:::: MENU ::::
JUNTA DE ANDALUCÍA - Consejería de Economía, Conocimiento, Empresas y Universidad

JUNTA DE ANDALUCÍA - Consejería de Desarrollo Educativo y Formación Profesional

Mostrando entradas con la etiqueta Opinión. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Opinión. Mostrar todas las entradas

25 de septiembre de 2013

  • 25.9.13
El término "política" (del latín politicus y, antes, del griego πολιτικός (politikós) 'civil, relativo al ordenamiento de la ciudad o los asuntos del ciudadano') se define como una rama de la moral que se ocupa de la actividad, en virtud de la cual una sociedad libre, compuesta por hombres libres, resuelve los problemas que le plantea su convivencia colectiva. Es un quehacer ordenado al bien común.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Ciertamente, desde que tengo uso de razón, me he considerado un enamorado de la política y de todo lo relativo a la gestión pública. Como versa la definición anterior, el conjunto de ideas y valores que han conformado mi cuerpo ético se ha dirigido siempre a luchar por encontrar una sociedad libre e igualitaria, capaz de construir una convivencia recíprocamente constructiva, que alcance el bien común en todas sus acciones.

Este espíritu de suma, de crecimiento social y personal, que siempre me lleva a actuar de un modo concreto (a veces puede que equivocado), me obliga a responder siempre de un modo casi vehemente ante las afrentas que la política sufre, sobre todo en estos días. Jamás seré de esos que se definen a sí mismos como "apolíticos".

Sin embargo, dadas las circunstancias que actualmente nos asaltan día a día, cabe reconocer el hecho de que cada vez se hace más complicado defender la gestión pública. Más bien parece que la Política, antiguamente amada hasta el platonismo, hoy se ha convertido en una maltrecha alma, carente de fuerzas para sobreponerse a las interesadas caricias que sus usurpadores le confieren.

No creo, para nada, que la política deba ser eso que unos pocos devoran, bajo el precio de que los muchos agonizan de indignación, frustración o hambre. La Política debe ser, a mi entender, la herramienta que nos haga a todos libres, iguales y conscientes de nuestro propio poder, poder que ella misma nos inocula y nos conmina a ejercerlo en dirección al crecimiento social, recíproco y constructivo.

Hoy por hoy, decir "política" es cuando menos escupir al diccionario de la RAE. Nadie parece ser tan osado como para gritar a los cuatro vientos que es político y es irrespetuosamente descabellado pensar que alguien puede, más aún, definirse afiliado a un partido político. Pero ¿por qué? ¿Qué nos ha llevado a esta situación? La respuesta automática es “tenemos una casta política ruín y rastrera”. Respuesta automática y pocas veces razonada. Pero puede ser cierta, en algunos repugnantes casos.

Sin embargo, traeré a este punto las interesantes palabras del doctor Martin Luther King: “no me duelen los actos de la mala gente, me duele la indiferencia de la buena gente”. Es decir, el crecimiento de una sociedad justa e igualitaria es responsabilidad de todos y cada uno de los ciudadanos que en ella convivimos y, ante tropelías como las que estamos viendo, es el momento de que la buena gente dé un paso al frente y acabe con las malas acciones de quienes ven en la gestión pública la excusa para llenarse los bolsillos.

No importa quién esté empuñando la pistola, ni el color de ésta, el resultado va a ser el mismo: atropellos y robo de dignidad. Platón decía: “El precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres”. Amigos y amigas, lo hemos visto: nos sale demasiado caro desentendernos de la política. Actuemos y cambiemos las cosas. Hagamos política real y de verdad.

JOSÉ MIGUEL DELGADO TRENAS
Si lo desea, puede compartir este contenido:

20 de agosto de 2013

  • 20.8.13
Después de pasar un verano más convulso de lo esperable, tanto en lo personal como en lo social, he tenido la oportunidad de quedarme a solas con mis pensamientos, intentando buscar algo de luz o de lógica a tanto mascullar de dientes como el que nos rodea.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

No puedo dejar de pensar en el caso de esa persona que decidió encadenarse en las Oficina de Empleo de Montilla, víctima de la desesperación y de la impotencia que le generaba tener 60 años y no disponer de oportunidades para ayudar a su familia. Enseguida hubo quien decidió acudir a apoyarlo, a mostrar su complicidad, pero también hubo quien se dedicó a desprestigiarlo con comentarios que, sinceramente, prefiero obviar.

Así mismo, me vienen a la cabeza otras ocasiones en las que, como miembro de la Plataforma de Apoyo y Defensa a la Dependencia de Andalucía, la actualidad nos empujaba a mover ficha en respuesta a uno u otro evento pero que, las vacaciones, las malditas aunque necesarias vacaciones, nos ataban las manos hasta septiembre. Mi respuesta siempre era la misma: “¿en verano no hay problemas?”

Y problemas sí que hay: la gente sigue perdiendo sus trabajos; siguen luchando por poder pagar el alquiler; siguen evitando ir al médico porque no tienen para comprar los medicamentos; siguen sin ser atendidos a pesar de tener reconocida la situación de dependencia… Pero es verano y “necesito desconectar”.

No creo que ninguno de los parados que hay en este país haya tenido la oportunidad de desconectar del hecho de no tener qué poner en la mesa para sus hijos o de la preocupación del aviso de desahucio que les han dejado bajo la puerta.

No creo que la hija que no puede trabajar porque tiene que cuidar a su madre, se le olvide ni un segundo que perdió el trabajo porque la administración decidió no cumplir con un derecho subjetivo de ciudadanía que su madre tenía reconocido por una resolución oficial que le remitió esa misma administración.

No creo que ese empresario que decidió apostar por la dependencia y al que se las prometían de oro, que ahora se enfrenta al cierre y a la expulsión al paro de sus trabajadores, se le vayan de la cabeza sus rostros ni un segundo. Ni tampoco creo que tantos trabajadores y trabajadoras que ahora quedan sin empleo, puedan siquiera pensar en desconectar.

