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Superioridad intelectual

Se veía venir. Se esperaba llegar. Algún día alguien tendría que decirlo sin ningún tipo de cortapisas. Llegó el momento: sería tras un debate televisivo en el que el contendiente masculino soltara la famosa frase en la que se justificaba ya que, según dijo, no quería abusar de su superioridad, de la superioridad intelectual que el hombre tiene sobre la mujer.

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Durante varios días fue uno de los temas que acaparaba noticias y tertulias en la radio y la televisión. Finalmente, como era de esperar, se saldó como es habitual con una frase de compromiso, de modo que quien había reafirmado con contundencia la superioridad masculina sobre la femenina expresaba eso de “donde dije digo diego”; es decir, que él no era un machista, que se le había entendido mal, que había muchas mujeres con cargos cercanos al suyo, etcétera, etcétera.

No voy a entrar en los entresijos electorales que son agua pasada. Me parece mucho más interesante reflexionar sobre una frase que va más allá de quien la expresara en una campaña electoral, puesto que la idea de la superioridad del hombre sobre la mujer está tan extendida y tan arraigada que, aunque no se diga de palabra, lo cierto es que forma parte de una realidad social, desde el núcleo familiar hasta cualquier ámbito de trabajo.

Sobre la supuesta superioridad intelectual o, dicho de otro modo, sobre el mayor o menor nivel de inteligencia, quisiera indicar que la Psicología actual, dentro de la cual habría que apuntar que uno de sus máximos representantes es el estadounidense Howard Gardner, sostiene que en el ser humano habitan distintas modalidades o, lo que es lo mismo, inteligencias múltiples.

De este modo, es posible hablar de inteligencia matemática, lingüística, visual, musical, corporal, interpersonal, etc. Hasta un total de once formas de inteligencia han sido descritas por este autor. Y todas ellas existen en mayor o menor medida en cada individuo, dado que el ser humano puede estar más dotado para unas que para otras.

Todos nacemos, tanto hombres como mujeres, con capacidades innatas que pueden desarrollarse a base de ir potenciándolas y fortaleciéndolas con la reflexión, el estudio y la práctica. Esto lo observamos en niños y niñas pequeños en los que comprobamos ciertas dotes para unas u otras habilidades.

Entonces, ¿de dónde nace esa creencia de la superioridad de un sexo sobre el otro cuando la diversidad de inteligencias, de cualidades y de destrezas es muy amplia? ¿Tiene sentido considerarse uno superior por el dominio de una habilidad cuando en otras se necesita la ayuda de los demás?

Una de los raíces de esa creencia, que a fin de cuentas es la expresión de una realidad social, se encuentra en la división histórica del trabajo: el hombre se ha ocupado del trabajo exterior a la casa, por el cual le pagan un salario, y el papel de la mujer ha estado centrado en el trabajo doméstico, junto al cuidado de la familia, que no es remunerado.

Aunque en las sociedades desarrolladas ha cambiado bastante, ya que la mujer en gran medida se ha incorporado al trabajo asalariado, lo cierto es que se sigue considerando que es a ella a la que le incumbe llevar adelante todo el enorme trabajo de la casa y del cuidado de los hijos y de los miembros de la familia necesitados del mismo.

La realidad es contundente: parece ser que hay una gran resistencia a repartirse o complementarse las responsabilidades domésticas. Se buscan múltiples explicaciones, argumentándose que la mujer y el hombre son distintos y que, por tanto, tienen papeles diferentes. Y aunque las nuevas generaciones son más proclives a ciertos criterios de igualdad, se perpetúan y se transmiten las ideas de superioridad de un sexo sobre el otro en el mismo seno familiar.

Para que veamos que en las familias, a pesar de los grandes cambios y transformaciones que han experimentado, se sigue sosteniendo esa creencia en el ámbito de la práctica, presento tres dibujos de una investigación reciente que llevé a cabo en la que se pretendía saber cómo es la familia actual por dentro.

Como bien saben los lectores de Negro sobre blanco, no acudo habitualmente al medio convencional de la encuesta o de los cuestionarios, pues es posible que en los mismos los entrevistados ajusten las respuestas a sus intereses y al deseo de adecuarlas a la imagen que les gustaría ofrecer ante los demás.

