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JUNTA DE ANDALUCÍA - Consejería de Desarrollo Educativo y Formación Profesional

XXV CATA DE MORILES - DEL 21 AL 23 DE OCTUBRE DE 2023

Mostrando entradas con la etiqueta Desde la nostalgia [Juan Navarro Comino]. Mostrar todas las entradas
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28 de octubre de 2016

  • 28.10.16
Comienzo como en un cuento. Nos imaginamos en el cielo, con Nuestro Señor acompañado del arcángel San Rafael. Dios le dice: "Acércate Rafael, contempla ahí abajo. Observa: en aquella casa hay un matrimonio que está discutiendo. Él amenaza a ella e intenta pegarle. Y, fíjate, acaba pegándole. Rafael, esto no lo podemos permitir. Cuando yo creé a la mujer pensé que debía ser muy especial: la hice con espaldas suficientemente fuertes para soportar el peso del mundo pero, a la vez, firmes y confortables.



Le concedí el poder de dar vida y aceptar el rechazo de sus hijos. Le di el poder que le permite seguir luchando cuando todos abandonan, y el de cuidar de su familia a pesar del cansancio o de la enfermedad; le di sensibilidad para amar a sus hijos con un amor incondicional, aunque estos le hayan herido duramente. Y, finalmente, le di lágrimas para que llorara cuando ella sintiera necesidad.

En cambio, lo que no le dije al hombre es que no le gritara, que tampoco la oprimiera y, menos, que le pegara. A esto, Rafael, le tenemos que dar una solución, porque creo que debe haber muchas mujeres que sufren.

—Señor, contemplad aquella otra casa. El hombre le grita a su esposa. Ella está atemorizada en un rincón porque ve venir que le va a pegar. Señor, le está pegando incluso patadas en el vientre.

—¿Sabes qué vas hacer, Rafael? Vas a bajar a poner al menos un poco de solución.

Rafael baja a La Tierra y llama a la puerta de la última casa que vio desde el Cielo. Tardan en abrirle y se oyen unas voces.

—¡Inútil! ¿No estás oyendo que llaman a la puerta? ¡Ve y abre, que no sirves para nada!

La mujer, llorando, va y abre la puerta. Rafael, al verle, le pregunta:

—¿Qué le ocurre señora? ¿Por qué llora?

Ella llora más aun y no le da explicación. El marido, al ver que tardaba, decide salir a la puerta y le dice gritando:

—¡Mira que llegas a ser inútil! ¡No sirves ni para abrir la puerta!

De un empujón, la saca de la puerta.

—¿Si yo fuese una persona gigante y más fuerte que usted, me gritaría? –le pregunta Rafael.

—¡Vamos, hombre! ¡No me diga tonterías: si es un renacuajo!

De golpe, Rafael se convierte en un hombre fuerte, atlético y de metro noventa. El hombre se queda estático y sin reaccionar. No creía la transformación de Rafael. Éste se le acerca y le dice:

—¿Puedo pasar, señor?

—Pase, no se quede en la puerta –le contesta el hombre, asustado.

Rafael toma asiento y le dice:

—¿Le seguirá gritando y pegando a su esposa? Ella es débil y usted abusa de su debilidad. Yo ahora lo cogería a usted y lo destrozaría.

—¡No, por Dios! ¡No lo haga!

—Pues sepa que le voy a estar vigilando. No le vuelva a pegar a su esposa o volveré y no será en son de paz. Será para destrozarle la cara. Vamos, lo mismo que hace usted con su esposa...

El hombre, ante esta situación, tenía tanto miedo que se orinó en los pantalones.

—Bien, yo ahora me marcho pero prométame que no le va a volver a pegar nunca más a su esposa.

—Señor, se lo juro...

—No jure.

—Bueno, pues se lo prometo.

—Bien, pues respétela y quiérala.

—De acuerdo señor, así lo haré.

Y, en un instante, Rafael desapareció de la casa.

Esto, por desgracia para las mujeres, no suele ocurrir en la vida real, que es más cruel por culpa de estos individuos maltratadores de los que, por desgracia, hay demasiados. Individuos que no llegan ni a ser personas, que no tiene piedad hacia sus esposas o compañeras.

Cuando la mujer ha sido nuestra madre, además de ser la madre de nuestros hijos, es el mejor ser que ha creado Dios, con sus defectos, sus virtudes y con su bondad, que la tiene y mucha. Pero, por desgracia, esto no tiene arreglo y el arcángel San Rafael no baja a poner paz, pese a que a más de uno de estos energúmenos no le iría mal un buen escarmiento. Mujeres, no os quedéis quietas: denunciad a estos maltratadores. Esperemos que este mal se arregle algún día y que las mujeres no sufran como pasa ahora.

JUAN NAVARRO COMINO

13 de septiembre de 2016

  • 13.9.16
¿Cuántos de nosotros tenemos algún abuelo en casa? ¿Lo queremos de verdad? ¿Le damos todo el cariño que merece? ¿Nos acordamos de que cuando éramos niños, ellos velaban constantemente por nuestra seguridad, por nuestro bienestar y felicidad? ¿Que se desvivían cuando pasábamos alguna enfermedad y no se movían de nuestra vera? ¿Que una vez, ya de adultos, nuestros problemas eran también los suyos? ¿Que se preocupaban en buscar soluciones para ayudarnos de alguna manera y así poder salir del trance? Todo esto no lo debemos olvidar nunca.



Debemos entender que conforme pasan los años sus reflejos se irán perdiendo y se volverán un poco más torpes. Pero mientras ellos vivan, debemos ser su apoyo constante, colmarlos de atenciones, escuchar sus consejos siempre sabios y con mucha experiencia, como así ellos hicieron por nosotros en su día. A veces, por el descuido o la monotonía del día a día, nos olvidamos del cariño y del respeto que les debemos.

Sé un cuento sobre una familia bien acomodada que nos puede hacer meditar. El padre, con un buen empleo bien remunerado, pasaba la mitad del día fuera de casa; la madre, mujer de fuerte carácter, cuidaba del hijo, de ocho años. Un buen día, el niño llegó a casa tras el colegio. Le dio un beso a su madre y se dirigió al comedor para dar otro beso a su abuelo, al cual encontró llorando y muy triste.

—¿Qué te pasa abuelito?

El abuelo seguía llorando amargamente y no hacía caso a su nieto. Éste volvió a insistirle.

—¿Qué te pasa abuelito? ¿Por qué lloras?

—Pedrito, tu madre me ha regañado y me ha gritado. Ya no me quiere en esta casa.

—¿Y por qué ha sido?

—He roto el plato de la sopa –contestó el abuelo muy triste.

—Bueno, ¿y qué? ¿Te has hecho daño, abuelito?

—No, pero ya he tenido bastante con la bronca que me ha echado tu madre.

—Ya ha pasado todo, abuelito. No llores más. Ahora yo estoy contigo y nadie te va a reñir, ya lo verás –le dijo con cariño el niño mientras le abrazaba.

Al cabo del rato entró el padre en casa y fue a la cocina para saludar a su esposa.

—Buenas noches, Mercedes. ¡Qué semblante más malo tienes!

—¿Cómo quieres que lo tenga si tu padre ha vuelto a romper otro plato y, a este paso, ya me puedes comprar otra vajilla? Hoy, al mediodía, ha sido de loza de la buena. Cuando come sopa, al terminar, levanta el plato y no sé cómo se las arregla que, con el temblor de manos que tiene, lo levanta y plato roto. Esto a mí esto me tiene de los nervios.

—Tu llámale la atención o dile algo, mujer. No creo que sea para tanto. Esto es la edad y es lo que hay.

—Haz lo que te parezca pero, a la larga, vajilla nueva.

—Vamos, mujer. Sé compresiva que algún día también nosotros seremos mayores y nos volveremos torpes como él. Me voy a cambiar y cenamos. Pedrito, ¿vamos a cenar?

—Vamos abuelito, que te acompaño –contestó el niño.

El abuelo se apoyó en su bastón y acompañó a su nieto.

—¡Hola padre! ¿Cómo se encuentra?

—Bien hijo, bien.

Mientras, Mercedes se dispuso a servir la cena y, dirigiéndose a su suegro, le dijo:

—Abuelo, ¡no me vuelva a romper otro plato!

—Iré con cuidado –contestó el abuelo, con voz muy triste.

—Eso me contesta siempre y, al final, lo acaba rompiendo todo.

—¡Déjale en paz mujer! No le pongas nervioso –intervino el marido.

Terminaron de cenar y cuando el abuelo fue a darle su plato a Mercedes, se le cayó al suelo y se le rompió.

—¡Te lo dije José, te lo dije! Hoy ya vamos por el segundo. ¡Esto se tiene que terminar¡ ¡Hay que darle una solución de inmediato!

—Mamá, no le grites al abuelito, ¿no ves que el pobre es muy mayor?

—¡Tu cállate, mocoso, que sólo haces enredar! Y tú, José, ¿no le piensas decir nada?

—Mercedes, creo que no hay para tanto. Tenemos que tener paciencia con él.

—¿Paciencia dices? ¡Vamos hombre, vamos! Si seguimos así yo acabaré de los nervios.

