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COLEGIO PROFESIONAL DE PERIODISTAS DE ANDALUCÍA

Mostrando entradas con la etiqueta Del sur y desde abajo [Francisco Sierra Caballero]. Mostrar todas las entradas
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18 de marzo de 2020

  • 18.3.20
El inicio de la nueva Legislatura inaugura un ciclo político marcado por la conformación del primer Gobierno de coalición y la impostergable resolución de déficits históricos de nuestra democracia como la ausencia de una cultura informativa pluralista. Un reto este estratégico, a juzgar por la virulencia de los discursos ultramontanos de la extrema derecha.



Aunque considerado habitualmente un problema menor, el futuro del país dependerá en buena medida del alcance de las políticas de comunicación y la capacidad del Gobierno de influir en la consolidación de los valores democráticos de tolerancia, respeto a los principios constitucionales y una comunicación abierta y socialmente responsable.

Ello exige, como es lógico, comenzar por la renovación del Consejo de la Radiotelevisión Española (RTVE), siguiendo el modelo de concurso público, y los principios de mérito, paridad y prestigio profesional para la independencia de sus profesionales.

En este sentido, la plataforma Teledetodos viene demandando medidas urgentes respecto al modelo de gobernanza, la financiación y el proyecto de desarrollo de la radiotelevisión pública, carente a día de hoy de una dirección legitimada y de un marco estratégico adecuado a los retos del nuevo entorno informativo. Pero de ello apenas se ocupa el acuerdo de coalición progresista.

Sí se contemplan, en cambio, medidas fundamentales para el futuro de la industria cultural como la creación de la Oficina Pública de Derechos de Autor que, sin duda, puede mejorar los ingresos de este sector de la llamada economía creativa en el PIB, garantizando la sostenibilidad y las condiciones laborales de los profesionales frente al monopolio de los GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple y Microsoft).

La apuesta del nuevo Ejecutivo por una política activa en torno a la revolución digital contempla, además, iniciativas importantes como el desarrollo de un plan de infraestructuras para la competitividad, el impulso de la tecnología 5G, y la planeación de proyectos piloto en campos tractores como el turismo o las Smart Cities, además de diversas medidas de formación como la Estrategia de Ciudadanía Digital para la participación en el ágora virtual donde se forman las identidades del nuevo sujeto de la llamada pospolítica.

Este planteamiento es coherente con la Carta de Derechos Digitales que viene impulsando la UE y puede situar a España a la vanguardia del nuevo horizonte tecnológico ante formas emergentes como el blockchain o la sociocibernética de nueva generación.

La centralidad de esta visión sobre la cuarta Revolución Industrial plantea incluso un nuevo marco de Estatuto de los Trabajadores que aborde el desafío del capitalismo de plataformas digitales. Entre las medidas de progreso, se contempla el uso del Big Data para la automatización de procedimientos administrativos y la fiscalización social con garantías para la población que sufre la precariedad de prestaciones como falsos autónomos.

La Administración Pública de la era digital que se esboza en dicha propuesta es un proyecto transversal, que el propio ministro de Universidades, Manuel Castells, ha descrito en La sociedad red con magistral erudición y visión prospectiva.

Lo inédito es que, por vez primera, un Gobierno de España se tome en serio la comunicación y no precisamente en una lectura decimonónica limitada al periodismo. Los retos de la Inteligencia Artificial, la ciberseguridad, la economía circular y los sistemas expertos de minería de datos, la conectividad y el Internet de las Cosas perfilan, en nuestro tiempo, un ecosistema cultural que nos obliga a repensar la comunicación para el progreso, en pleno siglo XXI, desde nuevas matrices y bases materiales.

Y ello presupone un notable incremento de la inversión pública en ciencia y tecnología, como también la consideración de enseñanzas artísticas en la formación superior universitaria, no consideradas tradicionalmente en las políticas de comunicación y cultura, aunque resultan vitales para sectores punta como la industria del videojuego.