Sin embargo, hay que descansar. Nosotros, los que estamos siempre en la lucha, los que, como yo, aún tenemos la fortuna de tener un empleo, los que podemos dedicar nuestras fuerzas a pelear por los derechos y la dignidad de todos… tenemos que descansar. Y mientras, en nuestro descanso, la exclusión, la vileza de algunos, la inhumanidad de otros, la agosticidad de todos… acaban con la poca dignidad que nos han dejado. Pero hay que descansar.

Yo no quiero descansar, no quiero que ni uno de mis músculos se relaje ante el sufrimiento de cientos de miles de personas, jamás permitiré que mi grado de alerta se reduzca y, ¿sabéis por qué? Porque es necesario que sigamos peleando, luchando, exigiendo derechos, dignidad… Porque nos han robado el alma y el descanso nutre las fuerzas del que usa sus silenciosas zarpas para continuar su oscuro propósito.

Yo no quiero descansar hasta que no puedan descansar los que sufren, los que lloran, los que no tienen derecho de plantearse un alto en el camino.

JOSÉ MIGUEL DELGADO
Si lo desea, puede compartir este contenido:

3 de agosto de 2013

  • 3.8.13
Ahora que ya han pasado unos días del descarrilamiento ferroviario ocurrido en Galicia y que causó la terrible cifra de 79 fallecimientos, les invito a reflexionar sobre el asunto que lleva corroyéndome el estómago desde el primer día de esa desgracia.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN


Me refiero al maquinista que conducía el tren accidentado. Sí, ese hombre que vimos ensangrentado y aturdido minutos después del accidente. Ese mismo maquinista a quien dos días después lo vimos esposado, camino de los juzgados.

Como les he comentado, mi bilis y mis jugos gástricos me llevan destrozando el estómago desde ese desgraciado accidente. Primero, por todas esas víctimas que se han ido para siempre; y segundo, por el asqueroso escarnio, criminalización y linchamiento mediático que ha sufrido el maquinista del tren. Maquinista que apareció esposado en un coche policial como si fuera un asesino.

Un hombre que ha tenido un fallo: un error que ha causado la muerte de tanta gente. Un hombre que no ha dudado en declararse culpable. Un hombre que dijo desde el primer momento que iba a una velocidad muy superior a la permitida. Un maquinista que ha dado la cara porque se ha hecho responsable de su desgraciado error.

El primer día del accidente ya circulaba en las redes sociales y en los medios de comunicación una frase totalmente descontextualizada de este maquinista que, años atrás, comentó a modo de broma que iba a 200 por hora con el tren y que la Guardia Civil no lo iba a multar. Ese comentario, ahora utilizado de una manera oportunista, se manipula para confundir mucho más a la opinión pública.

Un comentario banal y socarrón hecho mucho tiempo atrás lo sacan de contexto ese día fatídico para hundir a un hombre que, evidentemente, ha cometido un grave error, y que, seguro, lo va a pagar muy caro. No por la pena que la Justicia pueda imponerle. No, eso es lo menos duro. La peor condena que va a tener ese hombre para el resto de su vida será su conciencia. Saber que él se equivocó, y que, por eso, murieron todas esas personas.

¿Y quieren saber lo de mi estómago? ¿Les apetece que les cuente por qué quiero vomitar desde ese aciago día? Pues porque me da asco todo lo que he visto y oído. Que directivos de Renfe y Adif, desde el primer momento, se quitaran de en medio eludiendo responsabilidades, sin haber cotejado siquiera la famosa caja negra. Echaron toda la mierda encima de un maquinista, que estará hundido en el fango el resto de sus días.

Lo que yo me pregunto, y las autoridades no me lo han explicado todavía, es cómo es posible que un solo hombre vaya en la locomotora de esos velocísimos trenes. Circulan a lomos de esos titanes de la velocidad solos, sin la compañía de otro conductor. Esa figura que antes se denominaba Ayudante de Maquinista, una figura ferroviaria que lleva años desaparecida. Ayudante que en momentos críticos pueda echar mano de los controles de la locomotora para evitar cualquier tipo de accidente, al igual, que lo podría hacer el copiloto de cualquier aeronave.

Esa es la cuestión, sí, por qué van solos los maquinistas, queridos lectores. En esos grandes trenes de Alta Velocidad, los conductores van solos, por un mísero sueldo que no cubre la gran responsabilidad que llevan sobre sus espaldas, una responsabilidad que nuestro maquinista llevará ahora de por vida sobre su conciencia.

Sí, miles de solitarios maquinistas llevan sanos y salvos, todos los días del año, a millones de viajeros que cogen cada día el Ave. ¿Por qué no preguntan a todos esos altos cargos ferroviarios que descargaron la responsabilidad sobre el maquinista cómo es posible que permitan márgenes de maniobra manual tan peligrosos? ¿En el siglo veintiuno, en la gran era del AVE, los maquinistas tienen que reducir la marcha de 200 kms/hora manualmente tres kilómetros antes de acercarse a una curva que solo permite la circulación a 80 kms/hora?

¿En la era de las automatizaciones de ordenadores inteligentes se ponen las vidas de unos centenares de viajeros en las manos de un maquinista? Y díganme, ¿quién es responsable de eso?

Yo no lo sé. Pero sí tengo algo claro: que el único que se puede salvar de esa responsabilidad es el maquinista que vi por la tele. Sí, ese hombre que caminaba aturdido y sangrando, y al que después lo llevaron esposado camino de los juzgados como si fuera un vulgar asesino.

GONZALO PÉREZ PONFERRADA
Si lo desea, puede compartir este contenido:
  • 3.8.13
Todos recordamos pasajes o imágenes de mandatarios de la historia, desde los grandes dictadores presos del fanatismo y de la guerra hasta las distintas religiones, en los que aparecen quemando libros para destruir el pensamiento e ideas contrarias. Y qué mejor distinción se le puede hacer al libro que hablar de una de las grandes obras que mejor lo han homenajeado: Fahrenheit 451.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Fue en 1953 cuando el escritor norteamericano Ray Bradbury (1920-2012) después de haber publicado ya sus famosas Crónicas marcianas creó lo que se convertiría en un libro de culto de la literatura como es Fahrenheit 451. El título hace referencia a la temperatura a la que el papel de los libros se inflama y arde (233 grados centígrados).