Pedrito ayudó a su abuelo a levantarse y se lo llevó lejos de la bronca de sus padres, pero cuando marchaba escuchó cómo su padre le comentaba a su madre:

—Creo que tengo la solución al problema de los platos.

—¡Menos mal que el señor se da cuenta de la situación!

—Creo, Mercedes, que si le pones de comer en un plato de madera, ya no pasará más. Mañana me iré a un carpintero para que le haga uno y asunto zanjado.

Pedrito quedó estupefacto al oír aquello por la boca de su padre. Al día siguiente, ni en la comida ni en la cena el abuelo rompió plato alguno. Pero aquella noche, cuando Mercedes desenvolvió el paquete con el plato de madera que traía José y lo colocó en la mesa para cenar, el abuelo lloró todo el rato. Pedrito lo observaba, pero no hizo comentario alguno hasta que llevó al abuelo a su habitación.

—¿Qué te pasa, abuelito? ¿Por qué lloras?

—Pedrito, me tratan como al gato, con un plato de madera para comer.

El niño se abrazó a su abuelo, le consoló y no hizo ningún comentario. Al día siguiente, a la hora de cenar, cuando todos ya estaban sentados alrededor de la mesa, Pedrito sacó dos trozos de madera y con el cuchillo comenzó a cortar trozos, intentando hacer un plato.

—Pero ¿qué haces con esas maderas encima de la mesa? –le preguntó su madre.

—Estoy intentando hacer dos platos de madera para que cuando seáis mayores no me rompáis los que yo tenga en mi casa.

José se ruborizo y Mercedes no supo qué contestar. José se levantó de la mesa, se dirigió a su padre y, abrazado a él, le pidió perdón por la actitud que habían tenido, prometiéndole que destruiría el plato de madera.

No creo que ninguno de nosotros lleguemos con nuestros padres al extremo lastimoso de este cuento y sepamos sacar una buena conclusión: demos todo el cariño y más a nuestros mayores que, por mucho, nunca será suficiente. Ellos lo dieron todo por nosotros: ama más quien más da y has de estar presto a dar tu vida entera si fuese necesario por los que, en su día, lo dieron todo por ti.

JUAN NAVARRO COMINO

26 de julio de 2016

  • 26.7.16
Hay personas jóvenes, no todas, que solo sirven para quejarse y lamerse las heridas, como se suele decir vulgarmente. Personas que no saben vivir sin quejarse y sin autocompadecerse. Yo conocí en una ocasión a una mujer joven que, en todas las situaciones de su vida, siempre estaba agobiada: si trabajaba, estaba agobiada; si no trabajaba y solo tenía los trabajos de su casa, se agobiaba; al tener niños, el cuidado de sus hijos le agobiaba. Siempre de mal humor y autocompadeciéndose.



En una ocasión yo le comenté –y no le hizo mucha gracia mi comentario– que en mis tiempos de juventud, las mujeres trabajaban ocho horas en un turno en fabrica; a veces trabajos duros pues, en aquellos tiempos, exigieron en los convenios de trabajo los mismos derechos en todo que los hombres. Pero, eso sí, tenían que desarrollar los mismos trabajos.

Por las mañanas, o bien por las tardes –según el turno–, les tocaba llevar la casa, hacer la compra –y sin coche pues, en aquellos años, pocas personas tenían vehículo–, llevar los niños al colegio, etcétera. Algunas contaban con la ayuda de sus maridos; otras no. Pero, de todas maneras, era un buen sacrificio.

Mujeres luchadoras que nunca se quejaban por tener que atender a sus dos o tres hijos, llevarlos al médico, cuidarlos con cariño, o pasar una mala noche si enfermaban y al día siguiente trabajar. Y no se quejaban, ni se autocompadecían. Tal vez esas mujeres estaban hechas de otra pasta. Luchadoras, trabajadoras a tope, y sin quejarse. Sus obligaciones no le daban tiempo a quejarse.

Quizás esto se deba a que la juventud ha crecido con toda clase de comodidades y caprichos, y ahora, con el hecho de la crisis y no tener acceso al trabajo, se han acomodado tan bien que solo saben lamentarse. La mayoría de las cosas que andan mal comienzan a materializarse cuando nos lamentamos. No pierdan el tiempo en lamentaciones y preocupaciones, pues solo traen enfermedades.

JUAN NAVARRO COMINO

15 de junio de 2016

  • 15.6.16
Les voy a relatar un poco sobre historia de la encantadora villa en la que llevo viviendo ya unos años, de unos 6.600 habitantes más o menos. Se llama Santpedor, se encuentra en la comarca del Bages, a unos seis kilómetros de la ciudad de Manresa. Antes era totalmente agrícola y en la actualidad, también, pero no con tanta intensidad.



Hace años hicieron dos polígonos industriales con muchas empresas y adquirió un buen auge. Actualmente, con la crisis, la cosa ha ido a menos, lamentablemente. La agricultura sigue, gracias a unos labradores que, con sacrifico y esfuerzo, la van aguantando, pero no con el esplendor de épocas pasadas. Debido a eso la llamaban "El granero de la comarca del Bages".

Conserva un casco antiguo pequeño pero muy bonito. La Plaza Grande, en la cual desembocan las calles del alrededor, acoge el Ayuntamiento, con sus porches, una muestra de la arquitectura civil antigua caracterizada por los grandes portales con ventanas góticas, arcadas del Renacimiento y balcones barrocos.

La restauración a la que fue sometida en el año 1984 dejó una Plaza Grande preciosa, con la escultura del tamborilero que han sabido conservar contra viento y marea. Aún tiene dos puertas antiguas de las que en el siglo XIV llamaban "puertas de entrada a la ciudad". Todo esto lo conservan lo mejor que pueden y el Ayuntamiento es muy estricto en el tema de reformas en el casco antiguo. Y que siga así por muchos años. Aquí lo nuevo se construye fuera del casco antiguo, que es intocable.

En esta ciudad tan acogedora nació, allá por 1790, un joven llamado Isidre Lluçà i Casanoves, “El Timbaler del Bruch” o “El tamborilero del Bruch”, traducido al español. Cuando en el año 1808 las tropas del general francés Duhesme atravesaron la frontera francocatalana y ocuparon sitios estratégicos del territorio catalán, la reacción popular frustró en gran manera los planes de Napoleón y comenzó la Guerra de la Independencia, conocida en Cataluña como "La Guerra del Francés".

Un primer episodio importante, desde el punto de vista moral y como símbolo de la voluntad de resistencia, fueron las batallas del Bruch, en las que una columna de 3.800 soldados franceses comandados por el general Swchars fue derrotada el día 6 de junio de 1808 por tropas regulares y voluntarios de los alrededores.

El paso de los franceses por el Bruch dejó un triste resultado de siete vecinos muertos por los tiros de los franceses, pero ellos acabaron la jornada con 300, que quedaron sobre el campo de batalla. Manresa se libró del desastre solo por unas semanas, ya que finalmente los franceses la asaltaron. Pero esta es otra historia.

El Dr. Antonio Vila, comenta que el somatén de la villa de Santpedor –una institución propia de Cataluña, formada por gente armada que no pertenecía al ejército y que se reunía a toque de campana para perseguir a los criminales o bien defenderse del enemigo– se encontró con catalanes de diferentes sitios que habían llegado allí para enfrentarse al ejército francés mientras hacía parada en el Bruch.

Los sanpedorenses contaban con un centenar de labradores y cazadores bien armados, capitaneados por José Viñas y con Isidro Llusá. El tamborilero, un chico de unos 17 años, se puso a tocar el tambor animando enérgicamente con su sonido a todos los del somatén, y el eco de las montañas de Montserrat asustó a los franceses, que creyeron que se trataba de un gran ejército. Esa caja de guerra que dicen que el chico tocaba asiduamente, según el teniente coronel Francisco X Cavanes, dio un empuje muy grande al somatén para así derrotar a las tropas francesas.



Actualmente, en la carretera del Bruch hay un monumento a El tamborilero del Bruch. Y aquí en Santpedor, su pueblo, en la plaza del Ayuntamiento tiene un monumento que conmemora aquella gesta.

También quiero recordar a los seguidores del Barça que en Santpedor nació José Guardiola, y como es lógico, es terreno culé cien por cien. Y ahora más, después de haber pasado unos años practicando un fútbol precioso. Como madridista, lo reconozco. Pero este año, con la undécima, les hemos callado un poco, aunque los radicales, que son muchos, solo despotrican. De toda la vida ha sido así.

Yo, como merengue, les digo a mis hijos y nietos, que son culés, que vivo en territorio comanche, pero he conseguido que el pequeño de ocho años sea madridista a tope, para conservar así la estirpe merengue en la familia.

Así que aquí estamos ahora, aguantando el chaparrón y esperando que no sea por mucho tiempo más la borrasca. De todas formas, lo mejor de todo son los lunes, en los comedores de la empresa. Allí se forma un buen guirigay, se suelta toda la adrenalina y, después, todos tan amigos y a trabajar, cada uno con sus ideales.

Yo tengo muy buenos amigos culés pero, a la hora de ver el fútbol, prefiero verlo solo. De esta manera, sigo conservando su amistad. Eso sí, al día siguiente de los partidos en los que se enfrentan Barça y Madrid tenemos nuestras tertulias y, como es natural, con diferentes putos de vista, pues estos culés con su madriditis aguda no tienen remedio.