En un sistema híbrido como el actual es necesario, en suma, revisar principios y marcos normativos convencionales y empezar a problematizar el rol de los medios, verdadero obstáculo para el futuro y la democracia. Y es que la estructurra duopólica de información sigue marcando la agenda en nuestro país con la lógica mercantilista de cuanto peor mejor en la cuenta de resultados, vulnerando toda exigencia de calidad y deontología profesional.

En otras palabras, el Ejecutivo no podrá implementar estas medidas si no empezamos a desbloquear el campo de producción del imaginario que sigue anclado, como dejó escrito Blas Infante, en la lógica política de Cánovas, el Bergamín Pontífice de la caciquería española, que más que la potencia creadora de transformación se realimenta de la destrucción creativa de la chalanería y la especulación bárbara e insultantemente inculta.

Un primer paso en esta dirección debiera ser la aprobación de una Ley General de Comunicación que modernice nuestro ecosistema mediático, empezando por la transparencia de la publicidad institucional, verdadero fondo de reptiles que hace posible la dinámica heredada del bipartidismo de lo mismo, entre liberales y conservadores.

Pero nos tememos que ello resulta, a día de hoy, inviable, entre otras razones porque la caverna mediática es eso: penumbra y oscuridad. Nos queda pues solo seguir insistiendo en la pedagogía democrática de la comunicación: por el bien de España y por el progreso de todos.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

11 de febrero de 2020

  • 11.2.20
El diálogo es una condición existencial, tal y como nos legó Paulo Freire. No hay sujeto sin voluntad de atenta escucha, pero en la sociedad del ruido y voxiferante, en la alborotadora sociedad del cansancio, la norma, afirma Byung-Chul Han, es la sordera, y este es nuestro principal problema democrático, considerando que el sistema cultural es materialmente autista.



El futuro, por contra, eso esperamos, debe ser el de la escucha activa, una sociedad de ciudadanos que oyen, atienden y, en consecuencia, logran aprender del otro. Un ideal de la Dictadura de la Pedagogía, como sugiriera Blas Infante, por hacer, y hoy más que nunca necesario. Y no, como propone Reventós, una sociedad que ignora el grito.

La indiferencia no es la cultura de la tolerancia. Antes bien, el futuro de España se adivina entre el discurso del miedo y el discurso del medio. La querencia del IBEX 35 por la Familia, la Tradición y la Propiedad, pareciera añeja, de otro siglo, el XIX.

Pero he aquí que seguimos anclados en el diseño canovista, de burgos podridos, caciques y oligarcas empoderados y un sistema político y electoral con su propio chivo expiatorio –los comunistas–, amenaza fantasma de los intereses rentistas de la casta acomodada en los consejos de administración, que se reparte los recursos y medios de vida, por encima de nuestras posibilidades.

Una casta que vive de la tradición como norma no cuestionable de la misa, el responso y los discursos meapilas sobre el destino universal y el imperio del nacionalcatolicismo. Una casta sin historia, con la que se impone el refugio de la familia, sin Estado, por una mal entendida concepción subsidiaria de lo público, entre la miseria, la dependencia y el citado extractivismo que dejan a los ciudadanos a la intemperie de una vida indigna, al pairo del Padre Omnipotente de la corona garante del orden y la confabulación de una narrativa decimonónica que condenó al ostracismo a liberales, intelectuales, líderes políticos y dirigentes que amenacen esta cosmovisión hoy dominante.

Y todo ello gracias, en parte, a la degradación cultural del sistema educativo y unos medios de contaminación masiva cuya función básicamente es evitar que la gente común piense, demande y exija lo que nos es propio, no vaya a ser que empecemos por pensar que esto de la Marca España –familia, tradición y propiedad– no sea más que una milonga, y el jefe del Estado, un mero traficante.

