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Carlos Serrano | Semana incógnita

El café está servido y preparo mis dedos como si fuera un pianista a punto de dar un concierto. Pero el auditorio está vacío. El artista va a tocar aquello que los grandes genios dejaron impreso en las partituras correspondientes por el mero placer de hacerlo.


Sinceramente, ignoro qué debiera sentir exactamente en estos momentos. Escribo unas líneas, que quizás nadie lea, mientras el gato intenta sin éxito tomar la postura adecuada para quedarse dormido en mi regazo. La violencia literal, y metafórica, vive a sus anchas en las portadas de los medios de comunicación en estas semanas. La tristeza, y su hermana enfado, comienzan a ser parte diaria del desayuno. Me he cansado y escribo.

La Literatura ha dejado impresa las más bellas palabras para el disfrute de hombres y mujeres a lo largo de la Historia entre todo tipo de páginas. Sin embargo, hemos decidido utilizar ese maravilloso conjunto de vocablos, voz, términos y verbos, para sembrar las más oscuras sombras sobre el diálogo y la convivencia.

Una de esas sombras, centrándome en estas semanas, es la de Dictadura. Suena fea, trae consigo el óxido de las cadenas que atan los peores recuerdos y pesadillas del oscuro, y al mismo tiempo brillante, siglo XX. Pero de manera irresponsable, agentes políticos la colocan sobre la mesa siempre que pueden.

Es el comodín de amnesia de los representantes de cierto sector de la derecha española. La más irresponsable. Pues los generales, según ellos, lo único que provocaron fueron una “quiebra de la convivencia”. En cambio, no es “quiebra de la convivencia”, sino Dictadura y Traición, que el presidente del Gobierno en funciones siga el encargo del jefe del Estado para formar Gobierno.

Un Gobierno que, según todo apunta, está a la vuelta de la esquina. Porque en el acuerdo de investidura que se ha alcanzado estaría el conjunto de, aproximadamente, el 50,44 por ciento del electorado, unos doce millones de los votos de las últimas elecciones generales. Eso se llama democracia representativa. Pero para los amnésicos, es dictatorial llegar acuerdos mediante el diálogo.

Durante estos días, estos hechos provocaron la siguiente reflexión que habita en algún lugar de mis redes sociales:

El ciudadano tiene el derecho y el deber de protestar. Contra la mentira, la Amnistía, etc. Hubo muchas muertes por ese derecho fundamental de la Democracia. Ahora, al escuchar los gritos de ánimos al dictador Francisco Franco, esas ideas no me interesan. Es más, yo respeto como personas a los manifestantes. Se lo debo como humanista. Sus ideas, son otro cantar.

Se ha combatido duramente para que no tuvieran lugar en un país moderno. Los militares salvadores de la patria, al contenedor correspondiente. No van a salirse con la suya los que cantan los himnos de la División Azul. Ese es mi optimismo. No, no podrán las cabezas rapadas. No podrán las banderas de la dictadura militar. Deseo lo mejor al ciudadano que, responsablemente, utiliza su derecho a protestar. Pero me da pena que sea aprovechado y pisoteado por los oscuros brazos del violento y de la extrema derecha.

Estoy cansado del ruido. De palabras lanzadas como dagas cobardes que van contra la espalda de aquellos que elegimos el camino del diálogo. De las faltas de respeto continuadas contra aquellos que sufrieron la persecución ideológica en nuestro país por ser “culpables” de perder una guerra. Y no hay condena. Hay excusas, jugadas con el léxico para no decir una verdad que les parece hacer daño en la garganta.

La Dictadura, según su prisma podrido, resultan ser los votos, no las víctimas de las cunetas. Este parece ser el discurso de los que no tienden la mano en el juego de la representación ciudadana. Que salgan a la calle todo lo que quieran, pero abajo los cantos racistas, las banderas nazis, la xenofobia. Únicamente, que quede una protesta pacífica en esta semana incógnita.


El café está terminado y el gato está dormido...

CARLOS SERRANO MARTÍN
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