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26 de octubre de 2013

  • 26.10.13
La Geometría, como los números, posee la capacidad de expresar toda la complejidad de los símbolos, de transcribir gráficamente su quintaesencia y valores abstractos. Sería difícil exteriorizarlos de otro modo.

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Su poder de abstracción de lo cotidiano, de despertar fuerzas ocultas e inexplicables, de evocar conocimientos esotéricos que ignoramos conocer por hallarse olvidados en el subconsciente de nuestro primer despertar, y, lo mejor, de decirlo bajo claves que lo convierten en algo inútil al profano, la hacen ser el vehículo idóneo de transmisión de ideas sempiternas.

«¿Acaso no sabéis que los geómetras utilizan las formas visibles y hablan de ellas, aunque no se trata de ellas sino de esas cosas de las que son un reflejo y estudian el cuadrado en sí y la diagonal en sí, y no la imagen de ellos que dibujan? Y así sucesivamente en todos los casos. Lo que realmente buscan es poder vislumbrar esas realidades que sólo pueden ser contempladas por la mente».
Platón, La República, VII

El número, como explicación cuantitativa del concepto abstracto de medida y longitud que transmite la Geometría, permite ahondar en conceptos que, por su amplitud y profundidad, nos despistaría. Así el triángulo equilátero, como figura regular de menor número de lados, es indeformable; cuando se une a otros muchos triángulos teje una red triangular que llamamos “isométrica”.; además de estructuras sólidas y estables.

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También puede crecer numéricamente; al igual que las demás figuras geométricas, originando números poligonales [ilustración XX]. El menor de todos los presentes es el número triangular, que adopta la forma:

1, 3, 6, 10, 15... [n · (n - 1)/2]

Si se suman los cuatro primeros números de la serie natural, la suma será 10, que es el número de Dios, pues lo integran el uno (1) y el cero (0). Dios es la Unidad primordial, la mónada primera, origen de todo el orden cósmico. Simbólicamente, es el punto de partida de todos los números, implícito como substrato a lo largo de toda la serie numérica, latente tras la aparente multiplicidad de los seres y las cosas:

1 + 1 = 2; 2 + 1 = 3; 3 + 1 = 4; … [(n + 1) = N]

Es decir, cada número natural resulta de sumarle la unidad al anterior; de tal modo, que todos son susceptibles de quedar reducidos a dicha unidad. El cero (0), en cambio, es la nada. En la suma de la Tetraktis pitagórica menor [1 + 2 + 3 + 4 = 10], el 10 es la decena y simboliza el número de la clausura, fin de ciclo: A partir de él, la posición de la nada, el cero (0), multiplica por diez el valor del número situado a su izquierda. La diferencia entre 01 y 10, está en la posición del cero.

El cero a la izquierda no da valor a la unidad; explica la procedencia de lo creado, representado por la unidad, por la mónada. Situado a la derecha, en cambio, el cero indica todos los números anteriores derivados de la misma unidad [(1), (1+1), (1+1+1), (1+1+1+1)…]; es decir, todo lo comprendido en la unidad (1). El cero (0) a la izquierda es el vacío del todo y, situado a la derecha, la Década o la suma de todo el ciclo, el Cosmos.

La suma de los siete primeros números es 28 [1 + 2 + 3 + 4 + 5 + 6 + 7 = 28], que corresponde al plano de la Creación y oculta al Creador en el que se siente reflejado; de ahí que se pueda acceder al conocimiento de la grandiosidad del Creador estudiando los seres y objetos de la creación. Desde un punto de vista cabalístico el 10 y el 28 significan lo mismo; puesto que,

[28 => 2 + 8 = 10] 

Si 28 es la suma de los siete primeros números, el número 7 simboliza el reencuentro, en el plano de la Creación, de la Unidad inmutable que es origen y síntesis de aquella. Es, de igual modo, el número de la formación, invitándonos a distinguir entre la forma aparente de la creación y lo que representa, entre la apariencia formal y el significado que velan.