Así, tanto gusto de los de Serrano y la milla de oro por la caza y la montería termina resultando irremediablemente obsceno, un remedo de la estética madelman con la que echarse al monte a fuerza de pronunciar ilógicos panegíricos extremistas entre ridículas contradicciones y la falta de sentido de humor. Pues perdieron todo juicio, estética y razón.

Y es que la crisis civilizatoria que vivimos es pródiga para soluciones futuristas de violencia y velocidad, a golpe de tuit o de asesores improvisados titulados con Máster de saldo y ocasión. Por lo mismo, el discurso del odio y neofascista no debe ser combatido.

Todo experto en comunicación sabe que información produce información, como la dialéctica del fetichismo de la mercancía. La comunicación política ultramontana se combate con el BOE, con reformas fiscales, regulación del oligopolio eléctrico, con derechos y fiscalización social y con economía política, que es la caja negra que nunca nombran los del pin parental y otras ocurrencias premodernas.

Esto es, con ciencia y con conciencia, no subiendo el tono de voz, que es muy propio de una cultura, como digo, replicante, pero no dialógica, autista y no dialéctica, violenta y nada productiva. Una cultura, en fin, anclada en el pasado y poco cultivadora de la virtud y el ejemplo, que a fuerza de ir más allá, no sabe estar de vuelta. Es lo que tiene el espíritu ultramontano: nunca supo de los límites ni del arte de lo posible.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

3 de diciembre de 2019

  • 3.12.19
Nadie ha hecho tanto por la República que los tertulianos de Jorge Javier Vázquez. Y no es una boutade. La llamada "prensa del corazón" abrió la veda y hoy discutimos a diario la ausencia de transparencia de La casa real, los amores y escarceos de Juan Carlos I, las aventuras de Leticia, cual novia a la fuga, en su palpitar plebeyo, y la deriva patética de la prole sucesora que recuerda comedias de situación como los de Isabel II, salvo que no hemos de esperar la crónica en los diarios o los rumores sobre la Corte que circulaban antaño en Madrid.



Hoy la monarquía no se salva gracias a la televisión que no solo une a la familia, sino que ayuda a separarla. Si el pueblo no fue salvado, y la banca sí, a algún chivo expiatorio habría que sacrificar. Donde manda capital, no manda monarquía.

El lenguaje honesto, hipócritamente moderado, virtuosamente lleno de lugares comunes de Felipe VI no pasa el polígrafo, les aseguro. Su más profundo sentido en labios del autócrata lo revela la Bolsa de Madrid. De ahí que no convenza ni sirva como lenguaje provenzal.

Se impone, poco a poco, el sentido común de la gente. Falta ahora dar forma a la alternativa democrática, transversal y antagonista: una suerte de PGB, el Partido de la Gente del Bar. Doy ideas por si algún errejonista descarriado le da por seguir jugando aunque, si se trata de jugar, mejor que acudan a la rueda de la fortuna que no estamos para pendejadas de saldo, liquidado como anda el país, en llamas (no las de París y los chalecos amarillos) sino quemados, en medio del desierto y el pastizal amenazando el apocalipsis con algunos lobos solitarios como Aznar anunciando el fin de la historia y de España. Mientras se impone, como avanzara Barthes, el mito de la fortuna.

Como en Francia, en el siglo XIX, la televisión nos hace un calvo: el sentimentalismo de la Lotería, una promesa de ganancia destinada, en su origen a embarcar a vagabundos de París para California. De una parte se quería que los sueños dorados desplazasen los sueños socialistas del proletariado parisino, y que la tentadora perspectiva del premio gordo desplazase el derecho doctrinario al trabajo.

Naturalmente, los obreros de París no reconocieron en el brillo de los lingotes de oro de California los opacos francos que les habían sacado del bolsillo con engaños. Pero, en lo fundamental, se trataba de una estafa directa, como a diario hace el IBEX35 en nuestros días con la promesa, siempre aplazada, de recuperación y bienestar.