La obra cuenta la historia de Montag, un bombero cuyo trabajo, paradójicamente, no es apagar fuego sino provocarlo. Sus compañeros y él se dedican a localizar libros para quemarlos junto a las casas que los contienen. El Estado, omnipresente, está seguro de que leyendo libros la gente piensa y se preocupa innecesariamente, por ello, y velando supuestamente por los intereses y la felicidad de los habitantes, decide eliminarlos.

Sólo está permitido el entretenimiento vacuo con programas en televisión o comics de humor. Los ciudadanos son esclavos de un sistema no cuestionado por la sociedad hasta que el protagonista conoce a una joven que le habla de la felicidad y del pensamiento libre en un mundo en que todo está estandarizado. Es entonces cuando Montag se replanteará su vida.

¿Nos hemos preguntado alguna vez si somos felices? ¿Nos gustaría que el Estado nos impusiera ser felices? ¿Elegiríamos una falsa felicidad o una felicidad vacía a cambio de nuestra sabiduría o sentido crítico? La consigna está bien clara: mientras más ignorantes seamos, menos sentido crítico poseeremos para cuestionarnos nuestra propia vida y menos problemas tendrá el Estado que pretende someternos.

Esta es la sugerente propuesta, que hace ya sesenta años, Bradbury mostró al público enseñando no sólo lo que sucede en las dictaduras, sino anticipándose, en gran parte, a la sociedad actual, donde prevalece el hedonismo, el individualismo, la ignorancia generalizada y donde a veces se quita o se pone, según convenga, la venda a la justicia.

Se trata de una novela muy actual que supo observar cómo a los estados les gusta que la gente sea feliz, aunque ello supongo ser ignorante y conformista, suprimiendo la capacidad de individual de pensar por sí mismo.

A veces no nos damos cuenta de que la realidad es bien distinta, pues esa ignorancia nos hace lo suficientemente necios como para no poder ver lo infelices que podemos llegar a ser (recuerden el dicho de los romanos “Pan y circo”). Los poderosos temen a una sociedad culta, inteligente, reflexiva y con principios ya que no los pueden manipular a su antojo.

La televisión retratada en este libro guarda muchas similitudes con la actual. Una programación aburrida, despreocupada de la cultura y con la única función de entretener con contenidos vacíos que van idiotizando poco a poco.

Aunque la historia está contada sin profundizar mucho en los personajes, ésta no decae en ningún momento debido al giro en la personalidad del protagonista (su lucha interna en contra del sistema) y al mensaje que  va transmitiendo. Tiene un sorprendente final con un rastro de esperanza que viene a decir que siempre habrá una resistencia, generación tras generación, que luche contra los más poderosos, enemigos de la censura y del oscurantismo.

Se trata de un libro-denuncia cuya importancia radica en el mensaje que encierra. Más que invitarte, te obliga a pensar, al estilo de 1984, de George Orwell, también altamente recomendable. En palabras de José Caballero Bonald en el discurso de entrega del Premio Cervantes de este año: “La quema de libros es una metáfora de la esclavitud. Destruir, prohibir ciertas lecturas ha supuesto prohibir, destruir ciertas libertades. Quien no almacena conocimientos era apto para la sumisión”. Hoy por suerte podemos leer Fahrenheit 451.



Ficha literaria

Título: Fahrenheit 451.
Autor: Ray Bradbury.
Género: Novela.
Título original: Fahrenheit 451.
Fecha de publicación: 1953.
Editorial: Minotauro.
ISBN: 978-84-45076415.

PEDRO ESTEPA / CLUB DE LECTURA DE MONTALBÁN
Si lo desea, puede compartir este contenido:

19 de julio de 2013

  • 19.7.13
Un cantante andaluz decía en una de sus canciones que “no se puede ser feliz cuando a tu lado lloran”. Y es que no hay circunstancia más cierta que aquella que te empuja al más oscuro de los rincones de tu mundo emocional, cuando reconoces el sufrimiento crudo y desnudo en los ojos de quien te cruzas en un día trivial.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Es de conocimiento público el hecho de que las cosas no van ni mucho menos bien: hay millones de hogares sin ningún tipo de ingreso, millones de personas con su dignidad arrancada de cuajo, sin posibilidad de poder labrarse un futuro, cientos de miles de personas sin esperanza de poder redirigir sus vidas, sumidas en la exclusión…

Todo eso es cierto: nos lo cuentan a diario en la televisión, la radio, los periódicos… Vemos cómo se “cuelgan” en Facebook impactantes tablas de datos que nos ponen la carne de gallina. Sin embargo, tan sólo una cosa es capaz de partirnos como una rama seca; en este mundo de imágenes y de agonía sensacionalista, sólo la cruda realidad del rostro partido por la calamidad puede provocarnos una instantánea sequía en la garganta capaz de ahogar a cualquiera.

Este fin de semana me he cruzado con el rostro del fracaso, de la frustración, del dolor contenido detrás de una guitarra, sostenida por unas manos inexpertas en las lides de la música. El momento fue así: caminando por las calles de Mazagón, vi a un hombre de unos 50 años, bien vestido, con camisa polo, pantalón de pinzas y zapatos modelo castellano, bien peinado y bien aseado, sosteniendo una guitarra bastante estropeada, en la que había colocado a modo de cinta para colgársela al cuello, una soga de amarre.

Se podía observar que no era muy diestro en el manejo del instrumento, pues le costaba seguir el ritmo y apenas lograba afinar sus notas. Sin embargo, ahí continuaba, firme, decidido y rogando un poco de complicidad a modo de “limosna” en forma de monedas, para poder pasar el día con algo de comida en el estómago.

A sus pies, la funda de la guitarra como platillo y un cartel donde decía “mi último cartucho, gracias Rajoy”. Esta visión calló como un rayo fulminante en mí y provocó que se me desbordaran dos lágrimas incontenibles de los ojos. Tan sólo pude acercarme, depositar unas monedas y decirle: “ánimo y suerte, compañero”. Mi mujer y yo continuamos el camino en silencio, enmudecidos por la visión que acabábamos de sufrir e intentando digerir los sentimientos que irrumpían destrozándolo todo.

