos, niños y mayores, inocentes y culpables y, en caso de no ser culpables, los juicios paralelos conseguirán que lo sean.

Creo en la convivencia que no siempre es un jardín de rosas, pero que tiene más ventajas que inconvenientes. Que nos necesitamos unos a otros porque, como seres sociales, vivimos en compañía. Si olvidamos estas premisas hay que recordar el refrán que deja claro aquello de “arrieros somos y en el caminos nos veremos”.

“La noticia de que el salvaje ataque homófobo en Madrid no era tal ha puesto patas arriba la batalla partidista desatada a su alrededor. La izquierda instrumentalizó la supuesta agresión para atacar a la derecha, pero se le ha vuelto en contra. La falsa denuncia y el oportunismo político empantanan la lucha contra la homofobia”. Cierro estas líneas con una incómoda interrogante: ¿Por qué ha crecido la homofobia? “Los derroteros del mundo han hecho que haya crecido la intolerancia”. Mal camino.

PEPE CANTILLO

9 de septiembre de 2021

  • 9.9.21
Pensar que es posible apreciar y defender valores universales no es creer en ideas extramentales o artilugios de brujería. Pero sí es creer en la dignidad de la persona, en el valor máximo del ser humano. Eso sí que debe estar por encima de cualquier otra realidad. La dignidad de la persona se fundamenta sobre valores calificados como "universales". Valoramos (debemos) la libertad, la justicia, la igualdad, el respeto, la tolerancia y un largo etcétera.


Kant decía que todos los seres humanos tenemos dignidad, tenemos valor y no precio; somos fines y no meramente medios, es decir, no somos cosas que se pueden usar y tirar a nuestro antojo. Pero en la modernez que estamos viviendo, da la impresión que le hemos dado la vuelta a la tortilla. Parece que el desprecio por la ley impera por doquier.

Como ejemplo reciente, aludo a la repulsa que se le está haciendo con descaro, cuando el personal se salta las normas dadas por las autoridades y, no contentos con ello, atacamos, hasta donde puede ser, a las fuerzas de orden público que, en más de una ocasión, han tenido que batirse en retirada del escenario. Mal augurio…

El verano termina con 271.000 personas desalojadas de botellones en Barcelona: “Son jóvenes que solo quieren pasarlo bien”. ¿Locos que no se contentan con saltarse la orden de no estar en manada? Los rumores que corren dicen que, tras los botellones, que ya son un no cumplir con la normativa, han aparecido organizados camorristas que les viene bien parapetarse en el desorden para azuzar toda una acción contra el poder establecido y a la búsqueda de una descarada inestabilidad.

Recordemos que, cuando hace unos meses, las manifestaciones eran calificadas como "antisistema", también recibieron inocente ayuda para incrementar el desorden. Quemar enseres públicos, asaltar establecimientos y, de paso, llevarse “algunas cosillas”. Apoyar dichas manifestaciones eran toda una aventura.

Pero tales botellones ahora tienen el riesgo de transmitir una enfermedad mortal. Total, un botellón sazonado con un enfrentamiento con la poli es toda una proeza para contar a la charpa (“reunión de amigos”) y jactarse de ello en las redes.

El ser humano y la sociedad en que vive no es algo estático: no siempre ha sido como ahora, ni ha surgido de la noche a la mañana. Ha tenido que hacerse a lo largo de años. Nuestra vida se va haciendo, es como una narración que vamos escribiendo todos los días, elaborándola poco a poco según factores tanto internos como externos. Por eso, como en un libro, los capítulos finales no se entienden bien si no se conocen los anteriores.

Los criterios que utilizamos en nuestras actuaciones dependen en gran medida de los valores que aprendemos a través de nuestros padres y la escuela y que nos permiten establecer las normas a las que se ha de ajustar nuestra conducta para vivir en sociedad. Obramos de acuerdo con lo que creemos y valoramos. Aunque, según fuentes oficiales, ya no hace falta memorizar nada puesto que para ello está Internet. ¡Pobre escuela!

Así pues, consideramos como universales y necesarios aquellos valores que tienen validez intersubjetiva, que son apreciados por la gran mayoría y deseables para todo ser humano, porque la razón y el sentir los considera exigibles para la vida en sociedad y los convierte en deseables para todos. Recordemos que, como humanos, somos libres y responsables, a la par que capaces de decidir y actuar por nosotros mismos.