En fin, no sé qué les iba a contar. Veo que se me ha ido el santo al cielo, o el razonamiento al chiribís de la tertulia. El caso es que necesitamos Sálvame, tanto como los bares, donde la esperanza aguarda embozada en cada esquina.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

25 de octubre de 2019

  • 25.10.19
La vida no deja de sorprendernos, y no precisamente en el Telediario. Si la revolución nunca va a ser televisada, la televisión por lógica no nos va a llamar la atención, aunque presente el informativo la Reina de España, que ya es de chiste este gusto por lo plebeyo tan común en los borbones. Campechanía lo llaman. Algunos otros lo definiríamos de otro modo, desde Fernando VII a Felipito, pero aquí, como en el XIX, hay que vérselas con la censura e incluso con el desacato, por no hablar de la Ley Mordaza, que sostiene al régimen monárquico del tardofranquismo.



Ver las imágenes de la huelga general por la sentencia contra altos cargos de la Generalitat, presentando RTVE a neonazis como defensores de la unidad de España, y el primer discurso de la heredera al trono en los Premios Princesa de Asturias produce cuando menos sonrojo.

Desde el inicio de su primer reinado, la Casa de Borbón ha sido la plaga mayor sobre la piel de toro, gobernado por la gran propiedad territorial, con sus curas y sus lacayos, hoy todos en el mundo IBEX 35. Hablamos naturalmente de una monarquía parlamentaria peculiar, sostenida sobre la gran propiedad del suelo, con coquetería feudal y orgullo de casta, que procura guardar las formas antiguas del reino de la desesperanza, hoy, a fuer de cambios de época, completamente aburguesada por el desarrollo de la sociedad moderna al grado de admitir el espíritu jesuita y hasta las traducciones de la Escuela de Frankfurt del mandarín de la cultura de la Casa de Alba.

Pero tan pronto uno deja la visión de lejos que nubla la vista, y explora con lupa de cerca las miserias de la Casa Borbón, pronto se le quitan las ilusiones y devaneos, en forma de desengaño, sobre la supuesta modernidad. Ni con jeans resisten la prueba del algodón.

La mierda llega hasta el dormitorio. No hay limpiador multiusos que pueda lustrar lo que siglos de historia y muertos acumulan en esta casa real. Pero esto no es objeto de discusión en los medios, pese a que en esencia el régimen parlamentario se distingue –sea monárquico, como en Inglaterra, o republicano como en Francia– por discutir incluso la forma de Estado.

A propósito, tengo varias anécdotas sobre el discurso de ¡Vivan las caenas! Una de índole académica sobre el papel del Monarca en el 23F, en un posgrado sobre Comunicación y Defensa. Trataba de mostrar a los alumnos, craso error, que en la guerra psicológica lo que se muestra o aparenta no es, y lo que es no suele aparecer en pantalla.

Así, el caso del supuesto rol de salvador de la democracia del monarca Juan Carlos I, por todos conocidos como Juanico el Corto, sin ironía, lo que se cuenta no es lo que tuvo lugar. Pero la representación de una mala comedia como la del golpe de Estado sirvió para apuntalar una monarquía que nadie quería, salvo los herederos del franquismo, como es natural.

La situación vivida fue similar a la contada, como sainete, por Marx en El 18 Brumario. Pero se ha mantenido como cuento chino por más de cuatro décadas. Todavía hace poco tiempo cuando a Jordi Évole se le ocurrió hacer un falso documental, la prensa del régimen reaccionó con gran visceralidad. Cómo se le ocurría hacer ficción realista para reveler la realidad de la ficción que nos contaron.

Paradojas del mundo al revés: un partido como el PSOE representa el orden y el llamado constitucionalismo abandera una Santa Alianza replicando un discurso, parafraseando a Marx, de monosilábicos en tribuna, la prensa y los canales de representación.

Insulsos como los acertijos cuya solución se sabe de antemano, la consigna es la de siempre: respeto a nuestra democracia de baja intensidad, y se repite siempre, el tema es siempre el mismo, el fallo está siempre preparado presentando como progreso el burdo liberalismo que nos arruina hasta decir basta al trasmutar como socialista la reforma financiera de la troika y el FMI.

