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El valor de lo autóctono frente a lo foráneo

Estamos próximos a la festividad de todos los Santos y de los Fieles Difuntos. Dicho así suena a algo estrictamente religioso. Nada más lejos de mi intención. Estas líneas pretenden ser una reivindicación de toda una tradición popular que se pierde en la lejanía de los tiempos.

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Fiestas que a poco que nos descuidemos serán sustituidas por las exportadas del mundo anglosajón. Por si no teníamos bastante con la invasión de la Coca-cola y la comida basura, ahora, la tradicional fiesta de Todos los Santos está tocada de “muerte” con el foráneo Halloween que con mascaradas también celebra la visita de las almas y el paseo de brujas, duendes y fantasmas.

¿Estamos sustituyendo los farolillos decorados de melones y sandías por la calabaza, los disfraces y la pedigüeña costumbre de solicitar golosinas e incluso dinero? En las grandes ciudades el Halloween es una excusa para disfrutar de una noche más de botellón y desenfreno.

La Fiesta de todos los Santos marca el fin del verano (oficialmente ocurrió 40 días antes), la llegada de las lluvias y el mal tiempo, cuando la climatología estaba menos loca que ahora, fecha que también marcaba el final del año agrícola. La uva ya está cogida y aún no ha empezado la recolección de la aceituna, salvo la de verdeo.

Qué lejos se están quedando aquellos tiempos en los que, con nuestros decorados melones, a los que habíamos introducido un “cabo” de vela, recorríamos la accidentada piel de nuestros queridos pueblos, sin asustar con disfraces más o menos esperpénticos al personal. Para disfrazarnos ya tenemos esa maravillosa y bacanal fiesta de Carnaval para con ella alegrarnos de que ya pasó el invierno.

Por eso me ha llamado la atención la noticia aparecida estos días en la prensa local, en la que da cuenta de que en el vecino Monturque celebren, por segundo año consecutivo, unas jornadas-fiesta culturales y gastronómicas en torno a la muerte, reviviendo tradiciones pasadas. El año anterior calculan que recibieron unos 3.500 visitantes y esperan superar dicha cifra para esta convocatoria.

No es un menosprecio copiar de nuestros vecinos más próximos, y sí puede ser hora de plantearnos hasta qué punto estamos dispuestos a dejar morir nuestras tradiciones por comodidad, desidia o abandono, en definitiva nuestro folklore, invadidos por costumbres parecidas pero ajenas a nosotros.

Es hora de volver a reinventar las gachas con “cuscurros”, o con arrope industrial, o con aquel arrope casero procedente de la rebusca, una vez terminada la vendimia; o un buen plato de castañas con arroz, o un calentito cucurucho de castañas asadas.

Mas no estoy añorando tiempos pasados, pensando que eran mejores, que posiblemente no lo eran bajo ningún concepto; estoy abogando por que no dejemos morir de tristeza parte de nuestras tradiciones, que es muy posible que desaparezcan cuando muera la memoria viva de nuestras abuelas y abuelos.
PEPE CANTILLO
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