JUAN NAVARRO COMINO

31 de mayo de 2016

  • 31.5.16
Hace unos días me encontré con un amigo de la infancia que hacía casi cincuenta años que no veía. Nos abrazamos llenos de alegría y comentamos cómo ha cambiado todo en la vida, cómo ha avanzado la tecnología en todos los aspectos. Recordábamos los primeros años de aprendizaje de mecánico.



−¿Recuerdas cuando trabajamos con el embarrado de correas en las máquinas? Cuando la broca de diámetro de 30 milímetros no cortaba lo suficiente, se salía la correa del embarrado y se quedaba el torno parado...

Los dos reíamos recordándolo.

−Cómo ha cambiado todo, ¿verdad Félix? −señalaba Juan− A propósito, el otro día, mi hija me enseñó una especie de recuerdo de aquellos años que había encontrado husmeando por Internet. Dame tu correo, que te va a gustar.

Se lo di y nos despedimos con un abrazo. Al recibir su correo, leí que una tarde, un nieto estaba con su abuela hablando y preguntando temas de la vida actual. De pronto, le dice:

−Abuela, ¿qué edad tienes?

−Vamos a ver, Carlos, déjame pensar un poco. Préstame atención y lo sabrás. Nací antes que la televisión; que las vacunas contra la polio; las comidas congeladas; la impresora; el fax; y la píldora anticonceptiva.

Cuando yo nací no existían los radares para los aviones; ni la tarjeta de crédito; ni los rayos láser; ni los teléfonos portátiles. Aún no se había inventado el aire acondicionado; ni teníamos microondas; ni lavavajillas; ni secadoras de ropa. Entonces, la ropa se tendía a secar para que le diera el sol y el aire fresco.

Hay más cosas aún, Carlos. "Gay" era una palabra respetable en inglés que aludía a una persona, contenta, alegre y no homosexual. De las lesbianas nunca habíamos oído hablar y los muchachos nunca se ponían aretes en las orejas. Entonces también conocíamos la diferencia entre los sexos, pero a nadie se le ocurría cambiar el suyo.

La gente no se comunicaba por Internet, ni se hacían citas y, menos, concertar matrimonios a través de la Red de Redes. Mi madre se casó; muchos años más tarde también lo hice yo, y vivíamos juntos; y en cada familia había un papá y una mamá. El hombre aún no había llegado a la Luna y no existían aún aviones para viajeros supersónicos.

No había trasplantes de órganos; se remendaban los calcetines con un huevo de mármol y se destapaban caños. Ahora se destapan las arterias del cuerpo humano. No había dobles carreras universitarias; aún no se dictaminaba el estrés ni traumas prenatales; ni las terapias de grupo con psicólogo.

Jugábamos en la calle al trompo y a las canicas, no teníamos Nintendo. Hasta que cumplí 25 años llamaba a cada hombre "señor", y a cada mujer, "señora" o "señorita". Como podrás ver, Carlos, la vida actual no es como cuando yo nací y me crié. En mi tiempo, la hierba era una cosa que se cortaba, no se fumaba como ahora. La palabra “coca” era una gaseosa y no se inhalaba; la música de Pop Rock era la que la hacia la mecedora de la abuela. Además, fuimos la última generación que creyó que una señora necesitaba un marido para tener un hijo. Y ahora, dime, Carlos, ¿Cuántos años crees que tengo?

−Más de cien, abuela.

−No mi amor. Solamente tengo sesenta.

JUAN NAVARRO COMINO

18 de mayo de 2016

  • 18.5.16
¿Cómo se produce la envidia? Todos hablamos de ella y nadie reconoce que la tiene. Sería bueno analizarlo. Es como una especie de sentimiento muy triste y agudo que se produce cuando nos damos cuenta de que un semejante tiene una cosa, un objeto, algo, que uno no tiene. Se produce, por ejemplo, cuando una persona de nuestro nivel social tiene algo que nosotros no tenemos o bien consigue un triunfo el cual nosotros no hemos podido conseguir. Y nos sentimos frustrados.



¿Cómo se puede saber si la envidia nos está afectando? Sería cuestión de analizar si nos alegran los triunfos de los demás o, por el contrario, nos deprimen. La envidia puede arruinar la capacidad de la persona para disfrutar de las cosas buenas de la vida. “¡Mira qué coche se ha comprado Jaime! Yo no me lo puedo comprar y no me lo podré comprar nunca. ¿Cómo lo hará el puñetero?”.

La envidia se combate con mucha humildad y mucha modestia, virtudes que nos permiten valorar las cualidades y las habilidades de los demás en vez de obrar y actuar por egoísmo o presunción. Si nos pasamos el tiempo envidiando a los demás, no nos quedará tiempo para nosotros y, de esta forma, no podremos obrar bien. Si permanecemos fieles a obrar bien y a no sentir envidia, viviremos plenamente nuestra vida y aseguraremos para ella un éxito infinito.

JUAN NAVARRO COMINO

27 de abril de 2016

  • 27.4.16
Los niños de una separación me parecen como los gorrioncillos: se siente desamparados y los padres tendrían que ser conscientes de lo que les ocurre. En la vida actual ya no nos extrañan los divorcios ni las separaciones. Generalmente, las parejas más jóvenes se separan, sin más. Si hay hijos de por medio, pues se les pasa la pensión y nadie piensa en ese hijo que queda desarraigado del cariño del padre o de la madre. A ese tema parece que nadie le da importancia.



El niño se queda generalmente con la madre; en pocas ocasiones con el padre. Nadie se ha parado a pensar en esa criaturita que, sin saberlo, sin entenderlo y sin tener nada de culpa de la situación, se queda sin el padre y ve con el paso del tiempo que el sitio del padre es ocupado por otra persona que, aunque se encariñe con ella, no es como su padre, y más para esos niños que desde bien pequeños han tenido la figura del padre como un ídolo.

Yo conozco a un niño que, con dos añitos, sus padres se separaron. Este niño tiene ya ocho años y aun no entiende lo ocurrido. Sus padres no se entendían. Para mí que los dos tienen la culpa pues, en la vida, hay que dialogar y pensar un poco más en la criaturita que dejan casi desamparada del cariño del padre. Esto no lo asimila un niño tan pequeñito, por mucho psicólogo y por muchas ayudas técnicas que le den.

Y no hablemos ya de la mujer, la segunda mujer de su padre. Vamos, la madrasta. Muchas, al principio, comienzan con un cariño que el niño en ese momento lo asimila, pero los niños no son tontos y se dan cuenta de todo con el tiempo.

Entramos en el tema de la llegada de nuevos hermanos. Entonces la madrastra, al tener sus propios hijos, comienza a pasar de dar cariño al niño de su esposo. Vamos, pasa de él como si nada, no le hace ni puñetero caso. Él se da cuenta, dentro de su corto entendimiento de que ese cariño no es real, que todo es ficticio. La cosa ha cambiado y él está de más en esa familia.

Su madrastra ya no le hace carantoñas, ni mimos, y entonces él cambia de actitud y se escuda. Comienza a ignorar a la madrastra y la rehúye, pues le ha perdido toda la confianza que él tenía depositada en ella y, por añadido, comienza a distanciarse del padre y a no querer nada con él.

Se refugia en su madre, que es la que está con él ahora siempre. Él no entiende cómo sus padres se llevan bien pero no viven juntos. No lo entiende y no lo sabe asimilar. Comienzan los despistes en el colegio, no presta la suficiente atención y se lleva mal con todos los que le quieren porque él nota la falta de su padre. No lo puede remediar. A partir de aquí comienzan las visitas al psicólogo, visitas que le hacen bien pero que a él no le sacan de que su padre no esté, que es lo que él quisiera.

Con el tiempo, todo su entorno se da cuenta de que al niño hay que prestarle más atención. La madrastra parece que cambia un poco, está más receptiva hacia el niño. Entonces el niño comienza a darse cuenta, se acerca más a su padre y a sus hermanos, y parece que la cosa comienza a funcionar. El niño se siente más a gusto, que al fin y al cabo es lo que importa.

JUAN NAVARRO COMINO

13 de abril de 2016

  • 13.4.16
Mi amigo Manolo me lo comentaba el otro día. "Paco, ya no podemos con nada: los achaques nos tienen bien condicionados; muchas cosas de la vida cotidiana las hemos perdido para siempre. Sólo nos quedan cosas sencillas y simples a las que ahora les damos mucha importancia". Y así es. Yo, por ejemplo, y con mi enfermedad, lo referente al sexo está olvidado. Eso sí, me alegra la vista ver una buena mujer con un tipo exuberante. Eso me pone contento. Pero, lo que más me gusta es el día que mi esposa se encuentra bien y no padece. La pobre lleva lo suyo.



Pues a mí, Manolo, me encantaba escuchar música. Cuando trabajaba disponía de poco tiempo, sin embargo, ahora, por las tardes me pongo música de orquesta del extraordinario –y ya por desgracia desaparecido– James Last. Y, de paso, me pongo a leer un libro, cosa que antes tampoco podía. Así paso una tarde bien agradable.