Y en esas estamos, con el autoritarismo y unos medios públicos controlados mientras el Grupo Planeta y el lobby italiano, el duopolio mediático, carga contra los manifestantes, aíslan las fuerzas de progreso y proclaman, una vez más, que la mayor libertad es la que no existe y la guerra es la paz universal. Cosas de Orwell que suceden en Cataluña y en el reino de España.

Solo nos queda confiar que ahora que por fin se busca acabar con el reino del puterío con políticas contra la explotación sexual, la esclavitud del siglo XXI, se amplíen las medidas para atajar la trata de seres humanos combatiendo la explotación del régimen del 78, y la gran casa de lenocinio en que se ha convertido el reino de España. No olviden que lo último que se pierde es la esperanza, aunque el Telediario insista en lo contrario.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

16 de septiembre de 2019

  • 16.9.19
En tiempos de relatores fallidos, ensayar la primera columna, y comprometerse a pensar desde el sur y desde abajo para un espacio como Andalucía Digital, hoy que priman los quintacolumnistas de toda laya, es cuando menos una temeridad. Pero uno siempre ha estado abonado a tentar la suerte, por esquiva que resulte. Hecha la invitación de mi colega Juan Pablo Bellido, aquí estamos, encontrando nuestra voz.



Dudamos como expresara Ibáñez con la imagen del ciempiés qué pata mover antes, con qué estilo escribir, para qué lectores, con qué agenda de temas y problemas interpelar al lector, nómada itinerante de los dispositivos móviles. Si emular a maestros de la columna como Vázquez Montalbán o retomar el clasicismo de Corpus Barga, o, más bien, quizás, por qué no, pegarnos más a la viva actualidad como el bueno de Francisco Umbral.

La política del estilo, como es sabido, es la política por otros medios. Cambia la forma, ha de cambiar la escritura, no tanto el mensaje. Y pensar en nuestro tiempo cómo pensarnos es, en buena medida, un problema de formas. Pero no tema el lector que nos vayamos por una deriva o disquisición más propia del periodismo y la literatura, que poco conviene a la política, y no hablamos precisamente de la realpolitik, sino de distinguir relato y realidad, el viejo dilema maquiavélico entre ser y apariencia.

Hoy que nuestros responsables públicos basculan, a golpe de encuesta, en la espiral del disimulo discutir de la palabra del verano, y probablemente el año –el relato– es algo más que cuestionar la comunicación política. Se trata, realmente, de comprender un síntoma de nuestro tiempo.

Etimológicamente, relatar significa volver a, llevar unos hechos al conocimiento de alguien, narrar vívidamente un suceso histórico y/o social. Lo curioso del término es que procede del verbo latino refero (volver a llevar). Sobran aquí las palabras, a propósito del inicio de la legislatura y la negociación de un gobierno de progreso. Pues el prefijo fero en la palabra que da origen en latín a relato indica transferir y trasladar o diferir y dilatar.

Y en ello estamos, en procesos psicoanalíticos, narcisistas, de transferencia y de diferimiento, pese a que la raíz latina indica también, en lo correspondiente al verbo fero, las acciones de legislar o producer leyes. Doble paradoja del estado de la nación. Previsible por otra parte, más allá de los actores en escena.

Dice Jacques Rancière que la ficción es la condición para que lo real pueda ser pensado, el problema es cuando lo real deja inane la ficción. Experiencias como el desastre de Macri en Argentina ilustran hasta qué punto la apelación al relato del cambio amenazan con la ruina y producen un hartazgo de incalculables efectos electorales.