La suma de los ocho primeros números es la Tetraktis pitagórica mayor:

1 + 2 + 3 + 4 + 5 + 6 + 7 + 8 = 36

Sumados entre sí : 9

3 + 6 = 9

Reducidos esotéricamente (es decir, utilizando base 9; es decir, que a las sucesivas sumas se les va restando 9 hasta que ya no sea posible)

9 => 0

De este modo tan sencillo, podemos ir sumando los nueve primeros, e igualmente los diez. La primera suma daría 45, que sumados sus dígitos, curiosamente, sumará 9. Por la reducción esotérica (de base 9) el resultado finalmente sería 0 (cero). La segunda suma, 55, sumarán sus dígitos entre si, 10; que reducidos esotéricamente, el resultado es 1 (uno), la Mónada.

El lector podrá combinar todos los conceptos vertidos y curiosear por los números. Será una curiosa experiencia.

ÁLVARO RENDÓN
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19 de octubre de 2013

  • 19.10.13
Las cuevas y grutas se han asociado históricamente a cultos mistéricos. Muchos templos y santuarios cristianos se fundaron sobre estas oquedades, fueran naturales o artificiales. En España abundan las cavernas cristianizadas, casi siempre asociadas a algún santuario o templo.

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Mencionaremos como ejemplo la cueva y ermita de San Bartolomé de Ucero, en Soria, en un meandro del río Lobos, y protegida por elevados acantilados. Es una cueva enorme donde se realizaban ritos y ofrendas a la Diosa Madre.

En la vecindad de la cueva, cruzando la corriente fluvial, se construyó la ermita de San Bartolo que, según algunos, perteneció al monasterio templario de San Juan de Otero. De construcción románica tardía, su planta es de cruz latina y sus muros de sillería.

En la misma provincia hallamos la ermita de San Baudelio de Berlanga, resto de un eremitorio mozárabe que se levantó sobre la cueva. En Hoces de Duratón, Segovia, la famosa ermita de San Frutos de Duratón, donde los vecinos recuerdan el milagro de la mujer despeñada en 1225 por su marido celoso. San Frutos la resucitó y, en agradecimiento, la mujer donó sus bienes al priorato. Existe una inscripción donde reza: "Aquí yace sepultada una muger de su marido despeñada y no morió i hizo a esta casa lymosna de sus bienes".

En Covadonga (Cueva de Onga), según una piadosa leyenda, la Virgen o Santina acudió en ayuda de los cristianos en la famosa batalla de Covadonga (712). Primer clarinazo de la gloriosa Reconquista que algunos historiadores actuales, políticamente correctos, intentan rebajar a mera reyerta navajera.

Parece que fue el propio Pelayo, o quizá su descendiente Alonso I, el que fundó allí un monasterio benedictino hacia 740. La concurrencia de cueva y manantial sugiere la existencia de un santuario ancestral cristianizado. El templete que alberga la cueva parece románico pero es moderno. La basílica adyacente, de traza igualmente románica, data de finales del siglo XIX.

Sin salir de Asturias, y no lejos de Covadonga, se levanta la Ermita de la Santa Cruz, erigida hacia 737 en Cangas de Onís, sobre un dolmen prehistórico que se mantiene accesible en el subsuelo de la actual capilla. Se considera el primer templo construido por la monarquía asturiana.

En la comarca burgalesa de Las Merindades, hacia el norte, encontramos la ermita de San Bernabé o Sotoscueva, construida sobre las cuevas de Ojo de Guareña, al sur de los montes de Somo, donde la paciente acción de arroyos y ríos ha modelado las partes más solubles de la roca caliza hasta formar crestas rocosas, simas, barrancos, cuevas, sumideros y galerías. Aquí, las aguas subterráneas excavaron una red de galerías que abarca más de cien kilómetros en seis niveles.

Tras la fachada podremos admirar pinturas de 1705, donde narran a modo de tebeo los milagros de San Bernabé y San Tirso. Es costumbre que los devotos le recen al santo y recorran trescientos metros de galerías misteriosas en las que se conservan silos prehistóricos excavados por los primitivos pobladores del lugar. Los que padecen de los ojos los lavan en la pila del santo con el agua que brota de un pequeño manantial subterráneo.

