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Peces anónimos

La Ciudad estaba viva. Un buen observador se daría cuenta. Aunque nuestro protagonista no es un observador nato. Tras varios años de mirar al suelo, se había convertido en un experto en baldosas, barro y chicles pegados en la acera. Pero no en brillos especiales de ojos ajenos. Sinceramente, había pocas cosas en las que destacara nuestro anónimo amigo.

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Llegaba tarde, o no. Según la mayoría de las personas normales sí, pero el señor X no era un tipo normal. No entendía de tiempo ni relojes. Caminaba sin rumbo. Tardó unas dos horas en decidir a donde quería ir. Fue al mismo café de todos los lunes, aunque siempre estaba lleno. Tenía al entrar la misma sensación de vacío de los lunes: no era un día agraciado para el señor X.

Pidió un café y un periódico. Se sentó en su mesa favorita junto a la radio. Escuchó su programa favorito. Leyó las noticias desagradables de siempre. Volvió a la calle a mezclarse con la multitud.

Al día siguiente se levantó muy tarde. No leyó el periódico, es más, no desayunó siquiera. Se puso su mejor traje, se afeitó, se duchó, y salió a la calle a enfrentarse al mundo. Pero nada cambió.

(La verdad es que el señor X me daba mucha pena. Así que yo, como escritor, creador de su triste historia, decidí ayudarle. Pero no sirvió de nada. Supongo que hay personajes condenados a ser desgraciados en las amarillentas y monótonas hojas de los libros).

El señor X seguía siendo el pez anónimo en el acuario de los peces con nombre propio. Sintió rabia de sí mismo. Incluso en un acto desesperado de conseguir contacto humano, se chocó aposta con la primera persona que le miró en toda la mañana. Nada. Para la ciudad, el señor X estaba muerto.

Solo quería una cosa: un abrazo. Alguien que le dijera "no te preocupes, no volverás a estar solo". Comparado con las ansias de poder y riqueza que tienen otras personas, me parece un deseo de lo más humano.

Un día decidió que andaría mucho más que otras veces. Pero anduvo demasiado. Apareció en otra ciudad. Era evidente que el señor X había creído que era ciudadano de una gran metrópolis, cosa que se alejaba bastante de la realidad...

Teóricamente, la historia sigue. Ignoro el cómo. Aquí termina mi información sobre el gris señor X. Parece ser que al final consiguió un par de señoras X (sin mi ayuda). No ha muerto, no he leído su necrológica. Sigue yendo al mismo café, vistiendo su mismo traje. Todavía no se ha peinado ni se ha afeitado.
CARLOS SERRANO
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