De Salvini a Lenín Moreno, de Trump a Bolsonaro, de Sánchez a Iván Duque, vemos cómo las mentiras tienen poco recorrido y alcance, pese a su efectividad en la política del regate corto. En tiempos de grandes turbulencias e incertidumbres, sobran pues los asesores de marketing y estrategias de la imagen electrónica que nos chorrean, como dirían en el país austral, con un discurso de la vacuidad, en el que domina, parafraseando a Marx, pasiones sin verdad; verdades sin pasión; relatos de una historia sin acontecimientos; un proceso cuya única fuerza propulsora parece ser el calendario, y la caducidad, fatigosa, como vemos en España con la ingobernabilidad y las reiteradas convocatorias electorales, por la sempiterna repetición de tensiones y relajamientos; antagonismos que sólo parecen exaltarse periódicamente a efectos de inventario y justificación proselitista y partidaria, lo que termina por embotar y decaer el compromiso cívico, tejiendo como están desde Moncloa y las altas instancias del IBEX 35 las más mezquinas intrigas y comedias de mala calidad sobre el sentido de la Constitución y la Democracia.

El imperio de la retórica sin oficio ni beneficio, salvo el siguiente episodio de más de lo mismo, un melodrama, en definitiva, o telefilm de serie B con destino a rellenar minutos en la parrilla de programación a mayor Gloria de la cotización en bolsa va a tener un mal final, vaticinamos.

Pues el mundo de los cuentos y de las cuentas, los universos paralelos, comunicados y complementarios del entre-tenimiento, solo se sostiene si la gente tiene. La pausa del entre presupone más cosas. Si lo que se dice va por un lado mientras lo que ocurre va por otro y la realidad termina por desbordarse en los contornos del relato con toda la crudeza de lo vivido por la gente, que no es precisamente un melodrama, la representación deja de tener valor.

Llegado a este punto, lo que denominan la batalla por el relato no deja de ser otra cosa, en fin, que el cutre sainete del reino del filibusterismo. La asunción de una política de bellas palabras, consistente como costumbre en no hacer lo que se dice ni decir lo que se hace, deja de ser funcional.

Y los sofistas perniciosos de la política de lo peor se convierten en todo un peligro: no tanto por lo que dicen si no porque escamotean el contenido en el fragor de la frase y la espuma de la gestualidad malinterpretada de una suerte de culebrón que entretiene mientras nos tienen atentos a la pantalla.

Muchos profesionales de la opinión gratuita han acusado a Pedro Sánchez de ser el Ken de la política, un sinsustancia, un político fatuo de ínfulas incontenibles Pero el problema, como decimos, no es el actor, o los actores, ni el juego narcisista propio de toda representación.

El problema es la política del escamoteo, la prevalencia de un sistema de comunicación política creado para errar, una administración comunicativa hiperinflacionista, absorta en una suerte de autismo, empeñada en que olvidemos la historia y la vida de perversos efectos, como probablemente veamos.

Como suele ser habitual en este tipo de situaciones, esperamos equivocarnos, queda la traca final de la desafección: los jefes se regodearán, empezando por Sánchez, en la satisfacción agridulce de poder acusar a su pueblo de deserción y falta de apoyo, de ser responsables de la restauración neofranquista, y el pueblo replicará que fueron engañados en su manifestación en las urnas.

En definitiva, si bien no hay campo de acción sin discurso, la práctica política como storytelling, ni genera escucha ni tiene eficacia a largo plazo. Antes bien, contribuye al pensamiento cínico, y todos sabemos que tras la razón cínica anida el fascismo: en Estados Unidos, con las fake news, y en España con VOX. Todo consiste en lo mismo: la negación de la realidad para anular la voz de los de abajo, simple y llanamente.

En estas estamos, y en esta disputa el sentido común que es el común del derecho de gentes pasa por pensar las palabras y la comunicación de acuerdo al principio del clinamen. Lo demás es pura tontería. La cuestión es, hasta cuándo soportará la población esta secuela o mala película de una democracia de baja intensidad. ¿Renunciaremos a dejar en manos de asesores de imagen el presente y futuro de nuestra vida en común ? Espero que no, aunque dejen de leernos.

FRANCISCO SIERRA CABALLERO

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