Y, después, el circo: sobresueldos, sobres, corrupción, criminalización de ciudadanos, cargos hiperremunerados, representantes políticos anestesiados por las caricias de sus parabienes y prebendas…

Este es el mundo donde vivimos, un mundo en el que mientras una persona ruega un poco de dignidad, pelea por sobrevivir… otros disfrutan del cadáver putrefacto de quienes, tiempo atrás, les encumbraron con su trabajo y encima, ahora, les culpabilizan de “haber vivido por encima de sus posibilidades”.

¿Alguien entiende este mundo? ¿Alguien puede explicarme qué clase de espécimen puede sentirse cómodo nutriéndose de la miseria de la gente? Antaño, este tipo de personajes sólo aparecía en los cuentos, personificando el papel de malvado, de malo de libro; pero hoy, nos damos cuenta de que están a nuestro alrededor y que gobiernan nuestras vidas a modo de exprimidores de vidas, sueños y esperanzas.

Para finalizar, termino como empecé, citando a un artista, pero esta vez con un canto al mantenimiento de la esperanza y de la lucha por lo que es justo. “Seguiremos, si dicen perdido, yo digo buscando; si dicen no llegas, de puntillas alcanzamos”.

JOSÉ MIGUEL DELGADO TRENAS
Si lo desea, puede compartir este contenido:

29 de diciembre de 2012

  • 29.12.12
Las redes sociales, el canal de Youtube y los foros de Internet echan humo desde la publicación de una trilogía de “armas tomar”. Yo, como lectora, supe de su existencia porque “navegando” por estos canales observé que todas mis amigas hablaban de un libro, Las cincuenta sombras de Grey, y pensé: ¿Qué es eso de las sombras?

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Sólo os puedo decir que es un libro basado en una historia de amor que os conquistará. Concretamente, el primer libro de esta trilogía, que es del que os quiero hablar aquí, parece ser un libro típico de amor, pero nada de eso.

Es una novela erótica que fomentará vuestra imaginación y que seguro os proporcionará temas de conversación y práctica con vuestras parejas ahora que se aproxima estas fiestas navideñas y se dispone de más tiempo libre. Por otro lado, si no tenéis pareja os animo a encontrar una en estas fiestas ya que el libro aporta una motivación ideal para ello.

Leyéndolo me di cuenta que la intención inicial de la autora, E.L. James, era orientarlo a las mujeres (aunque los hombres que quieran leerlo pueden hacerlo perfectamente; es más, conozco a matrimonios que los están leyendo juntos).

Sin embargo, es verdad que el libro alude y utiliza muchos estereotipos femeninos, que aunque han sido utilizados recurrentemente en la literatura erótica, se manejan en éste magistralmente como un recurso que ayuda a que nuestra imaginación vuele. Ya sabéis que el erotismo y la excitación de la mujer muchas veces nacen de la propia imaginación, por eso, y para fomentarla, podéis leer este libro.

Los protagonistas se muestran como dos personajes totalmente distintos, Ana Steele y Christian Grey. Ella recién titulada, inocente y entregada; él empresario, complejo y físicamente arrollador pero con un pasado oscuro… Elementos que, conjugados, dibujan una historia de amor y necesidad sexual de alto voltaje. ¡No os puedo decir más!

Además es de fácil lectura porque se te pasan las horas y las horas leyendo y apenas te das cuenta, aunque si tienes muchas cosas que hacer, es recomendable emprender la lectura después de haberlas realizado. Sobre todo, ¡porque no sabes cuándo parar! Si os animáis a uniros a este fenómeno social, os daréis cuenta que conocéis a alguien de vuestro circulo social que ya lo ha leído y os podrá corroborar lo que os digo.

Así que no os cuento más y os dejo, que me espera Christian Grey para susurrarme al oído palabras dulces que se quedaron suspendidas entre sus páginas...

SANDRA BADILLO CANO

25 de noviembre de 2012

  • 25.11.12
Siempre que llega el final de noviembre, los medios de comunicación insisten en recordarnos la cifra de mujeres muertas a lo largo del año, reducidas prácticamente a un número mientras que su nombre avanza camino del olvido. Trato pues de recordar cómo se llamaron: Antonia, Carmen, Estrella, Pilar, Rosario, Isabel, Almudena, Marisol… y así hasta más de 40.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Mi recuerdo es también para aquellas de las que ni siquiera sabemos sus nombres, para las invisibles, para las que siguen sufriendo en silencio, para las que cerca o lejos tienen marcadas, aunque en ocasiones ni se atrevan a reconocerlo, las fauces del patriarca. Para las que, como la madre de Ruth y José, reciben los golpes a través de los hijos golpeados.

Recuerdo también a mis abuelas que nunca tuvieron una habitación propia en un mundo en el que mis abuelos tenían la voz y la palabra. Recuerdo a mi abuela Carmen que siempre firmaba con un dedo y a mi abuela Rita a la que no dejaban subirse a los árboles y que siempre andaba anotando versos en un cuaderno que no sabían leer los hombres. “Multiplicaré los trabajos de tus preñeces: parirás con dolor a los hijos, buscarás con ardor a tu marido que te dominará”.

Recuerdo a los jerarcas y a los que siempre tuvieron voz en los púlpitos. La voz del confesor y la del sabio. La del que nunca se equivocaba. La voz de San Pablo que las condenaba al silencio: “Las mujeres deben estar calladas, pues no les corresponde hablar, sino vivir sometidas, como dice la ley”. O la de San Agustín, que justificaba cómo debían estar “sometidas al hombre porque en él predominan el discernimiento y la razón”. El discernimiento que llevó a tantos hombres iluminados a decir, como Rousseau, que la mujer debía aguantar las sinrazones del marido sin quejarse.