¿Tú recuerdas, Manolo, en nuestra juventud, cuando aún no se habían inventado las discotecas y acudíamos a las verbenas y estábamos bailando hasta las cuatro y pico de la mañana? Y, a las seis, al trabajo; llegar a casa, coger el bocadillo que nos preparaba nuestra madre y a trabajar sin dormir. Pasábamos un día un poco fastidiado de sueño pero lo dábamos por bueno por el disfrute de la noche anterior.

Eso sí que no es como ahora, que la gran mayoría de la juventud, no digo toda, después de la discoteca viene el revolcón, y bien que hacen. La vida hay que vivirla en su momento y disfrutarla a tope, que el tiempo perdido ya no vuelve.

Me hacen gracia los jóvenes que te dicen que este fin de semana se marchan con su novia a la playa a un hotel y allí que se marchan bien contentos. Por aquel entonces, nosotros, con la dictadura eclesiástica que marcaba que todo era pecado, había que ir con recato. Y era un tabú absurdo, pues todo era pecado y no decíamos nada.

Nos aguantábamos y pasábamos los calentones como mejor se podía pues, en casa de la novia, lo primero que te advertían es que no fueras a hacerle una barriga a la chica. Aunque había quien la hacía. Ahora me doy cuenta de que, a pesar de que nos lo pasábamos bien, la juventud de hoy en día se lo pasa mejor en este aspecto. Eso sí, en el tema de las drogas ni pensar, eso hay que dejarlo de lado.

—Paco, lo que yo no encuentro bien es el hecho de cómo aguantan algunas jóvenes estos novios tan celosos que hacen correr la mano con alguna que otra bofetada. Estas criaturas no se dan cuenta que, de seguir por ese camino, el día que se casen su vida será una ruina, de bofetada en bofetada y de malos tratos. Tendrían que abrir los ojos y dejar a estos tipos de lado, pues son cobardes y ruines, y denunciar que no pasa nada, que al tipo ese maltratador lo pongan a raya. A la mujer hay que respetarla porque, con el tiempo, será la madre de sus hijos y es el ser más maravilloso que creó Dios nuestro Señor.

—Y tanto, Manolo. Y tanto.

—¿Qué haríamos sin las mujeres?

—Nada Manolo, nada. Seríamos ceros a la izquierda.

JUAN NAVARRO COMINO

23 de marzo de 2016

  • 23.3.16
Sí, señores. Así llamaban a los montillanos que, por los años sesenta y setenta volvían a Montilla por vacaciones: apuraorzas. Porque, supuestamente, venían a apurar las orzas de la matanza. Por aquellos años, yo era muy joven y no iba a Montilla, ya que la familia que tenía era algo lejana, de modo que si nos acercábamos al pueblo en alguna ocasión, íbamos a un hostal o a una pensión.



El año pasado pasamos mi esposa y yo en Montilla dos meses, septiembre y octubre. Alquilamos un piso y estuvimos en la gloria. Hacía dos años que no iba y comprobé la gran actividad cultural que tiene la ciudad.

Encontré Montilla muy bonita, moderna, y con mucha vida y actividad comercial; también observé que hay montillanos que no aprecian las grandezas de nuestra ciudad y espero que, con mi modesta opinión, no se moleste nadie. Asimismo, pude comprobar que tenemos un gran paro, pero esto, por desgracia, pasa en gran parte de España.

Y no me resisto a comentarles lo que nos ocurrió. Un día que paseaba junto a mis hermanos, ellos se pararon a conversar con un señor que me presentaron y que, por educación, me reservo su nombre. Nos dijo que había sido representante de vinos de Márquez Panadero, que había estado en Barcelona, y que él la encontraba muy sucia y muy negra, que no tenía nada que ver con la blancura de nuestra Andalucía.

Nos comentaba que allí se ponía una camisa blanca y, con el humo, en una mañana la tenía sucia. Un poco exagerado, la verdad. Si se metía en un horno de fundición, tal vez sí. Comenzó a decir una serie de improperios sobre Barcelona que mi esposa, que es catalana, se molestó y le dijo que sólo decía barbaridades. Yo no hice comentario alguno pues no me quise calentar y contestarle de mala manera por respeto hacia mis hermanos.

Yo les digo a los montillanos que no hayan estado en Barcelona que es preciosa, con otra cultura diferente a la nuestra, con sus encantos y con sus defectos. Tiene unas ramblas incomparables, lo más bonito que se pueda ver, llenas de flores y de toda clase de aves exóticas.

La Sagrada Familia, imponente e incomparable; un parque Güell impresionante; un puerto precioso; y estaría escribiendo horas y horas para explicar todo lo fantástico de Barcelona. Tal vez este señor se movió por los extrarradios de la ciudad, que hay en todas las capitales. Le dejamos y, la verdad, yo llegué a la conclusión de que este señor es un ignorante y un cateto sin ninguna cultura. Menos mal que de estos individuos debe haber pocos en Montilla.

A mí, personalmente, no me gusta que hablen mal de la tierra donde nací, la cual defiendo a capa y espada. Pero tampoco me gusta que lo hagan sin razón de la tierra donde me he criado y que tanto me ha dado. Entiendo que haya personas incultas que no dan para más. Así es la vida.

JUAN NAVARRO COMINO

9 de marzo de 2016

  • 9.3.16
Recuerdo que era por el año 1964, un día de Navidad, como en los cuentos de película. Era por la tarde y el frío que hacía era bajo cero, de los que rajaban. Con el abrigo y la bufanda se podía soportar un poco. Gabriel caminaba paseo abajo junto a su amigo Manuel.



−¿Dónde vamos esta tarde, Manuel?

−Pues no sé Gabriel, pero atiende. ¿Qué te parece si nos vamos a la sala del Cisne a probar? Allí no piden el DNI.

−Vamos a ver, Manuel, que ya tenemos los dieciocho. No hace mucho, pero ya los tenemos.

−Me han comentado que van unas chavalillas muy apañadas.

−Pues vamos a probarlo, chico.

Llegaron a la puerta de la sala, sacaron las entradas y Gabriel le comentó a su amigo:

−Con estas treinta pesetas me quedo casi sin blanca. Habrá que llorarle a mi madre.

−Pero Gabriel, ¿tú no te quedas con tu sueldo?

−No, yo lo entrego todo en mi casa y mi madre me da 50 pesetas para la semana. Cuando voy un poco fastidiado, me socorre un poco.

Así entraron y comenzaron a observar el panorama. Había ambiente. Alrededor de una mesa vieron sentadas a dos chicas solas. Una iba con un moño muy atractivo; la otra no y era, a simple vista, un poco gruesa.

−¿Qué te parece? ¿Vamos por ellas?

−Pues vamos, Manuel −dijo Gabriel−, con la del moño bailo yo.

−¡Vaya hombre! A mi me vas a dejar la gordita... ¡Tío, las he visto yo!

−Vale, Manuel, vale.

Los dos se acercaron a las chicas y les pidieron bailar, a lo que ellas accedieron. A Gabriel le tocó bailar con la gordita. La verdad, bailaba con ella por no hacerle un feo, ya que era un poco patosa. Al terminar la pieza, ella le propuso acercarse a la otra chica, que era su hermana pequeña, y comenzaron a conversar.

Con la siguiente pieza, la chica del moño invitó a Gabriel a bailar, que aceptó encantado, aunque a su amigo Manuel no le hizo mucha gracia.

−¿Tú cómo te llamas? −le preguntó Gabriel.

−¿Yo? Araceli.

−Eres jovencita.

−Pues sí, me han dejado entrar porque venía con mi hermana. Yo solo tengo 16 años. ¿Y tú cómo te llamas?

−Gabriel. Araceli, chica, estás pero que muy guapa y eres muy, pero que muy simpática −le comentó Gabriel mientras siguieron bailando−. ¿Vas a venir mañana?

−Pues no te lo puedo decir, depende de mi hermana, si quiere ella venir. Ya veremos.

−Bien, yo vendré −le contestó Gabriel− y espero que tú también.

Araceli miró su reloj.

−¡Qué tarde! Nos tenemos que ir.

−¿Me dejas que te acompañe?

−No. Si nos ven…

−¿Qué tiene que ver el hecho de que te vean? −reclamó Gabriel.

−Tú no conoces a mi familia.

−Bien, te acompaño hasta la puerta.

Gabriel y Manuel acompañaron a las chicas hasta la puerta, donde la hermana mayor le insistió a Araceli para marcharse.

−Hasta mañana, que es San Esteban. Te espero, Araceli –se despidió Gabriel.

Cuando las chicas se marcharon, la hermana no tardó en avisar a Araceli que ella no acudiría al día siguiente.

−Si no me haces este favor, cuenta que nunca te ayudaré en nada –respondió Araceli.

−¡Araceli, si eres una cría! Si se entera el padre, ya verás –respondió la hermana.

−Si se entera es porque tú se lo digas, yo pienso venir –recriminó Araceli a su hermana-. Ese chico me gusta, ¿vale? Y como no me acompañes. me las pagarás...

−Mira la mocosa ésta cómo se me pone..

−Bien, tú misma. Si no me acompañas, te acordarás. Tarde o temprano te voy a hacer falta.