Sin salir de la Comunidad de Castilla, podemos visitar la cueva de San Genadio, en Santiago de Peñalba, a 25 kilómetros de Ponferrada. Iglesia mozárabe, resto del monasterio fundado en el siglo X por el santo que llegó a obispo de Astorga. A unos dos kilómetros está el valle del Silencio, eremitorio visigodo, con la denominada cueva de San Genadio.

En Alájar, sierra de Huelva, se halla el santuario de la Virgen, que se asocia a un abrigo abierto en el escarpe del cerro en el que encontramos una piedra cóncava en forma de barca, sobre la que probablemente oscilaba la piedra esférica que representaba a la antigua divinidad, denominadas "abaladoiras".

Estas piedras de granito pulido, asentadas sobre otras rocas, se mueven con el impulso del más ligero impulso del viento o de la tierra. Abundan todavía en muchos santuarios gallegos y en acantilados rocosos. Se consideran prehistóricas de origen céltico cuya función podría ser de aras o altares porque poseen canales de desagüe y se hallan adornadas por curiosos grabados.

ÁLVARO RENDÓN
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17 de agosto de 2013

  • 17.8.13
Tras los Concilios de Toledo que condenaban la adoración de las piedras sagradas, el pueblo continuaba aferrado a las mismas que, en la mayoría de los casos, eran representaciones de la Diosa Madre neolítica, símbolo de la fecundidad. Ante su aparente fracaso, la Iglesia decidió cristianizarlas. Bastaba con colocar una imagen o una cruz sobre ellas; después, se construía un templo o una ermita y el lugar quedaba adoptado por la religión oficial.

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De este modo tan burdo, la Diosa Madre pasó a ser la Virgen María, cuyas imágenes medievales se colocaron sobre peanas esferoides que recordaban las primitivas piedras desaparecidas, como la advocación de Nuestra Señora de Piedras Santas, patrona de Pedroche (Córdoba).

En el Andévalo onubense es famosa la romería al santuario de la Virgen de Piedras Albas. La Esfera de la catedral de Jaén, hoy en la plaza de Santa María, en Arjona, se veneraba como peana de la Virgen del Soterraño, patrona del templo catedralicio. Esta piedra aún conserva la escotadura tallada en la que se encastraba la imagen de la Virgen.

La Piedra Santa de la catedral de Toledo se guarda en un edículo de mármol rojo no mayor que un buzón de correos, adosado a la Capilla del Descendimiento. La piedra sólo es visible a través de dos ventanitas enrejadas por las que las devotas introducen un dedo para tocarla e impregnarse de santidad. Según la tradición, la Virgen María posó sus plantas sobre la piedra sagrada cuando descendió del cielo durante la imposición de la casulla a san Ildefonso, arzobispo de aquella diócesis.

A ambos lados de la entrada a la basílica de Guadalupe hay unas rejas de un par de palmos de ancho, tras las cuales se conservan fragmentos de la piedra sagrada sobre la que, según la tradición, la Virgen posó los pies en su visita a aquel santuario.

La Virgen del Pilar de Zaragoza se apareció encima de un pilar de piedra o columna, lo que justifica la veneración de esta piedra que sostiene la imagen de la Virgen. En San Frutos de Duratón (Segovia) la piedra santa es un bloque cuadrangular al que las devotas acarician y besan con unción. Se conserva bajo el santo, pero oculto por un altar de madera, lo que obliga a los piadosos a arrodillarse y reptar por un angosto deambulatorio entrando por una puertecita y saliendo por otra para cumplir el ancestral rito de rodear la piedra; tal como se hacía cuando el lugar era un santuario matriarcal, antes de ser cristianizado en el siglo IV como ermita de la Virgen de la Hoz.

En el monasterio del Sacromonte (Granada), durante las fiestas de san Cecilio, patrón de la ciudad, las devotas entran en las catacumbas (la cueva sagrada) y prueban la virtud de dos grandes piedras que, según la creencia popular, ayudan a encontrar marido (la blanca) o a librarse de él (la negra).