Por todos ellos, y por tantos otros que forman la línea vergonzante que durante siglos ha sustentado el patriarcado, me es imposible no dar la razón a Miguel Lorente cuando dice que “los hombres que hemos tenido la voz a lo largo de la historia ahora no podemos permanecer callados cuando se habla de igualdad. Tenemos mucho que decir sobre lo que hemos callado y mucho que callar sobre lo que hemos vociferado”.

Porque cuando hablamos de violencia masculina –y digo bien, "masculina", porque son los hombres los que la ejercen contra las mujeres-, en definitiva lo estamos haciendo de igualdad. La violencia masculina, al fin, ha dejado de ser un asunto estrictamente privado y hemos empezado a entenderla como el producto más cruel de un orden político, cultural y simbólico que nos diferencia jerárquicamente en función del sexo.

Sólo cuando seamos capaces de darle la vuelta a esas estructuras culturales y de poder, erradicaremos la desigualdad y, con ella, la violencia. Es necesario, pues, que los poderes públicos sigan apostando por el mandato constitucional que les obliga a remover los obstáculos que impiden que la igualdad de mujeres y hombres sea real y efectiva.

Es hoy más necesario que nunca, cuando la crisis económica agudiza la feminización de la pobreza y alimenta la vulnerabilidad de los más débiles, no bajar la guardia y seguir apostando por políticas que asuman que la igualdad formal sin la material no es más que un disfraz que a duras penas esconde la vigencia de la ley de la selva.

No cometamos el error, pues, de desandar lo andado, de retornar a la “mujer mujer”, a la reproductora que no era dueña de su destino y que estaba más cerca de la Naturaleza que de la Cultura. A la que sólo podía definirse por su dedicación a los demás y no por la determinación consciente y responsable de su propia vida. A la que estaba condenada a ser o puta o santa. A la madre, siempre la madre, y nada más que la madre.

Es urgente además que todos, mujeres y hombres, y especialmente todas las instancias socializadoras de nuestras democracias, contribuyamos a desarmar ese orden patriarcal. De manera singular, la institución a la que pertenezco, la Universidad de Córdoba, debe implicarse todavía más y mejor en una causa que tiene que ver, nada más y nada menos, con la mitad de la ciudadanía.

Porque la rentabilidad de las Universidades públicas debe medirse en términos sociales y no de cotización en bolsa. Y, por lo tanto, también en términos de implicación en todos aquellos asuntos que tienen que ver con la convivencia, con la justicia social, con la consecución de unas mayores dosis de bienestar y felicidad. Lo contrario supone convertirlas en aparatos domesticados y serviles. Y también, la Universidad debe asumir que la igualdad de género no es una cuestión de ideología sino una exigencia democrática.

Junto a todo ello, debería ser una tarea primordial que nosotros, los hombres, nos miremos en el espejo y descubramos que también tenemos género. Es decir, que nos hacemos hombres tratando de responder a unas expectativas que nos exigen ser reyes, guerreros, magos o amantes.

Que la virilidad acaba siendo un imperativo categórico que nos exige demostrarnos a nosotros mismos y a los demás que somos hombres de verdad. Es decir, individuos competitivos, valientes, aguerridos, infatigables y, si hace falta, violentos. Con los puños o con las palabras.

En la intimidad de nuestras habitaciones y desde los púlpitos en los que consagramos la conexión patriarcal entre masculinidad, poder y violencia. Los sujetos que no dudamos en cosificar a las mujeres y en convertirlas en botín de guerra o en víctimas cuando nos resistimos a reconocer su autonomía.

Es urgente que revisemos la división patriarcal entre lo público y lo privado, que asumamos social y políticamente los valores y capacidades que tradicionalmente hemos rechazado por considerarlos femeninos. Es necesario reivindicar la ética del cuidado y, como decía Petra Kelly, la ternura como herramienta política.

Sólo así podremos ir transformando un contrato social que, precedido del sexual que continúa esclavizando a muchas mujeres, da forma a unas sociedades que continúan estando lejos de la decencia. Porque, como bien sostiene el filósofo hebreo Avishai Margalit, una sociedad decente es aquella que no humilla a ninguno de sus miembros.

Cada final de noviembre es también el cumpleaños de mi hijo. Por eso cuando llega el 25-N también lo miro a él y, además de tratar de encontrar la herencia de sus bisabuelas, me siento responsable de que habite un mundo distinto al presente, una sociedad al fin decente en la que nadie por razón de su sexo sea humillado o tenga más dificultades para ejercer sus derechos. En la que ninguna mujer carezca de nombre y en la que a ni una sola se le niegue la libre disposición sobre su cuerpo, su sexualidad, su presente y su futuro.

Un horizonte que sólo podremos alcanzar si asumimos de una vez por todas que una democracia sin mujeres no es democracia y que una sociedad con hombres violentos es el mayor fracaso de todos lo que un día confiamos en las luces emancipadoras de la razón. Esas que, controladas por el patriarca, hace un siglo le impidieron a mi abuela Carmen aprender a escribir y a mi abuela Rita subirse a los árboles. Las que confío en que iluminen a mi hijo para que en el futuro, que será su presente, noviembre ya sólo sea el mes en que celebrar que la vida sigue multiplicándose.

OCTAVIO SALAZAR

17 de noviembre de 2012

  • 17.11.12
En tiempos de crisis, el ingenio aflora. Aunque sea en una versión sospechosamente cercana a la desesperación. La cuestión es que el otro día, con motivo de la huelga general, tuve una idea que en ese momento me pareció sublime. Una iluminación de esas que te asaltan sin previo aviso, un pensamiento que atraviesa tu conciencia con total impunidad y no te suelta hasta que efectivamente lo llevas a cabo.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

La premisa era muy sencilla: teniendo en cuenta los graves problemas que tanto sindicatos con fuentes policiales hallan en el establecimiento de unas cifras aproximadas de las personas que acuden a manifestaciones de este calibre, se me ocurrió una ecuación, de la cual me siento particularmente orgulloso, para averiguar el número real, o al menos lo más apegado a la realidad posible, de ciudadanos cabreados con la actual situación del país que deciden salir a las calles para demostrarlo.