−Vale, está bien. Te acompañaré –accedió su hermana.

Al día siguiente, a las seis de la tarde, Gabriel y Manuel estaban en la puerta de la sala El Cisne.

−¿Entramos o no? −le preguntó Manuel.

−Pues claro que entramos.

−¿De dónde has sacado las pelas? Ayer decías que te quedabas sin blanca.

−Pues chico, recurriendo a mi madre –respondió Gabriel. Le he llorado un poco y me ha aflojado otras cincuenta pesetas.

−Yo no entiendo, Gabriel, cómo tienes que entregar el sueldo en casa, chico.

−Mi padre lo quiere así, es lo que hay. Bien, vamos a ver si han venido.

Gabriel dio una ojeada y, en un rincón, vio a las dos chicas.

−¡Vamos, Manuel!

−Qué remedio toca. De hecho, si tengo que seguir con la gordita, no te acompaño más –advirtió Manuel.

Gabriel se acercó primero. Fue en busca de Araceli.

−Buenas tardes, guapetona, ¿bailamos? –le preguntó Gabriel, antes de acercarse al centro de la pista a bailar−. Me gusta que hayas venido.

−Si, he venido, pero casi de pelea con mi hermana. Ella no estaba por la labor de venir, pero estamos bailando, que es lo que cuenta.

Mientras tanto, Manuel se acercó a la hermana de Araceli y le invitó a bailar, aunque ella lo rechazó con la excusa de no tener ganas. Manuel, tras dar media vuelta y alegrarse de la mejor decisión que podía haber tomado la hermana de Araceli, se fue a buscar la vida y, al poco rato, ya bailaba con otra chica más de su agrado.

−¿Sabes que me gustas mucho? –le decía mientras tanto Gabriel a Araceli−. ¿Quieres que te acompañe y te venga algún día por la noche a buscar al trabajo?

-¿No corres mucho Gabriel?

−No corro porque, acuérdate de lo que te digo, tal día como hoy tú vas a ser la madre de mis hijos con el tiempo, y llegaremos los dos a mayores. Y con muchos nietos...

Y así fue. Gabriel y Araceli llegaron a la vejez con muchos nietos después de pasar por todas las trabas que les puso la vida.

JUAN NAVARRO COMINO

23 de diciembre de 2015

  • 23.12.15
Ya lo avanzó hace unos meses el “número uno” de la CUP, Antonio Baños: dado que el “sí” no había ganado el plebiscito, descartaba una declaración unilateral de independencia y, por ende, el apoyo en la sesión de investidura a Artur Mas. Ahora, con los inciertos resultados cosechados este domingo, habrá que ver si hay alguien que se siente con los catalanes a negociar los temas importantes.



En este apartado no tengo demasiada confianza en Mariano Rajoy, que durante todos estos años se ha cerrado en banda, sin transigir en nada, dando pie a que el tema se enquiste. Y sí, el asunto catalán se le ha ido completamente de las manos. El erre que erre con no transigir, tanto tiempo con negativas a todo, unido a un Artur Mas que no ha querido dejar de seguir insistiendo, ha hecho que temas importantes como la nueva organización de la Hacienda o la aplicación del Estatut se hayan quedado aparcados por la tozudez de ambos mandatarios. Y por si fuera poco, el Gobierno central, con los recortes, se lo ha cargado todo y de ahí vienen los problemas y las protestas, con todo el motivo.

Yo no quiero entrar en polémica, pues la política no es mi fuerte. No obstante, recuerdo en mis años jóvenes, cuando vivía en Manresa, cómo corríamos por la calle del Borne y la calle San Miguel, con la policía a nuestras espaldas, gritando y luchando por el Estatut de Autonomía. Lo sentíamos como propio pues era una mejora para todos los que vivíamos en Cataluña y, por aquel entonces, nadie hablaba de independencia, aunque es cierto que había unos pocos radicales a los cuales prácticamente no se les hacía caso.

Recuerdo que en los últimos años del dictador, en los colegios aun no se enseñaba el catalán como idioma. Por eso, mi esposa y yo, gracias a que trabajábamos los dos, decidimos matricular a nuestros hijos en un colegio privado, el Paidos, donde nos pasaron una circular en la que nos decían, más o menos, que los padres que quisieran que sus hijos aprendieran catalán en el colegio tendrían que firmar un documento por el que se hacían responsables, ya que el Gobierno central no lo permitía. Y mi esposa y yo decidimos que nuestros hijos, como catalanes, tenían que aprender el catalán y el castellano, por eso firmamos dicho documento. ¿Qué nos podría pasar?

Había tal vez unos pocos padres radicales y no recuerdo que ninguno firmara el documento: tenían miedo de las represalias del dictador y, la verdad, la cosa siguió adelante y no ocurrió nada. Yo, por aquel entonces, comprendía que eso del catalán era bastante importante para los niños del colegio. Al fin y al cabo, eran catalanes. Con el tiempo, todos los niños lo iban aprendiendo, ya que con la democracia se incluyó en el currículo académico en todos los centros públicos.

El Estatut se llegó a conseguir, pero con los años han ido recortando todos los derechos que estipulaba para el pueblo catalán y, miren ustedes por dónde, me gustaría que se sienten a negociar y se entendieran, pues yo me he criado en esta tierra: aquí he crecido como persona y no quisiera tener que marcharme por que si llega una independencia radical. Sería una lástima.

Por ello me reitero que negocien y que lleguen a un acuerdo, el cual costará pues está todo muy mal. En las últimas elecciones autonómicas quedó muy claro que hay 1.800.000 catalanes que quieren la independencia y 2 millones de ciudadanos que vivimos en Cataluña y que no la queremos. Pero, eso sí, respetamos los resultados y las negociaciones que pueda haber por el bien de Cataluña.

JUAN NAVARRO COMINO

30 de septiembre de 2015

  • 30.9.15
“No hay trabajo para usted”. Estas fueron las palabras que escuchó un amigo que tiene 52 años y una experiencia en su oficio de mecánico industrial de casi 40 años. Le han partido su vida por la mitad. Económicamente va a perder mucho y moralmente, tiene la autoestima por el suelo. Con su edad no interesa a ninguna empresa, a pesar de que es una fuente de conocimientos.



Comenzó con 14 años. De aprendiz iba a trabajar aún con pantalón corto. Vamos, un crío. Comenzó allá por los años cincuenta y compaginaba su trabajo de tornero con las clases nocturnas de Maestría. En aquellos años había pocos tornos con electricidad y con la caja de cambio de velocidades incorporada. De hecho, en los talleres, las máquinas iban incorporadas a un embarrado con correas de cuero que funcionaba con un motor de gasoil.

Cuando no había corriente eléctrica, algo que sucedía la gran mayoría de los días durante largos espacios de tiempo, el trabajo se detenía. Más adelante, por los años sesenta o así, comenzaron a funcionar las maquinas con autonomía propia y ya empezaron a salir al mercado los tornos y las fresadoras con copiador hidráulico incorporado.

Como la evolución en la industria mecánica avanzaba a pasos agigantados, salieron al mercado las máquinas con ciclos programados, dotadas de un complejo cuadro de clavijas. Y como es natural, mi amigo estaba al día de todas las novedades que salían al mercado.

Más adelante salieron los controles numéricos programados con cartulina, pero no tuvieron mucho éxito en la industria. Con el tiempo surgieron los controles numéricos CNC y en los primeros modelos había que memorizar todos los códigos trilaterales de la máquina para poder hacer los programas, que se introducían manualmente y aplicando trigonometría.

Los patrones se introducían en el ordenador de la máquina y, una vez puestas las herramientas, se les daba el punto cero de partida, de modo que cualquier persona sin oficio podía llevar y fabricar las piezas perfectamente, siempre bajo un control exhaustivo de calidad.

El rendimiento de estas maquinas era de seis por uno, es decir, una de estas máquinas hacía el trabajo de seis personas en tornos convencionales. Por ello, en muchos talleres instalaron en batería tres o cuatro tornos de cinc, o bien fresadoras y centros de mecanizado y un solo operario era capaz de llevar la producción, siempre bien supervisado por un buen control de calidad. De esta manera se multiplicaba la producción y la mano de obra se abarataba en más de un 50 por ciento. Y aunque los empresarios tenían que hacer al principio una gran inversión, con el tiempo, reducían la plantilla en casi un 70 por ciento.

Después llego el programa CAT, que permitía que una persona, desde el despacho, introdujera el programa en la máquina, de modo que ya sobraban los operarios que se dedicaban a hacer los programas de piezas. De esta forma, con una simple explicación por parte de un preparador, una persona totalmente inexperta en mecánica era capaz de sacar adelante una producción óptima y precisa, como el mejor de los operarios.

Y claro, a mi amigo lo pusieron de patitas en la calle, pues a su empresa le bastaba con un informático, un preparador y tres chicos de F.P. para sacar el doble de producción que con 20 operarios. Y muchísimo más barato, porque a los chavales poca cosa les pagaban.

Mi amigo se tuvo que buscar la vida y encontró trabajo en una planchistería industrial. Al tener conocimientos de maquinaria de CNN, le enviaron a San Sebastián a hacer el cursillo de programación de la Punzonadora. Y aunque esto ya era más complicado, lo superó y enseñó al personal a llevar este tipo de maquinaria.