Esta investigación, como en otras similares, la llevé a cabo en centros de enseñanza. En ella les pedía a los escolares que dibujaran a su familia dentro de la casa. Esta propuesta tiene la ventaja de que chicos y chicas nos narran gráficamente con total sinceridad y espontaneidad lo que acontece en el seno familiar, por lo que es posible entender los roles que actualmente tiene cada miembro.

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En este primer dibujo, realizado por un niño de 9 años, vemos a los cuatro miembros de su familia en el salón de la casa. El propio autor se ha representado en el suelo, sentado junto con su hermano y ambos entretenidos con un videojuego. Su madre, trazada muy pequeña, se encarga de barrer, mientras que su padre, muy grande, está sentado escribiendo en el ordenador.

No cabe la menor duda que el autor de manera inconsciente ha plasmado la superioridad de su padre en el núcleo familiar, no solo por el gran tamaño que le asigna, sino porque está en una tarea que se supone que tiene más relevancia que barrer y limpiar la casa. La madre, a pesar de encontrarse más cerca del espectador, está claramente empequeñecida, como si tuviera escasa relevancia.

Por otro lado, el aprendizaje de la “superioridad” masculina, tanto él como su hermano, la están viviendo día a día, sin que nadie les tenga que echar ningún discurso; sencillamente, la ven como lo más normal del mundo.

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Pero no son solamente los niños los que aprenden en casa esa desigualdad; también las niñas asumen la idea de inferioridad femenina, puesto que muy tempranamente comprueban cómo se las diferencian de sus hermanos (caso de que los tuvieran).

Así, en este segundo dibujo, realizado por una niña de 10 años, comprobamos que a la madre la asocia con el cuidado y la limpieza en la casa, dado que es la que asoma tras la puerta con la fregona en la mano.

Al hilo de esta cuestión, quisiera apuntar que en ningún dibujo recogido a lo largo de los muchos años que llevo trabajando en el tema de la familia he encontrado a la madre realizando alguna actividad que pudiéramos calificarla como intelectual: leer un libro, escribir, ponerse delante de un ordenador… En el mejor de los casos, puede aparecer sentada también en el sofá viendo la televisión con el resto de la familia.

Pero, curiosamente, en este dibujo es la propia autora la que está sentada en el sofá con su padre viendo la tele, al tiempo que su hermano pequeño sentado en el suelo juega con los muñecos de Lego. La madre los mira al tiempo que cumple con un trabajo doméstico, mientras que su pareja “descansa” viendo la televisión.

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En ocasiones, como es este tercer caso, en el dibujo que me entregan se unen la gracia y la espontaneidad para contarnos cómo ven a su familia. Es lo que sucede con la escena que nos describe un chico de 11 años acerca de su propia familia.

En ella contemplamos cómo su madre se encuentra manejándose con dos sartenes, al tiempo que llama a su marido (o a su pareja) que está sentado en el sofá viendo la tele.

De modo contundente le recrimina: “Javier, levanta del sofá y ven aquí”. Este, sin cortarse lo más mínimo, le responde: “Estoy haciendo cosas de trabajo. Llama al niño”. El autor, que ya debe conocer esto desde muy pequeño, no tiene problema de echarle una mano a su madre, puesto que su padre está “¡haciendo cosas de trabajo!”.

Para cerrar, pudiera pensarse que he seleccionado intencionadamente estos tres dibujos; pero, lamentablemente, no encuentro escenas en las que aparezcan al padre y a la madre, ambos dos, realizando los trabajos que cotidianamente hay que hacer en la casa. ¡Ojala pasados algunos años tropezara con dibujos en los que este tipo de escena no fuera excepcional en las representaciones de los escolares!

Y es que si no se producen estos cambios en el seno de la familia, la idea de superioridad del hombre sobre la mujer seguirá estando presente en la mente de todos, aunque los políticos, por eso de “lo políticamente correcto”, se cuiden de manifestarlo públicamente, a pesar de que la mayoría de ellos esté plenamente convencida de esa supuesta superioridad.

AURELIANO SÁINZ
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