El procedimiento es bastante simple pero efectivo. En primer lugar, recorrí los centros de impresión a los que los distintos grupos sindicales encargan los cientos de miles de banderas, pancartas, chapas y demás merchandising huelguista. Lo cierto es que me sorprendió la frenética actividad de un sector al que la crisis parece que no pasa factura. De hecho, y a tenor del entusiasmo mostrado por sus responsables, su próximo paso bien podría ser la salida a Bolsa.

También me extrañó la amabilidad mostrada ante mis demandas, aunque quizás eso fue debido a que me presentara como miembro del comité técnico de cada sindicato (ni siquiera sé si existe ese órgano) inmerso en un importante proyecto de investigación sobre el impacto del marketing directo en la ciudadanía. En la despedida todos enviaron saludos a los líderes sindicales, como si los conociesen personalmente o incluso fueran familiares...

Una vez averiguado el número total de merchandising sindical que ondearía felizmente por las calles de toda España, y que representaba a todas las personas que, o bien pertenecían a este círculo o eran simpatizantes, o bien no podían rechazar un objeto tan atractivo como una bandera, y además gratis, el siguiente paso de mi ecuación era multiplicar por tres esa cifra absoluta.

¿La razón? Muy sencilla; ese incremento de personas correspondía al sector de la población desengañada del papel desempeñado en los últimos años por los sindicatos y que, por lo tanto, no aceptaría bajo ningún concepto ponerse bajo sus pegadizos eslóganes, pero que, no obstante, tiene la necesidad de protestar públicamente por la (in)acción del Gobierno ante la crisis.

Por último, para dar con el número total de manifestantes en toda España tan sólo restaría dividir la cifra resultante entre dos, es decir, el porcentaje de personas que, aún estando en contra de las políticas de recortes, deciden quedarse en casa o trabajar porque creen que acciones de este tipo no tienen ningún tipo de finalidad práctica, porque no llegan a final de mes y temen represalias laborales, o, sencillamente, porque están cansados de la algarabía social sin fundamentos ni ideas. Y, voilá, ahí tenemos el resultado, sin necesidad de helicópteros ni cuentas de la vieja manuales a vista de farola. Más fiable, imposible.

Paralelamente, también sería muy sencillo averiguar el número de personas contrarias a la huelga; tan sólo sería necesario contabilizar los ejemplares vendidos ese mismo día de las cabeceras más golpistas, sumarles los afiliados al Partido Popular y elevarlos al cuadrado en representación de la casta de banqueros, grandes empresarios y especuladores de diversa índole que han contribuido a hundir al país en la más absoluta miseria.

Naturalmente, mi alucinante método de contar manifestantes fue rechazado rotundamente tanto por la Policía como por los sindicatos, porque al parecer no era todo lo "científico" que ellos demandan en una tarea de tal trascendencia. Yo sospecho que era más bien porque sus respectivos argumentos podrían venirse abajo sin más contraargumentos. Pero no desesperé, fui a la manifestación del pasado 14-N, como no podía ser de otro modo, para contar, pero no personas, sino ideas.

Puede parecer un absurdo pero, cansado de tantas cifras que en muchos casos sólo reflejaban el número de bultos presentes en una marcha, decidí prestar más atención a lo que, desde mi punto de vista, es más importante: las propuestas de cambio basadas en el conocimiento y el análisis reflexivo, las alternativas factibles, los discursos realistas que podrían llevarse a cabo en la actual coyuntura social y, sobre todo, los auténticos deseos de promover una sociedad más justa y solidaria en base a políticas desinteresadas y ajenas a luchas partidistas e ideológicas que reproduzcan las tradicionales fricciones entre los miembros de una misma clase social.

Una realidad sin banderas ni colores, sin líderes demagógicos ni políticos hipócritas, sin activistas que utilizan su implicación como arma arrojadiza contra todos aquellos que no están presentes en la "lucha": una realidad construida a partir del entedimiento mutuo entre ciudadanos del mismo rango.

El resultado fue abrumador: supongo que lo adivinais. Regresé a casa apesadumbrado. Desenchufé el televisor, tiré la radio por la ventana, eliminé de favoritos a todos los medios de comunicación que aún permanecía en mi ordenador (El País había desaparecido tan sólo unos días antes), cerré las persianas y mi acosté aunque no tenía sueño.

Tan sólo sentí miedo. Miedo ante una situación sin salida, sin alternativas, sin ideas, sin reflexión; únicamente gritos, crispación, odio e ira. Había creado un monstruo en mi interior: la sospecha de que no hay esperanza en el futuro.

JESÚS CRUZ ÁLVAREZ

3 de noviembre de 2012

  • 3.11.12
"Misterio", "cripta" y "embrujada". Tres vocablos sin duda atrayentes, evocadores, incluso recónditos cuya intención es llamar a gritos la atención del lector que, una vez leída la obra, descubre la poca importancia que dichas palabras tienen en el trasfondo de la historia y en el verdadero mensaje que el autor, Eduardo Mendoza, quiere transmitir con su obra.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Dos sorprendentes desapariciones, en el mismo colegio de las madres Lazaristas de San Gervasio, bajo similares circunstancias y con las mismas enigmáticas preguntas sin resolver, pero en años bien distintos, configuran el arranque de la aventura indagatoria del protagonista de la obra, cuyo verdadero nombre nunca se sabrá; un supuesto loco de manicomio a quien las autoridades delegan la resolución del caso a cambio de su libertad.

El misterio de la cripta embrujada esconde su encanto y personalidad en la manera en la que está escrita. La redacción en primera persona, a través de la cual el protagonista de la obra se dirige directamente al lector, le habla, le indica incluso lo que le va a contar en el próximo capítulo o le explica por qué se salta algunos datos sin relevancia.

Todo ello se une a un lenguaje rimbombante, en ocasiones demasiado pretencioso, que el anónimo protagonista utiliza para conseguir todo lo que quiere, demostrando que con astucia y un buen vocabulario, además de poca vergüenza, es capaz de ganarse a cualquiera.

La conjunción de ambos elementos en la narración proporciona una sorprendente fluidez a la lectura de la obra, que goza de una estupenda narración, aún más admirable si se tiene en cuenta que el autor la escribió en sólo una semana.