Posteriormente entraron en el mercado las máquinas láser y vueltas con lo mismo: se tuvo que poner de nuevo al día y aprender a programar. Sin embargo, cuando ya lo tenía superado y había preparado a gente, el jefe lo llamó un buen día al despacho y la única explicación que le dio es que le daban la jubilación anticipada, pues había que abaratar costes. Dado que su sueldo era muy alto, había que dar paso a la juventud y con su sueldo tenían para contratar a tres o cuatro personas de F.P.

Estoy de acuerdo en que hay que dar paso a la juventud, pero no a costa de estos operarios tan preparados técnicamente. Algún día se darán cuenta de que estos operarios no son imprescindibles, por mucha maquinaria de Control Numérico que exista. Y también verán que los aprendices tienen que comenzar en el taller a los 14 años y llevar una experiencia añadida a la formación profesional.

¿Qué ocurre actualmente? Pues que a un joven que haya terminado la F.P. le ponen en un torno paralelo para hacer un eje con rosca cuadrada de tres hilos y no tiene ni noción de hacerlo manualmente. Y si tiene noción, no tiene la suficiente práctica, pues en eso precisamente hay que pelarse las uñas, ya que hay que hacer la herramienta correspondiente en una mola y dándole los grados correspondientes de corte y de inclinación sobre los hilos de entrada. Y todo manual. Y ya no digo de sacar adelante la pieza… Pero ahora, con un Control Numérico, problema solucionado.

Les faltan las clases prácticas de taller al lado de un buen operario. Y que conste que salen bien preparados de la F.P. Pero no se han pelado las uñas en el taller durante toda una jornada desde los 14 años. Naturalmente, ellos no tienen culpa de esta situación y se tienen que adaptar a lo que hay.

Todo esto lo comento con conocimiento de causa y tras una larga convivencia con estos jóvenes pues en mi vida laboral enseñé a muchos aprendices y puedo decir, con mucho orgullo, que salieron buenos operarios. Espero no molestar a nadie: es mi opinión y, además, deseo que a la juventud no le falte el trabajo y que esta situación tan desesperante llegue el día que se arregle de alguna manera por el bien de todos y, en especial, de estos operarios con 50 años que se ven en la calle sin más.

JUAN NAVARRO COMINO

23 de julio de 2015

  • 23.7.15
Antes me cuidaba de que los demás no hablaran mal de mí. Entonces me portaba como los demás querían y mi conciencia me censuraba y no me dejaba descansar ni dormir plácidamente. Menos mal que, a pesar de mi esforzada buena educación, siempre había alguien difamándome. No saben cuánto agradezco a esta gente que me enseñó que la vida no es un escenario porque, gracias a ellos y desde entonces, me atreví a ser como soy.



He viajado por todo el mundo; tengo amigos de todas las religiones; conozco a gente extraña: católicos pecando y asistiendo a misa puntualmente, pregonando lo que no son; personas que devoran a su prójimo con la lengua e intolerancia; médicos que están peor que sus pacientes; gente supermillonaria pero que es infeliz; seres que se pasan el día quejándose, que se reúnen con su familia o amigos los domingos para quejarse por turnos; o individuos que han hecho de su estupidez su manera de vivir.

Soy guerrero. Mi espada es el amor; mi escudo, el buen humor; mi hogar, la coherencia y mi texto, la libertad. Si mi felicidad te resulta insoportable, discúlpame: no hice de la cordura mi opción. Prefiero la imaginación a lo indio, es decir, con inocencia incluida.

Por esto es importante que sea el amor lo único que me inspire en mis actos; anhelo que descubras el mensaje que se encuentra detrás de mis palabras; no soy un sabio, soy solo un enamorado de la vida. Para mí, el silencio es la clave, la simplicidad es la puerta que deja fuera a los imbéciles.

No es suficiente querer despertar, sino despertar. Y la mejor forma de hacerlo es preocupándonos de que nuestros actos no incomoden a quienes duermen a nuestro lado. Tengo en cuenta que el deseo de hacerlo todo bien es una interferencia: es más importante amar lo que hago y disfrutar todo el trayecto.

Mi corazón está en emergencia por falta de amor. Tengo que volver a conquistar la vida y enamorarme otra vez de ella. Tengo en cuenta que la vida es una escuela y que estoy aquí para aprender que las lecciones van y vienen y lo que aprendo de ellas es para toda la vida. Por eso, no dejo pasar la oportunidad de abrazar a quien más aprecio: la vida es muy corta como para desperdiciar el tiempo odiando a alguien.

JUAN NAVARRO COMINO

27 de mayo de 2015

  • 27.5.15
El amor perfecto no nos llega a los padres hasta el día que nos nace el primer nieto. Nadie hace por los niños lo que los abuelos. Los nietos salpican una especie de polvo de estrellas sobre sus vidas, son la recompensa de Dios por llegar a viejo y el premio por no haber degollado a tus hijos cuando eran jóvenes, con sus correrías y juergas.



Las abuelas son madres, con una diferencia: tienen un monto de cobertura dulce hacia sus nietos. Una madre sostiene nuestras manecitas cuando somos bebés por un rato, pero nuestros corazones para siempre; una abuela, sin embargo, es una maravillosa madre con un montón de prácticas: es vieja por fuera y joven por dentro.

Convertirse en abuela es maravilloso: en un momento eres madre, luego sabia y, de pronto, prehistórica; la abuela siempre te hace sentir que estuvo esperando todo el día. Ahora el día ya está completo y tú no entiendes realmente algo hasta que tienes ocasión de explicárselo a tu abuela.

¡Qué baratos son mis nietos! ¡Les dimos unas monedas y ellos nos dieron millones de euros de placer! Si yo hubiese sabido lo maravilloso que es tener nietos, los hubiera tenido primero. Ellos me dicen que soy "la cosa más vieja del mundo". Y después de dos o tres horas con ellos, yo también me lo pienso…

Los hombres no somos viejos por tener nietos sino por saber que estamos casados con las abuelas. Cuando los nietos entran en la casa la disciplina vuela por la ventana: una hora con tus nietos puede hacerte sentir joven otra vez. Y por más tiempo que ese que te hará sentir que envejeciste rápidamente.

Los nietos nos mantienen jóvenes para siempre, lo cual es muy bueno, pues los abuelos tenemos un límite: nuestras fuerzas. Llegar a la vejez con una buena pareja no es cuestión de suerte, es cuestión de haber sabido elegir a alguien con quien nos compenetramos, con quien nos agrada conversar.

Todo eso se consigue, además, siendo más observadores con las reacciones del otro y poniendo un poco más de razón y mucho de corazón. La etapa del enamoramiento es para que cuando termine y quede el verdadero amor: el real. Por eso pienso que hay tres cosas en la vida que nunca debemos perder, pues son las de mayor valor: el amor, la bondad y la familia.

JUAN NAVARRO COMINO

14 de mayo de 2015

  • 14.5.15
¿Nunca os habéis planteado el tema de la soledad? Esas personas que, por una circunstancia u otra, se encuentran completamente solas y sin compañía alguna para, al menos en momentos tristes, tener un cambio de impresión, una conversación, una palabra de apoyo. Yo veo muy poca televisión pero hay un programa que, la verdad, me encanta. Hoy en día, gracias a la TDT, se puede acceder casi al canal que desees y, la verdad, a mí me gusta mucho Canal Sur y, entre sus programas, suelo ver con agrado el de las tardes de Juan y Medio.



Habrá quien piense barbaridades, pero yo reconozco que me alegran y mucho esos ancianos metidos en los 70, los 80 y algunos en los 90 años, que cuentan su soledad: muchos viudos y sin hijos, sin nadie con quien conversar. Estas personas sienten necesidad de hablar, de contarse cosas, de que se compadezcan de ellos, de que les animen, de que les conduzcan… Algunos mueren por no haber encontrado jamás a nadie que les haya dedicado un homenaje o el mínimo tiempo para escucharle.

Ante la soledad, las personas siempre han sentido deseos de relacionarse con sus semejantes, de entrar en contacto con sus semejantes. Algunos creen que es una necesidad, pues la soledad los agobia, y otros la afrontan como un deber. Yo creo que son las dos cosas a la vez.

Necesidad porque las personas no pueden vivir aisladas; resulta trivial decir que el mundo se empequeñece, y los intereses de unos y otros, por muy alejados que estén en el espacio y en el tiempo, están íntimamente enlazados entre sí.

Debe ser que las personas no pueden realizarse a sí mismas si no se unen a otras. Sin embargo, hay personas a las que por sí solas les cuesta acercarse a las demás para entablar una relación de amistad.

El valor profundo de una persona se mide, entre otras cosas, por su poder de relación. Pero el poder de relación no es esencialmente un conjunto de cualidades externas: amabilidad, jovialidad, facilidad de palabra y ademanes. No solo es el fruto de cualidades interiores: fina sensibilidad, compostura y atención.

La facilidad en la relación se beneficia de esta cualidades, que son sólo primicias del auténtico encuentro. Esencialmente, el poder de relación se mide por el desprendimiento interior, por el vacío de uno mismo.