Llamar "ermita de san Miguel" al templo de Arretxinaga (Markina, Guipúzcoa) despista mucho porque los fervorosos vascos han levantado un edificio de proporciones catedralicias para abrigar dignamente las tres enormes rocas sagradas que cobijan, a su vez, la imagen del santo.

Para acabar, reflexionemos sobre el significado que encierra la acción de bendecir la primera “piedra” de un edificio en presencia de autoridades y medios de comunicación, ¿indicios del pasado que aún conservamos?

Nota del autor: Con estos artículos queremos divulgar el rico patrimonio de España, destacando los rituales y misterios ancestrales que encierran. Si desean que hablemos sobre alguna caverna sagrada, monumento, folclore o tradición de tu interés, pueden escribir al diario o ponerse en contacto conmigo a través de mi dirección de correo electrónico: alvarengomez@gmail.com.

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10 de agosto de 2013

  • 10.8.13
Las más antiguas tradiciones recogen el mito del santuario de Adán, construido de zafiros y rubíes que fue elevado al cielo para evitar las aguas del diluvio. Cuando las aguas volvieron a sus cauces, el arcángel san Gabriel retornó la piedra-santuario de Adán y se la entregó a Abraham, que la custodió hasta que se perdió.

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En el Antiguo Testamento abundan las referencias a piedras sagradas adoradas por los hebreos: Jacob apoyó la cabeza en un betel que le provocó el sueño de la escalera que ascendía al cielo y que se asocia a la Merkaba.

Las piedras sagradas han estado presentes en muchos cultos mediterráneos. En Mesopotamia se adoraba la piedra cónica abadir que los griegos incorporaron a su mitología como la piedra con la que Rea salvó a su hijo Zeus de ser devorado por Cronos, que así eliminaba a sus hijos varones para evitar que lo destronasen al crecer. Para ello, envolvió la piedra en pañales y se la dio a comer a su esposo.

En Egipto existía la piedra sagrada del templo de Heliópolis, denominada el Benben, con forma de pirámide de base cuadrangular regular y caras triangulares equiláteras. En Grecia era el omphalos, ombligo o centro del mundo, custodiada en el santuario de Delfos. Se trataba de un betilo de origen incierto que, según la mitología perteneció a Zeus.

En Roma, los primitivos dioses familiares, Penates, se representaban por piedras redondas a las que se les ofrecía sal como augurio de salud y prosperidad. A Gea-Cibeles, diosa de la Tierra, se la veneraba en diversos templos bajo la forma de un meteorito negro y de superficie pulida.

Las piedras cónicas de Elagalabus de Emesa, diosa solar asiria a la que construyeron un templo en el Monte Palatino; o el bloque de piedra granítica conocida como Baalbek, con forma prismática cuadrangular de medidas colosales; o, finalmente, la piedra negra sin labrar con cuatro cuernos que representaba al dios nabateo Usharal, son ejemplos que avalan lo que decimos.

Piedras sagradas son los silex religiosos mencionados por Claudino, los mirificae moles de Cicerón, la piedra negra de Pessinonte, imagen de la Diosa Madre frigia que los romanos llevaron a Roma, y la piedra redonda que llamaban Neton los accitanos (en la antigua Guadix). Entre los musulmanes la piedra más sagrada es la Kaaba, en la Meca, con forma hexaédrica y de origen meteórico.

La llegada del cristianismo no impidió que los primitivos cristianos siguieran adorando piedras sagradas; hasta que los Concilios de Toledo (681 y 682) anatematizaron a los veneratores lapidum o “adoradores de piedras”. Pero la medida fracasó y la Iglesia optó por otra solución que explicaremos en otro articulo.

Nota del autor: Con estos artículos queremos divulgar el rico patrimonio de España, destacando los rituales y misterios ancestrales que encierran. Si desean que hablemos sobre alguna caverna sagrada, monumento, folclore o tradición de tu interés, pueden escribir al diario o ponerse en contacto conmigo a través de mi dirección de correo electrónico: alvarengomez@gmail.com.

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