“Buenos días nos dé Dios. ¿Tengo por ventura el honor de hablar con el jardinero de esta magnífica institución?”, es sólo una de las pinceladas cuyo vocabulario quijotesco recuerda a Cervantes. Además, la propia historia puede evocar la obra cervantina si damos por hecho que se trata de un loco moderno que sale del manicomio a recorrer mundo, ocurriéndole todo tipo de situaciones disparatadas.

Pero la principal reminiscencia de la obra lleva a la comparación con El Lazarillo de Tormes. El misterio de la cripta embrujada es un esbozo irónico y despiadado de la sociedad del momento, en el escenario de una Barcelona cochambrosa, de bajas barriadas, donde la gente sobrevive adaptándose a cualquier circunstancia que le depare el destino, algo que contrasta con la gente pudiente del lugar, que son los que realmente mueven los hilos de la sociedad a través de intrincadas enredos cuyo fin sólo es aparentar.

La novela plantea serios interrogantes: ¿está el protagonista realmente loco, o es uno de los personajes más cuerdos? ¿Lo utilizan para resolver el caso o como cebo para endosarle un marrón a alguien que poco representa para la sociedad? También hace que el lector se cuestione, en clave de humor, si el personaje principal podrá darse una buena ducha algún día o si tiene algún significado esa obsesión con la Pepsi Cola.

Y es que la obra está plagada de momentos divertidos, desde las increíbles situaciones que le ocurren al protagonista, como cuando por ejemplo el antiguo jardinero del colegio de monjas explica cómo hace sus necesidades por la ventana del comedor a los mordaces nombres con los que se bautiza a los diferentes personajes que aparecen.

También hay algún momento perdido para la reflexión filosófica: “Con este consuelo me metí en la cama y traté de dormirme repitiendo para mis adentros la hora en que quería despertarme, pues sé que el subconsciente, además de desvirtuar nuestra infancia, tergiversar nuestros afectos, recordarnos lo que ansiamos olvidar, revelarnos nuestra abyecta condición y destrozarnos, en suma, la vida, cuando se le antoja y a modo de compensación, hace las veces de despertador”.

El final corre el peligro de decepcionar al instante, aunque cuenta con la seguridad de que tras su reposo, la lectura demanda un replanteamiento de la obra desde otro punto de vista que hace al lector darse cuenta de que no ha sido estafado; aunque parezca paradójico, la historia es lo de menos y lo que no se cuenta, o se lee entre líneas, es lo de más.

“Ya habría otras ocasiones en las que demostrar mi cordura y, sino ya sabría buscármelas”. Así finaliza El misterio de la cripta embrujada dejando entrever que es la primera aventura de una trilogía compuesta por los siguientes títulos: El laberinto de aceitunas y La aventura del tocador de señoras. Se trata de una obra recomendable, siempre que lo que se busque sea una lectura ligera, fácil, divertida y para pasar un rato entretenido.

JOSÉ GÁLVEZ / REDACCIÓN

7 de abril de 2011

  • 7.4.11
Desde el pasado lunes, The New York Times cobra una pequeña cantidad, inferior al precio del ejemplar impreso, por acceder a su excelente versión digital. El diario con más visitas de Europa y América deja de ser gratuito en internet. Hay quienes se sorprenden por ello y sostienen que la gratuidad es consustancial a la red, pero, si la fórmula del diario neoyorquino fracasa, es muy probable que aumente la incertidumbre sobre el futuro del periodismo.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

La prensa ha confiado excesivamente en la vigencia de fortalezas pasadas que las nuevas extensiones tecnológicas desvanecen. La atomización de sus iniciativas -en el mundo existen unos 10.000 periódicos diarios- y la falta de unidad entre los editores han arruinado el liderazgo de la industria periodística en los nuevos soportes, ya que ésta ha sido incapaz, cuando lo tenía todo a su favor, de explorar oportunidades que se han ido esfumando.

El paso de The New New York Times es la tentativa más seria hacia un escenario nuevo. Un paso dado cuando las copias impresas, por debajo del millón, son la parte menor de la demanda mundial de sus contenidos, que, en la edición digital, moviliza a más de 16 millones de visitantes diarios.

Estamos ante un proceso de concentración impulsado por las audiencias, que orientan sus consumos hacia las grandes cabeceras. Es poco sostenible el minifundismo de tantos periódicos, con estructuras de información muy debilitadas por la crisis, que se apoyan en miles de plantas industriales complejas y mantienen un sistema de distribución ajeno a la inmediatez, coste y capilaridad de la red.

Los éxitos en internet están definidos por experiencias de amplia huella demográfica, menos apegadas a la territorialidad de los viejos periódicos, más cosmopolitas y globales (Google, Amazon, Wikipedia, Twitter…). Una realidad que resulta dramática para los editores cuyo modelo de negocio se basa en el papel, la publicidad y la distribución física.

La apuesta de The New York Times busca multiplicar la masa crítica de la demanda, trazar un objetivo de reajuste radical de la edición impresa, y, mediante el pago de cantidades reducidas, que no repercutan el peso de un proceso industrial obsolescente, hacer viable y rentable una estructura informativa de alta calidad.

La gratuidad hace muy difícil el periodismo independiente, con credibilidad e influencia. Alguien decía estos días en Estados Unidos que si se produjese un apagón mundial en las ediciones digitales de los medios, desaparecería el 80 por ciento de la información de actualidad que hoy circula, la que se copia, pega y explota en otro tipo de soluciones.
BERNARDO DÍAZ NOSTY

5 de febrero de 2011

  • 5.2.11
Al español medio-joven le puede resultar ridículo hablar de "libertad". Libertad en el sentido más estricto y objetivo posible. Libertad para ser, crecer, amar, estudiar, trabajar y, en definitiva, vivir como un ciudadano sujeto a unas posibilidades realmente favorables para fijar un determinamiento propio. Bien es así, que la cuasi-valorada libertad no es extensible conforme nuestras fronteras dejan de ser reino ibérico. Los afortunados, nosotros, alejados de la realidad que supuso el Mayo francés del 68, alejados de la revolución política y social que están viviendo los ex colonizados países del norte de África y en definitiva, jóvenes alejados.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN
FOTO: REUTERS

Y es que, a finales del siglo XIX, el poder imperialista de la mayoría de las “pseudodemocracias” europeas se embarcaron en un nuevo proceso colonizador en el continente africano.