Por eso, si quieres relacionarte con tus semejantes, extiende en ti el desierto pero aceptando que vengan los demás a probarlo. Haz silencio en ti, pero aceptando que vengan los demás a meter ruido en el mismo. Si quieres disfrutar de la persona con quien te encuentras, háblale, cuéntale cosas, interésate por ella y verás cómo también se interesa por ti y por tus cosas.

JUAN NAVARRO COMINO

7 de marzo de 2015

  • 7.3.15
Con gran expectación. Así es como vivimos la consulta soberanista la gran mayoría de emigrantes que vinimos a Cataluña a trabajar y vivimos en ella desde finales de los años cincuenta. Muchos de mis amigos se abstuvieron por no formar parte de dicho montaje, una especie de votaciones bananeras que montaron Artur Mas y Oriol Junqueras en las que, para empezar, votaban chavales de 16 años cuando en toda Europa, como todos sabemos, la mayoría de edad se alcanza a los 18 años.



Pero es más: incluso votaban los emigrantes y los colegios electorales cerraron cuando a ellos les dio la gana. También hubo personas que votaron incluso en dos ocasiones. De hecho, a los pocos días de la votación bananera, una señora en la panadería se jactaba de que había votado dos veces para darle más votos y conseguir la independencia.

En el círculo de personas de mi edad en el que me desenvuelvo, todos emigrantes como yo y algún catalán con sentido común, se comenta que si algún día el Gobierno permitiese una consulta en Cataluña, el señor Mas y su compinche, el señor Junqueras, se iban a llevar el mayor chasco político de sus vidas porque entonces sí que iríamos a votar.

Pero como ya he comentado en más de una ocasión, Cataluña la levantamos los emigrantes con nuestro trabajo y con el de catalanes muy trabajadores, no como estos palmeros que acompañan al señor Mas y al señor Junqueras, que nos dicen que si no queremos ser independientes, por la puerta se va a la calle, y no quieren saber nada de aquellos que no queremos la independencia.

Yo le he dicho a más de una persona de unos 35 años, de esos muy fanáticos, que yo por los años soy más catalán que ellos, pues llevo aquí en esta tierra 57 años y tengo mis raíces catalanas: dos hijos y seis nietos. Y aunque de mi Montilla yo no me olvido y llevo y llevaré siempre en mi corazón a mi tierra, el trabajo que hemos hecho los emigrantes no nos lo van a negar estos extremistas que poco sudor y sacrificio han dejado en las empresas de Cataluña.

Solo os puedo decir lo que ya es sabido por la gran mayoría y no es otra que hemos perdido todo el bienestar que habíamos ganado con sangre, sudor y alguna lágrima. La sanidad está en estado deprimente y no por los profesionales, que son excepcionales, sino por los recortes que han aplicado el señor Mas y sus secuaces, que nos tienen cogidos hasta el pescuezo.

En fin, seguiremos como hasta ahora a la expectativa y esperamos seguir siendo españoles y catalanes, aunque los extremistas no quieran saber nuestra opinión y quieran que nos larguemos de esta tierra.

JUAN NAVARRO COMINO

24 de diciembre de 2014

  • 24.12.14
Si os preguntaran cuál es la mejor música que habéis escuchado nunca, ¿qué contestaríais? Saldrían innumerables respuestas, tales como rock, baladas, disco, country, flamenco, chill out y un largo etcétera que desconocemos o ignoramos. Y es que, dado que existen infinidades de tipos de personas que compartimos este planeta, los gustos musicales de cada cual son muy diversos, en función de su origen, su raza, su cultura y, por supuesto, su estilo de vida.

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No obstante, y es a lo que voy, esas diferentes músicas nunca pueden ser tan hermosas como la dulce melodía que representa la risa de un bebé. El sonido que provocan sus carcajadas hace que los mejores compositores y cantautores de este mundo se rindan ante sus diminutos piececitos.

Es verdad que cuando escuchas tu música preferida puedes llegar a sentir algo especial, animarte e, incluso, ponerte eufórico. Pero cuando un bebé se ríe te encuentras con la única melodía que realmente llega al corazón. Estés cansado, desanimado o malhumorado, despierta dentro de ti algo inexplicable.

Es un sentimiento oculto que por más que uno intente, no puede expresar: sale sin más. Hasta la persona más fría y aparentemente sin sentimientos hace que su rostro se transforme y deje ver una sonrisa que sale de dentro de su corazón amurallado.

Así, la sonrisa de un bebé derrota al más pesimista que, ante ella, ni siquiera puede pararse a pagar el peaje de la razón y preguntar si debe o no reflejarse en su rostro esa muestra de alegría. Simplemente ocurre, como un milagro.

En efecto, aunque estuviéramos en medio de una guerra o del mismísimo infierno, os aseguro que sonreiríamos de igual forma, porque el poder que el sonido de la sonrisa de un bebé es más fuerte que cualquier adversidad en la vida.

Dicen los médicos que reírse es una terapia muy buena, que debemos ver la vida con buenos ojos y ser optimistas y procurar cada mañana sonreír al nuevo día. Así, al levantarnos y mirarnos en el espejo, debemos decirle a nuestra imagen que hoy será un día especial, que nada ni nadie lo enturbiará.

De esta manera, cada mañana al despertar, nos inyectaríamos esa necesaria vacuna antidesánimo para poder llegar con creces a la noche y no haber perdido la sonrisa.

No obstante, me parece que esto es imposible ya que, automáticamente, al salir por la puerta de nuestras casas, nos encontramos trabas por todas las esquinas. Sin ir más lejos, en el coche. Los conductores agitan enérgicamente los brazos, tocando reiteradamente las bocinas, para recordarte que el semáforo ha cambiado de color hace una milésima de segundo.

En el trabajo, es probable que el jefe te anule o te subestime todo el proyecto en el que has estado trabajando durante meses. Y cuando llegas a casa, hasta es probable que a tu pareja se le olvide es tu aniversario.

En definitiva, nos enfrentamos a innumerables percances que no son gratos y que se nos presentan en el día a día. Problemas que, sin una buena dosis de paciencia y saber estar, nos invitan constantemente a perder la sonrisa.

Pero cuando se tienen los hijos y los nietos, todo es diferente. Los problemas diarios son los mismos, sí, pero la forma de mirarlos es más positiva porque llevas inyectada una dosis de sonrisa de tus hijos o nietos que, sin quererlo, restan importancia a otros desencuentros.

Y es que cuando lo tienes cerca o los acabas de dejar en la guardería para poder ir a trabajar es cuando aun estás en la nube de la felicidad, provocada por la magia y la dulzura que irradian estos seres tan pequeños.

El poder que tienen estos personajitos con su sonrisas ya le gustaría tenerlo a cualquier dirigente de masas, porque con una simple carcajada hacen que nos pongamos por montera nuestro saco cargado de negatividad y afrontemos cualquier imprevisto mal afortunado.

Hay gente que dice que hoy en día es difícil y estresante combinar la vida laboral con la familiar. Evidentemente, no voy a discutir el tema de las ayudas del Gobierno ni la postura de los empresarios respecto a la flexibilidad laboral.

A lo que me refiero es que, emocionalmente, con un hijo la vida es más fácil de llevar: los problemas pierden fuerza y solo se mantienen aquellos que son realmente fuertes. Con todo, también estos últimos se afrontan y terminan desapareciendo gracias a nuestros hijos y nietos. Y es que te sientes con ganas de superarte día a día y buscar a toda costa una estabilidad y una armonía interna indestructible.

Valoremos la vida. Los hijos y los nietos son nuestros ángeles de la guarda: cuidan de nosotros casi sin proponérselo, ya que ellos nos obligan a estar bien y ser cada día mejores para darles lo que esté a nuestro alcance y enseñarles a hacer su camino.

JUAN NAVARRO COMINO

28 de agosto de 2014

  • 28.8.14
Las noticias que nos llegan de África son más que preocupantes. Según Médicos Sin Fronteras, esta enfermedad transmitida por animales trae a mal vivir a países como Guinea, Sierra Leona o Liberia, donde los servicios sanitarios casi ni funcionan o se encuentran desbordados.

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La epidemia, que se ha cobrado ya la vida de más de un centenar de profesionales sanitarios, así como de miles de pacientes, va más rápido que los servicios sanitarios, que piden más recursos y sin más retrasos.

Habría que hacer algo. Bien que desde los gobiernos de Europa o desde la Organización Mundial de la Salud (OMS) se volcaran aún más en este tema y, sobre todo, con más rapidez, pues existe el riesgo de que cada día se extienda más, con más enfermos y con mayores dificultades para controlarla.

Sería deseable que los políticos, imperturbables ante este tema, se mojaran un poco a favor de esta gente que muere como animales; que se dejen unos días de politiqueos absurdos y que movieran sus teclas para que los gobiernos se impliquen más.

Si esta plaga llegara a Europa –Dios no lo quiera- creo que los responsables públicos perderían el culo por solucionarla, pero como les coge de lejos, tanto les da. Y si no es así, que lo demuestren siendo solidarios.

Lamentablemente, como ciudadano de a pie, poco puedo hacer yo por este tema, más que aportar mi punto de vista y estremecerme tras comprobar por las noticias cómo muere la gente sin ningún amparo.