La sociedad es como un campo de fuerzas en el que debe existir un equilibrio. Lo que uno quiere y hace no puede poner en peligro ese equilibrio. Porque mi libertad termina donde empieza la de los demás. Si cada uno hace lo que le viene en gana, sin tener en cuenta a los demás, difícilmente se podrá convivir. Si en un Estado alguien quiere imponer su dominio por la fuerza, desaparece la democracia y surge del olvido la dictadura del poder, del partido o del pueblo.

La sociedad funciona sobre la base del respeto. Respeto a los demás, a unos valores, principios y normas básicas sin los cuales no es posible la convivencia. Por eso vivir es convivir, y exige el respeto. Si lo pensamos bien, el respeto no es más que un juego de derechos y obligaciones o deberes.

Mis derechos, lo que yo puedo exigir a los demás, se convierten en obligaciones para con ellos. Si yo puedo pedir a los demás que me traten con educación, yo tengo que tratarlos del mismo modo. Si yo exijo que me paguen lo que me deben, tengo que pagar también mis deudas.

Si alguien considerara que sólo tiene derechos y olvida que también tiene obligaciones y dejara de cumplirlas, estaría haciendo necesaria la intervención de alguien capaz de hacer cumplir la ley. La justicia y las leyes están para garantizar los derechos y hacer que se cumplan los deberes. La autoridad, a veces, aparece como un espejismo; otras, como un castigo.

Una matización que deberíamos tener clara. La violencia, en ningún caso, es camino que pueda conducir a vivir en democracia. Si acaso, es el “estímulo” para generar más violencia entre manifestantes y fuerzas antidisturbios y el vecindario y comerciantes que han visto peligrar sus negocios y las propias casas.

¿Intento de criminalizar a la juventud? No creo, pero sí de llamar a un comportamiento social valedero para todos. Con anterioridad hemos enarbolado la bandera de la solidaridad y una cierta entrega hacia los más desfavorecidos por las circunstancias virales. Muchas personas siguen necesitando del otro. Es el momento de poner en marcha valores como la solidaridad, el respeto, la asertividad, la empatía…

¿Qué juventud hemos formado? ¿Qué educación han recibido en casa y en la escuela para no respetar y defender la salud propia y la del otro? ¿Qué castigo se debe aplicar a quien atenta contra la salud y la vida de otros?

Un detalle curioso. Entiendo que el encierro, las restricciones, las mascarillas, las vacunas sí, las vacunas no, la libertad de actuación, y un largo rosario de alegatos impulsen de manera “desaforada sin ley ni fuero, atropellando” las ganas de vivir.

El respeto a los demás es básico para convivir. "Respeta y te respetarán", dice la voz pública. Dicho valor se interioriza y va unido a la empatía, valor consistente en la capacidad para ponerse en el lugar del otro y percatarse de lo que siente.

Sería algo así como saber leer en los demás percibiendo la información de lo que nos transmiten, lo que hacen, cómo lo hacen, la expresión de cara que nos ponen... Estos indicios están relacionados con la inteligencia emocional de la que, con frecuencia, hacemos agua.

Por lo general, caemos en la superficialidad y, con frecuencia, en la indiferencia porque, en definitiva, el otro nos importa poco. Ser empático obliga a algo más que a esbozar una educada sonrisa de cortesía. Se puede ser simpático mientras dura la sonrisa pero no por ello seremos empáticos. La empatía obliga a con-prometerse con el otro. Solo desde la comprensión y la apertura de miras puedo captar el mensaje que envían los demás.

Cierro con una cita del libro Castellio contra Calvino: “Nunca un derecho se ha ganado para siempre, como tampoco está asegurada la libertad frente a la violencia, que siempre adquiere nuevas formas... cuando ya consideramos la libertad como algo habitual surge un misterioso deseo de violentarla. Siempre que la humanidad ha disfrutado de la paz durante demasiado tiempo y con despreocupación, sobreviene una peligrosa curiosidad por la embriaguez de la fuerza y un apetito criminal por la guerra”.

Feliz cumpleaños, Manuela.

PEPE CANTILLO

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