El choque social, económico, cultural y político no es el único que determina que una sociedad experimente cambios tan susceptibles en un período de décadas, cuando la mayor parte del mundo occidental ha necesitado dos milenios, si no que la regeneración ciudadana hizo el resto. Los pueblos africanos intentando mediar la universalidad del concepto de “libertad” consiguen ser libres del imperialismo y esclavos de ellos mismos.

Para sorpresa de muchos, en la recién estrenada segunda década del siglo XXI, unas simples revueltas, comienzan a extenderse bajo la atenta mirada de un mundo más preocupado en sistemas económicos, pobres clases políticas, inseguridades de base racista y en ridículas ayudas al desarrollo.

Y son sólo eso, simples revueltas que han hecho caer el régimen dictatorial de Túnez; revueltas que ponen la vista en el país de las pirámides. Revueltas, al fin y al cabo, que se hacen notar en Yemen, Jordania, Argelia y un gran número de países donde realmente hablar de "libertad" sigue siendo un tabú.

Un tabú, como siempre, promovido por aquellos que tuvieron la suerte de nacer kilómetros más arriba o más al oeste; de aquellos que luchan por la igualdad, por el progreso, por su idea de moral, por su democracia y por su realidad; por aquellos que apoyaron y apoyan a los que creen en su única libertad: la libertad propia e individual en base a la opresión de los pueblos.

Más de 300 muertos según fuentes de la ONU (Egipto). En donde no se cumplen la mitad de los principales derechos humanos como los civiles o políticos, como las formas de discriminación a la mujer, sobre los derechos del menor, o simplemente, sobre las personas con discapacidad.

Así son el Egipto de Mubarak, era el Túnez de Ali, o el Marruecos de Mohamed VI. Importantes aliados económicos de desarrolladas potencias de la Unión Europea o Estados Unidos, que han visto cómo millones de personas pedían libertad, su libertad, ante la atenta mirada del mundo, ante la atenta mirada de las “memocracias” que años antes lucharon por la dignidad de su propio pueblo.

Para terminar, me quedo con la frase de uno de mis artistas favoritos, Ismael Serrano, en su tema Papá cuéntame otra vez (directo): “Para los que estáis aquí, para los ausentes. Por tantos años. Por acercarme a la certeza de que otro mundo es posible, porque vosotros sabéis como yo, que los que antes de ayer morían en Vietnam, ayer lo hacían en Bosnia y hoy lo hacen en Bagdad”.
ANTONIO LIGERO

18 de noviembre de 2010

  • 18.11.10
Resulta útil, para conocer algo más el paisaje político del país, repasar los comentarios que escriben los lectores en las ediciones digitales de los periódicos. Especialmente, aquellos que siguen a las noticias que polarizan las opiniones. Se encuentran ahí apuntes insólitos, casi siempre amparados en el anonimato, circunstancia que probablemente determine el predominio del exabrupto y la expresión descuidada.

® AD ENTERTAINMENTS ||| PROHIBIDA SU REPRODUCCIÓN

Comentarios que, por su tono, ahuyentan otras opiniones más argumentadas, porque la respuesta con criterio se expone al escarnio del siguiente lector-escribidor que vuelca más bilis que cordura y, en tantos casos, más intolerancia que ortografía. Los hooligans de aquí y de allá terminan por hacer una criba natural que expulsa a los lectores con sentimientos de concordia, a las ópticas no aberradas que ven algo más que blanco o negro.

El cariz, la intensidad y el número de las respuestas aumentan cuando la noticia permite alargar la maldita sombra negra de las dos Españas. Lo que el texto no dice, y sólo con mucha imaginación podría intuirse, es tomado como excusa para un azote maniqueo que evoca violencia pasada.

Expresiones libres que alaban a unos y niegan el pan y la sal a otros, según el color político. En el reciente examen sobre Felipe González, a raíz de la entrevista de Millás, el insulto es tributario de los más cuidados mandobles propinados por los prebostes políticos, que son los que marcan objetivos.

Los lectores se enzarzan en una bronca encabronada que tacha de seres abyectos a todo sociata o pepero que, según la onda dominante, piense de modo distinto. Se perciben rasgos tribales que no ocultan la guadaña -tan querida de las dictaduras- que de buena gana segaría las voces contrarias.

Lo que subyace en muchos de estos comentarios es pura intransigencia. La bofetada gratuita que zanja el debate con el insulto y la descalificación, con las no-ideas. La expresión libre se encoge en una expresión pobre y torpe.

Humberto Maturana, que seguramente sería premio Nobel de no haber nacido en Chile -la Universidad de Málaga le ha otorgado un honoris causa-, dice que la democracia es el mejor estado posible para la naturaleza del ser humano: le permite ser libre. Pero cuando la libertad es utilizada para eliminar al contrario, el pacto de civilización es aplastado por el rodillo de la intolerancia.

El sentido último de la democracia, la convivencia, resulta aquí muy dañado. Pero aclaremos las cosas: los comentarios a pie de página no son los nutrientes de la intolerancia. Éstos suelen aparecer entrecomillados en los titulares de las noticias.
BERNARDO DÍAZ NOSTY

CULTURA (PUBLICIDAD)


GRUPO PÉREZ BARQUERO

CULTURA (NOTICIAS)



CULTURA - MONTILLA DIGITAL

DEPORTES (PUBLICIDAD)

AGUAS DE MONTILLA

DEPORTES (NOTICIAS)



DEPORTES - MONTILLA DIGITAL

COFRADÍAS (PUBLICIDAD)

AYUNTAMIENTO DE MONTILLA - CANAL WHATSAPP

COFRADÍAS (NOTICIAS)



MONTILLA COFRADE

Montilla Digital te escucha Escríbenos