Seamos todos un poco solidarios. Nos tenemos que dar cuenta que hay muchísima gente que está muriendo sola y desamparada. Levantemos nuestras quejas para que las oigan aquellos que tienen la sartén por el mango y, si quieren, pueden hacer algo.

JUAN NAVARRO COMINO

9 de agosto de 2014

  • 9.8.14
Ayer tarde, en un momento de tranquilidad, estuve observando unas fotografías de cuando mi esposa y yo éramos jóvenes. Yo tendría unos diecisiete años y ella, quince. Y, la verdad, no pude evitar sentir una gran nostalgia, a pesar de que he sido y soy muy feliz al lado de mi esposa. No en vano, ya son 54 años a su lado y, sin duda, puedo decir que han sido los más bonitos y hermosos de mi vida.

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Pese a mi edad, he de confesar que no me siento viejo: me siento mayor, eso sí, y muy feliz, pues con independencia de que las experiencias de la vida hayan sido buenas o malas, hemos estado siempre contra viento y marea, como casi toda la gente de nuestra edad.

Me entristece mucho comprobar que hay jóvenes a los que les ha tocado vivir una época muy distinta a la nuestra. Lo veo con mis propios hijos que, a las primeras de cambio, tiran la tolla y no buscan una salida buena ante las situaciones engorrosas. No admiten el diálogo, no saben escuchar y, la gran mayoría, tampoco sabe razonar. Da la sensación de que lo solucionan todo tirando cada uno por su lado.

No quiero decir que nosotros hiciéramos las cosas mejor ni peor que ellos, pero sí creo que siempre buscábamos la mejor solución cediendo cuando había que ceder y siendo compresivos recíprocamente. De este modo, hemos sabido tirar del carro con buen entendimiento, como la gran mayoría de las personas de nuestra edad

Distinto es que medien malos tratos o conductas que impliquen la humillación o el desprecio hacia la pareja. Esto sí que no se puede aguantar, ya que los que practican malos tratos, tanto físicos como psicológicos, tratan de hacer cuanto más daño, mejor.

En mi opinión, estas son las personas más ruines que pueda haber: despreciables e insociables, y eso sí que no se puede ni se debe tolerar bajo ningún concepto. Antiguamente, cuando las mujeres iban a poner una denuncia por malos tratos, en muchas ocasiones se burlaban de ellas y no les hacían ni puñetero caso.

Hoy en día, las cosas han cambiado pero, por desgracia, sigue habiendo palizas, insultos, humillaciones y crímenes viles contra mujeres indefensas. Para mí, la mujer es el ser más bonito y encantador que ha creado Dios, con sus defectos y sus virtudes; con su capacidad de amar; con su inteligencia… Y el simple hecho de ser mujeres y poder ser madres, las convierte en maravillosas.

Muchos hombres no sentimos atraídos y seducidos por mujeres, y no sólo por una cuestión meramente sexual, sino por esa capacidad de decisión, de riesgo y de compromiso que las hace realmente fascinantes. Hay un encanto mágico en la sonrisa de una mujer: en su mirada, en su silencio, en el calor de su compañía, que es atrayente y diferente a la belleza física.

Admiro su capacidad de amar, su inteligencia, su corazón, su cerebro, su sencillez y, cómo no, sus encantos femeninos –que hasta la más fea, los tiene-. ¿Qué haríamos los hombres sin la mujeres? Nada, señores. La gran mayoría, nada. Por eso, no podemos consentir que siga existiendo la violencia hacia ellas. Amémoslas y respetémoslas.

JUAN NAVARRO COMINO

1 de mayo de 2014

  • 1.5.14
Qué vamos a comentar de nuestra madre que no sean cosas inolvidables por cariñosas y buenas… Cuántos de nosotros, a los que nos falta, nos acordamos de sus buenos consejos, del saber estar siempre, de los ánimos en momentos delicados y difíciles… De la acaricias y el cariño constantes, del mimo de madre… En fin, de todas esas cosas que la vida cotidiana conlleva y que ahora, cada día, echamos de menos.

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Yo tuve una madre ejemplar y el día que me faltó me quedó un vacío tan grande que mi esposa, mis hijos y mis nietos no lo han podido llenar de la misma manera. Y es que una madre es algo irremplazable aunque, naturalmente, la vida sigue con sus idas y venidas.

Prácticamente, cada día hay momentos en los que pienso qué consejo me daría mi madre para dar solución a algún problema. Reconozco que, de joven, era muy impulsivo: no me paraba ni un momento a meditar una decisión y la gran mayoría de las veces me equivocaba. Pero después de tener una conversación con ella, me hacía recapacitar con sus buenos consejos.

Recuerdo qué broncas más grandes me echaba, y con razón, por no asistir a clases de Maestría. En aquellos momentos pensaba que era mejor para mí acompañar a las chavalas y faltar a clase en el colegio.

Cuando alcancé la pubertad fue mi madre quien me dio toda clase de explicaciones, pese a que en aquellos años el tema de la sexualidad era tabú. De hecho, eso de dar explicaciones en el colegio –como ahora ocurre con mi nieta de 8 años- era impensable. Pero mi madre tal vez iba adelantada en ese aspecto tres o cuatro décadas y lo cierto es que todas las explicaciones y detalles que me dio me sirvieron de mucho.

Recuerdo al cumplir los dieciocho años que celebraba que había terminado ya el aprendizaje y me hicieron oficial de tercera en el trabajo. Como es lógico, nos fuimos con unos compañeros a celebrarlo y como no estaba acostumbrado a beber, cogí una borrachera de órdago.

Cuando llegué a casa, mi madre, con mucha diplomacia, supo disimular mi estado y ni mi padre ni mis hermanos mayores se dieron cuenta, por lo que me libré de pasar vergüenza. Después, muy hábilmente, me curó la resaca.

En los albores de la democracia yo tenía un amigo –vamos, yo pensaba que lo era, aunque más tarde me desengañé- que estaba metido en política, concretamente en el partido PSUC. A veces iba con él a reuniones y, en una de ellas, nos sacó la policía del local y un poco más y me detienen. Pero él fue más avispado y salió por otra puerta.

Más adelante llegó a ser diputado en las Cortes catalanas y, a partir de aquí, ya no se codeaba con los amigos de la juventud. Recuerdo que cuando venía a mi casa y escuchábamos a Juan Manuel Serrat tomándonos una copita de Machaquito con hielo, mi madre me decía: "Ese chico no te conviene; él tiene amistad contigo porque le interesa y tanta política no es bueno… Tú dedícate a tu trabajo y a estudiar". Y acabó teniendo razón, como siempre.

Cuando me casé, al tener nuestro primer hijo, mi madre se transformó en un espécimen aún más vigoroso, o sea, en una abuela, que es esa madre en dosis dobles que siempre fue apoyo para todo.

Y sin más ni menos, sin pedir permiso, sin hora marcada y sin tiempo para la despedida, mi madre se fue, dejando la lección de que las madres son para siempre.

Yo no sé si la vida es corta o demasiado larga para nosotros. Sólo sé que debemos demostrar nuestro amor a las personas, mientras ellas están por aquí. Hay que comprender la importancia de decir a tiempo "te amo" y darle a ese ser tan querido el espacio que se merece. Nada en la vida será más importante que Dios nuestro Señor y tu familia y, dentro de ella, la madre.

Es por eso que tenemos que amarlas siempre, pues nunca sabemos cuándo van a partir y el vacío que nos va a quedar nunca conseguiremos llenarlo. Por eso, para los que aún la tienen a su lado, los invito a amarla, a quererla y a abrazarla siempre. Y para los que no la tenemos, guardemos sus recuerdos en lo más profundo de nuestro corazón.

Ahora, donde quiera que ella esté, siempre estará; va a llorar si tú lloras y va a sonreír si tú sonríes. También velará por tus sueños, como cuando eras un niño pequeño e indefenso. Como cuando cogías anginas y se pasaba la noche entera a tu lado; si tenias fiebre alta, te daba el Piramidom y no se movía de tu lado hasta que tú te rehacías.

O bien cuando volvías de la calle con las rodillas ensangrentadas y ella, con mucho cariño, te las curaba lo mejor que podía; o te contaba infinidad de cuentos infantiles, pues en aquellos años no teníamos televisión que nos distrajera: sólo teníamos la calle para jugar aquellos partidos de futbol interminables.

Recuerdo que, con un lenguaje sencillo y llano, te apercibía para hacer el bien; para ser educado y cortés. Por esto y por tantas cosas, no esperéis a que vuestra madre se vaya para darle amor, pues algún día no muy lejano descubrirás que ella fue la persona que más te amó en la vida.

Hay veces que no nos atrevemos a decir lo que sentimos, más bien por timidez o bien porque los sentimientos nos abruman. En esos casos se puede contar con el idioma de los abrazos. Y un abrazo con ternura y cariño es mucho.

Si tu madre está aún a tu lado, dale un beso y un abrazo y dile con mucho cariño y ternura lo que ella siempre quiso oír: "Madre, yo te amo. Gracias por existir". Y si ella ya no está contigo porque Dios se la llevó, cierra los ojos, cruza los brazos sobre tu pecho y dedícale una ferviente oración.

JUAN NAVARRO COMINO

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